Cambio de vía
Figaredo lamenta algunos trenes perdidos en la dotación de infraestructuras para paliar el declive posterior al monocultivo minero y busca una alternativa residencial para engancharse a la expansión de Mieres hacia el Sur
En el acceso a Figaredo por el Norte, el que llega desde Mieres por Santullano encuentra una hilera de seis edificios de viviendas en ruinas, con carteles de «se vende o se arrienda» en las ventanas rotas y apoyado en la fachada del primero el anuncio con foto de una promoción inmobiliaria de once pisos de uno y dos dormitorios, «gran calidad», «precios interesantes» y «facilidades de pago». Antes el letrero colgaba de la pared, ahora está en el suelo. «Lleva ahí más de un año». En el barrio de Quemadero, donde el topónimo es una definición, Teodoro Conde recuerda haber visto bajos comerciales, «aquí una barbería, allí la zapatería», un comité de bienvenida bien distinto. Hoy, la fecha de 1922 que se atisba en lo alto del último edificio informa sobre la urgencia de una renovación, de «tirarlo todo y urbanizar», que aflige al presidente de la Asociación de Vecinos de Figaredo. Conde se ha parado en la travesía de la carretera AS-242, la antigua de Oviedo a Campomanes por el Padrún, contemplando el contraste que en la acera opuesta a la fila de inmuebles achacosos dispone una urbanización con cuatro bloques agrupados, de cuatro alturas y frontal de ladrillo color crema, construidos en terreno segregado de la gran finca del chalé de los Figaredo. Es al decir de algún vecino lo primero y casi lo último que se ha construido a gran escala en la localidad mierense, «hará bastante más de 25 años». La necesidad de la reactivación residencial ha saltado a la vista nada más entrar en esta población, que ha dejado escapar el 24 por ciento de su población a lo largo de este siglo que le quitó la última mina, el pozo Figaredo, hace cinco años, y que hoy rastrea su espacio urbano a la búsqueda de nuevos yacimientos que palíen el daño demográfico. Hay quien dice que para la renovación del caserío falta terreno libre donde construir y Francisco Martín, directivo del colectivo vecinal, recorre el espacio urbano dominado por la vivienda obrera, por una larga hilera de cuarteles, doce portales junto a la carretera, y a su espalda las colominas del barrio de Las Vegas, y observa que «desde que se hicieron, y son de 1948, casi no se ha vuelto a construir nada». «Viviendas hay muchas vacías», avanza Carlos Hevia, director de la Rondalla de Figaredo, «pero buena parte de ellas antiguas».
En seguida acompañará a esta intuición sobre la escasez de vivienda noble la certeza de haber perdido algunos trenes que insinuaban proyectos alternativos al agujero de la mina. El inventario empieza en aquella promesa del nuevo hospital comarcal del Caudal, planificado hasta 2005 junto al tramo de río que corresponde a Figaredo; sigue por el fallo de la dotación de suelo para el mercado de ganado y desemboca en los planos, sólo los planos, del gran centro tecnológico que ya debería haber empezado a rellenar los 75.000 metros cuadrados de terreno liberado por el pozo Figaredo.
«Habríamos ido hacia arriba si el hospital se hubiese hecho aquí», persevera Teodoro Conde, «había terreno de sobra, de propiedad municipal y muy bueno». A lo mejor ahora sería distinto, apunta él, este paisaje en el que el estrago de la prejubilación borró lo que quedaba del esplendor minero y cuyo desenlace progresivo eliminó de Figaredo el denso cruce de vías de ferrocarriles hulleros, pero también parte de la vida urbana que escoltaba aquí los talleres y los trenes, los lavaderos y los talleres, las escombreras y las baterías de cok. «Al parar las minas y después con las prejubilaciones la gente se marchó a Gijón», enlaza Conde. Enrique Benito, vicepresidente del colectivo vecinal, afina el cálculo hasta «el sesenta por ciento de la población, que hoy es gente mayor», y el Instituto Nacional de Estadística ajusta con más frialdad la dimensión de la herida en el paso de los 676 habitantes del año 2000 a los 510 de 2011 en el núcleo más urbano de Figaredo, desde casi 3.000 a poco menos de 2.400 en el conjunto de la parroquia. Teodoro Conde, que vino de su pueblo de Salamanca a trabajar treinta años en Minas de Figaredo, echa mano de la propia experiencia para vaticinar que «al paso que vamos, a la juventud no le quedará más remedio que emigrar, como hicimos los demás».
Esa certeza lastima en este lugar que expone en la calle central el proyector del viejo cine Royalty como recordatorio doliente de la otra vida más activa que tuvo un día este pueblo minero. El eje de lo que podría ser y no es se oculta tras la silueta amarilla de un gran chalé amarillo de tres plantas, la última abuhardillada, y cubierta de pizarra, construido al gusto germano-prusiano de los años veinte del siglo pasado, en medio de un gran jardín, propiedad del Ayuntamiento de Mieres y vacío desde que lo abandonó en septiembre de 2011 el Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) de la Universidad de Oviedo, que llegó a Figaredo antes que los estudios universitarios y el campus de Barredo a la villa de Mieres. El chalé de los Figaredo, vivienda hasta 1977 de la familia promotora de los negocios mineros de esta zona desde el siglo XIX, es otra reliquia del pasado industrioso, hogar de la dinastía que empezó siendo Fernández y acabó adoptando como apellido el topónimo de este pueblo. Es uno más, dicen, de los restos que se pueden encontrar a cada paso en esta población minera sin minas, cuatro kilómetros al sur del centro de Mieres, que busca el futuro en su enganche a la expansión residencial de la villa capital. Está el chalé mirando al cruce donde entronca la carretera que remonta desde aquí el valle de Turón, frente al palacio de Revillagigedo, siglo XVII, transformado en hotel de cuatro estrellas. Hay caminos por todas partes, pero alguien verá un problema en la cercanía y la lejanía simultáneas de la referencia urbana de Mieres. La villa está ahí, a cuatro kilómetros, y ha decidido crecer hacia el Sur, hacia el ensanche urbano de Santullano, pegado a Figaredo, pero este pueblo está muy cerca y alguien dirá que en cierto modo también demasiado lejos, que «de Santullano hacia acá apenas pasa nadie» y que la planificación de la ciudad echó el freno justo a las puertas de Figaredo.
A Santullano, la única parroquia del concejo de Mieres que ha ganado población en este siglo, fueron a dar el recinto ferial y el nuevo hospital, todavía sin abrir, además del centro comercial y un puñado de promociones de vivienda nueva. Figaredo, aquí al lado, busca su sitio en la órbita urbana mierense, habida cuenta de que el paisaje de la ciudad apenas se altera desde la villa, de que puede explotar la seguridad de seguir siendo, pese a todo, esta población con alguna ventaja geográfica, acomodada entre las líneas rectas de la antigua vía a la Meseta y la más moderna autopista A-66, adosada a la vía del tren y al punto de fusión del valle de Turón con el del Caudal. Y sí, también muy cerca de Mieres, a cuya extensión metropolitana planificada hacia el Sur tal vez convendría vincular el desarrollo de Figaredo por mucho que la villa capital viva sumida en un singular deslizamiento demográfico que tampoco ayuda a sus poblaciones satélites.
Al ver el plácido paseo a la orilla del río Caudal, por detrás de los bloques de colominas de Las Vegas y a ambos lados de la autopista A-66, al pasear el parque Tartiere, la vista del vecindario retrocede hasta 2005, cuando el Gobierno del Principado optó por Santullano descartando esta parcela para construir el nuevo hospital de Mieres. El paso de dos líneas de alta tensión fue la razón que adujo entonces el Gobierno regional y la alta tensión se mantuvo hasta algún tiempo después, cuando a los vecinos de Figaredo se unió en la protesta el grupo municipal de Izquierda Unida, entonces socio de gobierno del PSOE en el Ayuntamiento de Mieres y hoy fuerza mayoritaria en el Consistorio mierense. «Mucha culpa tuvimos también nosotros», apunta Gerardo García, componente de la rondalla, de regreso a algún resquemor sobre la presión ciudadana para allegar el equipamiento a la vega de Figaredo. Pero el fracaso del centro sanitario sólo añade una línea más a la lista de agravios que por aquí recita la población desencantada. Después de que pasase de largo el hospital hubo en esa parcela 1,87 millones de euros de fondos mineros concedidos para una pista de karting «preparada para competiciones nacionales» que menguó hasta quedarse en un centro de seguridad vial, recuerda Enrique Benito. Francisco Martín enfoca hacia el polideportivo, terminado y en servicio, a su manera, junto a la maleza que crece en el campo de fútbol de Avarero -como tampoco prosperó la hierba sintética, los equipos de Figaredo juegan en Turón-. El centro deportivo, apunta, «tenía goteras antes de ser inaugurado» y después «se utiliza muy poco, porque apenas tiene equipamiento».
Celestina Prieto, propietaria del hotel Palacio de Figaredo, se acuerda aquí de Ricardo Hinojal, el líder vecinal que era «una ONG, que además de dar en su academia clases de Bachillerato fundó y dirigió los equipos de fútbol, que trabajó gratis durante sesenta años y tenía una ilusión muy grande por esa instalación». Y luego está el gran chalé vacío, utilizado ahora casi solamente por las parejas que deciden hacerse aquí las fotos de boda, y los papeles que aguantan en solitario el proyecto de centro tecnológico del pozo Figaredo y el recuerdo de las movilizaciones que aporta David García, presidente de la Asociación de Padres de Alumnos del colegio. «Hace tres años tuvimos que manifestarnos porque empezaban a quitar profesores y nos parecía que querían cerrar el colegio». «Hasta para conseguir un semáforo delante del centro», remata Teodoro Conde, «tuvimos que cortar la carretera».
Del «quitapuentes» al retraso del último relevo en el pozo Figaredo
En la travesía de Figaredo, donde arranca la hilera de cuarteles que acompaña a la AS-242 en su camino de salida del poblado hacia Ujo, Pola de Lena y Campomanes, una vagoneta varada en un jardín, cargada de carbón falso, es una parte de lo poco que queda de aquella vieja población minera que estuvo trenzada de raíles ferroviarios. «Figaredo ganó mucho cuando eliminaron las vías que bajaban del valle de Turón». Teodoro Conde, que lleva desde 1977 en la asociación de vecinos del pueblo, recuerda esto como «toda una trinchera» que no reconocería un habitante de Figaredo de hace veinte años, de antes de las gestiones sucesivas para el desmontaje «del puente de Figaredo, el de Peñule, el de Cortina... Me llamaban "el quitapuentes"». Alguien dirá que en esa mejora del paisaje urbano hay un punto de apoyo para mover el pueblo saltando por encima de los obstáculos que han puesto los proyectos fallidos y hasta el crecimiento de Mieres de espaldas a las poblaciones que como ésta podrían vincular su crecimiento al de la villa capital. Asentiría el ciclista aficionado que recorre el parque Tartiere en las horas previas al atardecer de un día de primavera o el atleta amateur con el que se cruza en el recorrido a la orilla del río Caudal. No muy lejos de allí, en el paisaje urbano de Figaredo, junto a la densa acumulación de hábitat minero que componen los cuarteles y las «colominas», resalta el gran edificio bien arreglado del Hogar del Pensionista. Sus dimensiones dan fe de cuál es el sector de la pirámide de población que más pesa en este pueblo, hoy más limpio y menos vivo que cuando tiraba la chimenea que aún asoma su perfil vertical junto a la silueta herrumbrosa del castillete del pozo Figaredo nada más abandonar la localidad camino de Turón. La vieja estructura duerme a la espera de la concreción del centro tecnológico que le prometió el ex presidente del Principado Vicente Álvarez Areces. «Es la única salida», confirma Enrique Benito, pero el relevo del pozo, cinco años casi exactos después del cierre, se está haciendo esperar demasiado. Al otro lado del río, frente a Figaredo, pero dentro de la parroquia de Ujo, el polígono industrial de Reicastro, proyectado en 2002, ha dejado de ser una escombrera para transformarse en una explanada recién urbanizada sin empresas. Ése es el estado de algunas de las contrapartidas que anunciaron su llegada a Figaredo tras el cierre de los pozos. Mientras, la cadena que arrastró habitantes cuando se llevó los empleos de la minería también alteró la distribución por edades, componiendo un desequilibrio hacia el envejecimiento que se ve, por ejemplo, en el vacío que Isabel Fernández Natal, directora del grupo de baile «L'Artusu», observa entre los aspirantes «de los 8 a los 15 años». El colectivo, que cumplirá 25 años en octubre, sobrevive con la mitad de los componentes que recuerda de hace algunos años, cuarenta, y con el mismo estado ajustado de cuentas que la mayor parte de las asociaciones del concejo, sin subvención. Sucede, además, que a una parte de la población que sustituyó a los ausentes le falta a veces, dicen aquí, algo del compromiso que tuvieron en parte los ausentes. David García se queja de las dificultades para promover actividades extraescolares desde la asociación de padres del colegio -88 alumnos de Infantil y Primaria donde había 73 hace tres años- y Carlos Hevia, de algún desdén hacia las que todavía se organizan desde hace décadas.
-¿Qué rondalla?
La agrupación musical del pueblo ha cumplido 53 años y ha visto pasar a más de 2.000 alumnos gratuitamente, pero Gerardo García lamenta que «cuando celebramos el quincuagésimo aniversario y fuimos a pedir ayuda había gente que no sabía que había una rondalla en Figaredo».
El pueblo minero que dio el apellido a una dinastía empresarial
Una familia de alemanes entrando al palacio de Revillagigedo, o de San Esteban del Mar, da fe de que no está todo perdido en Figaredo. El edificio, de 1606, con una entrada neoclásica de la misma factura que la de la Universidad de Oviedo, lleva algo más de una década restaurado para ser hotel de cuatro estrellas y once habitaciones. Celestina Prieto, que se crio a su alrededor y se embarcó en 2000 en la aventura de resucitarlo, va «tirando» gracias a la clientela de paso que «viene a trabajar» a la gran empresa de Mieres -Thyssen, Rioglass...- y al tirón de los veranos a remolque del buen nombre que, según la gerente del negocio, conserva esta región en el exterior. «El nombre de Asturias vende mucho», asegura, y las piedras de un palacio del siglo XVII, con siete metopas en la portada del mismo estilo de las que tiene trece el edificio histórico de la Universidad, también. La geografía permite que en Figaredo, adosado a las comunicaciones principales del centro de Asturias, al ensanche metropolitano de Mieres y a la puerta de la naturaleza que abre a partir de aquí el valle de Turón, vivan el palacio y otro hotel, aquél con veinte habitaciones dobles. Para enseñarse, Figaredo vuelve la vista a este palacio y aquel chalé amarillo, ahora vacío, que fue hasta 1977 la aparatosa vivienda de una familia de empresarios mineros, de una larga estirpe que se apellidó simplemente Fernández desde su precursor -Vicente Fernández Blanco- hasta que con el tiempo decidió tomar el nombre del pueblo donde habían hecho fortuna gracias a las minas del entorno. A tanto llegó el rendimiento de aquel Figaredo industrioso pero etimológicamente «poblado por figares».
El Mirador
_ Tartiere
La zona verde que acompaña a la porción del río Caudal que corresponde a Figaredo tuvo varios proyectos, como sede para el hospital de la comarca y hasta acomodo para una pista de karting. No prosperó ninguno, pero el terreno, amplio y llano, atravesado por la autopista A-66, sigue siendo «precioso» y potencialmente útil, en la voz de Teodoro Conde, presidente de la asociación de vecinos.
_ El chalé
Al de los Figaredo, con su arquitectura peculiar y su imponente finca ajardinada, vienen mucho a hacerse reportajes fotográficos parejas de recién casados. Es ése el único uso actual de la construcción singular, para la que el vecindario reclama contenido. El edificio es de propiedad municipal y «podría ser un buen lugar para una residencia de ancianos», propone Francisco Martín, aunque haya una en Santullano y habida cuenta de la estructura de la población de esta parroquia y de su comarca.
_ El empleo
Está cerca de aquí la explanada vacía que será el polígono industrial de Reicastro y aquí también duele la ruina del que iba a ser, o eso prometió el anterior Gobierno regional, el tercer parque tecnológico de Asturias, tras los de Gijón y Llanera, la «Ciudad de la ciencia», en las instalaciones abandonadas del pozo Figaredo.
Artículos relacionados
Figaredo desfigurado
José Luis Cima, presidente de la asociación de amigos de la localidad, la ve más limpia y menos ...
Cruce de fuerzasen línea urbana
Enlace de caminos y de líneas de desarrollo de la historia industrial española, Figaredo necesita ...