La vida bajó a la vega

La Riosa urbana, edificada por el auge de la minería, trata de reinventarse explotando su singularidad de pequeña villa tranquila pegada a la montaña y próxima a la gran ciudad

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / La Vega / La Ará (Riosa)

Su nombre lo dice. La capital riosana ocupa la escueta vega formada por la confluencia de los arroyos Grandiella, Llamo, La Xuncar y Code. Ellos alimentan al Riosa y excavan un valle de vertientes asimétricas. La occidental es una pared vertical caliza que limita la sierra del Aramo, mientras que la oriental se acomoda sobre el suave y modesto cordal pizarreño.

Antes del ciclo minero el gran contraste de ambientes, derivado de la diferencia de alturas en un pequeño espacio, proporcionaba a la comunidad campesina recursos ganaderos aprovechables durante todo el año sin salir de su propio territorio. Cuyos núcleos, soleados y a media altura, explotaban los altos pastos de la plataforma cimera cárstica del Aramo, y huían del sombrío fondo de valle. La antigua capital, Felguera, y Doñaxuande, La Xuncar, Villamir y Muriellos constituían núcleos de pocos centenares de habitantes que organizaban el aprovechamiento de un territorio difícil.

La Riosa urbana, la que ocupó la vega central, es un producto elaborado por la minería del carbón. Riosa fue pionera de la minería. A pesar de su relativo aislamiento la expansión hullera se vinculó a algunos de los principales hitos de la industrialización asturiana y española. Primero, para surtir a la Fábrica de Armas de Trubia. Después, empresas como Minas de Riosa y Hulleras de Riosa explotaron el yacimiento, sacando la producción por un ferrocarril de traza espectacular, hoy convertido en apacible paseo,  hasta La Pereda en Mieres. Más tarde, Ensidesa se hizo cargo de las explotaciones, hasta su paso a Hunosa. La dependencia local respecto al pozo Montsacro ha sido total en las últimas décadas y explica en buena parte lo que hoy vemos.

La capital, impelida por la fuerza de la gravedad y las vías de transporte, bajó a las vegas centrales en 1880. Desde ellas va conformando una pequeña villa que busca unirse al pozo minero a través de varios núcleos que van colmatando la vega y formando un único espacio urbano, así reconocido en la normativa urbanística pero desconocido para el nomenclátor y  las estadísticas. Lo que normalmente se conoce como Riosa (villa), o La Vega Riosa, alcanza por el Norte las instalaciones mineras del Monsacro y se descuelga hacia el Sur por Piedrafita, Las Agüeras, El Tocote, La Ará, Prunadiella, La Marina, La Vega, Nixeres y La Pontialta, dando forma a una pequeña villa de algo menos de 2.000 residentes, a la que observan desde arriba las aldeas. Como otros en las comarcas mineras, Riosa pierde población en su concejo y única parroquia. De 2.551 pasa a 2.170 en lo que va de siglo. De 1.892 a 1.717 en el núcleo urbano. Casi todos menguan, salvo La Vega, que estira sus residentes de 344 a 351, acogiendo población procedente de los pueblos altos, donde el declive es rápido, a pesar de su impresionante paisaje y su historia y patrimonio  minero, simbolizado por el poblado de Rioseco y sus minas de cobre.

La Vega vive asombrada por las moles del Aramo y del Monsacro, referencia simbólica de la región y elemento patrimonial de primer orden, ilustración hoy del desapego asturiano hacia su patrimonio histórico y cultural y hacia sus símbolos fundacionales, en un proceso de alienación y aculturación que incorpora mitos y símbolos foráneos de forma acrítica y hasta con una falsa pose universalista.

Riosa bajó con la minería al fondo de valle y conformó su villa, que hoy vive la incertidumbre y avatares propios de un fin de ciclo, desde su «tocote» y sus colominas de La Ará y Nixeres. Hoy, Riosa mira más hacia Oviedo que hacia Mieres, entre otras cosas por las dificultades de comunicación y transporte público. La geografía determina el mundo riosano, que gira sobre sí mismo, formando una peculiar unidad de poblamiento con las urbanizaciones de La Foz de Morcín, la otra ala que por el Norte se inserta profundamente en el Montsacro. Mientras dure la minería hay vida, después habrá que reinventar la realidad local. La propia de una burbuja territorial milenaria y de paisaje mítico que le da su fantástica singularidad, de mínima ciudad enclaustrada entre muros calizos, que ofrecen un especial atractivo y calidad para la función residencial y para las actividades terciarias de marca apoyadas en la sociedad local. Hoy, como siempre, las ideas son más importantes que el cemento y hay ya poco dinero para más cemento. Iniciativa local, sitio y apoyo para la población joven y sus proyectos vitales, y cuidado minimalista de un paisaje y de un patrimonio singular como referencias para mantener llena de vida y actividad la burbuja riosana.

 

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