Panes, todos los nombres
Un viaje a las historias de los once barrios que, unidos, configuran el aspecto actual de la capital de Peñamellera Baja
Panes es uno. Ahora ya sí. El plural no se sostiene aquí más allá del topónimo que abraza once barrios mucho más dispersos en otro tiempo. Todo tiene su razón de ser y aquí la del nombre viene del griego. «Pas, pasa, pan», es decir, todo, declina Cecilio Fernández Testón, pintor y cronista oficial de Peñamellera, con la satisfacción de quien acaba de hacer encajar todas las piezas. Testón se ha detenido en La Plaza, junto al parque, y señala el busto en bronce del indiano que en su tiempo cambió la cara de este pueblo que tampoco fue siempre capital del valle bajo de Peñamellera, porque antes estuvo Abándames. El mecenas es Ángel Cuesta Lamadrid (1858-1936), un hijo de pastores de Colosía, muy cerca de Panes, que emigró a los diez años para hacerse multimillonario con el tabaco en Cuba y Tampa (Florida) y que al regresar se dio el gusto de poner el dinero para hacer unas escuelas en lo que hoy es cuartel de la Guardia Civil, para construir el parque hacia el que mira su estatua desde 1935 y conseguir la traída de aguas. Y para su mansión, «una antigua casona típica montañesa que él adaptó al estilo modernista de aquella época», informa Testón, y que aún hoy vigila Panes asomando desde lo alto de una loma hacia el Norte, que todavía tropieza sin avisar con casi todas las miradas hacia arriba.
Cecilio Testón acaba de empezar a enseñar su pueblo al pie de la iglesia de San Vicente y de sus dos torres cuadradas, en el barrio de La Herrén. Es ésta la sustituta de la primitiva, afirma, que estaba junto al cementerio, a casi un kilómetro de la villa, y «se comenzó a construir en 1928 aunque no se inauguró hasta 1945, después del paréntesis de la Guerra Civil».
Pero Panes, o la entidad singular que ha llegado hasta hoy, empezó a ser esto más de un siglo antes y no precisamente en la zona aledaña al río y la carretera que ejerce hoy de centro administrativo y comercial. El pueblo que eran once barrios empezó a crecer hacia el Cares-Deva cuando la vía de Tinamayor a Sahagún de Campos, en León, se sirvió de la ribera del río para abrirle nuevos caminos a la villa desde 1820. Hasta entonces, Panes era sólo la zona alta, lo que hoy sobrevive con el espíritu rural de las calles estrechas y las casas bajas de piedra ascendiendo «en plan circo» desde las vegas y la travesía urbana de la N-621. El Panes plural eran, y siguen siendo, enumera el cronista, los barrios de Padruno, Milera de Abajo y de Arriba, Balcao, Pericuetu, La Quintana, La Herrén, El Trechoriu, San Román, La Fuentina y La Carnecera. A todos ellos la carretera trajo «arrieros y vendedores pasiegos y vascos... Y, también en esa misma época, el arranque la explotación de hasta 140 minas de manganeso y cuarcita, que era muy abundante en esta zona y se llevaba por el río hasta Unquera y de allí a Inglaterra y Bélgica». Funcionaron, dice Testón, hasta los años 40 o 50, pero su actividad ayudó a configurar la etapa esplendorosa de la villa sobre todo en la segunda mitad del XIX y el tránsito al XX. Le sacaron brillo en colaboración con todos los billetes de vuelta que compraron los indianos y que desde aquí, Ángel Cuesta aparte, se fueron sobre todo a México y Chile y en el país andino hallaron mucho futuro en una peculiar vinculación con el gremio de la ferretería.
Los niños recién salidos del Colegio Jovellanos devuelven al presente, y de algún modo al futuro de Panes, en el arranque de la carretera hacia Suarías. Una explotación ganadera sobrevive a la izquierda del camino que conduce a la recia verja disuasoria del palacio de San Román, del siglo XVII. Testón aún ve asomar por detrás de sus muros robustos el linaje de los Mier, la familia que desde este edificio mandó tanto sobre estas tierras que tomó el topónimo de su pueblo y que tal vez le dio después el suyo a los concejos de estos valles. «Hay quien dice que el nombre de Peñamellera viene precisamente de “peña mierera”», especula Cecilio Testón, «aunque también se habla de “peña mielera”, por la producción de miel, o de peña piramidal o limítrofe», por el triángulo perfecto del pico que separa este valle del alto.
Desde el palacio y su capilla y su gran finca, mirando hacia la vega se atisban a lo lejos las ruinas mucho peor conservadas de San Juan de Ciliergo, la iglesia románica que estuvo vinculada al conjunto y que, quemada en la Guerra Civil, hoy resiste a duras penas como un espectro del pasado subido a una loma junto a la carretera.
Este paseo desordenado vuelve a la villa desde el palacio de San Román por el barrio de La Quintana, acaso «el núcleo primitivo» de Panes, y entra en La Milera, donde «en otro tiempo sería habitual ver un cestero» muy cerca de la ermita de San Roque y de donde Pepito Cuevas, médico, adosó a la puerta de su casa un escudo del Real Oviedo que también resiste. De lo que no queda vestigio es de la antigua vinculación de Panes con Andalucía, pero da fe el cuadrante inferior del escudo de Peñamellera Baja, que comparte con el de Cantabria la Torre del Oro y unas cadenas rotas en un río que no es el Cares ni el Deva, sino el Guadalquivir. Parte de la culpa es del almirante Ramón de Bonifaz y de lo lejos que llegó la Reconquista. Bonifaz, cántabro según algunas referencias, se llevó en el siglo XIII a muchos habitantes de estos valles a pelear en la reconquista de Sevilla por encargo del rey Fernando III el Santo, desvela Testón. Y no debieron de fracasar, porque el cronista insiste: en 1340, «Alfonso XI también hizo levas aquí y se llevó a mucha gente a la batalla del Salado, en Cádiz».
El recorrido ya se ha convertido en un viaje hacia el porqué de las cosas de Panes cuando va a morir abajo, frente a la plaza de La Herrén, en plena travesía de Panes y en este bar que se llama El Comportu en recuerdo del mote del ventero retornado de Cuba que «liaba sus propios cigarros, era un excepcional catador de jamones y vino, y tenía un don de gentes que hacía girar en torno a él a todo bicho viviente que viniera a Panes».
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