Balcón metropolitano

La capital sotobarquense, con un caserío diseminado asomado a la ría del Nalón, percibe vientos de cambio con el asentamiento de áreas industriales y la revalorización de su función residencial

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / Soto del Barco (Soto del Barco)

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Soto del Barco se asoma a la ría del Nalón, desde una privilegiada localización, que no le ha servido, hasta ahora, para salir de la atonía dominante en las últimas décadas. Lentamente comienzan a percibirse vientos de cambio, de la mano de la integración metropolitana, que sitúa áreas empresariales en el alto del Praviano, y de la revalorización de la función residencial, orientada hasta ahora más a la segunda residencia, pero con potencial de atracción también en primera. 

Es una villa que ha optado por mantener una estructura laxa, atlántica, diseminando su caserío sobre la amplia rasa y el valle del Nalón, en un paisaje de viviendas unifamiliares individualizadas, sobre una red irregular de caminos tradicionales, con pocas concentraciones, algunas viviendas colectivas y un importante patrimonio edificado relacionado con la emigración americana. Sólo en el entorno del cruce carretero que caracteriza su localización se produce un cierto abigarramiento de construcciones, en una villa de atractiva integración entre el caserío y el paisaje de la rasa costera.

La villa, en sentido extenso, ocupa prácticamente todo el territorio de la parroquia y tiende a estabilizar su población sobre los 1.500 residentes, el tamaño de una villa entre mediana y pequeña. De ellos, 700 corresponden al propio Soto y el resto a barrios y lugares próximos. Aún no ha conseguido parar totalmente la pérdida de población, aunque algunos barrios que localizan las nuevas construcciones sí han logrado crecer en la primera década del siglo. Es el caso de Llago, La Magdalena, La Bimera o Rubines. En cambio, El Castillo, La Florida, Foncubierta, Caseras, La Llana, La Marrona y el propio Soto siguen con el declive, aunque menos que en el pasado.

Soto muestra un peculiar atractivo en su plano irregular, construido por las personas a partir de su iniciativa e historia. No está vinculado a los regularismos urbanos, tan reiterados en las ciudades y villas mayores y en las nuevas urbanizaciones. Ello le da una personalidad y una integración paisajística en las que reside su gran atractivo actual, recurso a conservar en los nuevos desarrollos urbanos, que no deben cambiar la personalidad de la villa, hecha de historia y trayectorias vitales de gentes anónimas. Es un pequeño caos ordenado, que produce al viajero una fuerte impresión, impregnada de historia, melancolía, tranquilidad y ausencia. Una sorpresa en cada recodo, en cada casa, en los modelos no repetidos, hoy ya amenazados por las pequeñas urbanizaciones de chalés que introducen la economía de medios, recursos y su simplificación geométrica.

Riqueza histórica, cultural, frente al ordenancismo que implanta seguridades de no agresión al bien común, pero deja los modelos del «feísmo» habitual, el que ha caracterizado el urbanismo español de los  últimos 50 años. Y es también indicio de la ausencia de reflexión sobre cómo diseñar el crecimiento y al mismo tiempo retener el atractivo de estas pequeñas localidades, sin convertirlas en pueblos fantasmas o en lugares sin personalidad definida.

Soto es, así, un lugar abocado a la reflexión sobre el crecimiento urbano y el paisaje, abriendo caminos que superen la languidez y la nostalgia de tiempos no mejores, pero sí más vitales. La impronta indiana, tan presente en el bajo Nalón, contribuye a dar personalidad a esa nostalgia, que no abandona al viajero en todo el recorrido por la hermosa villa, que no concentra su poblamiento. Lo desparrama en pequeñas agrupaciones, que alternan jardines, huertas, pequeñas praderías, arbolado, bosques, originando un paisaje variado de enorme atractivo.

Soto tiene recursos y localización, comunicaciones y suelo. Falta el empujón definitivo que permita _cerrar la fase de estancamiento, tan común a todo el territorio occidental asturiano, incluso en los ámbitos costeros. Una villa de futuro y la puerta de entrada a una de las Asturias más singular, a uno de sus varios componentes espaciales en los que se concreta la diversa realidad de Asturias, ese fantástico rompecabezas territorial. Soto abre el bajo Nalón, país de ensueño atlántico, que comparte con lusos, gallegos y macaronésicos, un mismo espíritu oceánico, individualista y dulce, que hace bello el vivir y anticipa el espíritu marinero, comerciante, aventurero y navegante de las villas que son su entorno y vendrán a continuación. Por todas ellas, por las más bellas.


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