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Esto no es una urbanización

La Fresneda, la tercera población de Siero, exhibe una cohesión social y una identidad que al decir de sus habitantes ha transformado en dos décadas un área residencial en un pueblo de verdad

Marcos Palicio / La Fresneda (Siero)

Bajo los soportales que rodean el rectángulo de la plaza Mayor, tomado al asalto por niños desbocados a la salida del colegio, hay dos sucursales bancarias, farmacia y librería,  dos bares con terraza, dentro de poco una cervecería, un videoclub, una tienda de regalos y otra de bicicletas, centro de fisioterapia y clínica veterinaria, peluquería y unos bancos de diseño que casi se quedan sin sitios libres cuando dan las cuatro de la tarde en el reloj que corona la fachada frontal de las tres idénticas que circundan la explanada. Es la hora, vienen los niños y a su encuentro algún padre que lleva un balón y una bici en una mano, dos monopatines y la merienda en la otra... Esto no es una urbanización. La conclusión va directa al hecho diferencial de La Fresneda, al «entramado social» que, al decir de sus habitantes, ha nacido y crecido aquí y ha conseguido que esto ya no quepa en la fría definición clásica del espacio residencial sin alma, de la ciudad dormitorio donde nadie conoce a nadie. Aquí las apariencias despistan, porque físicamente La Fresneda es exactamente eso, esta sucesión sin pausa de chalés pareados e individuales, entreverados de parques amplios y bloques de arquitectura variable pero uniforme que los manuales llaman urbanización. Rascando hasta el fondo, no obstante, alguien señala el ambiente del atardecer en la plaza como indicio de la existencia de una red de relaciones colectivas que ya no encajan en el modelo, que arriman esto a la personalidad e identidad colectiva de lo que siempre ha sido un pueblo de verdad. Uno que ni siquiera existía hace 25 años, uno fabricado a toda velocidad y recrecido, partiendo de la nada, hasta ser la tercera población del concejo de Siero, tras Lugones y la Pola. La suma da 4.189 habitantes contando sólo los empadronados oficiales e ignorando a los que quedan por censar, muchos, suficientes para sobrepasar los 5.000, en los cálculos de Ramón González Camino, presidente de la asociación de vecinos. Lo que no hace tanto era un terreno con pinta de humedal poblado de juncos aloja hoy una gran aglomeración urbana, pero aquí el gran cambio, perseveran sus vecinos, es una mutación social que ha edificado una villa auténtica. «Esto no es una urbanización. Ha pasado directamente de un solar a un pueblo de Siero». Así se lo devuelve el espejo a Benigno Fano, presidente del club de campo que fue la semilla, lo primero que se construyó de La Fresneda en los últimos años ochenta y el origen remoto de este patrón de poblamiento «sin parangón en Asturias» y en franco y sostenido progreso demográfico desde que los primeros habitantes se instalaron aquí, contra la incertidumbre, en junio de 1987.

En esta extensión de terreno levemente ondulado, limitado por los ríos Forcón y Noreña y la autopista «Y», quedó conquistado a partir de entonces otro de esos sitios que reclaman para sí el núcleo de las comunicaciones en el centro de Asturias. Quedó transformado en este lugar que ha pasado «en 24 años de cero a 5.000», pola nueva por excelencia que viene de doblar su población en la primera década de este siglo. Esta urbanización con alma de villa es un nuevo concepto urbano que ha progresado, aunque Asturias se deprima a su alrededor y ahora ya la ralentización del ladrillo haya borrado las grúas de su paisaje. Para explicar el fenómeno, Agustín Azparren, magistrado de la Audiencia Provincial de Oviedo y uno de los pobladores veteranos de La Fresneda, acude a la síntesis que dio en su pregón de las fiestas de este año. «Dije que aquí he tenido el privilegio de ver nacer y crecer un pueblo, algo que ahora es prácticamente imposible». Rosi Álvaro, que preside una asociación de mayores con un año de vida y noventa socios, asiente acordándose de su propia experiencia. Está tan acostumbrada a pasar por aquí saludando a izquierda y derecha que tiene que contenerse para no seguir haciendo lo mismo cuando camina por el centro de Oviedo. Esto, definitivamente, no es una urbanización. Hay centro cultural e iglesia parroquial, grupo de teatro y de montaña, ochote y asociación de mayores, una peña gastronómica desde hace veinte años, otra madridista con setenta socios y hasta un partido político propio con dos concejales, en el tope de su representación en el Pleno del Ayuntamiento de Siero. «Eso en una urbanización no pasa», concluye Azparren.

Aquí sí. En esta pequeñísima ciudad joven, joven por el tiempo que lleva en el mundo y por la propia estructura de su población, la forma ofrece algunas pistas sobre el contenido. El lugar en el mapa y las características muy peculiares del modelo de crecimiento pueden explicar el éxito de esta forma de vida nueva y peculiar que asoma por detrás de la demoledora estadística demográfica. La primera clave es geográfica, y evidente, el emplazamiento a siete kilómetros de Oviedo, casi «pinchando» la «Y» y a la espalda de uno de los primeros espacios comerciales que tuvo el centro de Asturias. A partir de ahí, al decir de algunos habitantes inquietos, las razones son económicas y de concepto. A saber: el esquema establecido por la constructora Los Álamos para popularizar este terreno de situación estratégica y el progresivo avance de la oferta de servicios a medida que crecía y se solidificaba aquella identidad colectiva, pero,  sobre todo, la poderosa razón del dinero. En la decisión de venir a vivir a La Fresneda, esta área residencial muy poco exclusiva que incluso empezó vendiendo vivienda protegida, pesaron el precio y la superficie de las viviendas, influyeron aquellos 140 metros cuadrados de adosado con jardín que aquí alguna clase media sí se pudo permitir porque costaban más o menos lo que un piso en el extrarradio de la gran ciudad, porque estaban cerca y aislaban al refugiado en la naturaleza. Muy al comienzo, se añadió también aquel principio estimulador del boca a oreja que representó la construcción, antes que edificios, de un club social de 150.000 metros cuadrados que señalizó y enseñó el espacio, que «vendió muchos chalés» en la prehistoria de la urbanización y hoy tiene 892 socios con una «regeneración constante de casi el diez por ciento anual», afirma su presidente. «Nosotros», Camino habla por los primeros «colonos» de aquel territorio incipiente, «fuimos los mejores comerciales de Los Álamos».

La primera publicidad de La Fresneda ofrecía «una pequeña ciudad amiga de la naturaleza». Hoy hay una extensa pausa verde intercalada entre las calles con nombres de árboles, se oye una lechuza en el intervalo que deja el ruido esporádico de los coches y el paseo arbolado en paralelo al río por donde corre un vecino solitario confirma aquella apuesta por un lugar para vivir aislado a siete kilómetros de la gran ciudad. «Muchos matrimonios jóvenes que vivían en el centro de Oviedo», resume Rosi Álvaro, «encuentran aquí una opción diferente y de más calidad», acaso la alternativa para marcharse de la ciudad sin tener que salir del todo y la opción híbrida entre la vivienda habitual y la casa de veraneo que ella identificó en aquella «aventura» de mudarse a La Fresneda. El punto de llegada de todo ese trayecto está hoy a la vista en una pequeña villa de servicios, en la consolidación de esto que Azparren define como «un concepto nuevo, un tipo de urbanización que se da en muchas ciudades europeas y que aquí no existía» hasta el alumbramiento y desarrollo de La Fresneda.

En el principio era un riesgo, bien lo sabe Ceferino González, comerciante que instaló su negocio de alimentación en la calle principal a comienzos de los noventa, cuando contaba con los dedos los que había alrededor. Ahora, la perspectiva de los escaparates de la plaza Mayor sin locales vacíos le dice a Ramón Camino que en la edificación de este espacio, «en 1992», se puede identificar «el símbolo del inicio del pueblo». A Cristina de Castro, vicepresidenta de la asociación de mayores, le quedan muy pocos servicios sin cubrir a salvo de algunos básicos: la reivindicación prioritaria de un instituto, la necesidad de un apeadero de tren, la solicitud de una senda peatonal «para no jugarse la vida al intentar salir andando de aquí» o, por pedir, el transporte público por carretera, esa paradójica asignatura pendiente en una población plantada en el centro de las comunicaciones de Ciudad Astur. La pelea del porvenir, eso sí, tiene un inconveniente común a todas las reivindicaciones y parecido al que sufre toda la periferia de este municipio heterogéneo con muchos núcleos de población con aspiraciones. «Nuestro mayor problema», concreta Benigno Fano, «es la dependencia administrativa de Siero, cuando la mayoría de los que vivimos aquí estamos más vinculados a Oviedo».

Pero el futuro, que ya no es lo que era cuando los primeros pobladores desbrozaron La Fresneda, tiene mucho que ver con este panorama, insólito hace algunos años, sin grúas a la vista. Van al menos ya dos años así, dicen aquí, condicionado el sostenimiento de la expansión por la parálisis inmobiliaria. «Terreno hay», sobre todo, al norte, en las inmediaciones del campo de golf, pero silencioso, a la espera del veredicto de la crisis económica sobre aquello que los planos de 1986 decían que sería La Fresneda: «Hay 1.500 viviendas», apunta Camino, «la urbanización estaba proyectada para 3.000, con una previsión de 12.000 habitantes».

Una pequeña ciudad nueva y un colegio como los de antes

La estampida de niños al sonido del timbre en el Colegio de La Fresneda puede servir para explicar por si sola lo que ha pasado aquí en el trayecto desde el solar vacío de hace 25 años a la explosión demográfica de hoy. La expansión de la urbanización sierense justificó la creación de un centro educativo propio a partir del 13 de septiembre de 1999, al principio con seis unidades de Primaria y cuatro de Educación Infantil, que duraron tres cursos. Ahora, doce años y cinco ampliaciones después, el colegio también ha crecido hasta doblarse, tiene veinte unidades, seis de Infantil y catorce de Primaria, dos edificios y 451 alumnos. Eso es más del diez por ciento de la población censada en La Fresneda y un colegio lleno, como los de antes, casi una extravagancia en la Asturias del envejecimiento, la despoblación y la tasa de natalidad más menguada de España. No hay más que mirar el tropel que toma el camino de los Pinos y la avenida principal cuando se acaba la jornada escolar. «Se programó con la gente que estaba censada», asegura Rosi Álvaro, y se fue quedando pequeño, tal vez en parte porque la realidad desbordó las previsiones de crecimiento y porque el censo sigue sin responder exactamente a la población real de la urbanización.

El caso es que a estas aulas hace tiempo que asisten ya generaciones enteras de niños autóctonos de La Fresneda que no han conocido más hogar que esta villa nueva donde se cuentan hasta tres guarderías y recientemente, confirma Cristina de Castro, también un centro para mayores, porque a esta población que crece como un pueblo vienen a incorporarse «cada vez más los padres que se han quedado solos para vivir al lado de sus hijos y sus nietos». Al calor de la explosión residencial progresa la oferta de servicios, los públicos y los privados, el centro de estudios y los que se anuncian en un tablón de anuncios del camino de los Abedules», una canguro, unas clases de inglés y «Teleplancha», «recojo tu ropa y la plancho por ti». Ese dinamismo de esta estructura urbana le ha venido bien al «proyecto Fresneda». Valentín Pérez García, gerente del centro de salud y padre de la idea, no se aventura a establecer la conexión entre esta población de características muy definidas, mayoritariamente joven e inquieta, y la «respuesta estupenda» que, según su valoración, ha recibido el plan para mejorar la salud a través de una gran batería de actividades colectivas dirigidas por voluntarios. Contra las críticas que ha recibido por la supuesta interferencia en el funcionamiento del centro sanitario, él manda por delante las cifras de los dos primeros años de funcionamiento: 20.000 horas de voluntariado, quinientos usuarios anuales y cerca de cuarenta voluntarios impartiendo las veinte actividades que están ahora en marcha. Las hay de todo ámbito, en una estrategia integral donde caben cursos de yoga y pilates y talleres de manualidades, pero también otras iniciativas, para aprender a alimentarse, a cuidar el medio ambiente, a compartir soledades o a dejar de fumar. Viene a ser un envite por la salud entendida en sentido amplio y por la promoción de estilos de vida saludables sin coste para el Gobierno del Principado, que ha notificado su voluntad de cancelar el programa en una tentativa que tras la presión ciudadana a través de las redes sociales se ha quedado en el anuncio de una auditoría para comprobar si interfiere en el funcionamiento del centro de salud. «Estamos a la espera de lo que se decida», apunta Pérez, cuestionado por los sindicatos por dejar bailar en el ambulatorio, utilizarlo para un proyecto «privado» o permitir que personas ajenas a él tengan la llave maestra, «pero no hay garantía de que los datos de esa auditoría se vayan a utilizar para mejorar el programa».

El «proyecto Fresneda», mientras tanto, tiene ya lista su versión 2.0, su frente siguiente en una estrategia basada en el «proyecto de salud en todas las políticas». En colaboración con el Ayuntamiento de Siero, la idea es ampliar la base que está puesta y dar directamente el paso siguiente: implicar a los agentes políticos y sociales para tener en cuenta las repercusiones sobre la salud pública al tomar todas las decisiones, pensar en términos de salud al implantar todas las políticas -desde la fiscal a la agraria o la industrial- y utilizar en provecho del bienestar común, avanza Pérez, «toda la evidencia científica sobre el impacto de cada política sobre la salud de las personas». Por algún sitio había que empezar, y para poner el punto de partida está ahí el edificio muy vanguardista, los volúmenes muy geométricos del centro de salud de La Fresneda y la iniciativa de Valentín Pérez. El médico no se atreve a aventurar que esto no habría sido posible en una población de hechuras diferentes a la de La Fresneda, «no sé si en otros sitios habría ido mejor o peor», afirma, «pero aquí la respuesta de la población ha resultado estupenda».

De La Fresneda a la Peña'l Gatu

Valentín Pérez Sánchez lleva 58 años viviendo en La Fresneda y tiene que dar explicaciones cuando alguien le contesta que hace 58 años La Fresneda no existía. Valentín vive en el pueblo que prestó el topónimo a la urbanización, de grado o a la fuerza, y que está muy cerca y se parece muy poco a ella, pero que existe. Al otro lado del río Noreña y de la AS-17, al salir del área residencial por la carretera de Viella hay caserías, hórreos y paneras, huertas, la capilla de San José... La Fresneda original y agraria, adonde llega el cartero preguntando si se ha perdido y demasiadas veces hay que contestarle que La Fresneda (La Fresnera en asturiano) es esto. Que fue lo primero que llevó ese nombre y que incluso lo reclama para sí en un mapa de la zona que está instalado en una pequeña plaza del pueblo. En el panel alguien ha tachado a conciencia, con pintura negra, el sitio donde se señaliza el área residencial como «La Fresneda» para rebautizarlo con un simple «urbanización» escrito a mano por encima. Las dos localidades homónimas se confunden y a veces ésta se diluye, protesta Jorge Coya, otro de sus vecinos. Allí pasan de 5.000 habitantes, aquí calculan unos 80 vecinos, y «el pez grande siempre se come al chico». Más allá de la cuestión toponímica, sin embargo, la versión integradora que dan en la urbanización constata que los servicios que atrae la gran expansión residencial de La Fresneda benefician a todos y que la nueva asociación de mayores, por ejemplo, «ha conseguido unificar también La Fresneda pueblo, porque tenemos ya algunos socios de allí», confirma Cristina de Castro, vicepresidenta del colectivo.

Pero en la parte más rural de este doble universo con el mismo nombre colea el asunto del topónimo. Valentín Pérez fue al servicio de cartografía a descubrir lo que se temía, que lo que hoy es el área residencial de La Fresneda está edificado en terrenos que la toponimia tradicional llamó «La Belga» o «La Llamarga» y alrededor de una finca que aquí se denominó, «según la toponimia antigua», «La Peña'l Gatu» y que se corresponde más o menos, dicen aquí, con el lugar que hoy ocupa el colegio público. Él, por si acaso, sigue reclamando lo suyo y al salir de los bares de la urbanización anuncia: «Voy pa La Fresneda».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El instituto

El centro que completaría el ciclo formativo preuniversitario en La Fresneda encabeza las reivindicaciones de esta población rejuvenecida que ahora debe estudiar la Secundaria en Lugones o en Llanera. A las respuestas negativas o no concluyentes de la Consejería responde Ramón Camino con la certeza de que «hay que seguir reivindicándolo» por el volumen de alumnos de la urbanización. «Seguramente el año que viene se hará en Asturias por lo menos un instituto», asegura el presidente de la asociación de vecinos, «y nuestra intención es que se haga aquí. Vamos a seguir pidiéndolo».

_ El acceso

Esta localidad situada en el mismo nudo de las comunicaciones viarias del centro de Asturias está «aislada peatonalmente», protesta Camino. Porque «intentar salir andando de aquí es jugarse la vida», otra de las reivindicaciones apunta hacia una senda peatonal a Lugones que, de momento, carece de proyecto y financiación.

_ El tren

En La Fresneda duele ver que una vía férrea bordea la localidad y no poder coger el tren. Es una línea que se utiliza solamente para el transporte de mercancías, que viene de Tudela Veguín y enlaza en Lugo de Llanera con la ruta a Oviedo y a Gijón, pero que alienta la aspiración de tener en el futuro un apeadero aquí que complete las comunicaciones de la urbanización.

_ El autobús

La conexión del transporte público por carretera con Oviedo ha mejorado desde hace algunos años. «Ahora hay unos horarios establecidos que se están cumpliendo», agradece Ramón Camino, pero en la senda para mejorarlos surge, apunta Benigno Fano, un obstáculo achacable a la ausencia de Oviedo del Consorcio de Transportes de Asturias. El caso es que el autobús urbano de la capital del Principado ya acaba en Siero, en Lugones y en Parque Principado, a unos kilómetros escasos de La Fresneda, y que la urbanización vive pendiente de un compromiso del Consistorio ovetense de estudiar su prolongación hasta aquí.

_ El polideportivo

La obra está prácticamente finalizada y pendiente de inauguración por los efectos de una discrepancia entre el Ayuntamiento de Siero y la empresa adjudicataria de los trabajos.

_ Los servicios

La población creciente de La Fresneda no rechazaría, concluye Ramón Camino, la apertura de una oficina de Correos o un incremento de la presencia policial en sus calles.

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