La nostalgia de un pueblo con bolera
Florencio Friera, historiador y cronista de Sariego, recorre los paisajes de su infancia en una aldea de sustancia rural intacta que se ha transformado en «otro mundo»
A Florinín, el niño, nada le gustaba más que ir a Vega a jugar a los bolos, pero ya no hay bolera en Vega. En su lugar, Florencio Friera señala hoy con cierta nostalgia esta plaza que ha puesto unos plátanos donde tenía robles y dos bares con sus terrazas de verano en el sitio desde donde en tiempos se lanzaba en la bolera. La deformación profesional del historiador empuja marcha atrás al cronista oficial de Sariego, pero aquí, sobre todo, está hablando la memoria en viaje hacia los paisajes distintos de la infancia. Calle arriba y bajo la vigilancia de la sierra de La Llomba, Friera deja atrás en la plaza el antiguo cuartel de la Guardia Civil, «la fragua donde trabajaba mi padre» y «la llosa de Les Mariques», antes huerta que urbanización uniforme de chalés adosados. También quedan a sus espaldas la antigua fábrica de quesos a la que «mi madre venía a traer leche» y frente a la plaza la capilla del Carmen -finales del XVII-, que sí sigue en pie, todavía en su sitio.
Cuando había robles y bolera en la plaza de Vega y Florencio era «Florinín», en esta finca de la izquierda faltaba el Colegio Público Salvador Vega Berros, el indiano saregano que «inició las compañías de seguros en México» y después de sufragar parte de la obra del centro escolar le dejó su nombre. A la escuela entonces se iba ahí, apunta Friera hacia el edificio de lo que hoy es vivienda particular unos pasos más arriba, en el barrio de La Baúga. En el blanco y negro del «flashback», esta zona alta de la capital saregana no tiene un metro de asfalto, «era todo senderos» y había una fuente, que se llevó la obra de la Autovía del Cantábrico, y «una casona mariñana evolucionada» y un «paisaje muy frondoso, con su bosque de castaños» que también se va perdiendo, y muchos hórreos. «Quedan cuatro». El historiador sabe que «la historia es cambio», pero no se acostumbra a «la transformación del paisaje que se hace a veces sin criterios históricos ni buen gusto».
A todo asiente sin vacilar José Moro Parajón, «Pepe La Baúga», a las puertas de su casa, esta sí, tal como era, en el corazón del barrio que tanto ha modificado el tiempo al decir del cronista oficial del concejo. Él y Andrés Álvarez, que vive unos metros más abajo y presume de sus éxitos en el concurso de sidra casera de Sariego, resisten en lo más rural de este paisaje que el progreso ha derivado últimamente a marchas forzadas hacia lo urbano y residencial. El recorrido del cronista oficial ha venido a dar de nuevo a las antiguas huertas que son urbanizaciones, aquí donde a duras penas resiste, en mal estado, la casa de Gustavo González Soler, que tiene fecha del siglo XVII y tuvo un antiguo «molín de rabil para la escanda». Por la calle del doctor Rimada -«era del partido republicano radical y fue asesinado en la guerra»- Florencio Friera, natural del barrio de La Piñera, va camino de su casa, conservada, ésta también, más o menos como debió de haber sido siempre. La puerta informa del año de construcción, 1590, y el primor de la restauración confirma cierto afán por conservar como era una parte de lo que ha sido su pueblo.
A lo largo del poblamiento disperso de la pequeña capital saregana, caminando hacia el Este entre praderías y terrenos de labranza, se traspasa el arroyo Fontrea, que marca el límite de Vega a este lado -por el otro confín divide el regato Rauxuán-, pero más allá de esta frontera natural sigue habiendo que visitar Moral, que fue la capital de Sariego hasta que la cabecera administrativa del municipio pasó a Vega en torno a 1833, «con la división provincial de Francisco Javier de Burgos». Moral tenía la cárcel, informa Friera, y sigue teniendo palacio. El de los marqueses de Santa Cruz, principios del siglo XVII, conserva de su esplendor poco más que la reciedumbre de sus muros y las dimensiones más que considerables del edificio y de su finca. Con su capilla de San Roque, «es el edificio más importante de Sariego junto a las iglesias», pero está en ruina casi desde la muerte de su última usufructuaria, Carmen Valdés Cabanillas, en 1962. Moral era señorial, en Vega vivía el pueblo, «debió de haber alguna rivalidad» y aquí ha terminado residiendo la capital de Sariego, no sin antes someterse a «una transformación muy fuerte» e ir olvidando poco a poco aquel «otro mundo» en el que no era raro escuchar entonando tonadas a los que volvían de la hierba y los niños «teníamos un juego al aire libre para cada época del año». «Íbamos a ñeros» y «nos llevábamos a matar con los de Pedrosa, pero jugábamos con ellos contra los de San Román». «Cuando estaba guapo era antes, con los robles y la bolera», acaba sentenciando la nostalgia.
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