Como goma de mascar, los barrios de El Natahoyo y La Calzada se estiran hacia poniente prolongando aún más la travesía urbana. En la parroquia de Veriña, colonizada tiempo atrás por la siderurgia, la escena se tiñe del óxido de tuberías, cintas transportadoras y refrigerantes, cediendo el protagonismo a la población de Puao, suspensa en las laderas del monte Areo, frontera natural con el Concejo de Carreño que alberga en su extensa planicie una notoria necrópolis.
Etapa 5
Los peregrinos que nos precedieron, entre los que se ocultaban pícaros y holgazanes, auténticos profesionales que hacían del peregrinaje su forma de vida, y también prófugos y criminales acechados por la justicia, pasarían la noche en el hospital de pobres y peregrinos de Gijón/Xixón, conocido en el XVIII como hospital de los Corraxos, cuya capilla era la de Nuestra Señora de los Remedios, en el barrio de Cimadevilla, donde descansa eternamente Jovellanos. Emprenderían la marcha bajo el cerro de Santa Catalina, desvelados por la algarabía de lonjas y mercados y contagiados de su dinamismo. Siglos más tarde, con el despertar y afianzamiento del Camino de Santiago, la postal de la ciudad más poblada del Principado es bien distinta, así los peregrinos tecnológicos partimos junto a las dársenas del puerto deportivo, por el paseo paralelo a la calle Rodríguez San Pedro, que no es de arena, a pesar de estar jalonado de conchas jacobeas que nos muestran el itinerario.
Pendientes del pavimento van desfilando chanclas, bicis, cochecitos y canes. De frente, dejando la playa de Poniente, enlazamos con la avenida de Juan Carlos I, delatada por el Museo del Ferrocarril de Asturias, integrado en el solar de la antigua Estación del Norte. Pasamos pegados al edificio de los antiguos juzgados, que será reconvertido en un centro administrativo y de atención al público del Principado, y el hotel La Polar, girando más adelante a mano derecha para salir a la plaza del Padre Máximo González. Aquí proseguimos hacia el oeste por la calle de Mariano Pola. A partir de aquí, el trazado va a dibujar una línea recta impecable. Estamos de pleno en el barrio del Natahoyo, ensanche popular que se desarrolló de la mano de los astilleros. Al poco pasamos junto a la parroquia de San Esteban del Mar, que en 1815 vio partir la procesión que condujo los restos mortales de Jovellanos hasta la iglesia de San Pedro, que llegaron a la ciudad tras ser exhumados en Puerto de Vega, donde había fallecido cuatro años antes. Mariano de Pola se funde con la avenida de Galicia y aún nos llevará un trecho alcanzar la encrucijada de Cuatro Caminos.
En la antigüedad, ventas camineras daban su servicio en los barrios que hoy conforman el distrito oeste de Gijón/Xixón, como El Natahoyo y La Calzada, al que nos asomamos tras atravesar de frente la gran intersección. Este ensanche también obrero, en las cercanías de El Musel, ha ido transformando paulatinamente su fisonomía. Proseguimos por la avenida de la República Argentina, otra vía que se prolonga sin fin, acogiendo la iglesia de Nuestra Señora de Fátima. Al pie de ésta, superamos una rotonda y retomamos nuestra ya monótona singladura, cubriendo los últimos cientos de metros mientras presenciamos cómo se extinguen los últimos bloques de viviendas. La trama urbana, desde que ayer pusimos un pie en Cabueñes, se ha prolongado por espacio de 12 kilómetros, un guarismo de récord.
Discurrimos al borde de la carretera de Avilés, que más adelante entroncará con la AS-19, vial que protagonizará en solitario la última parte de la etapa. Pasando de largo el cruce hacia la Campa Torres sobrepasamos un puente sobre las vías y posteriormente una rotonda, a la entrada de Puente Seco, de la parroquia gijonesa de Veriña. Un par de desguaces dan acceso al puente bajo el ferrocarril y nada más superarlo evitamos la rotonda, tomando un caminito que vira a la derecha y sale al Camín de la Estación, sobre la AS-19, la carretera de Avilés. Seiscientos metros después pasamos bajo una cinta transportadora de minerales que suministra a la industria siderúrgica de Arcelor, dejando a mano derecha el acceso al núcleo de Veriña Baxo. Si subiéramos hasta las casas, desembocaríamos más adelante en la AS-19, conectando con el Camino junto al paso a nivel con barrera.
El conjunto de viviendas de la estación humaniza el paisaje industrial que algunos peregrinos se ahorran, tomando el autobús y negándose a atravesarlo porque no les despierta interés alguno, por su poco atractivo o peligrosidad, rodeado de infinidad de ramales viarios, o simplemente por desconocimiento. Tras la cinta transportadora llegamos a una rotonda, pasando una báscula de pesaje bajo el viaducto. Deberemos cruzar con mucha precaución la AS-19 y superar el paso a nivel con barrera, accediendo a la parroquia de Puao. La carretera salva el río Aboño, que antaño cruzaban los peregrinos por el puente El Cieu, mientras hoy una tubería de gas cok sobrevuela el firme. Antes de la llegada de la industria pesada, aquí se esparcía una feraz vega donde se plantaban remolacha azucarera y cereal. En siglos pasados algunos peregrinos no seguirían la ruta actual, continuando al norte hasta Candás por las parroquias de Carrió, Albandi y Perlora.
Un sutil esfuerzo nos aúpa hasta otro puente sobre el ferrocarril, antesala del barrio de Zarracina, que rebasamos para seguir ascendiendo durante medio kilómetro. Al punto que comenzamos a bajar, tomamos a mano derecha el Camín Rebesosu, una despiadada rampa que encuentra sosiego en la fuente de Cadueño, que llama a hacer una pausa. En plena cuesta torcemos a mano izquierda en la primera bifurcación, el Camín de Quimarán a Villar, que presenta un fugaz túnel vegetal. A la derecha surge el Camín Real, que confluye más arriba en la carretera vecinal que habíamos dejado atrás al salir del Camín Rebesosu. ¡Ojo, porque hay que seguirla hacia la izquierda! El hito jacobeo confunde a más de uno, que en lugar de seguir la carretera se interna por una pista de cemento que surge de frente. Un poco más adelante, Amada, una vecina de Puao, ha dispuesto amablemente y de forma altruista un banco y un pequeño techado con botellas de agua. Según anuncia el cartel, sella la credencial en la casa número 29. Proseguimos de frente en dirección al área recreativa de monte Areo y posteriormente por el Camín de Casa Andrés.
Aumenta el porcentaje de la pendiente junto a casa Beyty, el número 708, tornándose luego el piso en tierra. No tardamos en rematar el ascenso, atravesando ahora la planicie del monte Areo, donde el Camino de la Costa coincide con el GR-100 de la Ruta de la Plata. Nada tiene que ver este panorama con vistas al Cantábrico, de extensos prados y masas de eucaliptos, con el que hemos dejado atrás, aunque tanto uno como otro tengan su encanto. En esta atmósfera montaraz salpicada de túmulos y surcada por el Camino Real de Gijón/Xixón a Avilés, el Concejo de Carreño releva al de Gijón/Xixón. Dejaremos a mano derecha la población de San Pablo, de la parroquia de Quimarán, que contó con una capilla, conocida como Sancti Petri de Pineiras, y un torreón de vigilancia. En breve pasaremos también el desvío al dolmen de San Pablo, que dejamos a mano izquierda para seguir de frente.
La travesía del monte Areo se prolonga desde este punto durante más de un kilómetro, llegando hasta unos invernaderos y el caserío de Ramos, prólogo de la parroquia de El Valle. No tardamos en salir a una carretera vecinal que desciende a la CE-6; sin embargo, la soltamos en breve por la margen izquierda, cogiendo otro ramal asfaltado que pierde altura con suma premura, descubriéndonos un paisaje verde de pequeños montículos, prados y modestas huertas. Al borde del camino de Los Ramos, en el prado de pastu Torío, localizamos la Fonte les Xanes, envuelta por la leyenda de estas cautivadoras hadas, que aquí recogían y doblaban la ropa de las vecinas cuando éstas la dejaban tendida durante la noche. Nos conducimos hasta Sopeña, otro barrio de El Valle, donde puede que algún lugareño nos ilustre sobre los hórreos y paneras del Concejo de Carreño, con tipología propia. Un paso más y nos plantamos en la CE-6, que divide Santolaya. Cruzamos de frente en dirección a Prendes para visitar la iglesia parroquial de Santolaya, conocida anteriormente por el sobrenombre del Arcu o del Carru, y ya citada en el año 905 a causa de una donación realizada por Alfonso III el Magno.
Abrazan el templo un olivo, varias palmeras y un sauce llorón que proporciona buena sombra, mientras que varios bancos y un caño de agua refrescante completan las comodidades. El peregrino no necesita más. Reanudamos la jornada sobre la CE-5, encontrándonos seguidamente con el lavadero de la Ponte Piedra, situado en el lugar de La Sierra. A unos metros el firme salva el arroyo de Verún y no tardamos en entrar en La Maquila, apartándonos después de la CE-5 al girar a mano izquierda en la bifurcación. Otra vía asfaltada, rodeada de fardos de hierba encintados, lleva a Torre, junto a la residencia canina Los Vitorones, y justo aquí se accede a Los Celleros, cuyo topónimo puede significar ‘granero, almacén, huerto’ o más ampliamente ‘tierra de cultivo’.
Prosiguiendo a la derecha en la posterior bifurcación, da inicio un tramo propicio para la reflexión. No son los páramos de asceta que escribió Machado, pero sí una llanura solitaria de leves ondulaciones. A kilómetro y medio de Los Celleros dejaremos a mano derecha el desvío a la parroquia de Llorgozana, transitando por pistas maltrechas, mezcla de tierra y alquitrán, que nos arrimarán a Tamón, aún a más de 20 minutos. La iglesia parroquial de San Juan Bautista emergerá entonces sobre la arboleda, alentándonos a avivar el ritmo. Llegaremos hasta ella, instalada sobre la AS-326, tras rodear unos terrenos vallados de Aceralia y atravesar un túnel. En sus inmediaciones debió de haber una venta; hoy, si al salir a la carretera tiramos unos metros hacia la izquierda, encontraremos la cantina del Centro de Iniciativa Rural de Tamón, un bar-restaurante distinguido por un espacio cultural que ilustra con maquetas, fotografías, paneles y materiales el devenir y la historia de la familia ferroviaria.
Frente a la iglesia continuamos a la derecha por la AS-326, utilizando para mayor seguridad el arcén elevado. A mano derecha el bar-restaurante Llar de Ana y el polígono industrial de El Cascayu, con el café-bar Principado. ¡Atención!, porque un poco más adelante dejamos la carretera por la izquierda, atravesando la terraza de una propiedad para cruzar con sumo cuidado el enlace que se dirige a Cancienes y a la multinacional Dupont. Por una vereda abierta en el talud llegamos hasta un taller pegado a la AS-19, en Tabaza.
Comienza la verdadera odisea de la etapa, que no es otra que el peregrinaje por la carretera Gijón/Xixón-Avilés, achicada entre la autovía A-8 y el gran entramado de la industria siderúrgica. Restan 1,6 kilómetros para dejar atrás las tierras carreñenses y acceder al Concejo de Corvera de Asturias, que se sustenta al compás de Arcelor y Fertiberia y el sector del ocio representado por el centro comercial Parque Astur, sin olvidar sus recursos naturales, como el embalse de Trasona y el humedal de la Furta. Un cartel indica el comienzo de la primera de sus parroquias: Trasona, que irá dilatándose durante un puñado de kilómetros. Al pasar poco después junto a la planta de Fertiberia, de abonos y fertilizantes, la carretera se multiplica con carriles de salida e incorporación.
Pasado el punto kilométrico 16, entraremos en Gudín, perteneciente a Trasona, y nos ayudará a franquearlo el estrecho paseo acomodado en el arcén derecho. Alguna panera contrasta con bloques de pisos antiguos, de estética poco acertada. Tras la escuela infantil, siguiendo en todo momento la AS-19, superaremos una rotonda para acceder a otro barrio de la parroquia: El Pedréu. Es posible continuar por la parte de atrás del bar-restaurante Casa Generosa, aunque también al borde de la carretera, donde podemos encontrar algún servicio más, como el pequeño supermercado habilitado en la gasolinera. La ecléctica iglesia de San Vicente espera unos metros más allá.
A veces la última hora de la ración diaria de caminata es la más amarga; el peso de la mochila parece duplicarse, así como el cansancio, vencido por la monotonía. Junto a la iglesia parroquial, reparamos en la capilla de San Pelayo, donde hay otro par de restaurantes, y pasamos el cauce del Alvares para poner rumbo a La Marzaniella (bar-restaurante, vending y farmacia).
En esta otra aldea de Trasona el Camino oficial continúa su itinerario por la AS-19, aunque cabe la posibilidad de tomar hasta Avilés la senda peatonal que discurre junto a la ría. El acceso se encuentra en la pasarela situada junto al campo de fútbol. El Camino de la Costa se obstina en la carretera, rebasando Corvera para personarse en el Concejo de Avilés. Accederemos a la ciudad por el barrio de Llaranes, con su poblado obrero construido en la década de los cincuenta para los trabajadores de Ensidesa, y la avenida de Gijón.
La llegada aún se demora y, siempre en línea recta, quedan por sortear algunos viales que arremeten por ambos lados. Nos mantenemos en el arcén derecho y, rebasado el cartel de “Zona Portuaria”, descendemos una rampa, pasando bajo un vial. En este punto, para mayor seguridad, será mejor que crucemos el paso de peatones y cambiemos al arcén izquierdo, progresando junto a una gasolinera y una empresa de mecanizados. No tiene por qué haber pérdida, el trayecto está bien indicado con flechas amarillas. La carretera ya toma el nombre de avenida Marqués de Suances, que cruza las vías y baja levemente para conectar de frente con la avenida de Cervantes. En esta arteria se localiza el albergue de peregrinos Pedro Solís, bien identificado por el crucero que se emplaza ante su puerta. Don Pedro Solís era un clérigo de Avilés que fundó en 1513 el hospital de peregrinos de Nuestra Señora de la Asunción, que ofrecía “cubierto, cama y fuego”.