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Mar de Coaña, reserva de diversidad

El plácido y pequeño puerto coañés trata de estabilizar su identidad como villa marinera original animada por la proximidad de la industria y los servicios y un nuevo modelo turístico

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / Ortiguera (Coaña)

Ortiguera, como otros pequeños puertos asturianos, representa la mirada al mar de un concejo cuya capital prefiere territorios más amables y seguros. La elección está lo bastante generalizada en Asturias como para que podamos inferir que los asturianos, en general, son personas de tierra adentro, montañeses de vocación terrena, que la mar para ellos es territorio hostil del que conviene estar alejados. Solamente algunas comunidades asturianas constituyen enclaves de pescadores y muy pocas más de marinos. Incluso muchas de las primeras han entreverado la dedicación a la mar con las faenas del campo. Intentar averiguar las causas es seguro que será interesante, y no cabe duda que indagar en ello supera el propósito de esta página, pero aun así, y ya que estamos en Ortiguera, podemos intentar esbozar algunas suposiciones que tienen que ver con la geografía, es decir, con la infraestructura de la historia, con un litoral que se hace faja, llana, rectilínea, alta, escarpada y opuesta frontalmente a «un mar de homes de ferro», sin entalladuras.

Asturias no abraza al mar. Las dos fases de la materia chocan en la costa cantábrica y de semejante confrontación surgen tremendas galernas. Así que mejor ser campesino que humilde pescador o baqueteado marinero, pues si las condiciones de vida de aquellos no eran blandas, las de estos todavía eran peores. Por eso, sólo algunas comunidades, que como colonias de percebes vivían pegadas a las rocas de las minúsculas calas, constituían enclaves de conciencia marítima, interpretada a su modo, al modo pescador o al marino. Son reservorios de diversidad. Partes componentes de un todo, el país, que con ellas se hace complejo y rico. El modo de Ortiguera es de los que mezcla el cuidado del rebaño en la tierra con el de las merluzas en el caladero particular. Petón de los Santos, Pedriquina, Piedra la Bonita, Pradín son sonoras referencias a fragmentos de un mar aparentemente explotado proindiviso pero con clara asignación de partes, que no por menos señalizadas son menos propias, conocidas y celosamente administradas.

Puerto de refugio siempre precario, Ortiguera creció con lo justo, con la ocupación de una pequeña entalladura cantábrica, El Ribeiro, abierta al fuerte mar del Norte entre punta Corbeirón y el cabo San Agustín. Minúscula cala donde refugiar, varándolas sobre el pedrero, las lanchas de unos pescadores cuyas casas brotan del cantil sobre las pendientes abarrancadas del arroyo Fundiyón, cuya incisión y desembocadura dan origen al escueto puerto y al barrio que escalona sus casas siguiendo el sentido de la pendiente. Mínima infraestructura de muelle y rampa, con cierre natural de roca. Tan cierre y tan natural que aún hacia 1920 el Ayuntamiento hubo de volar la Pedra del Porto, situada a la entrada de la cala y a la que no era fácil burlar, especialmente con la mar alborotada.

Hoy lo que fue centro de actividad arriesgada y de vida sufrida es plácida y pequeña pola, de caserío cuidado con esmero y pulcritud, que mira también hacia las nuevas actividades y a los que en épocas vacacionales recorren la costa en busca de paisajes, pueblos y vidas diferentes a los modelos normalizados de la ciudad.

El crecimiento más reciente de la pequeña pola mira hacia la rasa, que extiende sus llanadas entre los arroyos que desembocan en el puerto y en la pequeña playa de Arnelles. A partir de los barrios tradicionales de Fundiyón, El Camaral, El Cierro y El Cristo la población se expande por los llanos de El Rabeirón y Los Villares hacia la iglesia de San Martín de Mohías, parroquia de adscripción de Ortiguera. Esta rasa del Este semeja a una lancha que desde la iglesia parroquial de Mohías orienta su proa hacia el mar, en el cabo San Agustín, donde se ubican el faro, la capilla y la atalaya de pescadores. Hoy un pequeño parque-mirador es hito fundamental del paisaje local y parada obligada para el visitante, quien enfrenta su mirada complacida al Cantábrico desde el mismo lugar que acogió a tantas miradas ansiosas esperando distinguir entre los rociones la lancha de la familia gobernando a puerto. Es un lugar simbólico. Una tarjeta gráfica para presentar a Ortiguera y a los pescadores de Asturias ante el mundo, que atraerá a forasteros a una localidad cuyo entramado residencial presenta una forma distendida, característica de la marina occidental, que hace aún más atractiva su integración en el paisaje marítimo. Este recordatorio visual también servirá para reconciliar a los asturianos con su memoria como pueblo, superviviente de muchos afanes.

Ortiguera forma parte del relativamente denso poblamiento de la marina de los concejos de Navia y Coaña, que conforman una unidad territorial marcada por el mantenimiento de una aún notable ganadería láctea, base de una compleja red de pueblos, la presencia de villas mayores y menores, y una creciente actividad empresarial y terciaria, en la que el turismo no adquiere todavía un peso dominante. Actividades que no logran acrecentar el dinamismo de la población ni el número de nacimientos, signo claro de desconfianza en las propias posibilidades. Pero, objetivamente, aquí hay casi de todo. Recursos para crecer, para vivir y para desarrollar todo tipo de actividades, si de una vez por todas se solucionan los problemas de accesibilidad. Ortiguera aporta originalidad y tradición pesquera a esta unidad geográfica, que también contiene la huella indiana, bien presente a través de los Jardón, en forma de quinta, escuelas, carreteras y otros equipamientos debidos a su iniciativa. El papel indiano en la mejora urbana de las villas y de los núcleos rurales es un hecho que está aquí, entre nosotros, visible después de años, aunque poco reconocido en la actualidad y, a veces, hasta con cierto desdén hacia la figura del emigrante próspero. Que salió de gente emprendedora y a la que la vida forjó lejos con dureza, más o menos como lo hizo con los que quedaron en estas tierras al resistir la llamada de la emigración y de las sirenas industriales en los barrios urbanos del centro del país. Y que ahora puede tener más oportunidades, en un territorio bien dotado de servicios y de indudable calidad residencial.

La pequeña pola está prácticamente unida a la rasa donde se asientan los principales equipamientos comarcales. Entre Mohías y Jarrio, cerca del antiguo castro y sobre terrenos llanos, donde antaño estuvo el aeródromo, hoy se localiza el hospital comarcal, que sobrevive a continuas amenazas, el polígono empresarial ligado al enlace de la autovía y otros servicios públicos. Ello ha supuesto una evidente mejora en las perspectivas residenciales de Ortiguera y su entorno, y su integración en un espacio central comarcal amplio y diverso, que abarca la villa de Navia y buena parte de la rasa de Coaña.

Ortiguera tiene capacidad para estabilizar su identidad como pola original a partir de actividades terciarias y del modelo turístico de pequeños establecimientos y empresas de actividades de ocio marítimo y costero. Un modelo que ha tenido su progresión y su grado de éxito. Pero los modelos están para ser renovados, para ser reinterpretados y quizá la tipología de desarrollo rural-turístico que se implantó en las últimas décadas tenga ya que dar paso a nuevas proyectos. Las ideas deben ir por delante para enfrentar el futuro, luego vienen los proyectos y al final su gestión, para comenzar de nuevo el interminable ciclo de lucha por la vida de los territorios. Ante Ortiguera y los pequeños puertos asturianos parece que se pueden abrir nuevas perspectivas que hay que saber interpretar, sin perder el norte, que aquí está claro, sin cambiar el paisaje, pero sin caer en la tentación de la falsificación, de la postal, del cartón piedra. Ortiguera, como tantas otras villas, será si sigue viva y económicamente activa, si mantiene su originalidad y se orienta a la diversidad, si aprovecha la existencia de autovía, áreas empresariales y equipamientos públicos próximos y encuentra su forma personal de estar.

El cabo San Agustín, símbolo de la nueva vida

Desde cabo San Agustín, Ortiguera presenta con orgullo su pasado y razón de ser, la relación con la mar y las actividades pesqueras. En un medio duro, con infraestructuras portuarias mínimas y un fuerte apego al territorio. La atalaya, con campana y faro, transformada hoy en hermoso parque y mirador cantábrico, viaja en multitud de imágenes hacia otras partes y es símbolo de la vida actual de un pequeño puerto atlántico que ha sabido sobrevivir y mantener su atractivo paisaje urbano, vinculado a la pesca, pero también a la aventura indiana y a la calidad residencial.

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