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La Cagonera

Esta playa de Xixón debe el nombre a ser lugar de reunión de cagones ‘patos marinos’, sin duda caracterizados por sus deyecciones reiteradas. Se trata, evidentemente, de un término emparentado con el que ya nos transmite el latín desde su verbo de extensión panrománica CACARE (EM) > ast. cagar.

Numerosos pueblos o núcleos de población de la actualidad deben su denominación a un antiguo nombre de persona. Una casería, una granja, una explotación agrícola, lo que en latín expresaban con las palabras villa o fundus, frecuente mente se conocía por el nombre del dueño o colono que la trabaja ba. Con posterioridad, cuando el primitivo núcleo se desarro llaba originando una población de dimensiones más o menos estimables, el nombre primitivo subsistía extendiéndose a la totalidad habitada. A veces el nombre se mantuvo hasta la actualidad, en ocasiones pudo haber sido sustituido por el nombre de otro nuevo dueño posterior. Unas veces el nombre pervive solo, otras acompañado de la cosa poseída. En ocasiones el nombre subsiste simplemente pero otras, en cambio, se mantuvo con la expresión que adjetivaba el nombre de la posesión.

La constatación de tales nombres complementa los datos que nos procura la ciencia antroponímica a través de la escritura en piedra u otros materiales. Por otro lado, la recogida sobre el terre no de diversos nombres pertenecientes a lenguas y culturas diferen tes nos permite establecer etapas de colonización y conocer distin tos criterios seguidos en la denominación de terrenos y personas.

Desde un punto de vista etimológico podríamos hablar, grosso modo, de núcleos de población con nombre prerromano, latino y germánico añadiendo un breve epílogo con los de otras proce dencias, árabe, ultrapirenaica, etc. Atendiendo, sin embargo, a criterios lingüísticos se puede establecer una clasificación distinta dado que en numerosos casos se observa una confluencia de nombres de procedencias diferentes con un mismo tratamiento morfológico y sintáctico.

Nosotros, después de dar unas sucintas referencias sobre el nombre prerromano, nos centraremos no ya en el origen de tal o cual nombre personal (lo cual corresponde propiamente a la antro ponimia) sino en la identificación de un antiguo nombre de perso na cuando está en la base de un topónimo.

Para ello hemos de valer nos, necesariamente, de los corpus documentales que podamos consultar entre los que ha de contarse de modo explícito con el Corpus Inscriptionum Latina rum (CIL) de Hübner, especialmente con su volumen II relativo a Hispania, y con los volúmenes de Holder, Piel Kremer, Dieter Kremer consignados en nuestra bibliografía en los números 190, 191, 192, 141, 208, así como con los debidos a Kajanto, Solin, Untermann, María Lourdes Albertos, Vives y Diego Santos, entre otros. Por lo que afecta a nuestra exposición nosotros nos contentaremos habitualmente con ofrecer una expresión del antropónimo en nominativo al margen de las modificaciones esperables por las variantes de caso y de las sufijaciones a que se hayan visto some tidos según su categoría. A los mismos efectos sólo consignaremos una fuente donde se docu mente un determinado antropónimo.

El hecho de que propongamos un antropónimo como origen eti mológico de un topónimo no ha de entenderse (salvo en los casos claramente documentados, y que también exigen interpretación crítica) que sólo ese antropónimo sea el que pueda justificar el nombre de un lugar estudiado sino que es uno de entre los posibles. Esta advertencia es tanto más necesaria cuanto que en la gran mayoría de los casos desconocemos todos los detalles que se refieren a su acentuación y a la cantidad de las correspondientes vocales. Del mismo modo, teniendo en cuenta que los inventarios antroponímicos con que contamos siempre serán incompletos, nos tomamos la licencia de consignar la expresión documentada al margen de que nuestro topónimo se deba a un praenomen, nomen o cognomen. Esto ha de tenerse muy en cuenta para no exigir una evolución estricta desde el antropónimo propuesto dado que nos llevaría a repetir las mismas observaciones una y otra vez al tratar de algunos topónimos; en este sentido se obvian las explicaciones complementarias para nombres de lugar que, exigiendo por ejemplo un genitivo en -NII, o en -LII desde el antropónimo consignado, no se discute si propiamente debe partirse de un étimo con -NI o -LI que llevarían a diferente resultado en la consonante final.