Por aquí pasó el tren

Jesús Muñiz, ex alcalde y ex director general de Minería, regresa al pueblo lleno de vida que fue Villanueva y a su tradición rural compatible con la industria del entorno

Marcos Palicio / Villanueva (Santo Adriano)

Ya no hay porterías detrás de la capilla del Carmen. Es cierto que una de las que había era en realidad un tendal, pero los goles valían igual para ganar los «partidos interminables» que en esta plaza, cuando no estaba tan vacía, duraban hasta «la hora de catar». Jesús Manuel Muñiz, que fue alcalde fugaz de Santo Adriano en 2003 y director general de Industria de ese año a 2007, reconoce en Villanueva la reproducción a escala mínima de la historia de una Asturias muy genuina, muy distinguida por su configuración rural pero recrecida a la vez al ritmo que quiso marcar la industria de los concejos de su entorno. Ya no. Igual que no hay porterías ni se juegan derbis entre la chavalería de los dos lados del río Trubia, ni están los cinco bares que hacían el ambiente alrededor de esta plaza, tampoco quedan minas en Teverga ni explotaciones y altos hornos en Quirós. El ferrocarril minero es la Senda del Oso y por la carretera ya no pasa el «Machote», el transporte colectivo de servicio especial que se llenaba de obreros camino de la Fábrica de Armas de Trubia. Era temporada alta de trabajo en estos valles, de hasta 5.500 empleados en la factoría de armamento.

El ferrocarril minero que bajaba desde Quirós y Teverga duró noventa años, hasta 1963

Por no haber, ya casi ni vacas ni apenas actividad agraria. Muñiz deja escapar la memoria hacia el blanco y negro de aquellos años llenos de niños en esta plaza que ha pavimentado lo que siempre fue «prao» y en la que ahora no se oye nada. Era «el campo de batalla» de todo el pueblo y «la hora de catar» marcaba la de volver a casa. El terreno era «pobre», sin grandes vegas, y la agricultura minifundista y destinada al autoabastecimiento para dar contenido a una economía «de subsistencia», o más bien «de fame», matiza José Manuel Fernández desde la puerta de su casa en la plaza, que aquí se hacía compatible a la fuerza «con el trabajo fabril en Trubia, en la minería del entorno, en la central hidráulica de Proaza o, en menor medida, en Química del Nalón», rememora Muñiz. Esto fue así hasta más allá de 1963, la fecha de defunción de aquel ferrocarril minero que duró noventa años y se ha reencarnado en una senda turística. Eran muchos más. Por el camino cuesta abajo que va de los 1.200 habitantes de 1950 a los 250 de hoy se ha quedado al menos una generación casi completa de «gente que ha nacido aquí». Y Jesús Muñiz, que está «empadronado en el municipio desde que nací», lo ha visto todo. En su pueblo había entonces «menos recursos», pero «más iniciativa e imaginación», «otros valores, más inclinación a compartir, a socializar...».

Queda, eso sí, el olor de la hierba seca, que a Muñiz no se le olvidó en los años de trabajo en las minas de Quirós, ni después en Unión Eléctrica Madrileña, Unión Fenosa, Hunosa y el despacho de la Dirección General de Minería, Industria y Energía del Principado. Tampoco se van a ir «Juan de Portal, Juan de Clementina, Manolo el de Generosa o Paco, el de Casimira», las almas de aquel pueblo en el que los mayores «te ilustraban, te enseñaban, debatían sobre vivencias que a los niños nos sonaban lejanas..., pero que al final eran mejor que la Enciclopedia Álvarez». No se le olvidará que a veces también volvía Ángel Fernández, el hijo del gran mecenas del pueblo -José Antonio Fernández, emigrante en Cuba-, que era «un alto cargo en el Ministerio de Obras Públicas», aunque eso daba igual. Los niños lo esperaban, porque «cada vez que venía nos traía un balón».

Fernández padre hizo esta fuente que hoy le homenajea desde una inscripción sobre el caño con «8.000 pesetas de las de 1928». Está junto al puente medieval de Villanueva, el único paso entre un lado y el otro del pueblo, y pegada al lavadero en el que «se lavaba todo menos la ropa». Jesús Manuel Muñiz ha cambiado el barrio del Carmen, el del Ayuntamiento y la plaza, por el del puente, y caminando en paralelo al río Trubia ha dado con la casa que fue de su abuelo y en la que sigue María Teresa Muñiz, «Tita», su prima carnal, que a punto de que entren los ochenta aclara que allí «nunca hubo hambre». Aunque «esta menda» tuviera que hacer de todo: fue la telefonista del pueblo, tuvo una pequeña tienda y recorrió casi todos los caminos que van de «peón de albañil a serrar madera» y cuidar la casa y las vacas y conseguir que esta tierra diera maíz, trigo, patatas... «Hambre, nunca».

De aquí se emigró sobre todo a Bélgica, rememora Muñiz al pasar de El Puente a La Villa Fondera entre cuadras que ya no son y aperos de labranza olvidados bajo los hórreos. Aquí dos arados y tres grades; más allá, un rincón donde hubo tres cuadras, y allí, la casa de Manolo, «el Chispa», que algún día fue un bar tienda. En Las Xanas, donde nace la ruta hacia el desfiladero, tampoco está junto a su casa el molino que «yo heredé de mi padre y él del suyo». Se lo llevó una riada. La turbina es ahora la base de una mesa de cristal, y la casa, un alojamiento rural. Pero tampoco morirá el aroma «de la harina de maíz tostado que se utilizaba para elaborar las papas y comerlas al amor de la cocina de leña».

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