Mirada a Poniente

La villa pionera del desarrollo rural ha llegado al siglo XXI con la base apuntalada para seguir mejorando, pero necesitada de proyectos renovados que fijen y rejuvenezcan población

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / Taramundi (Taramundi)

Dicen los que de eso saben que el topónimo Taramundi hace referencia a un terrateniente de hace milenios. Y desde entonces su posesión sigue ahí, en el confín, inmutable, aislada, pacífica. Pero para tener un confín hay que tener un centro. Desde el centro Taramundi se percibió en medio de una tierra de nadie, camino de Finisterre, machihembrando el mundo gallego y el astur.

Sin embargo, cuando el territorio no estaba tan polarizado, la gente se repartía ocupándolo más homogéneamente y creaba culturas particulares; esto es, formas propias de vivirlo, como la de Entrambasaguas, entre el Eo y el Navia, en la cual se inserta Taramundi. En ese momento, que ahora parece lejano, Taramundi no era confín, sino una burbuja más en un país aislado. En cualquier caso, a muchos asturianos del comienzo de la gran reestructuración, los que hacían el país al iniciar la década de 1980, Taramundi les sonaba a fin del mundo, era un finisterre de una Asturias desconcertada, páxara pinta de corazón ardiente y fatigado, cuyas alas, casi desprendidas y debilitadas por tanto peso, no podían con tan baqueteado cuerpo. En aquel momento pocos conocían Taramundi, un pequeño lugar que estaba lejos, muy lejos, lejísimos?

Aunque Asturias es un viejo país, en aquellos años estaba en reconstrucción. Comenzaba un nuevo ciclo de vida. Intentaba renacer, de la manera que lo hacen los territorios, entremezclando elementos del pasado y otros nuevos. Taramundi, a pesar de su edad, representó lo nuevo, porque los territorios no mueren, se transforman consumiendo la energía de la gente a través de sus proyectos. Para los territorios, el elixir de la juventud es el proyecto, con el que se aspira a controlar el cambio que provoca la usura del tiempo. La apuesta es tan alta que merece la pena atar corto al azar que, en cualquier caso, siempre interviene.

En Taramundi no fue la causalidad ni la pasión del espontáneo. La jugada fue pensada dentro de un proyecto más amplio: la reducción de las disparidades dentro de Asturias, el proyecto con el que abordó su obra un equipo de jóvenes oficiales públicos encabezados por Pedro de Silva. «Hay vida debajo de las piedras» podría haber sido su lema, y ninguna se puede perder ni malograr, pues el país pierde recursos. Era, por tanto, una obra patriótica, realizada con el método secuencial clásico, aún no superado y característico de la buena administración pública: estudiar, conocer, planificar, co-proyectar, gestionar. Así se atrevieron a escribirlo en 1984 y por ello hoy, casi tres décadas después, podemos comprender que el proceso de toma de decisiones y la línea de las mismas no fue voluntarista. Fue un éxito para los Oscos y la cuenca del Eo. Más tarde el fuego se apagó, otros vinieron y la cosa continuó avanzando por la misma senda pero a otro ritmo. En cualquier caso, Taramundi y los Oscos fueron marcas del rompehielos que abrió la banquisa que había congelado la vida rural española, en aquel momento agonizante, desangrada tras décadas de desarrollismo industrial y urbanizador. El mundo rural se relacionaba con el retraso y lo tradicional, era pre-moderno, se consideraba no apto para el negocio ni la actividad industriosa. Realmente, tampoco era moderna la industria, ni las ciudades incoherentes de la época, y ese era el problema de España y, en concreto, de Asturias.

Así que el desarrollo rural, como ahora lo conocemos, podemos decir que comenzó en Taramundi. Claro que ya había precedentes en distintos lugares de Asturias. Había cooperativas y extensión agraria, y ganaderos y profesionales, y focos comprometidos. En el campo asturiano en la década de 1980 todavía había lo que ahora se llama sociedad civil. Pero en Taramundi la apuesta fue institucional, completa, fuerte y siguió una vía propia asturiana, que podría haberse extendido y enlazado mejor con la vida civil a extramuros de la Administración. La entrada de España en la Unión Europea ratificó la vía experimental, la robusteció, enchufándola a las potentes vías financieras continentales y a cambio la encuadró en un marco burocrático, desapareció el tiqui-taca y el equipo pasó a jugar de otra manera, controladamente.

En cualquier caso, Taramundi, como toda la comarca de Eo-Oscos, cambió. Para bien. Se rehabilitaron patrimonio, viviendas y espacios públicos, se mejoraron las infraestructuras energéticas y de comunicación, se pusieron en marcha iniciativas de turismo rural, de artesanía y agroindustria, de eventos y de búsqueda de dinamización social y cultural. Y todo ello fue referente para otros. Estamos, pues, ante una historia de éxito. Que se manifiesta hoy en una pequeñísima villa bien cuidada, atractiva, con buenos equipamientos y servicios, con pequeñas empresas e iniciativas locales. Pola que se encarama en un suave relieve alomado sobre los valles de los ríos Turia, Cabreira y sus afluentes. Desde allí mira a Poniente buscando el valle del Eo, mientras mantiene un remanso de pequeños caseríos en un paisaje de praderías, pequeñas vegas y bosques, con una particular percepción del paso del tiempo. Sobre este relieve de lomas y valles se acomoda el caserío de la villa de Taramundi, extendido en plano estrellado, guiado por las carreteras y caminos tradicionales, con numerosas pequeñas agrupaciones próximas que conforman la parroquia: Veiga de Llan, Pereiro, Pardiñas, Vilanova, Cabaniñas, Río do Louro, Mazonovo, Llan...

Pero el éxito deja una certeza, se acaba, muchas veces porque el tiempo agranda las grietas de nuestras debilidades y las convierte en amenazas para el futuro. La mayor, de nuevo, la pérdida de población por el envejecimiento, al que la llegada de nuevos residentes y los nacimientos no han conseguido equilibrar. La calidad de vida de la pequeña villa atrae y concentra población, sobre todo de su entorno rural. En la presente década ha pasado de 200 a 219 residentes empadronados, pero el concejo ha perdido 160 (893 a 733) y se acerca a una situación de difícil reversibilidad. Un territorio, una villa, necesita población vinculada que ejerza actividades económicas. Necesita niños y jóvenes que aseguren la renovación generacional. Lo contrario lleva a la lenta postración, en un bello, muy bello, decorado. Asturias necesita encarar con urgencia su problema demográfico, porque hoy es el esencial, junto con la inserción laboral de los jóvenes.

La comunicación de Taramundi siempre ha sido más fácil hacia el Oeste, hacia el Eo, hacia Pontenova y Vegadeo. El relieve alomado y las sinuosas carreteras fueron un obstáculo tradicional hacia el Noreste, por las selas de Fabal y Entorcisa o buscando la carretera de La Garganta. El programa de desarrollo rural de Oscos-Eo mejoró las carreteras y, más decididamente, los equipamientos y servicios públicos, cambiando radicalmente la calidad de vida de la población residente. Hoy, Taramundi tiene la base, física y vital, para seguir mejorando, para atraer población e incorporar nuevas actividades. Para ello probablemente necesita un mayor empuje de población joven, en el marco de un sistema económico aún en proceso de afianzamiento y consolidación en una región de costumbres, a la que le cuesta adaptarse a nuevas realidades.

El reto de la supervivencia

Taramundi, cuidada y pequeña villa, de historia, patrimonio e iniciativa local, afronta con sus medios el reto de supervivencia del mundo rural asturiano. Desde la experiencia de que es posible encontrar caminos y vías vitales diferentes a los modelos urbanos a los que parece abocada la juventud asturiana. Ayer en el área metropolitana asturiana, hoy aún más allá. Hay que renovar la apuesta de futuro, la misma que en la década de 1980 cambió la villa, el concejo y la comarca, pero que necesita de las nuevas generaciones para seguir en el intento.

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