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Aquel pueblo que era «más pueblo»

El somedano Lino Gómez Feito, seleccionador nacional de kárate, recopila la vivencia de sus primeros años en la villa, antes de la presión urbana y turística

Marcos Palicio / Pola de Somiedo (Somiedo)

En el teleclub de Pola de Somiedo se organizaban fiestas y partidas de cartas, la televisión tenía sus dos canales y, aunque el nombre despistara, también había libros. Los donaban los vecinos y se consultaban en aquel edificio que un día fue cuadra, que sigue estando junto a la pequeña iglesia de Santa María y que el esfuerzo y la implicación del vecindario había recuperado para el uso social colectivo. Ahí empezó todo. Ahí, en algún momento de la infancia somedana de Lino Gómez Feito (Pola de Somiedo, 1962), cayó en sus manos un libro por el que aquel joven, hoy seleccionador nacional absoluto desde 1997, supo que existía el kárate. No hubo flechazo al instante, «aquello quedó ahí, latente», y Lino se marchó de la Pola con su familia, cambió los crudos inviernos somedanos por las cuestas más suaves del barrio ovetense del Cristo y jugó de interior derecho hasta los 15 años en las categorías inferiores del Oviedo.

El Cristo de la iglesia de la Pola, mutilado en la Guerra Civil, «imponía un montón» a los niños

Le cautivó una clase en el «mítico gimnasio Takeda» de la capital y ahí sí, ahí rebobinó hacia el libro prestado del teleclub somedano y acabó despejando el balón, abrazando el tatami cuando se vio en la circunstancia de no poder compatibilizar más los dos deportes. Aunque hoy asegure que «se me daba mejor el fútbol», el renglón siguiente es el de un «tampoco me ha ido mal» que tiene detrás un título mundial al frente de la selección española femenina -Madrid, 2002- y cinco subcampeonatos sumando el más reciente, de hace sólo unas semanas en Belgrado. Y siete títulos de Europa, dos copas del mundo, dos campeonatos mundiales universitarios, la medalla de bronce al mérito deportivo, la vara de «vaqueiro de honor» y trofeos acumulados desde su etapa de competidor que, como no caben en casa, ocupan una pared en el hórreo de sus padres en Pola de Somiedo.

La villa se la escogió el azar a medias con la Guardia Civil, que destinó aquí a su padre, gallego, al que así se le puso en suerte un pueblo en el que se casó, tuvo tres hijos y añoró siempre cuando tuvo que marcharse a Oviedo. Gómez Feito habla de la transformación de la Pola deliberadamente a la vista del puente viejo, encima del torrente que forma aquí el río Somiedo en su veloz descenso desde el puerto. El lamento tiene todo el sentido aquí, delante de las piedras del puente, de uno de los últimos reductos rurales que le quedan a este sitio estéticamente desfigurado que «antes era más pueblo» y puede que lo hayan dejado «tal vez más cómodo para el que vive aquí, pero ha perdido mucho encanto, eso es innegable. Esto era un pueblo precioso y mira en qué se ha convertido». Este río o mejor los pozos de Reguera y Román devuelven la mirada hacia las largas jornadas completas de una infancia que repartía los escenarios veraniegos entre el agua fría que descendía por aquí y los balonazos en dos «campos de fútbol», el del prao El Román -«detrás de la casa del médico»- y el que sigue rodeando la pequeña iglesia de Santa María, que «nos parecía el Bernabeu».

Los inviernos eran diferentes, el sol prematuramente escondido por detrás de Peñavera en torno a las cinco de la tarde y las palas por necesidad, instrumentos indispensables para abrir caminos entre la nieve. Dejando a la derecha la casa de sus padres y un trecho más allá lo que fue el viejo teleclub, de camino hacia la iglesia y la salida de la Pola hacia Valle de Lago, Lino Gómez Feito ha pasado el Ayuntamiento en obras, por lo menos dos grandes hoteles y ahora un largo bloque de vivienda nueva con la fachada pintada de colores llamativos. El pequeño templo de planta latina que «antes se veía desde todos los lados ha quedado encajonado» entre los restos de esta presión urbanística insólita en la montaña asturiana, pero no olvida que fue íntegramente restaurada «por gente del pueblo de manera altruista» -en 2003- ni que dentro, presidiendo el altar, sigue un inquietante Cristo mutilado de guerra, sin brazos y con las piernas cortadas. Su historia es la de la Guerra Civil, la de la desmembración de la imagen arrojada al río y la de las manos de la mujer que la rescataron y la enterraron hasta el final de la contienda. Pero a los niños eso no les importaba tanto como verla tapada, como estuvo durante años, en una capilla lateral, la del Palacio. «Nos imponía un montón», reconoce Gómez Feito. Al salir, al fondo se ve el pico La Corona, adonde la «vida de un crío de pueblo» le llevaba a veces a «hacer casetas» y debajo el prado de La Tejera. Prado por decir algo, porque desde aquí se ve tan empinado que «no me explico cómo mi abuelo era capaz de sacar un carro de hierba de ahí, ni cómo se tenía en pie segando y con nosotros, los críos, estorbando alrededor».

Al desandar el camino, pasando por la casa de sus padres y el «refugio», habitación que Lino se ha fabricado en el hórreo, asombra por inusual un gran prado llano en el que sólo hay vacas. No es normal en la Pola que ha trocado aquella especialización ganadera por esta presión urbanística. Tampoco queda casi nada de la ganadería de supervivencia, de las «dos o tres vacas» que «tenía mi abuelo» y que a veces «condicionaban mucho la vida con la obligación de llevarlas y traerlas del monte». Hoy, las explotaciones que sobreviven son «pocas y muy concentradas». El seleccionador nacional de kárate se ha puesto delante de una realidad muy distinta a la que dejó aquí a los 7 años, porque él, recuerda, pertenece a la generación de los que se fueron para seguir estudiando, de cuando Oviedo estaba a dos horas y media de carretera y en Pola de Somiedo sólo había un teléfono. «Ahora todo es más fácil, hay más posibilidades para todo». Cuando regresa, y dan fe las constantes paradas de felicitación por el subcampeonato mundial de Belgrado, «me siento siempre muy querido. La gente me pregunta de dónde vengo, me felicitan... Tengo amigos de toda la vida, de los que fuimos juntos a la escuela, y tratamos de mantener la relación. Organizamos cenas, tocamos la guitarra, cantamos... No se ha perdido ese nexo».

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