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Aquilino se rebela contra el olvido

Quilino Polio, ex minero y luchador antifranquista, rememora la Güeria «idealista y combativa» que conoció y llama a pelear contra el despoblamiento y el abandono

Marcos Palicio / La Güeria San Juan (Mieres)

Teresina, «la de Vegadotos», tenía un comercio en el corazón de la Güeria San Juan. «Era de derechas», nada que ver con el ideario comunista de Aquilino, pero «nos fiaba, lo apuntaba y nos dejaba pagar cuando podíamos». Aquilino Fernández Fernández, «Quilino Polio», minero de los de antes, histórico luchador antifranquista con el pueblo natal incorporado al apellido, habla pasando las hojas de la vieja libreta repleta de anotaciones a dos columnas, en una la mercancía y en la otra el precio, que guarda todavía, casi ilesa, para no olvidar. Conserva también una cartilla de racionamiento casi intacta, como tantos otros vestigios del pasado de la Güeria y como su memoria indemne al paso del tiempo, inmune al olvido, capaz de reproducir fechas y cifras, del día exacto que mataron a su tío en el monte a las «siete pesetas diarias» que cobraba un minero del pozo Sela en 1944. Los apuntes abundantes en el cuaderno de Teresina dan fe de la solidaridad de aquel valle «combativo e idealista», heroico al decir del minero que lo fue por necesidad antes de la mayoría de edad, que había quedado sin casa por la entrada de los moros en Polio en la primavera de 1938 y había huido a través de la Güeria, río San Juan abajo, hasta encontrar acomodo en Entrerríos, justo encima de Vegadotos. Hijo de soltera de cuando eso equivalía a una condena, con dos tíos combatiendo por la República en el frente de Oviedo y uno en el monte, Aquilino era en el 38 un niño de 10 años al que la guerra había pillado con 8 y que a los 15 ya era minero y cabeza de familia, «el número 533 en la cartilla para acceder al economato». A lo mejor, lo peor es que «nunca fui guaje», concluye hoy, cumplidos los 84.

Para no olvidar, a la pequeña bodega de su casa en el barrio de Arriondo (Mieres) se entra por un cuadro de mampostería minera y a la puerta hay un casco negro colgado en la pared con dos fechas pintadas en blanco, 1943 y 1981, la entrada y la salida de 38 años largos en la mina. Desde el interior del pozu Tres Amigos y de las galerías de Baltasara y Polio, Aquilino Fernández Fernández conoció aquella Güeria consagrada a la minería de montaña y a la explotación agraria, contempló el abultamiento demográfico por aluvión que acompañó a la profundización de Tres Amigos y Polio y, sobre todo, la represión, la insumisión y la cárcel. Todo eso y la solidaridad y la camaradería en la desgracia. Eso y la pelea por la supervivencia que ha marcado el destino de este valle hasta hoy. Quilino prefiere «idealista» y «leal» antes que insubordinado en su definición del carácter colectivo de la vega hullera del este de Mieres y ahora, muchas manifestaciones y huelgas después, sigue hablando de los mineros en primera persona del plural. La mina edificó esto a su gusto y como prueba basta una mirada a la barriada de Rioturbio, el centro urbano del valle, construido en los cincuenta a raíz de la profundización de los principales pozos de la Güeria. Por eso al leer lo que está pasando, al escuchar el eco de las barricadas y las movilizaciones en defensa de un sector seriamente herido, Fernández lamenta que el paisaje de su valle natal, despoblado y desatendido, sin restos de carbón ni de contraprestaciones por el cierre, sea un reflejo doliente del resto de las cuencas hulleras asturianas. «Hay una depresión tremenda», define, en parte porque «aquí no se creó una economía mixta y todo pivotó sobre Ensidesa y Hunosa. No defendemos el carbón por defenderlo, sino por necesidad, porque no tenemos nada alternativo. ¿Qué modelo energético tenemos a la vista para solucionar los problemas si anulamos el carbón? A corto plazo, ninguno». «Da pena ver casi toda Asturias», lamenta. «Tenemos que retomar la ilusión, pero eso necesita una base, unos medios».

El humo de las barricadas del siglo XXI devuelve a Aquilino Fernández a un paisaje que le resulta desgraciadamente familiar, a los años heroicos de un sector condenado a la lucha por la supervivencia. Retrocede medio siglo, por ejemplo, hasta la Güeria San Juan de 1962, a la tercera sección de Baltasara, al encierro de noventa mineros en un pozo de montaña próximo a Polio con «ventilación deficiente», comida escasa y el agua insuficiente que manaba a duras penas, gota a gota, de un manantial interior de la mina. La memoria de Quilino Polio ha retrocedido también hasta el trayecto «en camiones de toldos» al cuartel de la Policía Armada de Oviedo, a las palizas y las noches de calabozo con un zapato de la mina en lugar de almohada. La «huelgona» fue larga, duró «dos meses y nueve días» y sacó la rabia de las mujeres, que «jugaron un papel muy relevante en las huelgas» y que a él le permiten citar un ejemplo sin salir de casa. Su esposa, Rufina Suárez, «rompió la guerrera a un policía en una especie de ataque de coraje y se salvó gracias a Sindulfo, el practicante, que se la llevó al botiquín». La «huelgona» duró mucho, pero sirvió: «Obligamos a venir al ministro Solís a negociar con los mineros y con los sindicatos clandestinos, obviando al sindicato vertical franquista, y de aquella nos subieron quince duros por tonelada. Fíjate lo que suponía aquello entonces».

La memoria va y viene a 1965, al 12 de marzo, al asalto de la Comisaría de Mieres y «a las gorras de la Policía volando por los aires». A la guerra y a los dos disparos de fusil que impactaron en la ventana de la cocina de su casa en Entrerríos y que significaban que había obligación de acudir a la celebración en Mieres por la toma del Ejército franquista de la provincia de Tarragona. Aquilino, que perteneció siempre al bando de los que decidieron «no acomodarse al sistema», sigue sin resignarse ahora a llorar la pérdida. Y la pérdida es, hablando de la Güeria San Juan, la de toda la mina y toda su capacidad de arrastre, pero también la del universo rural que siempre ha rodeado al hábitat hullero del valle. Aquilino lleva su pueblo natal incorporado al carné de identidad, sustituyendo al apellido, y cuando dice que Polio «es el último pueblo de la Güeria», puede que no sea todo geografía. Queda un vecino en el censo del Instituto Nacional de Estadística y aunque el sitio siempre fue más «estratégico» que grande, hoy duele verlo caer. Hace daño el destino de éste y de los otros pueblos que la vega del San Juan va dejando por el camino. Al volver al Polio casi deshabitado, el ex minero mierense predica cuánto conviene «mantener las fincas y las casas, para que no se abandonen los pueblos. Abandonar un pueblo significa dejar tus rincones, tus recuerdos». Abandonar es olvidar, justo eso a lo que la memoria de Aquilino Fernández Fernández se ha resistido con éxito durante toda su vida.

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