En la cresta de la Pola

La capital sierense toca su techo demográfico en plena expansión urbana, pero buscando a la vez un nuevo patrón de desarrollo menos descontrolado que suba su apuesta por la calidad residencial

Marcos Palicio / La Pola de Siero (Siero)

«Todavía puedes vivir aquí». La invitación define las pretensiones de una villa en plena expansión residencial. Está escrita en un cartel que vende pisos delante de una torre muy alta a rayas, negra y gris, con trece plantas y casi 100 viviendas, vecina de un edificio arquitectónicamente atrevido, asimétrico, de volúmenes muy geométricos recubiertos de espejos, y en su interior, un auditorio que no ha cumplido aún ocho meses de vida. Esto, que no se lo parece en absoluto al visitante que ha vuelto después de una década, también es hoy la vieja Pola de Siero. En el extremo más oriental de su trazado urbano, corazón del ensanche poleso y emblema de la pretendida evolución de la Pola hacia un nuevo concepto de ciudad, con todas las letras, hay un vecino que viene de la plaza de Les Campes, centro histórico, casas bajas con corredores y calles estrechas peatonalizadas, a traer la sospecha de que mucha gente en este lugar «no ha adquirido aún la sensación de residir en una ciudad. Siguen viviendo en la Pola antigua, pensando como en un pueblo». Sin asomo de crítica, Enrique Meoro, presidente de la asociación Amigos del Roble y orgulloso poleso de los «viníos» -así se llaman aquí los pobladores importados-, ha descubierto sin querer una de las esencias de esta población que busca el punto de la mezcla entre aquello y esto, la combinación armónica entre la vieja y la nueva Pola. Es la certeza de que existen las dos y están juntas en ésta, fundida la del origen rural con la de la vocación urbana, la casa de piedra con el amago de rascacielos y el suelo empedrado con los paseos ajardinados. Una es aquella villa de manual, la de siempre, el destino adonde se viene para salir del pueblo sin abandonarlo del todo y la capital ganadera de España, todavía con el mercado donde se venden más reses del país, el segundo de Europa. Junto a ella, se ha ido acomodando este expansivo paisaje urbano, el de la tranquilidad residencial y el edificio vanguardista adonde va a dar la avenida del Alcalde Parrondo, esta que siempre dio nombre a la carretera N-634 a su paso por la Pola y que para no desentonar con el entorno ha transformado recientemente el tramo final de la travesía en un bulevar con jardines. Después de todo, puede que esta villa de hoy se siga reconociendo en la descripción que el escritor Juan Antonio Cabezas dejó hace cuarenta años al pasar por aquí en el viaje que compuso su «Biografía de una región»: él ya dijo que esto era en 1970 «la muy antigua y muy moderna Pola de Siero».

Siero Este, la expansión inacabada, salpicada de grúas, ventanas con carteles de «Se vende» y esqueletos de edificios en construcción, es el fin de esta villa, y no sólo físicamente. La Pola acaba aquí, donde la vieja carretera a Santander se va camino de Nava. Pero además de la frontera geográfica, esta sucesión de urbanizaciones nuevas marca el punto de llegada de la integración metropolitana de una población en pleno proceso de cambio que sin embargo se pregunta, al decir de algún poleso inquieto, si de verdad era esto lo que quería ser. «Tal vez es el momento de pensar en dar a la villa un carácter residencial más amplio», opina Vicente Montes, presidente de la Asociación de Vecinos Prau Picón. «Necesitamos un plan estratégico», abunda Ramón Quirós, director de la Fundación Municipal de Cultura de Siero, «que refleje con precisión qué tipo de ciudad o de territorio queremos, si nos conviene uno difuso de tipo americano, con su coste ambiental más alto, u otro más compacto, de inspiración más europea o mediterránea. Se trata de saber si queremos realmente una ciudad más amable con el ciudadano, con aceras más anchas, más plazas que rotondas, un carril bici...». Un libreto, una brújula, un guión, un plano para salir del laberinto de mármol que, a lo mejor es casualidad, decora el patio central de uno de los edificios de factura reciente de Siero Este.

La de Montes sería una villa apacible, «un lugar de paz y de orden a imagen de las poblaciones tranquilas que patrocina el movimiento Slow», pero la respuesta definitiva sigue flotando en el aire. A lo mejor el problema es el que Javier Pintado, comerciante local, señala en el abigarrado caserío de la capital, que «nunca hubo un plan que integrara toda la Pola», aquella villa de siempre con esta otra de ahora pretendidamente enfocada hacia el futuro. Que sigue anclado ahí el gran debate, postergado aquí mientras duraron las vacas gordas del ladrillo, soslayado durante la «potentísima presión urbanística que hizo primar en algunas ocasiones los intereses económicos sobre los de ciudad» y al final responsable inmediato del aspecto actual de esta villa que encaja sin calzador en la concepción urbana expansiva de los comienzos del siglo XXI, cuando el frenesí edificador no dejaba tiempo para pararse a pensar en modelos de desarrollo: «Siempre que hay un progreso inesperado», observa Vicente Montes, «se da un desorden en el crecimiento». «Si hacemos que esto sea habitable», propone Pintado, «la gente no se marchará. Lo que ocurre es que estamos creciendo sin hacerlo habitable». El alcalde de Siero, el socialista Guillermo Martínez, rehúye un futuro similar a aquel pasado en el que en el mercado inmobiliario esta villa sólo competía por los precios de su vivienda y su suelo urbanizable. «Tenemos capacidad para absorber un mayor crecimiento», apunta, «pero el futuro tiene que pasar por una mayor calidad de vida en mejores condiciones de habitabilidad, por más servicios y equipamientos». La calidad antepuesta a la cantidad. Otra cosa.

En el eslogan que incita a venir a vivir al rascacielos poleso del edificio «Mirador» está oculta una oferta de calidad residencial que pasa por ser la clave de la teoría sobre el futuro de esta villa muy urbana que reclama para sí el centro geográfico de Asturias. La capital sierense ha relanzado su capacidad atractiva hasta ser la octava población más populosa de la región y evolucionar en abierta contradicción con la Asturias depresiva de la demografía decadente. Pola de Siero, según la opinión de Meoro, «la localidad asturiana mejor comunicada con los cuatro puntos cardinales», ha vuelto a reubicar su tope histórico de habitantes en 2010, 12.363, en sostenido ascenso desde los menos de 11.000 que iniciaron el siglo aquí. Montes observa en el dato absoluto el resultado de los flujos migratorios internos del municipio y los procedentes del vaciado del entorno inmediato -«Bimenes, Nava, Sariego...»-, pero también introduce un matiz a la vista de la pirámide poblacional, con su base de gente joven todavía «no lo suficientemente amplia», a su juicio, «para la garantía de un futuro serio». La capital del cuarto Ayuntamiento más poblado de Asturias no lidera, sin embargo, los núcleos más habitados de su concejo, sobrepasada como está la Pola por la emergencia de Lugones, aunque en esa clasificación haya particularidades destacables, circunstancias que, en la versión de algún vecino, definen el progreso de orígenes «muy diferentes» que han experimentado las dos localidades. «La Pola se nutrió fundamentalmente de los flujos de población interior del municipio», aclara Quirós, mientras que «Lugones se alimentaba sobre todo de la vecindad y el crecimiento de Oviedo».

La vieja Pola, siempre la villa de referencia de su entorno agrario, remolcada en todo momento por los servicios y el comercio y con el centro señalizado por la silueta blanca y redondeada de una plaza de abastos hoy en desuso, trae de lejos esta inclinación a ser urbana que hoy se manifiesta tal vez con más intensidad que nunca. Lo dice Gregorio Fonseca, poleso autóctono, profesor jubilado y directivo de Amigos del Roble, que retrocede a buscar ejemplos hasta los años sesenta y setenta del siglo pasado para hacer memoria y recordar que la capital sierense «tenía ya entonces todos los elementos que definen a una ciudad: su casco antiguo, su primer ensanche, una zona obrera y hasta ciudad jardín». Casi medio siglo después, la pregunta irresuelta por el paradigma de crecimiento y lo que la villa quiere ser de mayor esconde la absoluta certeza sobre su enorme potencial de futuro. Y precisamente porque resulta evidente que tiene recorrido, dicen aquí, importa tanto encontrar el mejor modo de darle respuesta. A esta localidad centrada en la convergencia de tres autopistas se le avecinan los trenes que vienen, por ejemplo, con la construcción del polígono de Bobes, «un millón de metros cuadrados de suelo industrial como probable elemento dinamizador del empleo y la población», avanza Quirós, y tal vez una oportunidad de seguir explotando su geografía centralizada, su oferta de vivienda a precios más asequibles que en la gran ciudad y aquella placidez que hoy ilustra un hombre durmiendo tranquilamente al mediodía en un banco del parque Alfonso X.

El problema es que la onda expansiva del estallido inmobiliario ha perdido fuerza, que en las ventanas de un solo edificio de Siero Este se cuentan cinco carteles de «Se vende» y dos de «Se alquila», además de unas cuantas persianas bajadas, y un vistazo al atasco de las entradas a la villa al atardecer hace pensar en algún peligro contra la identidad secular de la capital sierense. Al decir de Manuel Freije, presidente de la sociedad de festejos, «Oviedo corre el riesgo de ser a la Pola», afirma, «lo que Madrid a Majadahonda, una ciudad dormitorio». Pero además de darle vueltas al modelo, para que la villa siga haciéndose mayor habría que profundizar en los servicios, interviene Vicente Montes. Se refiere a la sanidad, por ejemplo, a una guardia pediátrica, y a la educación, con un incremento de la capacidad en la instrucción infantil, toda vez que «la escuela de cero a tres años tiene capacidad para cuarenta críos, cuando probablemente la población de esas edades no esté lejos de los trescientos». «Sin eso, que es lo que mueve a la gente», concluye, «no vamos a poder seguir siendo receptores de población».

La plaza de abastos, de «catedral laica» a «mausoleo» vacío

La plaza de abastos, ese triángulo de cubierta redondeada y perímetro acristalado que Ildefonso Sánchez del Río ideó para alimentar al sector más vigoroso de la capital sierense, el comercial, tiene una lejana afinidad morfológica con un corazón. Fue justo eso lo que el edificio quiso ser en 1928, precisamente ésta la misión que ha perdido en 2011. Hoy, el mercado cubierto aún sirve para identificar el centro de la vida de la villa y comprobar que la Pola, salta a la vista, se mueve a su alrededor. Alrededor, porque dentro no hay nada. Casi recién rehabilitado,  el inmueble está hoy cerrado y vacío, y sobre su función únicamente da una pista el mensaje pegado en una hoja sobre la cristalera que anuncia que será colegio electoral en las elecciones generales del 20 de noviembre. Más allá de su arquitectura poderosa, un hito del diseño de la época sostenido sin columnas, el edificio ha reducido su misión a la de ser la divisa de la tradición comercial de esta villa, al recuerdo de cuando «fue la avanzadilla de las grandes superficies», «el Carrefour de los años treinta», «una novedad en España» devenida en el siglo XXI a esta «incógnita» de usos ocasionales que la Pola necesita despejar. O eso dicen las definiciones muy gráficas de Enrique Meoro a la vista de ese inmueble que, sin vida, «parece el mausoleo de Lenin».

No va a ser fácil. Ese triángulo de hormigón armado y vidrio que lleva más de ochenta años pegado a la avenida Alcalde Parrondo fue el emblema que «identificó siempre a la Pola comercial», enlaza el presidente de Amigos del Roble, y su vacío es ahora «comentario diario en la villa». La plaza cubierta se ve demasiado para que pase desapercibida, para que no duela su falta de contenido y su espera, dos años después de concluida su restauración, por un acuerdo que la haga revivir con el retorno de los comerciantes, con un uso alternativo o mixto entre lo mercantil y lo público. El modelo de gestión propuesto combinaba el destino comercial con el lúdico y el Ayuntamiento de Siero aún aguarda los resultados de un informe de la Consejería de Sanidad, avanza el Alcalde, sobre el grado de compatibilidad de las dos funciones previstas. La «catedral laica» de la Pola, que eso es la plaza de abastos en la definición de Guillermo Martínez, ya vive un «impasse» demasiado largo, acepta el regidor. El cargo y la cuantía del coste de mantenimiento justificó uno de los últimos desencuentros, mientras en la voz del vecindario resuena una petición de «consenso entre todos, incluidos los políticos, para darle -concluye Meoro- un uso satisfactorio».

El debate se oye alrededor de los soportales del edificio, ellos sí cumplen su función dando cobijo a los paseantes cuando llueve y hace frío, señala Valentín Fuente, directivo de la Sociedad de Festejos. «A mí me gustaría que volviese a ser una plaza de abastos», tercia Vicente Montes, «otra cuestión es que ahora sea posible o no. Eso sí daría un aire comercial a la localidad», remata, pero incluso si resulta que al final no hay modo, que se cumplen lo pronósticos de quienes no ven disposición de acuerdo y retorno del comercio a la plaza, la mentalidad práctica polesa puede llegar a descubrir otras posibilidades. Ramón Quirós rememora que uno de los proyectos que superó las cribas en el concurso de la rehabilitación «la planteaba como una plaza pública cubierta, con todo el perímetro abierto, recuperada como espacio público de convivencia», «como un lugar de estancia y tránsito para la colectividad donde podrían fomentarse actividades comunitarias de tipo social, cultural o cívico».

De momento, la vitalidad del sector de los servicios -el que da casi el setenta por ciento de los empleos totales del concejo de Siero- se percibe fuera de la plaza de Sánchez del Río. En las dimensiones del comercio -«cerca de 130 socios» en la suma de las dos asociaciones de la villa, calcula Javier Pintado- o en la iniciativa del centro comercial abierto, un plan de unificación de actividades que lleva en el logotipo, qué si no, la silueta del mercado de abastos.

En la iconografía urbana de la Pola hace muy poco tiempo que la plaza cubierta rivaliza con otra fachada acristalada, unos metros más arriba, en la misma calle central y con su voladizo saliente sobre la acera. El contenido del nuevo gran auditorio, obra del arquitecto José Benito Díaz e inaugurado en marzo, avanza con las dificultades propias del momento económico complejo, aunque Ramón Quirós festeja el arranque y su promedio «de entre quince y veinte actos al mes». Este edificio y los dos que le acompañan en la avenida, la Casa de Cultura y la Escuela de Música, son en la visión del Alcalde una evidencia de la transformación del espacio urbano poleso, el símbolo de la «nueva centralidad» de la Pola y un ejemplo de lo que pide, a su juicio, ese futuro con mejores equipamientos, más servicios y esta «potencialidad cultural atractiva no sólo para Siero, también para toda la comarca del Nora y los concejos limítrofes».

La villa muy urbana donde no se pierde el ganado

Falo Moro, compositor poleso integrador, autor de los himnos del Oviedo y del Sporting, resumió al máximo en la letra de un pasodoble las singularidades distintivas de su villa natal. «Tres cosas tiene la Pola», escribió, «que no las tiene Madrid, la fiesta de Les Comadres, Güevos Pintos y el Carmín». El calendario festivo importa mucho en esta villa que tiene en la plaza de Les Campes un monumento a la danza prima con cuatro bailarines de hierro en el lugar donde, dice la placa en el suelo, nació la romería del Carmín en 1695. Aquí la fiesta vertebra y cohesiona, pero el hondo hecho diferencial de la Pola admite otros muchos recovecos enraizados en la historia remota de esta villa, encabezados, tal vez, por la compraventa de ganado.

El mercado, uno de los privilegios que Alfonso X «El Sabio» concedió a esta población en la carta puebla de 1270, ha llegado a 2011 presumiendo de compartir con las fiestas la resistencia al paso del tiempo, de ser prácticamente la única actividad tradicional que mantiene un vigor económico apreciable en la capital sierense. Tanto ha crecido que el recinto poleso es el primero de España y el segundo de Europa en atención al volumen de reses comercializadas. Esta villa conciliadora, a medio camino entre el pueblo y la ciudad, siente la crisis de lo agrario por mucho que todavía gane con el ganado y que en ella el peso de la actividad pecuaria esté a la vista en las cifras del mercado, cuyo recinto, cosas de la expansión urbanística, ha quedado instalado justo al lado de la nueva zona más urbana del trazado poleso. Por aquí, al lado de la torre de trece pisos que marca el límite de la Pola por el Este, pasaron el año pasado 130.725 cabezas. Hace años que la cifra baja por la crisis y son alguna menos que en 2009, pero todavía representan el 24 por ciento del total de reses comercializadas en los mercados adscritos a la Asociación Española de Mercados de Ganado (ASEMGA). En euros, el movimiento anual superó los 43 millones y desde que el mercado se trasladó, en 1992, a su ubicación actual -antes se vendieron reses en Les Campes o bajo el paraguas de hormigón de Ildefonso Sánchez del Río en lo que hoy es la estación de autobuses-, el volumen total es de casi 2,4 millones de reses y 893 millones de euros. La Pola lidera la clasificación nacional desde 2003.

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El último enlace

Para vender calidad residencial en el mismo centro de Asturias Pola de Siero va a necesitar un último paso definitivo hacia su accesibilidad: la conclusión de los enlaces con la Autovía Minera, retrasados pero al parecer inminentes y «de una gran influencia para todo el concejo», al decir del alcalde de Siero, Guillermo Martínez.

_ El Oeste

No está el mercado inmobiliario para excesos, pero el Ayuntamiento de Siero no aparca el proyecto de la extensión de la Pola hacia el Oeste, el soterramiento de las vías de Feve con una losa en la zona del antiguo matadero y el traslado de la estación de ferrocarril para conectarla con la de autobuses. El plan «se pretendía financiar con la construcción de unas 1.000 viviendas, pero es evidente que el mercado no está en disposición de asumir el proyecto a corto plazo», asume el regidor.

_ El verde periurbano

A la apuesta por la calidad de vida le falta el parque periurbano del río Nora, 30.000 metros cuadrados de gran zona verde pública destinada a área de expansión urbana cuyas obras comenzaron el año pasado con un apreciable retraso y han sido paralizadas por el Principado en su última fase.

_ La Pola antigua

La tarea de «recuperar la imagen del casco histórico» de la capital sierense figura entre las prioridades municipales, junto a la certeza de la parálisis que la crisis económica ha inducido en la rehabilitación de algunos edificios. El plan de Guillermo Martínez mira «al corto y medio plazo» con el propósito de «rehabilitar de forma inminente algunos espacios públicos libres para que mediante cesiones temporales puedan ser disfrutados por los vecinos».

_ Los coches

El tráfico es un apartado esencial en el trayecto de Pola de Siero hacia la calidad de su oferta residencial. «Mayor calidad de vida es», dice el Alcalde, «mayor papel para el peatón y menos para el coche, pero sin olvidar que el acceso en vehículo es muy importante para el comercio local y que tenemos que disponer de aparcamientos disuasorios que permitan que esa actividad se desarrolle en las mejores condiciones». Hay estudios de «zona 30» en algunas calles, pero siempre teniendo presente que «el comercio cuenta, y mucho, en la Pola».

Artículos relacionados

La Pola en conserva

Marcos Palicio

Juan Antonio Martínez Camino, secretario general de la Conferencia Episcopal, ensalza la ...

Villa-vintage

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez

Histórica población transformada en núcleo metropolitano en consolidación, la Pola trata de ...