Del lat. PATELLAM ‘pequeño disco o plato’ (OLD) se sigue el ast. padiella ‘paletilla’ y su variante payella ‘sartén’. Probablemente Padiella o Penapadiella (Tb), nombre tradicional que algunos sustituyen por Pena Gradura (‘la peña del pueblo llamado Gradura’), representa un continuador toponímico gracias, probablemente, a una aplicación metafórica.
La hidrotoponimia asturiana, o estudio del nombre de las corrientes de agua, es un tema de sumo interés porque se refiere a un aspecto muy variado de nuestra geografía. La abundancia de agua en nuestra tierra probablemente fue responsable de que el país llevara el nombre de Asturies o Asturias como ya hemos visto en el capítulo primero de esta obra.
Pero otros muchos lugares deben su nombre a ese hecho físico. Numerosas corrientes de agua son responsables de que sus nombres, antiguos o modernos, se hayan generalizado. La hidrotoponimia, en este sentido, ofrece un inventario muy amplio de datos que proporciona referencias lingüísticas y culturales de gran interés. Para ello, como frecuentemente decimos, es fundamental proceder con el rigor necesario que afecta al conocimiento de la expresión popular, a su documentación y a la precisión descriptiva.
En este sentido ha de llamarse la atención de todos los estudiosos para que sean exigentes con lo que a veces llaman corrientes de agua y que no se ajusta a la realidad. Es preciso saber que la Administración ha tendido a la simplificación y así constata muchas veces como nombre de un arroyo o de un río, etc. lo que no es ni más ni menos que el nombre de un lugar o pueblo por donde tal corriente pasa. Cuando se hace la encuestación entre los hablantes puede, incluso, desdibujarse la información dada, si no se tiene en cuenta la construcción gramatical en que aparece el topónimo; así, a veces, aparecen oficializaciones como “El Río Páramo” (Tb) donde “Páramo” no es el nombre de ningún río sino el ríu (de) Parmu, esto es, ‘el río que baja del pueblo llamado Parmu’. Muchísimos trabajos pecan de esa falta de perspectiva hablando, a veces, de hidrónimos donde nada hay, en principio, que deba relacionarse con el agua.
Es cierto que, en sentido contrario, un pueblo ribereño puede deber el nombre a una corriente de agua pero en ese caso deberemos encontrar en la expresión del topónimo, o en su documentación, algún elemento que nos permita hacer tal aseveración para no caer en el simplismo expositivo.
Finalmente hemos de señalar que la generalización del nombre de una corriente de agua a la totalidad de su trayecto es un fenómeno debido a geógrafos y administradores preocupados por la simplificación denominativa, esto es, por cuestiones muy diferentes de las de los verdaderos responsables de la denominación popular tradicional. En general la gente llama al río que pasa junto a su casa o junto a su pueblo según los apelativos usuales en la propia lengua o según el del lugar de donde proceda. Por eso un río puede cambiar de nombre varias veces en un trecho relativamente corto de su recorrido.
La fijación de los nombres de los ríos, como la de la inmensa mayoría de lugares, se debe a un apelativo o nombre común del idioma en un determinado momento; así se llama a la corriente sencillamente ríu, regueru, regatu, agua, riega, etc. Si se produce un cambio de lengua, y esto es algo que está testimoniado a lo largo del tiempo, puede pervivir el viejo apelativo de la vieja lengua como topónimo sin significado ya para los nuevos hablantes. Si la sustitución de una lengua por otra ocurre varias veces en un territorio puede darse el caso de que la misma corriente de agua se llame de diversas maneras siendo, así, un verdadero testimonio cronológico de la historia lingüística.
De todo cuanto antecede hay numerosas muestras en nuestra hidrotoponimia y por eso su estudio precisa de notable atención, quizá mayor de la que se presta a otros niveles de la realidad.