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Una pola enamorada de un río loco

La pequeña Villanueva de oscos resiste, gracias a la mejora de sus equipamientos, en la pelea por la desestacionalización turística, la diversificación económica y la renovación demográfica

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / Villanueva de Oscos (Villanueva de Oscos)

Vilanova, la pequeña pola de los tres Oscos, es villa enamorada de un río loco; tanto es así que ha tomado por nombre el del amante atrevido. Realmente tiene motivos, el Vilanova es un río espectacular, abarracando y caprichoso. A pesar de todo, con él vienen los caminos, que bajan de La Garganta y se dirigen al Sur, hacia San Martín y Santalla. Todos nacen en La Bobia, el robusto relieve montañoso que separa la meseta de los Oscos de la marina y que le sirve de espaldar frente a los vientos de los cuadrantes septentrionales a la vez que la orienta al cálido sur.

En esa vertiente solana el río Vilanova corre hacia el Sur. Es una rareza en Asturias, de la que parece que quiera desertar. Pero antes de consumar su locura, encuentra al Agüeira, que rodea por el Sur las tierras altas de los Oscos, y con él vuelve la cordura hidrográfica, pues a él le confía sus aguas, que asendereadas discurren hacia el Navia y el Cantábrico, su dueño natural. Así acaba el imposible sueño de un río que fluye a contracorriente, pero que mientras el capricho geográfico dura enamora a una pola.

Vilanova es apenas un pequeño caserío, el Ayuntamiento y algunos equipamientos hosteleros. Lo que hoy vemos es una imagen renovada, heredera del programa de desarrollo implantado en la década de los 80, que dejó una villa aseada y atractiva, que inclina al visitante a la simpatía por lo pequeño, a admirar el cuidado de los detalles de una comunidad implicada con su villa y que reconoce el valor del paisaje, algo que no es tan frecuente en Asturias a pesar de lo que oímos.

Pero, sobre todo, Vilanova es un caserío pegado a un monasterio, el de Santa María, de origen medieval e imponente presencia aún hoy. Piedra y hiedra para un fantástico volumen cargado de historia para el futuro, de una villa monacal. De mucha historia, llena de afanes y pleitos, de antiguas ferrerías y aprovechamientos agrario y ganadero. Por ello son famosas sus ferias de Santa Ana y San Miguel, celebradas en el puerto de La Garganta. Fantástico mirador, enclave telúrico, punto de encuentro entre las tierras altas y la marina; también singular bolsa ganadera, relevante plaza para el trato y el mercadeo en la cumbre, punto conspicuo para relacionar burbujas territoriales muy distintas y complementarias en la civilización agraria tradicional.

Para los racionalistas de ciudad, quizás un recorrido detenido por estas tierras serviría para poner en su justo punto la vieja discusión sobre el mantenimiento, o no, de la organización municipal asturiana. Vilanova es una hoja del trébol de los Oscos, historia y patrimonio de la cultura asturiana.

Si nos dejamos llevar por la impaciente y poco reflexiva tendencia dominante se terminaría por eliminar a estos hermanos pequeños, no para recuperar algunos de los grandes concejos medievales sino más bien para crear uno nuevo, grande y denominarlo «noroccidente». Y quedar tan panchos. En fin, Vilanova, afortunadamente, sigue ahí y es un magnífico argumento contra la desaparición de concejos rurales y la falta de imaginación creativa.

Porque Vilanova aguanta, contra pronóstico, contra los racionalistas de los años sesenta y setenta, que en pleno auge del modelo industrial veían una solución en la concentración urbana de la población. Pero el modelo industrial pasó y Vilanova sigue. Entre otras cosas porque para mantener vivo un territorio no se necesita mucho más que población, iniciativa y capacidad de renovación demográfica. Aquí parece haberlos, con la duda del último pilar.

La vida parece engañosamente fácil para el visitante vacacional. Los programas pioneros de desarrollo rural pusieron a Vilanova y a toda la comarca en el mapa de las nuevas tipologías turísticas, dirigidas a espíritus refinados, poco amantes de las solaneras y el bullicio. Y aquí sigue, con un nivel de calidad más que aceptable y un reto continuado de lucha contra la estacionalidad, por la diversificación y el mantenimiento de las actividades tradicionales.

Vilanova resiste. Con sus 87 residentes empadronados, que hace una década eran 66, lo que nos indica que atrae población, sobre todo de los núcleos rurales del propio concejo, que ha pasado de 423 a 388 (252 a 239 en la parroquia de la villa). Los buenos equipamientos y el aspecto cuidado de la pola constituyen un importante atractivo para la población de las aldeas más alejadas y peor comunicadas o con peores servicios. Un fenómeno común en toda la Asturias rural, que contradice algunas ideas urbanas, tan peregrinas como que la mejora de las carreteras favorece la emigración rural o que la inversión pública debe concentrarse en los núcleos urbanos para obtener una mayor rentabilidad social.

Lo que vemos en las villas más pequeñas asturianas es que la inversión pública, la mejora de los servicios y equipamientos públicos, la puesta al día de los caminos rurales e infraestructuras de comunicación apoyan el mantenimiento y aún el crecimiento de estas pequeños poblaciones, algo que no sucede en los núcleos rurales aislados y peor dotados. Hay que tomar nota de ello y obrar en consecuencia, pues sobran evidencias incluso en los concejos del área metropolitana.

Ni un paso atrás; ni para coger impulso. Sólo apostar decididamente por la supervivencia de Vilanova, de todas las Vilanovas asturianas, y por el mantenimiento de una estructura municipal que es resultado e imagen de la historia de la región, y cuya desaparición iría en sentido contrario a los intereses de la población asturiana, reforzando el modelo de concentración urbana impulsado desde las ciudades principales. Vilanova ha andado camino para abrir nuevas vías de actividad y su apuesta de futuro debe seguir ahí, ofreciendo un buen lugar para la vida y el trabajo de quien aprecie la vida tranquila, el paisaje armónico y los modos de vida relacionados con la tradición rural y el esparcimiento.

Junto al monasterio

El puerto de La Garganta abre el mundo altivo de Los Oscos. El río Vilanova baja las aguas de La Bobia antes de atravesar la pequeña Villanueva y recorre la meseta hasta dar en el Agüeira, separando Santalla y San Martín. En el Norte, el cruce de caminos señala la presencia del monasterio de Santa María y la mínima villa, que nos ofrece un renovado y cuidado paisaje, que nos remonta a la historia de un lugar pegado a los avatares históricos del monasterio. Historia y patrimonio enhebrados, en el presente, en la búsqueda de nuevas actividades para la atracción de visitantes y en afrontar el reto de supervivencia.

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