No sólo sol y playa

Con su doble vida de pausa invernal y veranos bulliciosos, Salinas alienta el desarrollo de su sector servicios y expone una peculiar y variada materia prima turística que tiene aún, al decir de algunos vecinos, mucho recorrido por delante

Marcos Palicio / Salinas (Castrillón)

Al final de la avenida del Príncipe de Asturias, un restaurante sin mesas libres a las dos de la tarde de un martes de agosto ha hecho desistir a dos grupos de comensales que han llegado a la vez con hambre de la playa de Salinas. Enfrente del largo arenal castrillonense, varios niños reciben lecciones de surf en seco, con las tablas en reposo sobre la acera peatonal de tránsito incesante en el paseo del Cantábrico, y unos pocos metros hacia el interior, a salvo del bullicio de la mar, una señora exagera por teléfono el mal tiempo del agosto asturiano delante de su coche recién aparcado, al fin, en la pequeña plaza que comparten la iglesia y la biblioteca de Salinas: «Te llamo luego, que voy camino de la playa, aunque va a nevar; está feísimo». Seguro que no va a ser el mejor, pero aquí está el verano de Salinas. Es esa parte del año en la que la villa dobla la población que le atribuye el censo para todo el año, pero también el barniz que, al decir de algún habitante permanente, disimula un rato a duras penas cierta sensación de orfandad y abandono. «La riente playa de Avilés», en expresión de Aurelio de Llano, es ahora la máscara con la sonrisa pintada que camufla, según algunos, el resquemor de la periferia arrinconada, de la población con potencial de desarrollo que no aparece en los indicadores de las autopistas y anuncia mucha materia prima turística pendiente de rentabilizar.

Esta villa residencial abrazada para siempre al mar y al verano, al sol y a la sal, esta población de evidente monocultivo turístico tiene su caserío señorial inconfundible tendido a espaldas de una playa de más de dos kilómetros de longitud y expone en esa fachada marítima peculiar un potencial para la comercialización del verano que sobresale al primer vistazo. Es aquí donde el periodista asturiano Juan Antonio Cabezas quiso ver ya en 1970 «el Benidorm de la Costa Verde», aunque después el tiempo haya exagerado considerablemente la distancia entre los dos conceptos. Hoy Salinas no es Benidorm, ni siquiera Llanes ni Tapia de Casariego. Ha labrado su propio modelo de explotación turística que tiene su público abundante y apenas encuentra en la costa asturiana analogías para su paisaje de chalets unifamiliares señoriales y nobles que comparten el espacio con algunos bloques de pisos muy altos y muy urbanos. Diferentes. Éste no es el veraneo de hotel y pensión completa. Aquí los indicadores callejeros de alojamientos dirigen solamente hacia un hotel y un hostal. Que son los que hay, los únicos, configurando «un caso inusual en un pueblo de vacaciones» donde esas ausencias y la falta de interés por cubrirlas adelantan sólo un ejemplo del recorrido que, según una versión que aceptan aquí visitantes ocasionales y residentes a tiempo completo, tiene por delante el turismo en su papel de sector esencial del que se nutren indiscutiblemente todos los demás.

En la calle Galán, atornillado a la fachada de la Oficina de Turismo de Salinas, un reloj de esfera doble marca siempre las mismas horas, según por dónde se mire son las tres y veinticinco o las diez y diez, imposible saber si de la mañana o de la noche. La imagen de las manecillas desacompasadas y del tiempo supuestamente detenido les va a venir bien a los que piensan que el repertorio de recursos daría para muchos más beneficios. A grandes trazos, la asignatura pendiente se llama «potenciar más el sector servicios», se lanza Vicente Quintanilla. Él preside la Cofradía de la Buena Mesa de la Mar, que entre otras actividades gastronómicas es la «madre» del «único museo de anclas del mundo al aire libre», que está desde septiembre de 1993 en La Peñona, el promontorio que cierra por el Oeste el arenal de Salinas, y que vino entonces a tratar de colaborar para conseguir exactamente esto que todavía hoy alguien sigue echando de menos aquí: apuestas decididas para demostrar que «si se promociona más el turismo todo el año» y se aprovechan mejor las posibilidades, que a su juicio «las hay y muchas», esta villa podría sacarse más partido. Está hablando del museo, sí, pero también de lo mucho que gusta para el surf la «Concha de El Espartal», del Real Balneario reconvertido en restaurante de lujo con estrella Michelin o de la fidelidad a Salinas de su abundante público de generaciones y generaciones, de segunda residencia a tiempo parcial. Se refiere, asimismo, a la comunicación fácil con el centro de Asturias, al aeropuerto a la vuelta de la esquina, a los 440.000 metros cuadrados de playa en bajamar... Mirada desde La Peñona, Salinas expone su fachada marítima inconfundible de arena casi hasta donde alcanza la vista, de chalets y villas bajas de todas las épocas y estilos interrumpidos de pronto por cinco bloques de trece plantas seguidos en primera línea de playa, «los gauzones», plantados justo antes de las dunas de El Espartal y las antiguas chimeneas de Asturiana de Zinc. Salinas es diferente y en opinión de algunos habitantes de todo el año no se siente a veces tratada como tal.

Eloy Martínez, presidente de la asociación de vecinos, alza la voz crítica de los que han recibido llamadas de forasteros desorientados que han llegado hasta Cudillero sin encontrar la dirección hacia esta villa que no está anunciada en la autovía. Eso es un síntoma, dice, sólo aparentemente intrascendente y a su juicio indicador del «abandono» que resquema en la villa. Hay otros. Quintanilla lamenta que a La Peñona le siga faltando la declaración oficial de museo porque no se reúne el patronato, que a veces le falle el mantenimiento y la protección del entorno o que desde otros países hayan venido a copiar un modelo que aquí, a su juicio, se aprecia lo justo. Desde el Ayuntamiento, la alcaldesa de Castrillón, Ángela Vallina (IU), replica que  habrá patronato en el museo cuando la Cofradía de la Buena Mesa de la Mar «respete la ley de igualdad» y admita mujeres y mientras, a lo suyo, Eloy Martínez identifica otros pequeños detalles a su juicio reveladores de cierto descuido en una villa que se alimenta del turismo. Le duele, por ejemplo, la suciedad alrededor de «La maquinina», una vieja locomotora de la Real Compañía Asturiana de Minas expuesta para solaz del turista saliendo de un túnel en el extremo del paseo marítimo donde arranca la avenida Juan Sitges, frente al balneario. Martínez aventura que «si estuviese en otra comunidad autónoma, Salinas estaría como un espejo» y Jorge Prado, componente de la asociación Amigos de la Música de Salinas (Amimusa), dice que ha escuchado el resumen de todo esto en una frase que se le repite desde niño: «Los de Salinas con la playa tienen bastante».

Y la villa puede ofrecer mucho más en opinión de los que la viven a diario, estos los que siguen aquí cuando se vacía el arenal, entran el otoño y el invierno y en el edificio donde reside Eduardo Sobrino, vocal del colectivo vecinal de Salinas, aguantan «doce de los 48 vecinos. En agosto estamos al noventa por ciento». Es entonces cuando su compañero Pedro Luis Álvarez experimenta la sensación, desconocida ahora, de poder aparcar «casi donde quieres», se activa el reverso de la doble vida de la villa y «más o menos el cincuenta por ciento de la población desaparece». Oficialmente, Salinas ha cerrado la primera década del siglo XXI con 4.453 habitantes que reducen en más de trescientos los del principio del milenio, pero puede que nos números no digan la verdad. Aquí los cálculos tramposos de la segunda residencia avanzan que hoy y durante todo el verano «puede haber a ojo fácilmente 10.000 o 12.000 personas», conjetura Martínez, y que el recuento oficial no tiene medios para calcular el fenómeno del «doble residente», de todos esos «que están empadronados en Oviedo y viven la mitad del tiempo allí y la mitad aquí», retrata Quintanilla. 

En Salinas, además, la peculiar distribución del suelo no deja que sobren solares y ha disparado los precios hasta situar a esta villa en las alturas de la clasificación que ordena las localidades de Asturias con la vivienda más cara. El dato publicado en enero por el Colegio de Agentes de la Propiedad Inmobiliaria ha rebajado la media del metro cuadrado construido en Salinas de 6.000 a 4.800 euros, pero sigue siendo el doble del promedio de Oviedo y el más alto de las poblaciones costeras asturianas. Un resultado visible es que los jóvenes «se van a Piedras Blancas, que tiene más vivienda y más asequible», y que la población permanente de aquí se resiente mientras progresa el recuento global de la de Castrillón. La construcción se ha resentido de la crisis, pero hay aquí quien sostiene que el fenómeno está en proceso de reversión y que Salinas encajaba hace una década y media mejor que ahora en el paradigma de la «ciudad dormitorio» sin vida invernal. Victoria Suárez, «Vian», comerciante con tienda en el centro de la villa y presidenta de la asociación profesional del comercio castrillonense, observa en el entorno de la travesía de la carretera N-632, por aquí avenida del Campón, «cada vez más familias jóvenes con niños».

Del hotel Esperanza a la esperanza de un hotel

El hotel se llamaba Esperanza y el nombre le viene bien. El edificio modernista sigue haciendo esquina entre la avenida Príncipe de Asturias y la calle Luis Muñiz, en el eje comercial de Salinas, y hace tiempo que no es un hotel. La propiedad del inmueble lo tiene en obras para transformarlo en apartamentos turísticos. Los contactos con las cadenas hoteleras no percibieron intereses en mantener el uso histórico del edificio, afirma la alcaldesa de Castrillón, y la empresa presentó hace algunos meses un estudio sobre el mercado de la comarca de Avilés en el que se sostenía que la dotación de Salinas es suficiente así. Con un solo hotel y un hostal y con voces que adivinan lo contrario. Miguel Loya, propietario del Real Balneario de Salinas, da por cierto que sólo con la clientela de alta gastronomía y banquetes «podría llenar un hotel y no sólo en verano, también los fines de semana de todo el año». Es en este ámbito de las plazas de alojamiento, le acompañan aquí, donde se hace especialmente evidente que a Salinas no se saca todo el partido que podría y Vicente Quintanilla rescata una imagen del último festival de longboard, a finales de julio, y de «los visitantes ingleses y alemanes preguntándome si había un hotel cerca». «La plaza del Mercado sería un sitio bueno», aventura Eloy Martínez, «pero allí se están haciendo viviendas sociales. No tenemos nada en contra, obviamente, pero nos parece que el lugar no es el más adecuado». Incluso la Alcaldesa cuestiona el dictamen de los análisis que no le acaban de ver la rentabilidad a un hotel en Salinas. «Ahora que va a abrirse al público la mina de Arnao», enlaza Ángela Vallina, «y con el atractivo que tiene Avilés desde la entrada en servicio del centro cultural Niemeyer, un establecimiento así sí debería tener rentabilidad, aunque pudiese bajar en invierno».

Descendería porque es cierto que «el invierno es muy duro», regresa el presidente de la asociación de vecinos, pero también que no es a veces tan fiero como parece, que no hay comerciantes que cierren en temporada baja. «Resistimos todos», afirma Victoria Suárez desde detrás del mostrador de su tienda en esta villa de servicios que acumula aproximadamente «un tercio de los socios» de la asociación de comerciantes del concejo de Castrillón, «unos cuarenta». Aun así, «vivimos todo el año como los agricultores, mirando al cielo», y así como la oferta hostelera y de restauración está, a su juicio, bien servida en la villa, «en el capítulo del comercio tal vez necesitaríamos algo más. Entiendo que los tiempos no están para lanzar cohetes, pero tampoco sobraría un incremento», concluye, «aunque lo que de verdad necesitaríamos sería que en invierno viniera el invierno y en verano el verano».

La demanda camina a la par de otra, le van a acompañar algunos de sus vecinos, que reclama alguna implicación de la población heterogénea que ocupa esto que, sí, «es un pueblo», «elegante pero pueblo», apunta «Vian», y que sin embargo no tiene identidad de pueblo», le sigue Jorge Prado. Un paseo por Salinas en agosto no le va a dejar mentir. El ambiente de la villa de veraneo, hecho de visitantes ocasionales y habitantes fijos discontinuos a tiempo parcial, enseña por qué a Eloy Martínez le cuesta «movilizar a los jóvenes» o por qué Vicente Quintanilla, presidente de una cofradía con 150 componentes, vio al llegar «una asociación de vecinos muy activa con una actividad turística y gastronómica y una inquietud musical muy importante», pero a la vez alguna dificultad al «buscar la fórmula para conseguir que sea todo más participativo». A Pedro Luis Álvarez le sirven como ejemplo los cuatrocientos socios a los que no llega la asociación vecinal de Salinas, cuando la de Raíces, con sus 2.400 habitantes, algo más de la mitad de la población, «alcanza los ochocientos componentes».

Emerge de ahí la cohesión social que Jorge Prado reclamaba en la apertura del repaso a las asignaturas pendientes y que curiosamente coincide con una de las demandas que se oyen también en Piedras Blancas, la capital de este concejo que da a Avilés continuidad urbana. En su tentativa de hacerse un sitio propio, de hacerse ver sin indicador en la autopista y de enseñar una oferta cultural que ligue socialmente a la villa, Piedras tiene que evitar que se la coma la onda expansiva del nuevo Avilés del Niemeyer igual que Salinas defiende, a su escala, su singularidad frente a la cabecera del municipio. Prado, componente de «Amimusa», un colectivo comprometido desde hace cinco años con la enseñanza y la promoción de los primeros pasos de carreras musicales, expone la inquietud de que «con el Valey -el gran centro cultural inaugurado este enero en Piedras Blancas- la cultura en Castrillón se olvide de la periferia. Nosotros trabajamos con la gente que empieza y no necesitamos un escenario de cuatrocientas plazas. Está bien que exista, pero la cultura de base también es importante».

La importancia de saber subirse a la ola

El ancla del yate «Fortuna», de la Casa Real, es el último que ha «fondeado» en La Peñona para ilustrar la ligazón indisoluble de Salinas con su mar. El Museo de Anclas, inaugurado por el Rey el 30 de septiembre de 1993, iniciativa de Agustín Santarúa, periodista de amplia trayectoria que tuvo el sueño de prolongar el espacio expositivo a lo largo de todo el paseo marítimo de Salinas, espera por la fragata «Asturias» y pasa de las veinte áncoras expuestas a lo largo del promontorio adentrado en la mar desde el extremo oeste de la «concha de El Espartal». La singularidad el único museo de estas características en el mundo «debería estar incluida en las visitas del Niemeyer», sugiere Miguel Loya. El propietario del Real Balneario, habla de aprovechar el tirón, de conseguir que esta villa con mar ideal para el surf consiga «subirse a la ola» de la nueva fuerza de arrastre que llega desde Avilés. Habla en realidad de rentabilizar las singularidades, y de lo exclusivo sabe quien lleva las riendas de un restaurante de alta gastronomía literalmente «metido» en la playa, en un edificio que es reminiscencia de los veraneos de postín de Salinas en los años veinte reconvertido en casa de comidas y con estrella «Michelin» renovada ininterrumpidamente desde 2005.

La lubina «al champagne» que se hace en casa de los Loya desde que mandaba Félix, el padre de Miguel, es en Salinas uno de esos productos únicos, que sólo se pueden encontrar aquí y que forman parte del material explotable de esta villa que mira al mar y más allá. Que pide ayuda para venderse mejor, para ir eliminando la imagen de algún visitante que pregunta «qué es aquello» mientras señala al Museo de Anclas o para diversificar en lo posible su oferta. «Me llega mucho turista que viene exclusivamente a comer al Balneario y muchas veces», persevera, «el problema que tengo es que no llegan a Salinas, que aparecen en Cudillero».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ Un indicador

Para vivir del turismo es evidentemente imprescindible una visibilidad que Salinas echa en falta con reiteración. No está anunciada en la autovía y en el Real Balneario, protesta Miguel Loya, son relativamente frecuentes las llamadas de comensales perdidos que han pasado de largo sin encontrar el camino para entrar en la villa. La alcaldesa de Castrillón, Ángela Vallina, asegura que «desde el Pleno se solicitó al Ministerio de Fomento hace ya dos años» sin respuesta. «Seguiremos insistiendo».

_ Un centro de salud

Algún vecino pide uno «en condiciones» que refuerce al que Salinas comparte ahora con Raíces, «con autobuses que paran cada dos horas, cada cuatro los domingos, en la avenida del Campón». La Alcaldesa replica que «depende del Principado», que por el momento «no lo contempla» y que en todo caso la prioridad es la ampliación del equipamiento de Piedras Blancas, «que atiende al resto de la población del concejo y se ha quedado pequeño».

_ La vivienda

En la población costera que tiene el suelo construido menos barato de Asturias está a punto de concluir la obra de 92 viviendas protegidas para jóvenes menores de 35 años. En los bajos irá una sala de estudios, «porque la biblioteca no reúne condiciones adecuadas para los estudiantes», explica la Alcaldesa, y entre otros equipamientos está previsto incluir además un local de ensayo.

_ Pensión incompleta

A Salinas, dice una voz con eco en la villa, le falta un hotel que complete la oferta escasa de esta población donde sorprende la poca iniciativa interesada en la explotación de algún alojamiento aparte de los pocos que están en servicio en la actualidad, un hotel y un hostal.

_ El museo

La Cofradía de la Buena Mesa de la Mar, gestora del museo de anclas del promontorio de La Peñona, lamenta que el mantenimiento del espacio expositivo al aire libre, a cargo del Ayuntamiento de Castrillón, no evite a veces los ataques a su patrimonio, que se promocione poco y que el Consistorio no convoque el patronato, bloqueado por la polémica a cuenta de la admisión de mujeres en la cofradía.

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