Una pola VIP: virginal, inmaculada, pequeña
Villayón, que se sostiene sobre un conjunto de equipamientos y servicios, pide atención y actividades nuevas que contengan la caída demográfica y ganen perspectivas de futuro
Villayón se encarama en la cuenca del gran Navia, inmediatamente antes de ser embalsado en Arbón. Aquí el río ha excavado entre sus grandes paredones un fondo amable, de suaves paisajes ganaderos y forestales, que en nada anticipan la dureza de las tierras que vendrán más arriba, las sierras y brañas de San Roque, Carondio, Busmayor, Muriellos y Lendelforno. El valle del río Polea, al sur de la villa, la separa de Illano y señala el límite entre el Villayón de Yuso, el de los valles, y el de Suso, el de las brañas y sierras. La capital concejil se sitúa en la parte baja, aprovechando los barrancos que abren los cortos y espléndidos arroyos de Fontes, Ribalaugua, Regueirón, La Pontiga y Oneta, que vierten al río Navia, cuyo eje traza la mayor parte del límite con los concejos de Coaña y Boal, salvo en Lantero y Mezana.
Desde el pico Villayón (521 metros de altitud) la mínima villa presenta una planta estrellada, estampada a menos de 400 metros. Su traza se ajusta a los caminos y carreteras, que se adaptan como pueden a un relieve suave pero intrincado, que convierte los dieciocho kilómetros que la separan de la villa de Navia en un lento recorrido, sorprendente y cambiante a medida que las vistas se suceden en cada recodo de la serpenteante carretera que juega al escondite con el domesticado y ancho Navia.
Adentrarse en el profundo sur es otra cosa. La aventura vive en las carreteras que conducen a Boal, Navelgas o Pola de Allande. El viajero se convierte en explorador por paisajes de otro mundo. Experiencia barata, pues está al lado de casa, y por ello muy aconsejable a todos los que gustan del paisaje, de la exploración cercana que permite descubrimientos sorprendentes en la infinita montaña asturiana.
La villa, limpia, tranquila y apacible, dirige su mirada hacia el Norte, hacia el mundo urbano e industrial de Navia, punto de atracción comarcal. Castañeira, sobre el cruce, y Martintourín escenifican esa mirada de Villayón hacia Navia, de la que depende para servicios públicos, equipamientos y comercio. Bajando al río, el pequeño caserío de Ribalaugua pone en relación la villa con el embalse próximo, localmente poco aprovechado.
La villa está rodeada de pequeñas cimas: Villayón, Penarronda, El Rañadoiro, El Cotario, Viedro, Los Fornos... buenos miradores para otear un concejo profundamente rural, dedicado a las actividades forestales y ganaderas, que justifican el mar de praderías, pastizales y bosques que encabritados lo tapizan.
Es un paisaje atractivo, en el que se integran armónicamente poblamiento, actividades y medio. La iglesia de San Pedro destaca, en su humildad, como referencia de la villa. La población se reparte democráticamente entre las parroquias del concejo, pues no hay casi jerarquía y la capital destaca poco sobre el resto. Sólo cuatro pueblos superan el centenar de residentes, todos en la zona baja del concejo. La villa aporta, sobre otros núcleos, plaza, edificio del Ayuntamiento, centro de salud, farmacia, colegio, telecentro, agencia de desarrollo, dos oficinas bancarias, oficina de turismo y centro de interpretación del paisaje protegido de la montaña. Y todo a las márgenes de una carretera que cruza la tranquila pola poniéndole un punto de emoción al lugar. La que da negociar el «sacacorchos» de Villayón, mucho menos famoso que las curvas enlazadas en bajada del circuito de Laguna Seca pero que de ningún modo cambiaríamos por aquéllas. Menuda carretera. Fantástica. Para los ciclistas la Casse Desert del Izoard de Asturias está en La Marta. Vaya etapa que se hacía para la Vuelta con sólo los 53 kilómetros de ascenso entre Navia y el alto de La Marta. Mientras llegan las imágenes que descubran al público semejantes tesoros paisajísticos, Villayón se sostiene sobre un pequeño conjunto de equipamientos y servicios, fundamentales para su supervivencia como territorio de la montaña interior, sin los cuales estaría expuesto a un rápido proceso de despoblamiento. Aunque a este respecto hemos de reconocer que Villayón es la capital de uno de los concejos que más población han perdido en la primera década del siglo XXI (1.940 residentes en 2001, 1.543 en 2010), habiendo seguido la pola esa misma tendencia declinante, aunque a menor ritmo, pasando de 173 a 165 habitantes (488 y 421 en la parroquia). De sus seis parroquias, ninguna llega ya a los 500 residentes.
La tendencia es preocupante porque pone difícil la supervivencia de un territorio extenso, importante para la vertebración del territorio asturiano, al evitar la ruptura del tramo más occidental e interior. El territorio requiere población; con ella van las actividades y las perspectivas de futuro. No podemos imaginar un mundo sin personas. No es natural. Por eso hay que hacer un esfuerzo por poner estos territorios interiores, pero próximos a la costa, en el mapa de las intenciones y del futuro regional. Tienen que tener su pauta, su prioridad, en el esquema de la ordenación del territorio regional, con el objetivo de no dejarlos expuestos a una desvitalización lenta, por agotamiento demográfico. Ni hay por qué ni sus pobladores lo merecen. Y aquí las comunicaciones vuelven a ser fundamentales. El envejecimiento de la población y su preferencia por las villas y sus mejores equipamientos son un factor que juega a la contra, por eso hay que compensar. Imaginar, proyectar y gestionar la apertura de mayores posibilidades para desarrollar la vida de las generaciones más jóvenes. En definitiva, elegir entre el modo de poblamiento tradicional asturiano, que ha sobrevivido al modelo industrial y a los intentos «racionalistas» de suprimir las estructuras locales, o el modo «aragonés» de área metropolitana y desierto demográfico regional.
Ruralidad y modernidad
La capital de Villayón es mínima villa rural, cabeza de un concejo extenso, montañoso, atractivo y aún poblado. El valor de las iniciativas y de los apoyos adquiere aquí un peso mayor que en otras partes, en la búsqueda de cómo encajar los territorios rurales más apartados de las vías de comunicación, más dependientes de las actividades tradicionales en recesión, en el sistema socioeconómico actual, abriendo posibilidades residenciales y funcionales distintas y complementarias, a partir de la difusión de sus posibilidades. De este modo se configura un desafío muy importante para el que todavía estamos a tiempo.
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