Humor negro carbón

El actor, guionista y dramaturgo Maxi Rodríguez reflexiona sobre la conexión de su infancia en Ujo con la «poética de chigre» que reivindica en su obra

Marcos PALICIO / Ujo (Mieres)

-«Museo del holocausto minero». Formidable, paezme formidable. Ye lo que yo digo, si emigra la juventud, ¿pa qué quies una discoteca? Lo que necesitamos son museos, parques temáticos. Imaginación, esa ye la clave, ¿oíste?
El monólogo, recitado al auricular del teléfono móvil por Gelín, personaje interpretado por Karra Elejalde, precede al fundido en negro de la película «Carne de gallina» (2002), mientras la cámara se aleja del cementerio de Turón y el protagonista, fuera de plano, termina resumiendo la situación en serio: «Poco dinero, poco futuro; negro, todo muy negro». Eso el final de una comedia. La secuencia ha reconquistado la memoria de Maxi Rodríguez, coguionista y coprotagonista de la cinta, a la vista del bar de Ujo donde transcurre una parte de la acción. El actor, dramaturgo y escritor mierense, que creció en la barriada minera de San José, ahí mismo, acaba de reconocer el poso que han dejado Ujo «y el carácter de la cuenca minera» en una clase muy concreta de humor, éste suyo «que tiene a veces tintes negros, como el carbón», y que se ha moldeado casi por igual en chigres y salones de actos, en aulas de colegio público, funciones de teatro escolar y campos de fútbol localizados mayoritariamente en el entorno próximo de este pueblo edificado por la minería y decrecido al ritmo que marcaba el carbón.
-Hay exégetas que hablan de la socarronería asturiana y de la cuenca minera. En alguna medida hay una cierta acidez, un punto de amargura en lo que escribo. No sé por qué, pero a mí me sale así.


Maxi Rodríguez ha venido a buscar el principio todo al colegio, al público, tres plantas de edificio alargado, pintado de amarillo y agarrado a la ladera que se eleva para contemplar la vega de Ujo desde el barrio de Cortina. El aula, vacía, le recuerda que hay un engarce con su pueblo «muy ligado con este colegio. Siempre fui actor vocacional, desde la infancia, y la conexión con el teatro me viene de ahí, de los festivales de fin de curso, de los decorados que nos hacíamos nosotros mismos». Rodríguez ha vuelto a ver por aquí a aquel «tipo que estudiaba razonablemente bien» y que ya anunciaba a este Maxi en «cierta capacidad histriónica que hacía que pudiera utilizar la parodia, la comedia, para poner en solfa determinadas cosas». De aquel cóctel genuinamente ujense, donde la crianza en el ambiente minero en ejercicio mezcla bien con unas gotas de teatro compatibles con el afán por «calentar los banquillos de todo el fútbol de la cuenca minera» sale una forma de ver la vida. «No tengo perspectiva sobre mi forma de ver la vida», sostiene, pero pronto va a reivindicar «la poética de chigre». «Cada uno se compromete con su mirada y refleja cosas próximas a él», concluye, «y a mí crecer aquí me aportó un entorno muy concreto».
Crecer aquí y crecer así. Y el actor, que echa de menos el frontón al aproximarse al colegio, aprovecha para reconocer que «ahí se haya podido facilitar que gente como yo desarrollara esta vocación» y para remarcar que el suyo es éste, el colegio público, porque abajo, junto al río, este pueblo emblema de la pujanza minera de algún momento del siglo pasado sigue completando la oferta docente con el de los frailes de La Salle. Conectando directamente con la actualidad de los recortes en la enseñanza se dice «tremendamente orgulloso de que todo eso haya podido salir de un centro público». Ha empezado Ujo por sus aulas, a las que después de ser alumno volvió con los años a hacer las prácticas de Magisterio.


-Es como si hubiera pasado directamente de la cancha del colegio al paseo del colesterol.
Maxi nació en El Pedroso, parroquia de Cuna, pero se crió aquí. «Yo soy de las colominas», del barrio obrero de edificios gemelos distribuidos en calles identificadas por nombres de letras que ocupa una buena parte de la fachada de Ujo que da al Caudal. «El río es el gran escenario de la infancia», afirma Rodríguez, y no tiene nada que ver con el público muy distinto y mucho mayor que hoy, en una tarde soleada de primavera, llena la ruta «muy transitada» junto al cauce del río. Es «el paseo del colesterol», la senda fluvial como «elemento desestresante y muy terapéutico que ahora que estoy escribiendo», enlaza, «me sirve mucho para oxigenarme». Esa imagen de sí mismo recorriendo de otro modo la escenografía de la infancia le va a confirmar que ha pasado el tiempo. Por él y por su pueblo. «Que me hice mayor» y «que la gente de mi quinta anda desperdigada». Ujo cada vez se parece menos a aquel pueblo remolcado en exclusiva por los trenes que traían el carbón y Maxi Rodríguez tampoco lo acaba de ver como «villa de servicios». Pero aquí, eso sí, «siempre va a haber vitalidad, porque hay un grupo importante de gente con voluntad de hacer cosas que se resiste a sucumbir ante los males comunes de las cuencas, el despoblamiento y el deterioro».
Puestos a buscar cabos de los que tirar, el actor se vuelve a ver «posando el culo en el escaparate de la pastelería, viendo pasar los autobuses a Pola de Lena y a Mieres». La equidistancia y la comunicación son valores indiscutibles y hacen que se encienda una bombilla en la exploración de caminos hacia el futuro. Es éste un lugar físicamente asequible, bien comunicado para buscarse algo parecido a un porvenir residencial. «Habría que encontrar algo diferente que ofrecer, idear algo que nos singularizara», concluye.


-¿Ahora ho?
Al llegar, siguiendo el río, al campo de fútbol de Las Lleras, Maxi Rodríguez se vuelve a ver en el banquillo asustado ante al «Maxi, calienta» de Fito, el entrenador del Ujo, en lo peor de una cerrada tormenta de granizo. «El ambiente futbolero» es inevitable ingrediente del pueblo que ha dejado su huella en el fondo de un actor, guionista y dramaturgo mierense. Maxi Rodríguez fue todo eso después de ser un centrocampista del Ujo con aspiraciones de ser un centrocampista de lujo. Aquellos campos no estaban del todo bien y «yo era más de tocala», se justifica. El caso es que «calenté los banquillos de todo el fútbol de la cuenca minera» en una trayectoria que incluye los del Olímpico de Figaredo, Hulleras de Ablaña, La Salle de Ujo, los juveniles del Lenense y los del Club Deportivo Ujo y que sí sirvió, y mucho, para contribuir a construir eso que se llama un «universo personal». El fútbol, asume, es un asunto recurrente en toda su obra. Se habla del balompié a veces en «Carne de gallina», completamente en el cortometraje «Lo que el ojo no ve», también en un capítulo de la serie «Siete vidas» escrito por él y sobre todeo en la pieza teatral «Oé, oé, oé», estrenada internacionalmente. 


En el trayecto del teatro al fútbol, ida y vuelta, se consiguen muchos de los ingredientes de una forma peculiar de retratar la realidad a través del humor, forjada a veces con ayuda de la incomprensión de los que en Ujo no entendían que al salir del vestuario fuese a clase de danza, y viceversa. Sale de ahí «una mirada relativizadora de los dos mundos», una que denuesta por igual «a los fantasmas culturetas y el desmadre de los forofos» y busca el justo medio en la «poética de chigre» de la cuenca como permanente telón de fondo. Esa acidez, aquella amargura, pero siempre con una sonrisa al final. Telón: «Lo más gratificante es que la gente te agradece que aportes una perspectiva cómica sobre una realidad poco o nada divertida».

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