Taramundi tiene tela

Pilar Quintana, artesana del telar y pionera del turismo, evoca el duro renacer de la villa en los 80, el «impulso por hacer cosas» y «los que me decían que estaba loca»

Marcos Palicio / Taramundi (Taramundi)

El callo en la palma de la mano derecha es «de cerrar los botes de mermelada». La herida da testimonio de que Pilar Quintana Arredondas, la penúltima artesana tejedora de Taramundi, sigue sintiendo el impulso de aquel día de los últimos años ochenta en el que entendió a la primera que el invento desconocido del turismo rural podía funcionar en la villa. De repente, en aquel pueblo que languidecía «se podían hacer muchas cosas» y ella decidió que era capaz de hacerlas con las manos. Como siempre. Por necesidad y por convicción, por supervivencia y confianza en las propias posibilidades, porque dice que «sabía que iba a funcionar» desoyó admoniciones agoreras, puso el telar y el obrador a pleno rendimiento y además de piezas únicas de tela empezó a fabricar y vender las confituras, los dulces o los licores que todavía hoy llenan las estanterías de su nueva tienda de Ribadeo, junto al telar. Ahora se venden con una etiqueta que resume en dos palabras, debajo del nombre de pila de la autora y del topónimo de su pueblo, lo que más de veinte años después siguen vendiendo ella y Taramundi: «Tradición viva».

Pilar Quintana, bisnieta, nieta y madre de artesanas del telar, aprendió el oficio al lado de la abuela Pilar desde los once años, pero con el tiempo necesitó ser algo más que tejedora -«nunca pude tener el telar solo»- y aceptó su cuota de protagonismo en la elección de las armas con las que Taramundi decidió enfrentarse al deterioro de lo rural. El turismo. En aquellos inciertos últimos años ochenta, recién sustituida la vieja casa rectoral taramundesa por un modernísimo hotel de cuatro estrellas, «los mismos albañiles» trabajaron en la rehabilitación de su casa de aldea para transformarla también en alojamiento rural. Abrió el comercio un día capicúa -«el ocho del ocho del 88»-, y poco después el negocio turístico, con todo tan en mantillas que la casa «estuvo dos años sin dar de alta», rememora, «porque ni siquiera había legislación».

En la tienda, el telar y la casa de aldea, en la prehistoria de la mezcla de turismo con artesanía que ha dado cuerda a Taramundi hasta hoy, ella y su familia comprobaron lo muchísimo que cuesta arrancar «cuando eres el primero en hacer las cosas. No sabíamos ni si iba a venir alguien, ni qué necesidades íbamos a tener», ni si tendrían razón los descreídos que «me decían que estaba loca». Ni siquiera si el obrador de las mermeladas podría empezar a funcionar, porque ya con el dinero gastado «no me daban el registro sanitario si no tenía un autoclave, una olla con capacidad para trescientos botes que ocupaba más que el telar. Del susto pasé tres días con fiebre, después tuve que llamar al consejero y decirle que no quería hacer mermeladas como la fábrica de Hero».

Lo arregló. Ese «algo que me impulsaba a hacer cosas» acabó por imponerse a los inconvenientes y hoy, cerca de un cuarto de siglo después, el telar, la tienda y los apartamentos rurales siguen aquí. Siguen aquí y allí, porque mientras el comercio, el alojamiento y el Museo del Telar se quedaron en Taramundi en herencia y al cargo de su hija Susana, el negocio de artesanía de Pilar y el telar de toda la vida funcionan desde hace un año en Ribadeo, por aquello de no hacerse la competencia. «Dos tiendas en un sitio tan pequeño no dan», explica Quintana, «y además yo tenía muchos clientes de toda esta zona, de Navia, Tapia, Ribadeo...». De cara al público, con el telar bien a la vista en el establecimiento, Pilar Quintana ejerce el mismo oficio que dio de comer a Carmen, su bisabuela, a la abuela Pilar y a su hija -«a mi madre la saltamos»-, pero de otra manera. Entre otras muchas piezas, ahora hace a mano vestidos de novia y enseña una colcha «como las que hacían las abuelas, de las que ya no las hace nadie más en España». Tampoco quedan tejedoras en Taramundi fuera de su familia, pero sus nietos Laura y Miguel ya se complacen en enseñar a los niños turistas en un telar en miniatura que forma parte de lo que se enseña en el museo. Pilar se recuerda en el Taramundi de antes como ellos en el de ahora, aprendiendo a fuerza de mirar en casa, pero después, también, perfeccionando la técnica por fuera, «incluso en otros telares más modernos, aunque no me gusten nada». Prefiere el de la bisabuela, aquél que se había perdido y que Quintana encontró por casualidad al reconocer las hechuras de «una colcha que tenía mi madre» en aquella que se utilizaba para envolver los muebles en un anticuario de Oviedo. «Lo compré por 130.000 pesetas, lo restauré entero» y ahora forma parte de las piezas del museo. Su herramienta es la de siempre, aunque la técnica se haya pulido -por ejemplo en Madrid para saber hacer «sombreros, tocados y flores de la misma tela» de los trajes de boda- y refinado al lado de José Arroyo, «el único artista del tapiz que queda en España y que llegó a trabajar con Joan Miró».

Tirando del hilo, la artesana sacó la medalla de plata de Asturias de 2000 por ser «la mujer más emprendedora del medio rural». De aquella recepción del Príncipe de Asturias a los premiados surgió la idea, materializada después, de una exposición de tapices hecha a medias con el pintor Antonio Suárez, galardonado también en aquella edición, y más adelante, un paso llevando al siguiente, el regalo institucional del Principado a don Felipe y doña Letizia el día de su boda fue un tapiz fabricado con las manos de Pilar.

Todo a partir de aquella etapa heroica de los comienzos del Taramundi reconvertido en destino turístico, de aquella época que sobrevive en el recuerdo. Era cuando muchas veces los de dentro del pueblo frenaban y los de fuera empujaban hacia delante, cuando aquel señor de Madrid, «al que me gustaría volver a ver», al saber de las dudas de Pilar sobre el lanzamiento al vacío que era entonces un negocio para turistas en Taramundi «me cogió por el hombro y me dijo: "pon unos tapones en los oídos y olvídate, porque vas a salir adelante"». «El primer día ya vendí 5.000 pesetas».

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