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De la escuela al geriátrico

Sames deja a la vista su transformación demográfica en los cambios de uso de sus edificios públicos: el viejo colegio es residencia de ancianos y el salón de baile Ateneo cultural

Marcos Palicio / Sames (Amieva)

Vistas una junto a otra, dos imágenes tomadas con un siglo de diferencia hacen aparentar que Sames ha cambiado poco. El pueblo de hoy se parece al de ayer si se toma distancia y se vuelve a contemplar con perspectiva, desde el camino que se aleja de la capital de Amieva hacia la ermita de Santa María de Mian. Más o menos el mismo tamaño, la agrupación similar de casas montaña arriba... Pero la superficie miente, confirmarán luego algunos vecinos; otro gallo canta paseándola desde dentro y escuchando el testimonio de algunos que si no han recorrido todo ese siglo aquí, sí han asistido a los cambios en butaca preferente. Tita Fernández, que nació en Sames, que se marchó y ha vuelto ya para siempre después de más de tres décadas en Avilés, ofrece una clave señalando ese edificio pintado de verde. Era su escuela y se ha transformado en residencia de ancianos, en emblema y metáfora de lo mucho que ha cambiado la estructura demográfica de este pueblo sólo aparentemente inmutable. En 1924, informa el rótulo de la fachada, se edificó para muchos niños; en 2010 ya se ha quedado pequeña como vivienda tutelada para apenas una decena de ancianos, toda vez que unos metros más allá, en una finca junto a la iglesia, empiezan ya las obras de lo que será una residencia más grande, con capacidad para veinte plazas y asociada a un centro de día.

Paseando entre 22 hórreos, varias recias construcciones de piedra bien rehabilitadas, seis casas de aldea, dos apartamentos rurales y el bar-tienda Casa Chili, nadie se pierde por las cuestas de Sames. Este pequeño pueblo trepador, asegura Tita Fernández, también engaña visto desde Argolibio, la aldea que asoma en la peña de enfrente a este picu de Ories por el que sube la capital amievense. Parece mentira, pero desde allí «se ve llano», afirma.

Por la calle empinada que pasa ante la vieja escuela verde se acaba Sames por el Este. Calle arriba se abandona el pueblo hacia el cementerio y la ermita de Santa María de Mian, la edificación más antigua del concejo, de factura original prerrománica y hoy reconstruida con restos de un románico tardío, pero ahora Tita Fernández señala hacia abajo. Allí hay inmueble de propiedad privada que también guarda las memorias de otro pasado, porque su finca acogió a la Casa Consistorial cuando la de Amieva era todavía una capital con ayuntamiento. A mediados del siglo pasado, según la explicación del Alcalde, la ruina del edificio se conjuró con la lejanía de la carretera que acompaña al desfiladero de los Beyos hacia el puerto del Pontón y León para llevárselo a Precendi, al pie de la N-625. El razonamiento, no obstante, no estará completo sin saber que el alcalde de entonces, afirma el regidor de ahora, tenía una tienda en Precendi.

El caso es que la capital perdió el ayuntamiento y además cambió su iglesia por otra muy peculiar. Moderna, con singular tejado a un agua y campanario triangular. Hace dos décadas que «pisó» la antigua, de principios del siglo pasado, «con una torre, una campana grande y dos pequeñas», recuerda Tita Fernández, que protesta porque no quedan ni las piedras que la componían, que han terminado siendo utilizadas, dice, para construir una capilla... en San Juan de Parres. El diseño de la sustituta es «demasiado moderno», sentencia Urbano Crespo Vega, «sobre todo para el que conoció la que había».

A ambos lados de la iglesia, y de la casa rectoral en ruinas, la salida de Sames encuentra dos amplios chalés que insinúan esa nueva orientación del pueblo hacia el poblamiento ocasional de «mucho veraneante que viene los fines de semana y en vacaciones», retrata Tita. De camino hacia la parte más alta de este lugar «bien conservado, sin barbaridades», entre los hórreos, las casas pulcras con corredores -aquél sostenido por dos pegoyos de hormigón- y alguna en estado de ruina, después de pasar la huerta en la que se afana Elena González surge lo más nuevo del pueblo. O lo más recientemente adecentado para tratar de darle vida. Ese edificio que se levanta al final de una cuesta, a la entrada de esta pequeña plaza y pegado a una fuente de la que ya manaba agua en 1888 es el Ateneo, una conquista popular inaugurada tras su rehabilitación en diciembre de 2004 y una batidora para la memoria de Tita Fernández. Porque la planta de arriba fue salón de baile, recuerda, y aquí abajo, al nivel de la calle, estaban los lavaderos, «uno grande y cuatro individuales».

Ahora es salón de actos y de exposiciones porque así lo quiso el pueblo. En 1932, durante la II República, se abrió la suscripción popular para la construcción del inmueble que debía calmar las ansiedades culturales del pueblo, pero hacia 1935 el agotamiento de los fondos llevó a los vecinos a pedir auxilio económico a la Diputación Provincial mediante un escrito que explicaba cómo habían sido los propios habitantes quienes, «henchidos de entusiasmo», habían asumido todo el esfuerzo de un «propósito encaminado a elevar el nivel cultural y con ello el rango de nuestra noble e hidalga Asturias...». Después, como el tiempo toma sus propias decisiones y ha resuelto que en Sames vaya cambiando casi todo, fue salón de baile, lavadero público y al final, por fin, Ateneo.

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