Los sitios de vigilancia o los puntos de referencia importantes, sin duda deberían estar provistos de algún medio para anunciar la inminencia de un peligro. Quizá uno de los recursos más socorrido sería emitir señales por medio del encendido de una hoguera o lumbre. Tal vez por ese motivo la toponimia menor nos mantiene expresiones como:
Llumeres (Go)22 originado en el plural del lat. LUMIN¯ARIA ‘luces’ (EM).
lluciernas (Ti)23 del lat. L¯UCERNAM ‘lámpara de aceite’ (EM) o *L¯UCERNAM exigido por las lenguas romances (REW).
La Llámpara (Cg) del popular LAMPADAM ‘lámpara’ (EM)24.
Llucencies (Ca), llocencias (Tb), formado sobre LUCERE ‘lucir’, ‘brillar’25 o LUCESCERE ‘comenzar a brillar’ (OLD)26.
Quizá, en el mismo sentido, debamos interpretar Fogares (Ay) desde un derivado del lat. focum ‘fuego’ (EM), sin duda *FOCAREM.
Emparentado sería lat. FOCARIAM pero con el significado de *‘lugar donde se hace fuego’, de donde se sigue La Foguera (Mi, Vd).
Recuerdo de hacer hogueras para dar señales a los barcos pervive, según la tradición oral, en La Talaya (Cñ), lugar llamado también La Ventosa’l Fuillo (Cñ) ‘la venta del fuego’.
Lluces (Cg), cerca de Llastres, podría entenderse igualmente como lugar desde donde se emitían señales luminosas para orientación de barcos aunque también hemos supuesto que podría tratarse de un genitivo analógico del antropónimo LUCIUS (cap. 9).
En cambio un “monte de la Luz”, convertido hoy en “El Barrio de la Luz” (Av), debe su nombre a la ermita dedicada a Nuestra Señora de la Luz (Av) citada por Jovellanos a la salida de Vistalegre (412 p. 400).
Posiblemente también en El Picu Fariu (Pi, Na), término de ori gen griego transmitido por el latín PHAROS (EM), pervive el apelativo faru y en lo que fueron ver daderos focos luminosos para guía de barcos como sería el caso de El Faru Peñes (Go)27 y acaso el derivado Los Faroles (Vv). Desde el primitivo faru, sin duda ‘lugar donde se quema para emitir una señal’, pudo haberse formado el verbo asturiano afarar ‘arrasar’, ‘asolar’, alusivo al actuar indiscriminado del fuego.
No sería imposible que, en ocasiones, se transmitieran determinados mensajes a través de (en)señas o señales de diverso tipo situadas en lugares característicos y fácilmente visibles (432 p. 77). Acaso en este sentido, derivado de signum —> *SIGNALEM, podamos interpretar un topónimo como Las Señales al sur del Puertu Tarna.
Para proponer lo mismo para Siña (Am) debemos partir de una neutro plural de signum, esto es, SIGNA con ¯I larga que postulan algunas inscripciones latinas (EM s.v. signum ‘enseña’) o, más bien, con una ŠI exigida por el apelativo seña (DCECH s.v. seña) con un cierre de la tónica por influjo de la yod, cosa no imposible si comparamos otros topónimos como Miñu (Ti) frente a La Meña (Llg), “Fontameña” (Co), etc. (460 p. 59).
No sé si los topónimos del tipo Llavandera (Vv, Xx, Cr, Uv, Si, Mo), llavandera (Ti), etc., con posible artículo palatalizado, guardarán alguna relación con determinados signos como banderas empleadas como advertencia o si se trata simplemente de lugares que hemos de relacionar con el lat. LAVARE (p. 253 y 614) o con un lugar donde abundan les llábanes (p. 98).
La grafía empleada parece que implica una interpretación popular de ‘bandera’: La Bandera (Cl, Ce), Pica la Bandera (Lln), Picu la Bandera (Po, Ca), y el hecho de tratarse siempre de lugares elevados induciría a esa interpretación. En esa misma dirección apunta el dato de Villayón donde un penedo es conocido como La Bandera donde, según algunos informantes, hubo una bandera cuando la guerra civil del 36 (EPA).