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Menos silencio y más sensibilidad

Sames sobrevive perdiendo población y buscando las alternativas a la degradación ganadera en una mejor explotación de los recursos de los Picos

Fermín Rodríguez y Rafael Menéndez / Sames (Amieva)

Sames es una pequeña población de tipología rural de sólo setenta residentes, capital del hoy encogido, demográficamente hablando, concejo de Amieva, que no llega a los mil residentes, aunque es grande en extensión y rugosidad. Sames está en la parroquia de Mián, colgada en una hombrera, caliza y arcillosa, debajo del Pierzu. Enfrente tiene el paredón del Bescova, labrado en las cuarcitas de la escama de Sebarga, uno de los mantos de corrimiento que atormentan el relieve del oriente interior de Asturias. Entre ambos, profundamente encajado, corre el Sella y no por un valle sino por un beyu, por donde se desliza, serpenteante, la fantástica carretera del Pontón, la nacional 625, monumental obra pública de fines del XIX,  que hoy es una auténtica carretera-parque o vía de interés paisajístico sobresaliente, que contiene en su recorrido un puerto de trazado comparable al mítico Stelvio y un desfiladero como el de los Beyos, tan espectacular como el de Sottoguda, en el corazón dolomítico italiano.

Es Sames pequeña capital de un mundo de montaña extrema al que los ganaderos se adaptan y del que obtienen recursos para producir tarrales y quesos originales, unos y otros con personalidad, fruto de una dilatada pericia ganadera, no fácil  de conseguir y que ha dado los ricos pastos del concejo. 

Las vías históricas de comunicación con Sajambre, en la cabecera del Sella, y con la vertiente sur de la cordillera iban a media ladera, no escondidas en el desfiladero. La senda del Arcediano comunicaba, entre otros, a Sames, Carbes, San Román y Amieva, lo que explica que el Ayuntamiento tuviera asiento en Sames, situado sobre el principal camino de comunicación con Sajambre. La construcción de la carretera del Pontón cambió el eje de gravedad de Amieva hacia el valle del Sella , con sus beyos y escuetas vegas, que atraen desde entonces equipamientos, establecimientos turísticos y comerciales y también los servicios municipales, incluido el propio Ayuntamiento, situado hoy en Precendi. Otros servicios se localizan en Pervís y Santillán

Sames ni siquiera es el pueblo con más residentes, título que deja a la localidad de Amieva, paso obligado hacia los pastos de Angón. Los pueblos del eje de la carretera principal son hoy los que mejor aguantan el declive demográfico de un concejo asentado en la especialización ganadera que busca pacíficamente nuevas actividades y funciones que le permitan sobrevivir como miembro vital del sistema territorial asturiano. De ahí que Sames, en la época del automóvil (de la moto y de la bici) y de la carretera como nexo fundamental entre el poblamiento rural y el mundo, haya quedado al margen, un tanto escondido al ojo que escudriña, impresionado, el paisaje de Amieva. Una de las tarjetas de visita que se debería presentar para ofrecer la cara más bella de Asturias-montaña.

Amieva es junto a Ponga el paradigma de esta percepción. Una pareja ésta, la de Amieva y Ponga, la de Asturias y montaña, cuyo fruto fue el ganadero y su género de vida el de vaqueros y pastores. Hoy esa cultura tradicional se ha degradado. Ha perdido funcionalidad. Ya no sostiene ni a la escasa población de esta mínima pola de Sames. Es preciso buscar otras funciones para ocupar dinámicamente el territorio. Probablemente éstas salgan de una conjunción inteligente, y sofisticada,  de varios componentes obligatoriamente mezclados en y desde las polas. Uno de ellos es la propia actividad ganadera, que ofrece poco pero de mucha calidad; otros son las carreteras y el paisaje, que se entrelazan para crear y hacer sentir espacios especiales para el ocio y el deporte; otro es el gusto, relacionado con lo pequeño, lo excelente, lo tradicional y lo sano. Gusto al paladar y gusto al urbanizar. El emplazamiento de la vieja pola es perfecto, a media ladera, soleado y templado, bien orientado, sobre buenos suelos. La vegetación, exuberante, con limoneros, naranjos y alguna que otra palmera, que comparte quintana con pequeños huertos en los que brota el cebollín, delante de casonas con empaque y galería y al lado de viejos establos forrados de musgo. El pavimento variado, lechadas de asfalto y el socorrido grijo que entrevera el desgastado hormigón. Por encima, un trenzado de cables va saltando de columna en columna de hormigón pretensado. Las que en su día tanto hicieron por la electrificación rural son hoy perchas de las que cuelgan cajas de registro, un dédalo de cables y farolas de los chinos. En el medio, coches, esparcidos a voleo. Sames no es una pola al uso, sin duda lo fue, y puede volver a serlo. Hace falta sensibilidad para apreciar y valorar su silencio, que no debería ser el de la soledad sino el de una nueva reurbanización que no incluye mantener, a modo de obeliscos, dos columnas de hormigón y otros tantos palos de teléfono flanqueando una preciosa fuente de cantería, construida a expensas de un benefactor local en 1888, que centra una recoleta esquisa.  

Hay un gran camino que recorrer y está claro que Sames y otras polas como ella no pueden hacerlo solas. Pero hay movimiento e iniciativas sensibles, como la que recrea la magnífica tienda, restaurante, hotel, vinoteca, cibercafé, puesto de chuches y almacén de coloniales que es Casa Chili, loft a un andar, donde sólo el mostrador separa ambientes, señalados por la mesa dispuesta para atender a un grupo de comensales, que tienen en las baldas de enfrente escogidos vinos y al lado, pero no mezcladas, calientes zapatillas para encajar en las igualmente expuestas madreñas. Uno más de la decena de establecimientos de turismo rural que toman como base el hermoso patrimonio edificado, los caminos históricos o la creación de nuevos equipamientos a partir del  importante patrimonio cultural.

Pero, a pesar de la participación en los programas europeos de desarrollo rural, en las iniciativas de la mancomunidad, y de proyectar al exterior la producción quesera y las actividades ligadas al parque nacional, la población continúa su lento declinar. No queda otra que porfiar en la resistencia al proceso, desde la convicción de que los flujos turísticos, la existencia del Parque, la ordenación de sus accesos y de su urbanismo debe replantearse para que las pequeñas localidades y concejos tengan su oportunidad, y no sólo las villas principales de la comarca obtengan beneficios.

El paisaje incierto

La situación de Sames, como las de Panes, Alles o Benia, no es sostenible. Estamos llegando a una situación de no retorno en la que peligran los concejos que no alcanzan los mil habitantes y las cabeceras concejiles que no llegan a los dos centenares. La gestión y aprovechamiento del parque nacional como recurso para el desarrollo sostenible de estas poblaciones indican el severísimo fracaso de una figura de conservación que tuvo un parto problemático del que derivó una infancia aún más dificultosa. No ha mejorado lo que había, el veterano parque de la montaña de Covadonga, del que habría que recuperar, al menos, el nombre. Y plantea retos inciertos para su gestión coordinada entre tres comunidades autónomas y muchos ayuntamientos, sin que la tendencia invite hoy al optimismo.

Sames sobrevive, y con buena cara, la que le da su magnífica integración en el paisaje de alta montaña, con la tipología edificatoria rural tradicional, con sus recias casonas, con su pasar ajeno al ruido exterior, su contagiosa tranquilidad. Pero necesita más actividad, una ordenación urbana sensible, más vitalidad, más población joven y, para ellos, más oportunidades, que hay que buscar debajo de las piedras. Las ideas mueven a los pueblos y a las iniciativas, pero ellas salen de las inquietudes, que desaparecen si no queda gente. Finalmente, el último eslabón es el proyecto. Hay que trabajar en esta secuencia mientras se pueda, apoyando más desde el exterior, desde la Administración y desde la sociedad civil, desde la población vinculada pero que no reside habitualmente allí, desde la que disfruta el territorio para diversas actividades de ocio. Todos ellos junto con los residentes permanentes deben concertar un nuevo modelo urbano para ésta y otras pequeñas polas asturianas.

 

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