Don Luis, la resistencia activa
Luis Fueyo, párroco de Grullos durante los últimos 59 años, repasa la evolución social del pueblo desde las misas multitudinarias hasta su actividad actual sin apenas bautizos
-¿Bautizos? Uno o ninguno, y a veces ni siquiera son de aquí.
Cuando Luis Fueyo Fueyo se las arreglaba para llevar el armónium en la Vespa, la sotana remangada para no mancharla de gasolina, todavía bautizaba a más de treinta niños al año. «El día de la fiesta no me cabían en la iglesia y algunos acababan debajo del altar». El párroco de Grullos, aún en activo a los 84 años, ha asistido aquí a los funerales de «cinco curas y cinco alcaldes» en casi seis décadas ininterrumpidas de ministerio en el concejo, pero el paso del tiempo y su enemistad con las zonas rurales le han cambiado al sacerdote aquella actividad intensa por poco más que la misa de los domingos y casi nadie a quien bautizar.
El termómetro de don Luis sirve para medir la evolución social de la capital de Candamo y tiene detalles sobre «la diferencia muy grande» que se descubre al mirar al pasado por el retrovisor de aquella Vespa que sucedió a la bicicleta y precedió al coche en el recorrido del cura por los templos del municipio. «Tenía las iglesias llenas, había mucha más vida, era una alegría muy grande», rememora el sacerdote, que tuvo cinco parroquias en el concejo y ha terminado por quedarse únicamente con la de Grullos. «Déjeme sólo una», le pidió don Luis a «don Gabino (Díaz Merchán)» cuando se vio «jorobado de la patata». El Arzobispo aceptó y el sacerdote se quedó en Grullos ya para siempre. «A disposición del superior», «del jefe», «el que está en el sagrario», matiza. Y sin querer marcharse. Ya no podría: «¿Adónde voy a ir?».
Luis Fueyo nació en Campomanes (Lena), pero hace 59 años que pertenece a este lugar en las alturas del bajo Nalón. Grullos y Candamo fueron en 1951 su primer y último destino a la salida del Seminario. Los voladores y el repique de campanas que le recibieron aquel primer día no se equivocaban anunciándole momentos «muy gratos» al lado de «gente sencilla, buena, nada quisquillosa». Y mucha, mucha más de ésta que apenas se ve hoy desde las ventanas de su casa, que se llama «Alba» y se alza detrás de un jardín con frutales justo en la entrada del pueblo subiendo desde Grado. Su arquitectura revela que la hizo construir un indiano, Angelón, en 1920, pero en este caso incluso antes de hacerse indiano, antes de emigrar a Chicago para no volver nunca más a Grullos por el miedo que le dio la Revolución del 34. Su hija María, a medias con la Providencia, la vendió a la familia del párroco a un precio más que asequible.
Hijo adoptivo de Candamo desde el día 2 de diciembre de 2005, Luis Fueyo Fueyo tiene también a su nombre una placa en la iglesia de Aces y asegura que «nunca he pedido nada» ni ha dejado de recibir afecto. Tal vez el secreto sea que «hablo con todo el mundo», sin distinguir, porque «siempre he dicho que Dios está en todas partes y las almas son todas iguales». Por eso su itinerario por el pueblo que le acogió es esencialmente humano. Remontando el tiempo, el recorrido volvería a conversar con «un paisano, muy comunista, que participó con toda naturalidad en la construcción de la Casa Rectoral y que me decía: "Puede pedirme lo que quiera, don Luis, pero no me mande ir a misa"».
Sin apear la sonrisa, el párroco eterno de Grullos también se encontraría de nuevo con Araceli, «una señora que regaló una custodia preciosa y un equipo de altavoces para la iglesia», y con el trocito de nobleza que le tocó al pueblo, el matrimonio que formaban Manuel Cañedo y Regina Oria, que «siempre me trataron muy bien». Eran los propietarios del palacio de los Cañedo, que todavía se alza en el barrio de Pueblo y data más o menos de la misma época del siglo XVIII en la que se erigió la iglesia de Santa María, en el centro de la localidad, que sigue siendo el lugar de trabajo de don Luis. El conjunto palacial con capilla, hoy en venta, vio nacer en enero de 1760 al ilustre candamín Alonso Cañedo y Vigil, obispo, historiador y diputado en las Cortes de Cádiz.
En la memoria de los habitantes de este pueblo quedará también, comentan por aquí, la imagen de Luis Fueyo llegando a los funerales con la sotana y el órgano al hombro en una época en la que un cura de paisano no era precisamente una estampa habitual. «Arreglé todas las iglesias, porque algunas las encontré hechas una yaceria, y di clases de Religión, Latín, Griego y Literatura en el Colegio San Luis de Pravia y en tres academias de Grado», completa él mismo el autorretrato. Y se cuidó de juzgar a nadie por su ideología, pese a pensar, con el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, que no existe ninguna «que pueda agotar la infinita riqueza del Evangelio».
En la pared del vestíbulo de su casa reciben juntos, igual de grandes, los escudos de Candamo y Lena, y don Luis habla, en su despacho, frente a una gran imagen de la Virgen de Covadonga situada en el sitio más visible de la mesa, porque asegura que en su vida la Santina siempre ha estado ahí. Cuenta que su vocación religiosa nació el día que la imagen tuvo «un gran recibimiento en Campomanes», al volver a Asturias tras su desaparición durante la Guerra Civil -fue hallada en la Embajada española en París- y que a partir de ahí tuvo con ella otra serie de gozosas coincidencias. También la Santina había vuelto a su localidad natal «cuando canté misa por primera vez, en Campomanes», y en otro de los recorridos de la Virgen por Asturias se detuvo en Grado precisamente «cuando yo celebraba allí mis bodas de oro como sacerdote». «Le debo muchos favores», concluye, dando por buena su mano junto a la de «la Providencia» en la decisión que un día de 1951 le trajo hasta aquí y que desde entonces no le ha dejado marcharse nunca.
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