El valle desencantado

La cuenca hullera del este de Mieres, que se ha dejado una cuarta parte de su población desde que cerró su último pozo, en 2000, levanta la voz en una llamada de auxilio por la pérdida sin compensaciones: «De los fondos mineros no nos tocó ni el reintegro»

Marcos Palicio / La Güeria San Juan (Mieres)

La «plaza de la iglesia» de Rioturbio, casi el único lugar del poblado minero donde las calles no se identifican por nombres de letras correlativas del abecedario, tiene una vagoneta aparcada sobre dos trozos de raíles en un pequeño jardín circular. Está muy limpia, va cargada de carbón de mentira y enseña en la pared lateral una placa que permite calcular con exactitud la edad de la barriada obrera que la rodea. Dice que la estacionaron aquí el día que el pueblo festejó que cumplía cincuenta años, el 7 de diciembre de 2009. Hace pues más de 52 que estas hileras homogéneas de pabellones de bajo y cuatro alturas, unos verdes y otros marrones, se apoderaron completamente de la vega del río San Juan. Hace más de medio siglo que amurallaron con su aluvión de población obrera venida de todas partes la diminuta aldea primitiva que apenas se distingue hoy, a la espalda del bar La Parra, asomando entre los edificios gemelos de las colominas. Alguien dirá que Rioturbio ha envejecido mucho para ser tan joven y que es en realidad, medio siglo largo después de nacer, justo lo que dice de él el monumento de su cincuentenario. Un vagón sin locomotora. En otro tiempo cabeza tractora de «una de las zonas mineras más importantes de Asturias»; ahora un lugar donde las vagonetas y el carbón han involucionado a simples objetos decorativos. Y eso duele. Duele más desde que se secaron los yacimientos que daban de comer al valle. Se asimila peor al inventariar el reparto de contrapartidas y deducir que «de los fondos mineros no nos tocó ni el reintegro».


Por eso la callada quietud de las cinco de la tarde. De ahí que el diagnóstico, elaborado al primer vistazo por Alberto Álvarez, «Berto Barredo», ex concejal comunista en Mieres, habitante de la aldea de L'Acibíu y presidente de la Sociedad de Amigos del Monte la Teyerona, recolecte adhesiones a lo largo del eje urbano de la Güeria del río San Juan. Ahora el río baja limpio por Rioturbio, ya sin los restos de mineral que su agua lavó con empeño en el pasado, y esa desinfección es aquí otro indicio, éste paradójico, que informa sobre el alcance del oscurecimiento de las fuentes de riqueza. El San Juan desaguará en el Caudal después de atravesar por el centro la villa de Mieres, no sin antes recorrer este valle angosto que se extiende desde la capital hacia el Este, de Murias a la frontera que en el alto de Santo Emiliano delimita este concejo del de Langreo. Se va atravesando bocaminas abandonadas, orillando castilletes en desuso y esquivando la barriada, toda ella un «pueblo nuevo» con iglesia, plaza mayor y equipamientos sociales y deportivos edificado en los cincuenta íntegramente por Fábrica de Mieres.


«Del cementerio de Mieres hacia arriba eran todo minas y no queda ninguna», sigue Barredo. Rioturbio se llama Rioturbio por la suciedad del  San Juan cuando sus aguas servían para lavar el mineral de las explotaciones hulleras de su curso alto. Rioturbio es Rioturbio porque así lo quiso el carbón. Va a resultar difícil encontrar en Asturias un lugar más rendido a la mina y más afectado por su ocaso. Es en ese contexto que el ex concejal habla de la «dependencia de la mina casi absoluta» que remolcó este lugar edificado por la inflamación demográfica de la industria extractiva y severamente damnificado por su cese. Se refiere en realidad a la obligación de reinventarse, a las dificultades para encontrar el camino nuevo sin ayuda y a la cuarta parte de la población que ha perdido el valle desde que «Tres amigos», el último pozo de la Güeria, apagó la luz para siempre al día siguiente de la Navidad del año 2000. El ritmo de huida es de «entre 35 y 40 habitantes al año» según los cálculos de Ángel Luis Rubio, secretario de la asociación de vecinos de Rioturbio y de la Federación de colectivos vecinales de Mieres. El pueblo-barrio, corazón urbano del valle agrario minero, resiste con 1.162 habitantes de los 1.564 que tenía en 2000. El resto de la Güeria está incluida casi por completo en la parroquia de Santa Rosa, la segunda del concejo de Mieres que más población ha perdido en lo que va de siglo, sólo por detrás de la de Urbiés. Barriada y parroquia comparten el 25 por ciento en la pendiente de un descenso demográfico excesivo, asumen aquí, pero tal vez razonable, teniendo en cuenta la historia y la configuración del poblado, considerando los daños del desplome del carbón y lo insignificante de las contrapartidas que aquí sienten haber recibido a cambio. A la vista de la población que queda, puede que Rioturbio haya envejecido mucho para ser tan joven. «En los años sesenta», explica Berto Barredo, «el poblado se compuso con gente que vino de fuera de Asturias a trabajar en la mina. Al jubilarse o prejubilarse, cada uno volvió a su lugar de origen» y fue desalojando el pueblo nuevo en un lento proceso de desertización. En el festejo del cincuentenario del barrio, en diciembre de 2009, los que se reunieron a comer en Mieres vinieron a dar fe de que Rioturbio tiene vecinos por toda España. Ester Silva, secretaria de la Asociación de Madres y Padres de Alumnos del colegio público de Primaria, mira a las aulas que resisten pegadas a la parte trasera de la iglesia, noventa alumnos y tocando madera. «Había 1.816 en el curso 1968-69», compara Ángel Luis Rubio, que recuerda «hasta cuatro grupos de sexto de EGB» donde no queda hoy ninguno, sigue Silva, «porque ahora los de sexto van a clase con los de quinto». La escuela de Murias aguanta con seis niños; en el portal de Charo Montes, presidenta de la asociación de vecinos de Rioturbio, «vive una persona entre los tres pisos». Y así sucesivamente.


Por encima de Vegadotos, en la explanada cenicienta que se extiende delante del castillete del pozo «Tres amigos», el vacío de lo que debería haber sido un polígono industrial pone al forastero en la pista de lo que está pasando. Definitivamente, apunta la voz colectiva del vecindario, la reinvención de la Güeria va a costar sin ayuda. La parálisis de la tramitación urbanística del parque empresarial funciona como doloroso indicio del desamparo, pero tampoco ayuda, a juicio de Berto Barredo, otro agudo «problema de mentalidad. Estamos acostumbrados a la gran empresa y, en esas circunstancias, plantear una economía diversificada cuesta. Cuesta arrancar, porque además tampoco tenemos los apoyos suficientes», remata. Porque llegó a haber empresas interesadas en instalarse en «Tres amigos», interviene José Antonio Fernández, directivo del colectivo vecinal de Rioturbio, pero desistieron por la demora y por los obstáculos, «porque no les daban ventajas fiscales y acabaron marchándose adonde sí las había. Casi siempre a Olloniego». Si la geografía te ha puesto, sigue, levemente desplazado de los ejes principales de comunicación y en competencia con otras áreas mejor situadas, «también hace falta un esfuerzo fiscal para traer empresas y sujetarlas aquí unos años». Y aquí tampoco las hubo, ni se vio el empeño ni llegaron las ayudas y Mari Carmen Vázquez, presidenta de la asociación de vecinos de Santa Rosa, asiente de vuelta al desvalimiento por el camino de la persistencia en que «fue esta güeria la que menos llevó de los fondos mineros».


En el parque público Emilio Murcia, en el extremo Oeste de la barriada de Rioturbio, una bicicleta enorme, roja, negra y amarilla, decora el césped junto a la senda peatonal que viene al poblado remontando el río San Juan desde la plaza de Requejo de Mieres. El sendero sigue el rastro del antiguo ferrocarril minero y dicen que «la bici de King Kong» quiere ser también, aunque no lo ponga por ningún lado, un homenaje al medio de transporte que en el pasado más utilizaban los mineros para desplazarse a los pozos del valle. Son tímidos reflejos de la reutilización de la vieja iconografía minera para un futuro distinto, pequeños signos de un cambio de sentido cuya fórmula última, no obstante, sigue oculta a simple vista. Como para corroborarlo, la ruta se estrecha hasta morir de repente en algún lugar de Rioturbio, en la orilla del río opuesta a la que ocupa la barriada.


Mirando el valle desde más arriba, sin embargo, en la exuberancia natural de la campa de La Teyerona, en el sitio donde la güeria San Juan se junta con la de San Tirso, hace tiempo que Berto Barredo tiene perspectiva para contemplar «posibilidades e iniciativas» de cara a una nueva explotación de esta vega a través del ecoturismo y la restauración del patrimonio industrial minero. El primer empujón  se retrasa y eso está en mantillas, pero de ahí sale un camino, es evidente, compatible a su juicio con otros incluidos en la conjugación mierense del verbo diversificar. Barredo habla del «recurso agrario» dormido por la pujanza minera y explora la posibilidad de una reinvención residencial, el «¿por qué no se puede vivir aquí y trabajar en el centro de Asturias?» que tropieza contra la propia configuración de las colominas, con sus pabellones austeros y la funcionalidad de la arquitectura obrera de los años cincuenta. «Una vez me enseñaron el proyecto», recuerda Ángel Luis Rubio, «y ponía expresamente que "los materiales interiores de las viviendas deberán ser siempre de muy baja calidad"».


Hoy, observa él, Murias y Rioturbio, en la práctica una sola barriada obrera en dos ubicaciones distintas, «son zonas de paso, de gente que está ahorrando para algo mejor». Y a la vista del perjuicio, el debate sobre el futuro toma la forma de una llamada de auxilio pidiendo nuevos yacimientos y ayuda para explotarlos, con otro problema cada vez más acuciante en el retraso. Puede que haya empezado a ser tarde. «El gran error de las cuencas mineras», concluye Rubio, «fue que siempre pensamos que la minería iba a durar para siempre. No se planteó la diversificación hasta que se vieron las orejas al lobo, hasta que nos dimos cuenta de que lo único que teníamos se nos iba. Esto es el resultado de una falta de planificación, tanto social como política».

Del «fin» en la bocamina al «volver a empezar» de la naturaleza

«Fin». Las tres letras que quedaron grabadas junto a la fecha del 26 de diciembre de 2000 en una placa en el pozo Tres Amigos querían decir exactamente lo que parecía. La muerte anunciada de más de un siglo de minería en la Güeria San Juan tenía toda la pinta de una despedida y cierre que podía arrastrar tras de sí las de todo el valle. Todo lo que había llovido antes y lo que pasó a continuación, o más bien lo que no pasó, confirmó las peores expectativas y cimentó el impulso de los que hoy responden rotundamente a la pregunta por el porvenir: «No hay futuro». No con las condiciones actuales, sentencia Ángel Luis Rubio. No mientras siga creciendo el panel en el que la asociación de vecinos de Rioturbio recopila los recortes de prensa que reseñan sus frecuentes batallas por los contrapesos al daño demográfico y laboral y por las ayudas a la reanimación del valle.


En el tablón está compendiada la historia de agravios y orfandad que siempre ha denunciado esta güeria estrecha, repleta de historias de insubordinación minera y sin rastro alguno de lo que pudo haber sido. «Necesitamos inversiones y lo que tenemos es un polígono industrial muerto de risa», resume Rubio. A su lado, Berto Barredo persiste en  la certeza de que la combinación de la naturaleza y los restos de arqueología industrial pueden tener, suena el eco de lo que pide Turón, las llaves de un futuro distinto. La fiesta que su asociación promueve en el Monte La Teyerona es todos los años una llamada de atención para hacer saber, desde su área recreativa «de vistas imponentes», que toda esta zona «tiene unas condiciones importantísimas de cara al turismo». Que a aquel «fin» de la bocamina puede seguir otro principio en la naturaleza.  En el rincón del patrimonio industrial, Barredo menciona la tejera que da nombre a la campa, «que es la única del concejo registrada en el catastro del marqués de la Ensenada -siglo XVII-» y que podría contener el origen de la metalurgia en el municipio de Mieres. «Queremos recuperarla para una especie de museo», dice, y revalorizar lo que queda de «lo que fue esta zona con la minería, aprovechar todo eso desde el punto de vista de la arquitectura industrial». Está indicando hacia la herrumbre de los dos castilletes gemelos del pozo Polio, al olvido de la planicie que rodea Tres Amigos y a las sendas sin señalizar que se entrecruzan a su alrededor en toda la extensión del valle angosto del San Juan.


Darían fe los dos ciclistas perdidos de una tarde avanzada en pleno invierno que preguntaron a Ángel Rubio por el camino al pico Polio. Asentirían los promotores de los dos primeros hoteles rurales de la zona, que quedaron en nada, al decir de José Antonio Fernández, por la severidad de los permisos y de la tramitación. Berto Barredo, mientras tanto, no abandona la esperanza del proyecto de la sociedad caballar del Monte La Teyerona, un centro ecuestre «modesto -no un Asturcón-, enfocado además de al aprovechamiento lúdico hacia cuestiones sanitarias y de formación». Llegó a tener financiación prevista con cargo al Plan E y quedó paralizado, pero no olvidado. Derribar las trabas que levantaba la calificación del suelo, declarado de protección oficial, supondría un pequeño paso al frente hacia la sutura de las heridas de la comarca. Alberto Álvarez se dice convencido de que, como todas las demás iniciativas que podrían levantar el valle, ésta no va a ser capaz sola, «pero una y otra y otra, sumadas, sí podrían servir para dinamizar la zona». Están éstas, y aquella otra «de utilizar los castilletes y el entorno del pozo Polio para desarrollar una zona cultural relacionada con la minería», y el aprovechamiento de las potencialidades físicas de este monte para el provecho agroganadero...


Abajo, las calles uniformadas de Rioturbio están identificadas con nombres de letras de la F a la Z. Las de la A a la E están en Murias, «que pertenecen al mismo bloque» edificado por Fábrica de Mieres. Murias es el arranque de la Güeria San Juan, casi pegado a Mieres con su barriada repintada de rosa y morado, y fue la sede del hospitalillo de Fábrica antes que del hospital comarcal del Caudal, que hoy sigue aquí, contando las horas para el traslado al nuevo inmueble finalizado y todavía no equipado en Santullano. Murias es la segunda población del valle tras Rioturbio, 267 habitantes donde había 379 en 2000, y añade con la huida del centro sanitario otro indicio a la lista  de la sintomatología del desvalimiento. María Eugenia Fanjul y Julia Menéndez, directivas de la asociación de vecinos, aceptarían el proyecto de los pisos tutelados para mayores como sustituto del hospital, como disfraz de las alternativas que necesita este valle en el que «estamos», reiteran también ellas, «completamente abandonados».

«Puxa Güeria», o la lucha por la supervivencia

El «puxa Güeria» está escrito con espray negro, para que se vea sobre una puerta azul al final de la calle G, junto a los últimos pabellones de la barriada de Rioturbio. La pintada sintetiza el espíritu insubordinado de rebeldía que en este pueblo y en todo el valle va a surgir una vez quede sentado el daño que ha hecho la decadencia minera sin contrapartida. «Y a pesar de todo», no tardará en decir Ángel Luis Rubio, «no somos una sociedad muerta». «Ahora trabajamos tres donde antes había diecinueve», le acompañará José Antonio Fernández hablando de la asociación vecinal de Rioturbio, pero su local está repleto de pruebas de que la vieja Güeria sigue aquí, en la lucha. Está este mural hecho con reseñas de prensa de reivindicaciones, aquel cuadro de mampostería minera con un letrero que dice «pozo Tres Amigos» y que hizo en Navidad las veces de portal de Belén... Cierto que enfría los ánimos el recuento de las «setenta u ochenta tiendas de comestibles que hubo de Santo Emiliano a Mieres» y su comparación con el muestrario de servicios mínimos que ribetea hoy la calle del «pueblo viejo» de Rioturbio, pero también que  el colectivo vecinal de la barriada mantiene a casi cuatrocientos socios y que José Salor, secretario del Hogar del Jubilado, cuenta más o menos los mismos en el colectivo de mayores, aunque por la propia configuración del poblado «aproximadamente doscientos de ellos no son de aquí». Que hay en Santa Rosa, cabecera de parroquia, un colectivo con «85 asociados aunque no haya ni cien vecinos», precisa su presidenta, Mari Carmen Vázquez, y que a su lado aguantan otras «asociaciones culturales, sociales, vecinales...» Dicen aquí que no se ven caras nuevas, que «detrás de nosotros apenas hay nadie», pero este lugar de obstinada resistencia minera, que inició en la mina Baltasara la «huelgona» de 1906 y que tuvo en Vegadotos la sede fundadora del Sindicato de Obreros Mineros de Asturias (SOMA), hoy pelea por la supervivencia, pero tampoco se va a rendir con facilidad.

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