Una Trasona tras otra

La parroquia corverana, «tomada» por la industria siderúrgica que modificó su paisaje agrario, aloja ahora todos los hoteles del concejo y tiene ante sí una nueva reconversión hacia un futuro turístico y residencial

Marcos Palicio / Trasona (Corvera de Asturias)

Gudín, casi el barrio más oriental de la parroquia de Trasona, tiene una escuela empotrada en una subestación eléctrica. Hay un patio con columpios y toboganes, y un grupo de niños juega con toda naturalidad delante del espeso bosque de torres de alta tensión. El edificio se ha hecho un sitio al borde de la carretera AS-19, la antigua de Avilés a Gijón, a su paso por Corvera, y sólo se separa de la instalación industrial a través de un muro blanco que suaviza el contraste con su decorado de dibujos infantiles: unas setas, unas flores, un tren con payasos... Y unas vacas, acaso las pocas que se pueden encontrar ya en un vistazo a este barrio de Trasona que dicen que un día fue verde y rural. Hoy, en Gudín, frente al colegio, está también la planta química de Fertiberia y por detrás pasa demasiado cerca la inconfundible sucesión kilométrica de naves de Arcelor-Mittal, ahí las de la vieja acería LD2. Aquella fusión física del pueblo con su industria es un resumen válido de lo que ha sido de Trasona en el último medio siglo largo. La forma transparenta el fondo, la normalidad de los niños que juegan en el parque puede bastarse sola para sintetizar lo que ha sucedido desde que la vieja Ensidesa se instaló aquí en los años cincuenta del siglo pasado. La siderurgia explica el aspecto, el pasado y el presente de esta villa peculiar, que se alarga acompañando a la fábrica, pero no necesariamente su futuro. Hace tiempo que se hizo evidente que la industria ha atenuado su antigua fuerza de arrastre, que hay otras Trasonas y que están en ésta. Cuando se dejan de ver las naves y las chimeneas, la parroquia enseña un embalse con posibilidades de atracción turística y una urbanización y un campo de golf, un centro comercial que fue el primero de la comarca avilesina y tres hoteles que son todos los del concejo de Corvera: «Pasamos de ser totalmente industriales a esta transición en la que veremos a ver qué pasa con el futuro», informa Fonsi Martínez, ex presidenta de la Asociación de Vecinos «La Paloma».

Trasona, parroquia sin un gran núcleo de población de referencia, con poco más de 2.000 habitantes en el último censo de 2010, se obliga a confiar en el paisaje verde y abierto que no se ve desde la travesía industriosa de la AS-19. Aquí su apariencia urbana se aloja en un pasillo recto trazado en paralelo a la carretera y atrapado entre las murallas fabricadas por la industria y el progreso: por un lado, la planta química de Fertiberia y la autopista «Y»; por el otro, las naves interminables de la acería. La Marzaniella, el núcleo más poblado de la parroquia, sirve como ejemplo. El poblado es una sucesión de bloques clónicos de dos alturas y fachadas de distintos colores pegados a la fábrica, haciendo calles casi gemelas identificadas con nombres de mares del mundo. Aún hoy es «Ensidesa» la inscripción que se lee aquí hasta en las tapas de las alcantarillas. No en vano fue la empresa la que lo construyó para sus trabajadores, a ella se le pagaban limpieza y agua y una renta de 311,80 pesetas por las viviendas hasta que los inquilinos las compraron en 1992. «Y bendita Ensidesa», exclamará pronto Manolita del Busto, secretaria de la asociación de amas de casa Siglo XXI, recordando que toda esta expansión industrial que se apoderó y transfiguró el paisaje de su pueblo ha sido también el origen básico de su razón de ser y de su riqueza. «A mí me da pena verla tan quieta», la acompaña Maximina Granda, presidenta del colectivo de mujeres, regresando de pronto a la época en que La Marzaniella todavía se llamaba «La Barquera» -Ensidesa le cambió incluso el nombre- y se movía mucho más y tenía economato y comercios y más bares y obreros. En la travesía de la AS-19 está cerrada la «carnicería Balbina» y en los bajos de la calle Mar Mediterráneo ya no se observa ningún rastro de lo que fue hasta los noventa el economato de Ensidesa.

La quietud de la «Ensidesona» es también la de su «poblado», donde cuesta intuir la vida detrás de las ventanas en una sobremesa cualquiera entresemana. Del aluvión que tomó al asalto este lugar a partir de los cincuenta quedan rescoldos, «empezaron a fallecer los cabezas de familia», y los jóvenes, explica Fonsi Martínez, tienen mucha competencia muy cerca para vivir con comodidad lejos de este caserío edificado a toda prisa y sin apenas espacio hacia donde crecer. En la Trasona urbana y fabril «se percibe un gran vacío, se nota que hay menos gente», concluye. La enorme planta llamada «de Avilés», que por aquí sale de Avilés, atraviesa Corvera por Trasona y sigue hacia Carreño y Gozón, llegó a superar los 14.000 trabajadores en sus esplendorosos setenta, pero hoy, después de todas las reconversiones, de la privatización y los cambios sucesivos de propiedad, en el nuevo gigante de dominio indio quedan trabajando casi 4.000 empleados en esta factoría. Todas las sacudidas de la empresa se han sentido primero aquí, en este lugar erigido por la fábrica para asistir a la fábrica, en este poblado inconfundiblemente industrioso que ahora resiste obligado a enfrentar su segunda reconversión.

La antigua Ensidesa era la cabeza tractora, incluso la constructora de una parte abundante del caserío que hoy le sigue acompañando en Trasona, pero la parroquia corverana, la tercera del concejo en habitantes, tras Las Vegas y Los Campos, sabe que ya no puede ser sólo acería, laminación fría y caliente, que aquí debe haber algo más que parque de chatarra y fabricación de fertilizantes. Además de todo eso y de lo que germinó a su alrededor, aparte de estas hileras de edificios gemelos, agrupados los de dos alturas de La Marzaniella con los de planta baja de «El Pobladín», Trasona se reconoce hoy en los otros paisajes distintos del otro lado de la «Y». La autopista se atraviesa por debajo, pasando un «túnel del tiempo» que va a dar a Fafilán y descubre que la vista se libera de pronto de los corsés de la industria, que emerge el verde que rodea al embalse de Trasona, asoman los neones del centro comercial Parque Astur, el campo de golf de Los Balagares, un palacio del siglo XV casi a pie de agua y, sin salir de la parroquia, todos los hoteles del concejo de Corvera, tres.

Hablando de hoteles, sale Pedro de Rueda, que es gijonés y director general de la cadena hotelera Zen, y viene a enseñar el suyo, el Zen Balagares, 147 habitaciones con spa y campo de golf, y a su lado una urbanización de estilo inglés que hace irreconocible la vieja casería de Truyés. «Esto empezó siendo rural, una aldea», resume. «Luego se metió la industria y mañana intentaremos que sea turística». Turística y residencial, le dirían los al menos dos centenares de nuevos habitantes que tiene la nueva colonia de chalés de Truyés. Para preparar los dos futuros, aquí dicen que el truco es saber subirse a la corriente que viene de Avilés, ese lugar que «nadie imaginaba hace diez años como destino turístico» y por el que ahora preguntan con mucha frecuencia en la recepción de los hoteles. La energía del centro cultural Oscar Niemeyer explica sólo en parte que Trasona no tuviese ningún hotel hace algo más de tres años y ahora cuente con todos los de Corvera, más de 600 camas sumando las de un pequeño establecimiento de dos estrellas con las que tienen dos grandes de cuatro. Las posibilidades de este paisaje han puesto también algo de su lado, pero el secreto es la voluntad de empaquetar todo lo comercializable y vender comarca, utilizar el magnetismo conjunto para el beneficio extensivo  y aprovechar esa «ocasión única», irrepetible, «que no se puede perder» y avanza la oportunidad de asentar Avilés y su comarca, Trasona incluida, en los folletos de la promoción turística internacional. «Una vez que has logrado lo más difícil, que fijen la luz en ti», Pedro de Rueda incita a entender Avilés en sentido amplio y empaquetar el Niemeyer junto a «la playa de Salinas, la mina de Arnao, este campo de golf y el embalse de Trasona», sabiendo que está todo pegado a una gran superficie comercial, bien comunicado y a tiro de piedra del aeropuerto y del centro de la región. La consigna de sacar la actividad turística avilesina «del radio de la plaza de España», resume el director general de Zen Hoteles, puede improvisar un eslogan con la certeza de que «siendo grandes, seremos fuertes».

El camino está avanzando hacia los primeros peldaños -«falta que nos lo creamos»-, pero Los Balagares ya vendió «7.000 noches de hotel» entre julio y agosto, «no sé si habrá otro con esas cifras en Asturias». Al  hotel Parque Astur, que lleva dos años a 50 metros del agua del embalse de Trasona, le llegan clientes «asombrados» de que «en veinte metros haya cambiado tanto el paisaje». Concha Tejedor, adjunta a la dirección, recuerda que cuando emprendieron la aventura del negocio, 118 habitaciones dobles y 20 empleados, «se suponía» por la situación y el entorno «que ésta era una zona industrial con potencial para la clientela de empresa», pero el tiempo ha ido combinándola con la veraniega turística y estacional, con el estupor de aquella gente sorprendida de haber encontrado esto al pasar la autopista «Y», frontera entre el presente y el futuro, y de cambiar de pronto las naves y el poblado industrial de La Marzaniella por las caserías de Fafilán y el alrededor agrario del embalse.

La inmersión turística reclama el cambio de uso del agua industrial

Concha Tejedor, abogada metida a empresaria hotelera, vive desde hace casi exactamente dos años en la habitación 404 del hotel Parque Astur. Casi recién llegada desde Madrid, da fe del magnetismo de esta «otra Trasona» verde sin naves industriales. Sin economato pero con centro comercial. Con más deportistas que obreros, campo de golf, embalse y centro de tecnificación deportiva para piragüistas y remeros. Pero el cambio, van a decir a coro los responsables de los dos mayores hoteles de la zona, tiene su próxima frontera situada en la necesidad de transformar en lúdico el uso industrial que dio origen al embalse de Trasona. La metamorfosis de aquella aldea en pequeña villa industrial y la posterior de ésta en foco de atracción turística será completa, afirma Pedro de Rueda, «cuando el agua que se almacenó para nutrir a la industria sirva también para alimentar al turismo y al ocio». «Si tuviésemos la oportunidad de incorporar a la oferta las actividades náuticas podríamos encontrar un gran beneficio para toda la comarca».

No va a ser tan fácil. El uso deportivo es una excepción en el agua que remansa la presa, erigida por la antigua Ensidesa en 1957 y alimentada por los ríos Alvares y Narcea para abastecer los nuevos poblados obreros y atender las necesidades de la fábrica. El cambio que reclaman las empresas turísticas involucraría al propietario, Arcelor, pero también a la Confederación Hidrográfica del Cantábrico, con la doble particularidad que señalan desde el Ayuntamiento de Corvera en referencia a un embalse cuya calificación es industrial y que está catalogado además como zona de especial protección para las aves (ZEPA). «Con un poco de orden», persevera Tejedor, «podríamos conseguir que la gente lo pueda disfrutar». Lo dice porque «muchas veces me lo han pedido» y porque incluso hace un tiempo se hizo «una prueba de tres días, auspiciada desde la mancomunidad, que fue un éxito». A ella le gustó, tanto como el ensayo general de inmersión turística que fue la celebración aquí del Europeo de piragüismo en el verano de 2010.

«El problema es que nos haya pillado la crisis». El lamento de Pedro de Rueda se oye también en el Ayuntamiento y tiene al fondo el viejo plan de habilitar un «anillo verde» paseable a lo largo de los casi cinco kilómetros de costa del embalse. El proyecto, ambicioso, era para llegar a «conectar Trasona con el Niemeyer», confirma el concejal Iván Fernández, «no para que la gente de Corvera vaya al centro cultural, sino a la inversa, pero ahora resulta complejo. No renunciamos a ello, pero la situación económica del Ayuntamiento no es ahora la más propicia para acometerlo».

El «anillo», un paso al frente para pensar en un pantano «paseable» además de navegable, serviría para empezar a hablar de un futuro turístico en esta parroquia en tránsito permanente, que fue agraria antes que industrial y se prepara ahora «para las pequeñas incomodidades que el turismo puede suponer», al decir de Fonsi Martínez Moya. Ella utiliza otros ejemplos para rescatar el magnetismo turístico del contraste de las grúas y chimeneas en desuso y asiente a la necesidad de identificar «una espoleta que nos lance de otra manera». No va haber problema por darle otra «vuelta a la tortilla», no al menos para los que compartieron con Maximina Granda aquella «invasión» de los «coreanos», la tromba de obreros foráneos que vinieron a trabajar al calor, muchísimo, que daba en los cincuenta la acería de Ensidesa. Ella los recuerda recién llegados, cocinando a la intemperie cuando La Marzaniella eran unos barracones de madera y esto era una aldea de paso hacia su futuro industrial, pero hoy son todos ya como de la familia.

Aquí, el proceso de reconversión ya ha comenzado. Se ve si se desmenuza la evolución demográfica de los once núcleos que configuran Trasona. En la década larga que ha completado el siglo XXI, la parroquia concentra su leve pérdida de población en el cinturón industrial trazado en paralelo a la acería, en la línea recta de carretera e hilera industrial que va de La Marzaniella a Silvota y Rovés, pasando antes por San Pelayo, El Pedrero o Gudín. Mientras aquí descienden sin excepción todas las poblaciones, el área rural menos habitada avanza lentamente, aunque por ejemplo ya no reconozca Truyés, aquella casería que tenía diez habitantes en 2000 y que al terminar 2010, transmutada ya en urbanización «de estilo inglés» y en emblema de la transición hacia la nueva Trasona, se había detenido en los doscientos empadronados.

Un bar para sostener un palacio

Carlos Prendes heredó un bar en un palacio del siglo XV. Hace 33 años que la familia propietaria de la casona, al pie del embalse de Trasona, arrendó a su padre el uso hostelero de una parte del edificio y aquí sigue él ahora, sosteniendo literalmente la estructura deteriorada de este palacio varias veces reedificado, de silueta todavía imponente pese al daño manifiesto del paso del tiempo. El único Bien de Interés Cultural del concejo de Corvera, de propiedad privada, permanece en pie junto a la presa gracias en buena parte al bar que lo mantiene vivo y que se nutre de lo que da una población en tránsito de lo rural a lo residencial y en proceso de leve incremento. Prendes es otro de los que urge la reactivación de la zona y la recuperación urbanística del palacio, aunque sólo sea «para que no lleguen demasiado tarde» cuando pretendan repararlo. Las dos torres de la fachada barroca del palacio de los Rodríguez de León, con su escudo de armas y su imagen de la Santina, su patio porticado con corredor de madera y seria amenaza de ruina, han conocido muchas vidas. La casa solariega de los Rodríguez de León, residencia veraniega de los condes de Peñalver en el siglo XIX, ha cambiado de manos con cierta frecuencia, ha albergado reuniones de Ensidesa desde los años setenta del siglo pasado y ha llegado hasta hoy incluida por necesidad entre los recursos turísticos por explotar en el entorno de este «pequeño mar a escala» que alguien quiso ver en el embalse de Trasona.

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El ruido

La superposición de barreras impuestas por la industria y el progreso hace necesarias algunas reparaciones en la Trasona más industrial. Como la autopista «Y» parte la parroquia en dos, trazada como está en paralelo al poblado más industrioso de la zona, Fonsi Martínez asegura que urge «un buen panel antisónico» contra el ruido «imposible» e incesante de la circulación.

_ La comunicación

Trasona es un lugar bien comunicado, con su parada de tren de vía estrecha y la travesía de varias líneas del autobús urbano de Avilés. Queda, eso sí, un apeadero en La Marzaniella que, al decir del concejal Iván Fernández, «está solicitado a Feve» -el actual está frente a la iglesia, en San Pelayo- y, a pie, aceras para que no sea tan peligroso llegar desde aquí al centro comercial Parque Astur.

_ Más industria

El Ayuntamiento de Corvera tiene en fase de aprobación inicial el proyecto para un gran polígono industrial que se plantea con 600.000 metros cuadrados entre Silvota y Rovés, casi en el límite de la parroquia de Trasona con el concejo de Carreño. El equipo de gobierno espera tener en el plazo de un año la aprobación definitiva para la que será el área industrial más extensa del concejo, lo que obligará a realojar a unas diez familias.

_ Embalse y palacio

El proyecto del «anillo verde» para recorrer a pie el perímetro del embalse de Trasona, al ralentí por falta de financiación, debe completarse con una adecuación del entorno del palacio de los Rodríguez de León, el único bien de interés cultural declarado en Corvera. Los empresarios turísticos de la zona urgen, además, a los contactos con Arcelor-Mittal, propietaria de la presa, y la Confederación Hidrográfica del Cantábrico para tratar de ampliar el uso deportivo de las aguas de Trasona con una posible apertura a la actividad lúdica y de ocio.

_ Las escuelas

En Favila, barrio pegado a la autopista «Y», justo enfrente de La Marzaniella, duele el abandono del edificio que aloja las antiguas escuelas. El equipo de gobierno socialista de Corvera plantea en su programa la recuperación del inmueble para el uso social del vecindario sin definir exactamente su destino.

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