Trasona está de paso

El escritor Roxelio Crespo analiza su pueblo en tránsito de la industria a un porvenir distinto, del «negro al verde», aunque se dice pesimista sobre el futuro

Marcos Palicio / Trasona (Corvera de Asturias)

Actuando con un grupo de cuentacuentos, Roxelio Crespo descubrió que a veces «expones tu vida tal cual, sin exagerar, y la gente piensa que es mentira». A él le pasó con el relato, basado con fidelidad en hechos reales, de lo que pasa en el cementerio de su pueblo, donde «lo más fácil para trasladar los féretros desde la iglesia es llevarlos en tirolina». Y no es que esté lejos, apenas hay cincuenta metros, el problema está en la autopista, que alguien diseñó para que pasase exactamente entre el templo y el camposanto. El escritor corverano trabaja con las palabras, pero ha captado esa imagen capaz de definir sola su pueblo. Trasona es esto, viene a decir el cuento: el peaje del progreso, la «Y» seccionando sin respeto esta villa que se abre paso «atrapada» entre las naves de Arcelor y esta carretera de tráfico incesante.

En realidad, no obstante, esto es sólo una de las trasonas que existen y se pueden descubrir en el primer vistazo. Porque hay más escenarios en esta parroquia peculiar que salta las fronteras del concejo de Corvera e incluye parte de su territorio en los de Gozón y Avilés. La memoria de Roxelio Crespo lo ha trasladado a otro. El escritor, que vivió siempre en el corazón de la Trasona obrera, justo enfrente de la entrada principal de la vieja Ensidesa, ha preferido pasar la «Y» y buscar refugio en el embalse, ese núcleo que varias décadas después aún conserva el magnetismo de lo prohibido, aquello que «de pequeños nos atraía porque era el lugar adonde no nos dejaban venir» y también el escenario de la foguera de San Juan a pie de agua, que se sigue encendiendo y que «de algún modo también te hace sentirlo como algo mágico». Crespo ha vuelto también al palacio de los Rodríguez de León, casi pegado a la presa, y a aquella fiesta en la que Ensidesa tenía juguetes para los hijos de todos los «productores» y los repartía aquí. Bienvenidos a la otra Trasona. Ésta también la tutela una empresa siderúrgica, la que construyó el embalse y fue propietaria del palacio, pero es diferente, «un espacio verde y abierto» separado de aquella «industrial, negra», encerrada entre la «fabricona» y la autopista.

El escritor, que publicó en 2007 sus «Cuentos encantaos» (Trabe) y trabaja en su primera novela histórica, nació en 1971 en Tamón (Carreño) y una de esas ironías del destino hizo que fuese precisamente la obra de la autopista «Y» la que decidió al año de su nacimiento la «expulsión» de su familia expropiada, trasladada a Trasona y al barrio de El Pedrero, a esos bloques de pisos situados junto a la autopista y enfrente del acceso corverano a las instalaciones de Ensidesa, hoy Arcelor Mittal. Aquí sucedió todo, primero aceleró y luego frenó el poder de arrastre social de la siderurgia y empezó la transición hacia el protagonismo de esta otra Trasona abierta, menos encajonada y más verde.

Roxelio Crespo se recuerda «con catorce o quince años» corriendo por los prados que hoy ocupa Parque Astur y que antes alojaron una gran plantación de kiwis muy protegida con perros y vallas. «Ese cambio físico», rememora, «ese ver un centro comercial -el primero que hubo en la comarca de Avilés- donde no había casi nada fue un motivo para pensar que tal vez Trasona tenía alguna esperanza. Hoy soy pesimista». De regreso al presente, el escritor corverano aprecia con disgusto que «nadie mira por Trasona», que «veo a la sociedad un tanto desarticulada», desde su punto de vista tal vez con el músculo social envejecido y «algo apático», doliente por la pérdida de alguna asociación de vecinos y de aquella otra villa en la que las fiestas de San Vicente, el patrón, no dejaban aparcar los primeros domingos de julio. «Nunca vi tanta gente aquí».

Si algo de este lugar puede tener futuro, eso sí, es, a su entender, esta zona verde alejada y a salvo de la exhibición industrial del entorno de Arcelor, refugiada de Fertiberia y del ruido incesante de la «Y». Este entorno, se anima Crespo a la vista del palacio y del embalse, «sí debe tener más posibilidades. Aquí se pueden hacer más cosas», propone, «como prolongar hasta Trasona el paseo de la ría de Avilés por el río Alvares, algo que es físicamente posible, y rehabilitar y convertir el palacio de los Rodríguez de León en centro de información turística y punto de partida de muchas rutas con atractivo. Tienes campo de golf, el pantano y sus oportunidades para los deportes náuticos, para rutas a caballo o en bicicleta? Pero hay que apostar por ello. Es difícil cuando las prioridades políticas y sociales son otras y sé que cuesta pensar en hacer una senda cuando a lo mejor lo que prioritariamente hace falta es empleo, pero hay que saber que unas cosas arrastran a las otras. Aquí el embalse puede ser el eje motivador de muchas de ellas».

Puede que sea complicado, como siempre que algo se acaba y hay que volver a empezar, pero la consigna dice que a lo mejor conviene «ir olvidándose de Ensidesa y empezar a pensar en otros futuros». Hablando de reformas, Roxelio Crespo recuerda ahora sus conversaciones con el escritor mierense Nel Amaro, recientemente fallecido, y el descubrimiento de ciertos paralelismos entre esta Trasona y aquel valle de Turón de después de la mina, entre aquella reconversión minera y este amago de transformación de la vieja industria tractora en otra. «Aquí falta el apoyo económico» de la minería, aclara, «también es cierto que este trabajo no era en general tan penoso» y puede que el cambio se haya cocinado en otra escala, pero a su modo tiene algo de similar. Sin castilletes vacíos y en su lugar una fábrica que «se readaptó y no perdió demasiado espacio físico», pero en el fondo un espíritu parecido de cambio de dirección, de punto de inflexión y encrucijada, de ese momento en el que tal vez no va a quedar más remedio que decidir virar y modificar el rumbo. La gran pregunta es hacia dónde.

Al hablar de la alteración del itinerario, pues, la memoria ha descubierto de nuevo el límite entre la vieja parroquia obrera y este reducto agrario de recientes pretensiones residenciales. Puede que el futuro sea una forma de volver Trasona de nuevo sobre sí misma, de un cierto retorno a aquel sitio que nunca va a ser igual. Porque no volverá la época en la que «Reguerina», rememora Crespo, «símbolo de las buenas personas» de este lugar, combinaba como tantos otros esta Trasona con aquella, «el trabajo en el campo con el de Ensidesa». O cuando Silvino Prendes, que recibió el alquiler del bar que hoy sigue abierto en el palacio, encarnaba aquel tipo singular de «paisano de la tierra, un pedazo de pan con mala leche, que si te tiene que dar la vida te la da, pero con un cagamento delante».

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