La «Marea» golpea fuerte

Crónica de una semana en la que Asturias se enfrentó por primera vez al tsunami de la corrupción política

Domingo 30 de Enero de 2011
La «Marea» golpea fuerte
La «Marea» golpea fuerte /
Eduardo Lagar, J. E. Mencía, A. Rubiera, R. García, M. Castro, P. González, J. A. Ardura, L. Á.Vega y J. A. Ordóñez

Para no caer en la ilegalidad más banal, Víctor Manuel Muñiz, «Victor el de la tarabica», salió a fumar su puro al exterior del restaurante Latores, en Oviedo. Como para bromear con la ley, aunque fuera la antitabaco. Con el Aramo nevado al fondo, espectral compañía para la noche helada del jueves 27 de enero, el propietario de la empresa de papelería Igrafo, vestido de azul oscuro, sin la pajarita que le apellida, terminaba los cuatro días más duros de su vida junto a las tranquilizantes volutas de un habano.

Unas horas antes, la juez titular del Juzgado número 4 de Gijón, Ana López Pandiella, le había dejado en libertad bajo fianza de 300.000 euros. «El de la tarabica» combinaba el puro con el primer aire fresco que respiraba en cuatro días, desde el lunes día 24, cuando fue detenido y trasladado a los calabozos de la Comisaría de Gijón. Nunca olvidará un lunes tan negro, el día en que Asturias, por vez primera en su historia autonómica, se asomó al abismo de la corrupción política y contempló atónita cómo un ex integrante de su gobierno, el ex consejero de Educación José Luis Iglesias Riopedre -el último que cabría imaginar en semejante brete- salía esposado del Juzgado rumbo a la cárcel de Villabona. No hacía ni seis meses, el 4 de agosto, Riopedre había dejado el cargo por motivos de salud y entonces corrió un río de elogios.

El humo del hombre sin tarabica sube al cielo de Latores y la memoria rebobina cuatro días atrás.

1. Todos a la cárcel.

Lunes 24. Por la tarde. Víctor Manuel Muñiz se encuentra en la Comisaría de Gijón junto a su principal competidor en el mercado asturiano de suministros de oficina. Es el gijonés Alfonso Carlos Sánchez, propietario de Almacenes Pumarín. Habrá pocos funcionarios del Principado, de la Universidad, alumnos y profesores de colegios e institutos, personal de centros de salud y empleados de un sinfín de empresas privadas de la región que no escriban, se sienten, cuelguen sus abrigos, tecleen o dejen un post-it con su recuerdo amarillo con materiales o sobre muebles que no provengan de Igrafo o de Almacenes Pumarín. «Un millón de asturianos, habrá que encausar a un millón de asturianos si detenemos a todos los que les compran», apunta un responsable regional al día siguiente tras las detenciones para describir hasta qué punto estas dos compañías dominaban el sector. Igrafo, en Oviedo, declaró una facturación de 10,4 millones al año. Pumarín, en Gijón, es la que más ha crecido, expandiéndose por toda España, factura 21 millones de euros.

2. Un grupo inverosímil.

Pero en aquellas dependencias policiales hay tres personas más. Todos juntos componen un grupo inverosímil: el de la tarabica, su más directo competidor, una ex integrante de un movimiento católico, un ex fraile de la Orden de Predicadores, una «fashion victim»...

Esta última es Marta Renedo Avilés, funcionaria desenvuelta, amante de los zapatos de Manolo Blahnick (entre 200 y 2.000 euros cada tacón), vestida de marca a tutiplén y ceñida. Hasta febrero de 2010 era jefa de servicio en la Consejería de Administraciones Públicas de Ana Rosa Migoya. Después fue fulminantemente apartada de su cargo, acusada de hacer adjudicaciones irregulares a una empresa, Implans Mounts, de la que era socia y administradora única. La Consejería actuó el 19 de febrero y LA NUEVA ESPAÑA destapó en exclusiva el escándado cinco días después.

En Comisaría también está la maestra llanisca María Jesús Otero, ex directora de Planificación y Centros de la Consejería de Educación, «la de les perres» en este departamento del Principado entre 2003 y 2010. Es el reverso de Renedo. Parece monja porque casi lo fue, perteneció al Instituto Misionero Seglar. Mantiene sus fuertes convicciones religiosas, pero no es sor Citröen. Conduce un Audi. Manejaba les perres en la Consejería y fuera, pues en la familia no faltan. Al parecer, ella lo atribuía a un familiar indianu. «Desde luego, si pedía una botella de vino, no bajaba de 50 euros», apuntaron algunos que la trataron en Llanes. La llaman «la Roldana». Otras fuentes, sobre todo ex alumnos, remarcan su bonhomía. Los primeros datos que trascenderían en los días siguientes a su detención revelarían una relación económica entre esta responsable del Principado y las empresas implicadas. Ejemplos: les alquilaba pisos y casas rurales y a Almacenes Pumarín le había vendido un piso de 78,84 metros en Llanes por 360.000 euros.

3. Es imposible.

Y en la Comisaría hay un quinto pasajero de la operación policial del lunes aderezada con registros en las sedes de Igrafo y Almacenes Pumarín. Parece imposible, pero es él. Es José Luis Iglesias Riopedre, consejero de Educación desde 2003, septuagenario, ex dominico, ex comunista, cardiópata severo que se ha instalado incluso en el corazón del presidente Areces, de quien es fidelísimo amigo. Es el Diógenes del Gobierno regional, por filósofo y parca indumentaria. Su barril eran sus camisas y unas chaquetas tan pasadas que, en cualquier momento, podrían volver a ponerse de moda.

En la medianoche del lunes se veía cómo empezaba a subir la «Marea». Tal se llamaba la operación policial cuyo nombre encerraba un pequeño secreto codificado que se había ordenado guardar con celo a todos los policías implicados: Marta Renedo Avilés, Ma-re-a. Como de espías. Ante el estupor de todo el Gobierno regional, de la clase política y de gran parte de la ciudadanía se veía subir una marea que nada tenía que ver con esa otra que, al parecer, divisa Álvarez-Cascos.

Estupor entre políticos y ciudadanos por la detención de Riopedre

El pliego de cargos se las traía: prevaricación, cohecho, malversación de caudales públicos, negociaciones prohibidas a funcionarios, fraudes y exacciones ilegales, tráfico de influencias y blanqueo de capitales. En definitiva, lo que allí se iba a juzgar era cómo se gastaba el dinero de la Administración regional y si alguien se lo estaba llevando crudo manejando decenas de millones de euros en contratos públicos. En las angustiosas horas con las que arrancó la semana varias fuentes relacionadas con el caso susurraban: «Hablamos de mucho dinero». Decenas de profesores de toda Asturias empezaron a recapitular: no había quien no tuviera algo que contar sobre cómo se efectuaba el suministro a los centros educativos. Todos conocían de la profesionalidad de las empresas implicadas y sabían que ésta se combinaba con precios no precisamente económicos y una cierta manga ancha desde el Principado con aquellos suministradores. Esas sospechas apuntaban a María Jesús Otero y a Riopedre, pero, ¿cómo relacionarlos con Marta Renedo? La funcionaria pertenecía a otra Consejería, nada tenía que ver con el gasto educativo. No se conocían entre sí. ¿Cómo había llegado la juez a conectar los «manolos» chic de Renedo con el desastre indumentario de Riopedre?

El escándalo estalló en febrero de 2010, cuando se conocieron los supuestos manejos de Marta Renedo, pero la funcionaria no fue llamada a declarar a lo largo de once largos meses de incertidumbre. La juez titular del Juzgado de instrucción número 4 de Gijón, la concienzuda Ana López Pandiella, había decretado el secreto de sumario y, entre tanto, siguió tejiendo su tela de araña. Tejiendo y escuchando desde la sombra: hay casi un año de escuchas telefónicas donde se habla de dinero, de ingresos, aparecen personajes, un tal Jorgito. «Aquí la están montando muy gorda», se escucha. La marea suena, agua lleva. ¿Pero cuánta? «Mucho, mucho», susurran.

4. Bailando samba.

A las once de la mañana del martes y con la que estaba cayendo, en la sala de prensa de Presidencia del Principado resultaba surrealista escuchar al presidente Areces hablar de las bondades del convenio de colaboración con el centro Niemeyer de Avilés que acababa de suscribir con el embajador brasileño en España. El inagotable y excesivo optimismo del Presidente chirriaba con la música fúnebre de aquel día. No estaba la cosa para sambas. Areces despidió al señor Paulo César de Oliveira Campos y a su séquito y subió a su despacho. No iba a hablar del asunto. Que no. Se remitió a la rueda de prensa de la consejera portavoz, que estaba a punto de comenzar en el edificio de las consejerías, en Llamaquique.

Así comenzaban dos días de silencio absoluto del Presidente sobre la situación de su amigo Riopedre, el fiel escudero desde los años de la clandestinidad comunista. Areces pasó aquella patata caliente a Migoya, que se mostró tan nerviosa como implacable cuando compareció ante los medios. «El que sea inocente, puede demostrarlo, y el culpable, que pague». Le preguntaron si alguien del Gobierno se había interesado siquiera por la salud de Riopedre (triple bypass y marcapasos). «No me consta», respondió a cuchillo. Ni agua.

Era el momento de cortar amarras. Aquello era un caso aislado. Nada de tramas. Grano no hace granero, etcétera. El martes por la tarde, el secretario general de la Federación Socialista Asturiana (FSA), el candidato socialista Javier Fernández, tampoco se anduvo con miramientos. Compareció, matador pero un tanto temblón, a las cinco de la tarde, poco después de que se decretase prisión para Riopedre y ya con la suspensión de militancia bajo el brazo. Fernández levantó los brazos, mostró a los periodistas las palmas de sus manos limpias: «A nosotros que nos registren. Que nos miren por donde se quiera, la FSA no tiene nada que temer».

El hombre que aún está al frente del Gobierno regional, entre tanto, se dolió. Luego, del entorno del Gobierno salió hasta qué punto el presidente Areces había acusado el golpe. ¿Dónde estaba la presunción de inocencia de Riopedre? ¿No era la FSA el partido socialista que sostiene al Gobierno socialista? «Está noqueado», decían el miércoles por la mañana, tras el Consejo de Gobierno del miércoles.

Pero Areces aún no hablaría hasta el jueves, el día en que María Jesús Otero y Marta Renedo también se fueron rumbo a Villabona, esposadas. Ese día, tras despedir a la ministra de Medio Ambiente, Rosa Aguilar, y pronunciar otro discurso surrealista (osos, leche, sidra, depuradoras y más optimismo, mientras llovían encarcelaciones y esposas), Areces se dejó rodear por los periodistas algo azorado y en una intervención en la que todos le vieron emocionarse casi hasta la lágrima añadió a ese preceptivo recordatorio de que la ley ha de cumplirse implacablemente el subrayado de la presunción de inocencia de Riopedre. Dijo que decía lo que «sentía y lo que pensaba». Areces reivindicó su trayectoria política y personal -la suya propia de paso y la de Riopedre- y remarcó que el diagnóstico médico del ex consejero advierte de que las situaciones de estrés ponen en riesgo su vida. Por la tarde, Areces acudió al homenaje al fallecido Rafael Fernández, primer presidente autonómico, en compañía del líder de la FSA, y escenificó una imagen de total unidad. ¿Pero quién dijo que había discrepancias? Las aguas políticas remansaban. Al menos, de cara a la galería.

5. Fin de la primera parte. Continuará.

La marejada judicial aún continuaría ese día, seguían aflorando datos de grabaciones y movimientos económicos que ponían los pelos de punta, aunque ya se atisbaba un cierto tiempo de bajamar. La juez que mandó a Riopedre esposado a prisión estaba contemplando inhibirse y pasar el caso a un Juzgado de Oviedo, donde se habían cometido los supuestos delitos. Al menos, se dibujaba un intermedio. Hasta que se nombrase al nuevo juez instructor y éste se pusiera al día de todos los entresijos pasaría un tiempo. ¿Cuánto? El tiempo importa en estos tiempos de descuento electoral.

Los dos empresarios detenidos salían el jueves bajo fianza de 300.000 euros. Alfonso Carlos Sánchez, un tanto barbado y ojeroso; Víctor Manuel Muñiz, impecable con su tarabica y su abrigo señorial. ¿Corrupto? Pero qué me dice usted. «Si invitar a un café es tráfico de influencias, lo hice, pero jamás he pagado una comisión», afirmó en exclusiva a LA NUEVA ESPAÑA. Cuentan que este empresario que va en Jaguar no es hombre de esconderse mucho, orgulloso del lugar donde ha colocado a su empresa y de sus relaciones sociales. Cuentan que se vanagloriaba incluso de haber suministrado la silla de despacho donde cada día desde hace doce años se sienta Vicente Álvarez Areces.

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