Chapa y pintura

La población más habitada del Nalón, edificada en su día alrededor de la siderurgia, crece hoy a remolque de su profunda transformación urbana y de su giro oportuno hacia los servicios y la nueva industria tecnológica

Marcos Palicio / La Felguera (Langreo)

Nuevo Langreo todavía era el viejo cuando aquí, donde ahora bufa la fuente en la rotonda y se abre la acera ancha y arbolada de una avenida delimitada por edificios lustrosos de factura reciente, «nevaba en negro». Rufino Roces se recuerda saliendo de casa en La Felguera mientras las chimeneas de la empresa siderúrgica más importante de España escupían «polvillo» en tales cantidades que obligaban a las mujeres a salir a barrer las aceras. Se agotaba la década de los sesenta y «las calles eran de tierra», Roces declara como testigo. Nació aquí y trabajó en Duro Felguera, aquella compañía que se puso de apellido el topónimo de la villa y la modeló a su gusto de arriba abajo, primero sola y muy pronto con ayuda de Ibérica de Nitrógeno, Fundiciones Felguerinas, Tornillería del Nalón y «casi un taller en cada calle» de esta población cercada por la industria que vivía muy bien al calor que daba la manufactura del acero. Hoy, algunas décadas después del principio del fin de la siderurgia en La Felguera, el felguerino inquieto, ex presidente de Festejos de San Pedro, se tiene que esforzar para reconocer en este ensanche residencial moderno aquel prado sin nada donde germinó después una acumulación confusa de talleres e instalaciones industriales. No habría creído entonces que esto terminaría siendo el ensanche urbano de la villa y de la ciudad de Langreo, que la prolongación de la calle La Unión, recién llegada de Sama, orillaría una glorieta con fuente para ir directa al corazón de la villa pasando por delante del cubo negro acristalado de un hotel de cuatro estrellas con spa y adentrarse, después de sobrepasar la iglesia, en la avenida central del parque Dolores F. Duro. A la pregunta por lo que ha pasado aquí, alguien invitará a alzar la vista por encima de los edificios, hacia donde sobresale una antigua torre de refrigeración de Ensidesa capaz de explicarse sola. Es la sede del Musi, el Museo de la Siderurgia, y tiene la parte más alta de su fachada cilíndrica de 45 metros repintada de colores, reconvertida en la alegoría de la recuperación de esta localidad que vio «nevar en negro» y que estaba pidiendo, precisamente, una mano de pintura. Un toque de color.

El refrigerante reciclado contiene a su modo la historia entera de esta villa que fue casi toda ella una gran fábrica, que llegó a tener «el setenta por ciento de su superficie ocupada por instalaciones industriales» y que hoy sobrevive reutilizada y repintada, como la torre del Musi, bien a la vista el resultado de su giro desde la industria pesada hacia el comercio, los servicios, la calidad residencial y la nueva industria tecnológica. La reconversión era esto. O eso vienen a decir los que la vieron de cerca y ahora la explican mirando de frente el centro comercial bien surtido y de reojo, al otro lado de las vías de Feve, las más de sesenta empresas con prioridad de las tecnológicas que llenan, literalmente, el terreno anexo al urbano ganado a la siderurgia que ha sustituido la gran acería felguerina por la ciudad industrial de Valnalón, algo más que un polígono con 1.200 puestos de trabajo. Esta Felguera sin Duro es otra. Ya no está la gran empresa y no hace tanto que se fue, pero la mano de pintura ha conseguido que haya que fijarse para identificar sus restos integrados en el paisaje urbano: el anagrama de la compañía fundido en rojo sobre un portón negro en un lateral de la antigua escuela de La Salle, el logotipo rematando un vetusto edificio de donde se han ido las oficinas, los adosados de principios del siglo XX que la fábrica construyó para sus técnicos en la calle Conde Sizzo, el palacete de los ingenieros solteros de Duro transformado en otro hotel de cuatro estrellas que vigila La Felguera elevado sobre la loma que mira al Mediodía... Y el refrigerante del Musi y las viejas chimeneas en Valnalón, y la calle Siderurgia, la calle Hornos Altos, la calle Laminación... El cambio ha funcionado. Ahora que «La fábrica» es una sidrería, La Felguera es el distrito urbano más poblado de la ciudad de Langreo y una rareza en las cuencas mineras por su progreso demográfico reciente, con 20.784 habitantes donde había pocos más de 20.000 en el año 2001. He aquí el fragmento más amplio de la extensa ciudad lineal del valle del Nalón y tal vez por eso el núcleo más poblado, el que más ha crecido de todos los que integran la cadena urbana sin pausas que acompaña al cauce del río en línea recta desde Riaño hasta Pola de Laviana. Administrativamente, La Felguera forma parte desde 1983 de la unidad urbana de Langreo, con sus casi 40.000 residentes la cuarta entidad de población más habitada de Asturias, pero sería la sexta si se la siguiese considerando por sí sola.

Cuando hubo que escoger un área de expansión, Langreo decidió crecer hacia esta vega plana por una evidencia orográfica que identificó aquí, donde el valle del Candín entronca con el del Nalón, el espacio mejor acondicionado del municipio para la construcción en altura. Llano, amplio, bien comunicado, en condiciones de ser liberado de los corsés de aquel cinturón industrial en desuso. El rescate de La Felguera para la calidad de vida organizó una metamorfosis estética que se sincronizó con la modificación funcional y dio en esta nueva ciudad de servicios adonde vienen a caer los éxodos del vaciado lamentable del entorno rural del valle. «Durante decenas de años no había conciencia medioambiental, ni urbanística ni estética, era la industria por la industria», relata Javier Fernández, empresario propietario de sidrería y hotel y presidente de la Junta Local de Hostelería. «De unos años a esta parte se ha empezado a valorar la calidad ambiental, se ha transformado visualmente la zona y se han creado equipamientos e instalaciones que generaron atractivos para la gente y que trataron de frenar el éxodo de población en Langreo. Se han peatonalizado calles, derribado edificios en ruinas, ampliado aceras, modernizado la iluminación... Un cambio visual total». Hoy, el paisaje después de la batalla perdida por retener la siderurgia es una «ciudad media con todos los servicios a quince minutos de los grandes centros de trabajo y población de Asturias. No hay nada que envidiar a cualquier primera población asturiana, con la particularidad de que la vida y la vivienda son más baratas y las comunicaciones ahora aceptables y probablemente a corto plazo muy buenas», remata Marcelino Tamargo, presidente del colectivo profesional de los comerciantes del Nalón, Acoivan, pensando sobre todo en la conclusión pendiente del desdoblamiento de la conexión con la autovía Oviedo-Villaviciosa a través de los túneles de Riaño. Ha mejorado, asiente José Manuel Pérez, «Pericles», impulsor y gerente de Valnalón hasta su jubilación, aunque la expansión de Nuevo Langreo llegase «con quince años de retraso, porque debería haberse hecho a la vez que Valnalón y el soterramiento de las vías de Feve».

En el recuento de servicios, atravesando arterias comerciales y calles peatonales del parque viejo al nuevo y del barrio Urquijo, alojamiento de trabajadores de la siderurgia, a la barriada minera de La Concordia -antes Grupo Francisco Franco y siempre «barriada del gochu»-, Rufino Roces echa en falta únicamente «una gran superficie comercial». «La del valle del Nalón habría sido más rentable en La Felguera que donde está, en El Entrego», afirma, «pero ahí marcaron los tiempos los políticos». Buscando recambios, Tamargo señala hacia el inmueble rectangular de cubierta curva que aloja los puestos de la plaza de abastos, «un edificio singular» que, a su juicio, «debería tener más aprovechamiento y más vida», tal vez una planta más y quizá un aparcamiento subterráneo, aunque haya quien opone, con Javier Fernández, que en el universo socioeconómico actual «las plazas de abastos han quedado obsoletas», que «la dinámica actual de la competencia y la diversidad las deja fuera de lugar y de competitividad».

De regreso al futuro, Rafael Velasco Cadenas, propietario del hotel que ocupa el centro de la villa, sostiene que «debemos asumir el fin de la minería como motor económico de las Cuencas e intentar desarrollar el sector servicios y el de las nuevas tecnologías». Habla de la ciudad residencial y de la tecnológica, del eje comercial y de Valnalón. El entusiasmo contagioso de José Manuel Pérez, «Pericles», promotor de una iniciativa que cumplirá 25 años este mayo, también explica por sí solo lo que ha ocurrido aquí, en este terreno desolado que fue una gran acería y se ha transformado, sin varita mágica, en un centro integrado de formación y captación de iniciativas empresariales, en algo más que un polígono lleno de empresas tecnológicas. En «una mancha de limpieza en medio de aquel entorno desguazado», resume Pericles. En 1987, casi recién recibida la bofetada final de la industria, el punto de vista era importante en la construcción de una actitud para afrontar el después. «Era un momento como éste», rememora el padre de la criatura, asimilable al actual por la tasa de paro y la dimensión de las dificultades, con «una sociedad que había quedado aturdida con el golpetazo de los ochenta y no se creía nada». Ni que el río Nalón podía llegar a bajar limpio ni mucho menos que el desguace de la gran factoría felguerina podía tener una oportunidad.

Hubo una clave en la manera de mirar de alguien que había pasado veinte años trabajando en la compañía siderúrgica, pero que además había viajado con los ojos abiertos, que «conocía la zona con una visión externa». Así, dice, se hicieron innovadores «cortando y pegando», sabiendo ver de dónde venía el viento y a qué caballos había que apostar. En 2000 «acertamos al meternos pronto en las nuevas tecnologías» y hoy la mitad de sus empleos pertenece al sector de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Sólo Capgemini acumula cuatrocientos empleos, está a punto de contratar más en plena crisis y en total hay 1.200, bastantes más de los setecientos que trabajaban en una sola empresa, Ensidesa, cuando la gran acería que heredó de Duro cerró sus puertas en estos mismos terrenos en 1983. Pioneros del reciclaje reindustrializador, su éxito es a los ojos de Pericles una cuestión de concepto, de modelo. De haber llegado antes, pero también de saber mirar. «En ningún otro polígono del valle», afirma, «y no sé si en el resto de Asturias hubo una gente cuya función era llenar el polígono. El error de todos los ayuntamientos consiste en tener un área industrial y dedicar los ratos libres a llenarla. Nuestra misión era cubrir aquello de empresas, con una particularidad importante, la reflexión sobre la certeza de que en este valle no cabía más empresa industrial entendida como la entendimos siempre. Ahí se necesitan unos 50 metros cuadrados por puesto de trabajo, en el sector de las nuevas tecnologías basta con tres». La novedad era el enfoque, y así nacieron aquí, mirando desde fuera para saber por dónde iban los tiros, «el primer centro de empresas de Asturias, la primera incubadora de compañías TIC» y al fin la vertiente formativa. En Valnalón, hoy, «somos pioneros en la educación emprendedora, una referencia en España» en la generación, venta y exportación de conocimiento para formar empresarios audaces. «Pues sí, desde La Felguera. Era posible».

«Puede que hubiéramos bajado a Tercera, pero sabíamos lo que era jugar en Primera»

«Puede que hubiéramos bajado a Tercera División, pero sabíamos lo que era jugar en Primera». Con el símil futbolístico, José Manuel Pérez quiere decir que «La Felguera fue importantísima en el mundo industrial español y eso, al final, se nota». En el poso que dejó Duro había una base para saber. Por eso también el renacimiento, el cambio de una industria por otra y la «mancha de limpieza» recuperada para el paisaje urbano que hoy es Valnalón para La Felguera. Ahí sigue Pedro Duro, mirando a la puerta de la iglesia desde lo alto de su pináculo en el arranque del parque Dolores F. Duro. El patrón de la mayor siderúrgica de España, el industrial riojano que se instaló aquí con toda su artillería fabril en 1857, escogió esto porque tenía cerca carbón y tren -el de Langreo, tercero de la España peninsular- después de descartar, entre otras opciones, Marbella. Hay en La Felguera quien se entretiene invitando a valorar cómo habría cambiado el cuento con Duro en la Costa del Sol en lugar de a orillas del Nalón, pero el caso es que el empresario prefirió dar de comer aquí y cambiar por completo la fisonomía de esta villa. Ahora su estatua mira a la iglesia, alguien percibirá en la posición cierta actitud desafiante y tal vez el recuerdo de que la patrona de La Felguera era Santa Eulalia hasta que, previa autorización del Vaticano, se empezó a festejar San Pedro, el nuevo patrono que rinde tributo al patrón.

Es sólo un indicio más de lo que fueron Duro y la siderurgia para esta población que dio nombre a la empresa y no conserva ya de ella ni las oficinas. Sí siguen ahí Felguera Melt, junto al río, y el taller de Barros, apenas unos centenares de puestos de trabajo, pero de aquella compañía que ocupó la villa entera y tuvo hasta 5.000 empleos se habla hoy en pasado. Una protesta-performance que hace no demasiado envolvió para regalo la estatua de Pedro Duro es una alegoría de lo que los nuevos tiempos han hecho con la gran industria felguerina. Se fue. En su día «se defendió a capa y espada porque no se veía otra alternativa», rememora Rufino Roces, pero acaso a sabiendas de que la opción de siempre tampoco servía, de que el desenlace «estaba decidido de antemano, como ahora el de la minería». Por eso importa tanto haber acertado con los sustitutos, con la calidad residencial y la nueva industria de las tecnologías de vanguardia. De ahí la trascendencia de la certeza que apunta Antonio Lumbreras, vicepresidente de Festejos de San Pedro: «Hemos reaccionado a tiempo».

«El museo del territorio»

La experiencia de Valnalón, bien visible en La Felguera el espacio de la acería recuperado para la villa, mitiga el riesgo de la transformación exclusiva en ciudad dormitorio e invita a valorar caminos nuevos. La arqueología industrial a un paso de la naturaleza, por ejemplo, y su potencial de desarrollo turístico. Es otra vuelta alrededor de la transformación urbana de la vieja villa industriosa, ahora en la vertiente de su potencial como evidencia enseñable y el relato en primera persona de Asunción Torre, gerente del Museo de la Siderurgia, cuando cuenta que «mi abuelo era felguerín y trabajó en esta fábrica», que «yo sigo en el mismo sitio, pero de otra manera». Ella está dentro del refrigerante que fue primero de Duro y luego de Ensidesa, reutilizado para que sea un museo de la metamorfosis de La Felguera, «un museo del territorio». El Musi, un joven de seis años y un promedio de 6.000 visitas al año, más de quinientas piezas donadas mayoritariamente por particulares y cuatro trabajadoras, todas mujeres, a tiempo completo, nació para querer ser parte de la villa que lo acoge. Además de la exposición permanente de la arqueología siderúrgica rescatada del olvido, «organizamos visitas guiadas que llevan a la gente a conocer La Felguera. A una vivienda obrera del barrio Urquijo, al parque y a la estatua de Pedro Duro, a los adosados de los técnicos en la calle Conde Sizzo...» La silueta multicolor del Musi ya cuelga de las farolas de La Felguera, como imagen de marca en el logotipo de la asociación de comerciantes, y Asunción Torre y Belén Tornero, compañeras del metal, pretenden acostumbrarse a ser vistas «sacando el museo fuera», guiando turistas por esta villa que esconde vestigios de su pasado fabril en los rincones más imprevistos. No será la primera vez que, poniendo la oreja, algún veterano trabajador de la siderurgia asienta al escuchar sus explicaciones en las visitas a pie de calle: «Tien razón la rapaza».

En el Musi miran con esperanza hacia la nave anexa de Metalsa, vacía, ya propiedad del Ayuntamiento y el espacio natural de expansión de una instalación a la que en el espacio reducido del refrigerante le falta sitio para algunas de las enormes piezas siderúrgicas que podría mostrar si tuviera dónde. El museo prepara una exposición de materias primas para Semana Santa; en la villa, los hosteleros llaman la atención sobre «la gran ventaja» estratégica de La Felguera por su posición en el mapa, «a un paso tanto de las grandes ciudades asturianas como del entorno natural de Redes en cuanto se terminen las obras pendientes». Rafael Velasco Cadenas ha vuelto sobre el desdoblamiento de los túneles de Riaño y sobre la otra conexión con la autovía Oviedo-Villaviciosa a través de la «Y» de Bimenes. «Se debe apostar por dar a conocer el valle del Nalón en su conjunto y no hablar sólo del alto», reclama. «La combinación de patrimonio industrial y natural puede ser muy atractivo para el turista», remata. Tal vez por eso se alzan aquí voces a favor de un funcionamiento más activo del sistema mancomunado y a más largo plazo incluso de una fusión municipal que unifique el Valle, «o al menos los concejos de este curso bajo», propone Rufino Roces, porque a lo mejor son demasiados, para una población como la que tenemos, más de setenta concejales en esta comarca, bastante más del doble que Oviedo y Gijón».

La luz de vuelta en la vieja fábrica y las farolas de Gelsenkirchen

Parece una anécdota inocente que las farolas de la ciudad tecnológica de Valnalón sean un diseño de José Manuel Pérez, «Pericles», copiado de las que alumbran Gelsenkirchen, uno de los emblemas de la reindustrialización alemana. Pero son en realidad un síntoma, un símbolo de lo importante que fue para el impulsor de la iniciativa haber visto fuera de aquí que había ejemplos adaptables, sitios donde «copiar y pegar», donde «saber que había otros que habían estado como nosotros». Así nació Valnalón, en otro tiempo una gran factoría y hoy también, pero sin humo. Una fábrica de conocimiento y un centro empresarial en el sentido amplio de la expresión, con la mitad de sus 1.200 empleos en el sector de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), pero también con una división de formación de emprendedores que suma desde 1994 casi 311.000 beneficiarios en tres continentes y otra de fomento del emprendimiento que ha asesorado a cerca de 3.000 personas y ha ayudado a crear 511 empresas desde 1992. Valnalón, que cumplirá 25 años esta primavera, ocupa los terrenos que fueron de una gran acería, la más importante de España en su tiempo, y hoy, reutilizada, genera más empleo que cuando la fábrica se cerró, se enorgullece Marta Pérez, gerente. «En su máximo esplendor aquí trabajaban 5.000 personas», afirma, «y seguían en torno a setecientas de una sola compañía en 1983, cuando Ensidesa la clausuró. Ahora tenemos más de 1.200 empleos en sesenta empresas e instituciones. Ha cambiado el perfil de la gran empresa que daba trabajo y lo hacía todo ella».

«¿Podemos?». Un felguerino curioso pidió permiso a Marta Pérez, al poco de abrir Valnalón, para entrar a lo que había sido la fábrica, tradicionalmente separada de La Felguera por una larga hilera de edificios de oficinas, por las vías del tren ahora en obras de soterramiento y una barrera custodiada por una garita con guardia. «Es que no sabe lo que significa ver otra vez las luces prendidas», explicó. Pérez, nieta de un trabajador del taller eléctrico, lo sabía de sobra, tan bien como entiende ahora que había que hacerlo, que aparte de ganar puestos de trabajo se trataba de recuperar para la villa un espacio hasta entonces vetado, que por eso se llama esto «ciudad industrial». Alrededor del edificio central de Valnalón hay ahora jardines y calles con nombres -«Baterías de Cok», «Laminación», «Siderurgia»- y además de conocimiento y tecnología punta, varias empresas del sector metal-mecánico mantienen viva la sustancia y los aromas de la vieja fábrica, adaptados a los nuevos modos del siglo XXI. Junto a la «chispa» de las TIC permanece, asiente Marta Pérez, «esa esencia antigua del olor a taladrina -un líquido lubricante y refrigerante que se empleaba en las máquinas-». «Dependemos de esa tradición, no podemos perderla».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El soterramiento

La sepultura de la barrera ferroviaria de Feve en La Felguera tiene 2013 como fecha más optimista de finalización, pero la parálisis de los fondos mineros pone palos en las ruedas. Si se cuenta que «han pasado veinte años desde que se habló de ello por primera vez», apunta Rufino Roces, se comprenderá el retraso y la urgencia de una obra capital para la recuperación del espacio urbano en la villa.

_ Los Talleres del Conde

El esqueleto de las viejas instalaciones de Duro Felguera junto al río quiere ser un recinto ferial y tecnológico, cuya obra ha arrancado con un millón de euros correspondiente a la financiación europea, aunque su finalización depende, una vez más, de otros seis millones que deben salir de los fondos mineros en el aire.

_ Metalsa

Las naves, vecinas de Valnalón y del Musi, «están ahí», vacías, «y conviene darles vida», reclama José Manuel Pérez, «Pericles», impulsor de la ciudad industrial y tecnológica de La Felguera. Las instalaciones, que forman parte de los restos de arqueología industrial todavía pendientes de uso en la villa, tienen una propuesta para ampliar hacia ahí el Museo de la Siderurgia, encerrado ahora en la torre cilíndrica del viejo refrigerante. Igualmente, tiene su potencial el edificio que albergaba las oficinas de Duro, hoy vacío.

_ El tren

En la comunicación de La Felguera con el resto de Ciudad Astur, esencialmente en buen estado para el vehículo privado si algún día termina el desdoblamiento de la carretera de los túneles de Riaño, hay una carencia al llegar al transporte público: «El ferrocarril no tiene un servicio adecuado», afirma Rufino Roces, «ni a Oviedo ni a Gijón. No podemos tener un tren cada hora a la capital o tardar una hora a Gijón».

_ El cuartel

La vieja casa cuartel de la Guardia Civil de Langreo se cae y la nueva, en la calle La Unión, está terminada y sin abrir por los efectos de la discrepancia entre el Ministerio del Interior y Sogepsa a cuenta de quién debe pagar el IVA de la obra.

_ Langreo Norte

Al Norte de La Felguera, en los terrenos que fueron de Nitrastur, «había un proyecto muy ambicioso» que José Manuel Pérez, «Pericles», no ha olvidado. «Hay un Valnalón en cuanto a superficie sin utilizar», apunta el impulsor de la ciudad tecnológica de Langreo señalando hacia los 150.000 metros cuadrados de terreno con instalaciones industriales en desuso.

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