Tendiendo puentes

La acusada pérdida de población no corresponde con la situación objetiva de la localidad, y el cambio de tendencia no sólo depende de las infraestructuras, también de una nueva mentalidad

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez / Ujo (Mieres)

Aunque forma parte de la urbanización lineal que se extiende por la vega del Caudal al sur de Mieres, Ujo no presenta la habitual traza alargada. Ujo es redondo, compacto, ocupa la mayor parte de la vega, hasta el límite que imponen el ferrocarril del Norte y su estación. La línea férrea marca la división entre el núcleo de Ujo y los barrios situados hacia el oeste: Ribayón, Vistalegre, San Esteban, El Siirru, Cortina, La Reigosa, El Barrio la Estación, La Urdiera, Barreo. A pesar del obstáculo ferroviario, los barrios conforman un único núcleo urbano, que así debiera estar recogido en el nomenclátor oficial, necesitado aquí también de actualización, aunque no de forma tan urgente como en Turón, Figaredo o Santa Cruz. Al menos Ujo existe oficialmente como núcleo urbano. Más arriba, en las laderas y rellanos, se sitúan pueblos como Villar, Uriendes y Casares, que completan el poblamiento de la parroquia.


Entre las vías y el río Caudal, el núcleo está formado por el caserío que sigue la carretera y las sucesivas urbanizaciones de cuarteles, colominas y viviendas sociales, que dan testimonio de la evolución histórica del poblamiento y del hábitat minero a lo largo del siglo XX. El Llugarín, San José, Ante la Iglesia, La Viñuela, La Estación, La Carretera y La Vega son algunos de los barrios que forman este pequeño núcleo urbano de 2.000 residentes, separado por el canal que asendera al rebelde Caudal y por la Autovía de la Plata del inmediato Figaredo, con el que comparte vega, centralidad y emparrillado de infraestructuras, además de pérdida de población desde hace cuatro décadas. En lo que va de siglo ha pasado de 2.360 a 1.949 residentes en el núcleo urbano, y de 2.734 a 2.271 en la parroquia. Mucha pérdida para tan poco espacio de tiempo. Un mal comarcal que nadie sabe cómo atajar y que tampoco responde a la situación objetiva de Ujo y de otros núcleos urbanos de la comarca.
Ujo es producto, como núcleo urbano moderno, de la minería y del ferrocarril, de su localización estratégica para el transporte del carbón, cuando éste era el combustible de la economía española. Pero lleva siglos instalada en el enlace entre los valles del Caudal, Lena y Aller y al lado del puente que comunica con la estación de Ujo-Taruelo. Otra referencia histórica de la minería asturiana, a través de la cual se une con Santa Cruz y junto con Figaredo forma parte de una unidad urbana mayor,  en la que también se integran Turón y Santullano. Esa unidad territorial lleva siglos funcionando, el Corralduxu, mayáu situado bajo la cumbre de Burra Blanca, en los altos del Turón, y es una prueba de ello. La industria rompió y vino a trastocar aquel sistema, fragmentándolo, incorporando otra dimensión, la del territorio-taller, que se convirtió en única, y encerró entre una parrilla de vías férreas y carreteras las distintas burbujas en la que se encerraba la vida industrial. Hoy, curiosamente, hace falta superar esa fragmentación para recuperar la unidad del poblamiento, interconectar, tender puentes para soldar este abigarrado mundo de poblaciones que comparten un destino común y una larga historia que la industria aceleró.


Aquí hubo actividad, y mucha. Y llegada de inmigrantes en busca de trabajo y porvenir. Hoy, de aquello, queda poco más que las fotos antiguas y el muy notable patrimonio minero, industrial y de las viviendas obreras del siglo pasado. Y una localización amable, capaz de sostener una mayor actividad y un atractivo residencial que hoy la población asturiana, llevada por las modas sociales y la atracción costera, no acaba de ver o no quiere ver. Declinar melancólico, el de las comarcas mineras, cerca de todo, pero dejadas de lado por el tren de la historia reciente, que se fue hacia las ciudades costeras, en busca de lugares más vitales o que, por lo menos, lo parecen. Lo que nos lleva a recordar la importancia de la percepción del paisaje y del territorio y de las expectativas de futuro en la creación de tendencias sociales y territoriales.


Probablemente, darle la vuelta a la situación actual de declive no sea cuestión sólo de infraestructuras, rehabilitaciones y mejora del paisaje y de los servicios urbanos. Ni siquiera del apoyo a iniciativas empresariales que incrementen el empleo de los más jóvenes y la actividad general. Probablemente, además, debamos empezar a trabajar en serio con las mentalidades y la percepción negativa que pesa sobre el territorio y las ciudades de las comarcas mineras. Un reto complejo que va a exigir ideas y proyectos, que desarrollar con recursos limitados. Mucho más limitados que en los años del pasado reciente.
No ayuda a hacer más visible a Ujo, ni mejor valorado, la eliminación de topónimos de uso generalizado. Los nombres de los lugares, como el lenguaje en general, no los crea la Administración, ni una academia, ni una comisión de expertos. Los crea la gente, los hablantes. Se crean en el uso cotidiano. Como sucede en Pola de Lena o Figaredo, el fervor asturianista ha hecho desaparecer del nomenclátor oficial a Ujo, dejando como único topónimo oficial Uxo. Un error recurrente, fácilmente superable haciendo oficiales ambos. Algo que ya hemos señalado en Pola de Lena, ahora únicamente referenciada como La Pola, en la confusión habitual entre habla coloquial, que tiende a acortar cualquier topónimo compuesto de más de dos sílabas, y lengua asturiana. Ujo tiene que sobrevivir en el mapa y La Pola tiene que llevar consigo a su concejo, sin el que se convierte en una referencia vacía de contenido, ya que la pola lo es por su concejo, como referencia urbana del mismo.


No hay razones objetivas hoy que expliquen el declive de Ujo. Salvo la falta de vitalidad de la población asturiana, que envejece año a año sin la suficiente renovación por el lado de los nacimientos. En una región donde las tendencias demográficas vienen dadas por los movimientos internos intercomarcales y cada vez menos por los movimientos migratorios, se compite entre núcleos urbanos a partir de la función residencial, en precio y calidad, paisaje y servicios urbanos. Y ahí es donde Ujo y otros núcleos, que no son cabeceras municipales, tienen que dar la batalla.

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