El peregrino se adentra en la sierra de Las Palancas, de trochas perfiladas por los pueblos primitivos que buscaron refugio en la orografía más intrincada. El recorrido, de incomparable panorámica sobre el Cantábrico, asciende gradualmente hasta Silvaoscura, donde aún se pueden ver las ventas, testigos del paso por estos parajes. El desnivel se acentúa hasta alcanzar la base del pico Paradiella, altanero con sus 716 metros. A su sombra, el Camino inicia el descenso, persiguiendo los muros que fraccionan las brañas y cayendo por un pinar hasta San Playu de Teona, preludiu de Vil.lamouros y Cadavéu.
Etapa 8 (Por Las Palancas)
El albergue de peregrinos de Soto de Luiña se convierte en la casilla de inicio de esta nueva jornada, otra de las memorables en esta peregrinación por los Caminos de Santiago del Norte. Salimos a la N-632a, cruzándola para arrimarnos al hotel Valle de las Luiñas, donde entre casas diseminadas avanzamos a la vera del arroyo de Pico y Medio. Trescientos metros más arriba confluimos nuevamente con la antigua nacional, que seguimos durante otros cientos de metros para tomar un camino que surge del arcén derecho, la llamada cuesta de la Torre, que asciende ferozmente entre los eucaliptos. Al final de la trepada giramos a mano izquierda, tomando una pista más ancha que va al encuentro de la carretera, que cruzamos para aproximarnos al cementerio y salir de nuevo al asfalto de la N-632a en Las Chabolas, donde se encuentra el hotel Cabo Vidío. Junto a éste, hallamos el preciado mojón de doble azulejo que, como los demás, ya se ha convertido en un patrimonio material más de la ruta jacobea, al menos para los peregrinos, que encuentran en ellos un compañero de aventuras y un guía infalible en las encrucijadas y en los parajes más solitarios, donde el viajero se encuentra a un ápice de perder la fe.
Abordaremos el Camino Real de Las Palancas, el camino de los vaqueiros, heredero de las ancestrales y viejas trochas cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos. Se trata del itinerario oficial del Principado, jalonado con mojones y señalizado con la baldosa rotulada como “Camino”.
Hay que advertir que no encontraremos fuentes (tan sólo un par de grifos particulares al pie de sus viviendas), tiendas ni bares a lo largo de esta ruta montañosa, por lo que es de vital importancia llevar comida y bebida para una jornada que se dilatará por siete u ocho horas. También recomendamos vestir pantalón largo, así evitaremos pincharnos con las púas de los tojos y otros espinos. No está de más aconsejar que se recorra en compañía y siempre que haya mal tiempo se opte por el trayecto de Las Ballotas. Un dicho local dice que: “Niebla en Paradiella, agua en la escudiella”. La dificultad también estriba en que en la montaña las referencias son escasas, y si no somos grandes conocedores del terreno, pasarán desapercibidos collados, picos o parajes, incluso portando un mapa topográfico.
Con decisión, en dirección “Camino”, seguimos a la izquierda, donde se extiende una pista de buenas hechuras bajo el boscaje de pinos y eucaliptos, dejando en los primeros compases un depósito de agua a mano izquierda. El Camino asciende de forma sosegada pero no tardará en alcanzar un punto donde el desnivel se acentúa; es la cuesta de la Ventana, que avanza por la ladera norte del monte homónimo, el cual tiene una cota de 283 metros. La vista hacia el Cantábrico empieza a dibujar las primeras sonrisas bajo una capa de sudor cada vez más copiosa. Desde esta atalaya, vamos a controlar en todo momento los pueblos de la rasa costera, desde Albuerne a Cadavéu y más allá, por donde discurre la ruta de Las Ballotas.
El ascenso va tornándose más benigno y la pista se desdibuja ligeramente, dando paso a un tramo colonizado más por helechos, que atravesamos por una vereda estrecha. Avanzamos sobre la cúspide de la sierra de Troncedo; debajo, a mano izquierda, en línea recta a unos 350 metros, la CU-7 atraviesa el mismo pueblo de Troncedo. Seguimos sin pérdida hasta el paraje de El Pedrisco, donde la baliza 48 de Enagás marca la posición del gasoducto que progresa por debajo, en concreto el del tramo entre Llanera y Villalba con una longitud de más de 180 kilómetros.
Descendemos levemente; al frente tenemos el cerro o pico Verina, hacia el que nos dirigimos. Echando un vistazo a la costa reparamos en una gasolinera que delata a Novellana. Al sur, a mano izquierda, se encuentran Los Rozos, del Concejo de Valdés. El Camino va rayando la divisoria entre los términos de Cudillero y Valdés por los herbazales del Llano la Paja. Tras una fugaz rampa, donde empezaríamos a ganar el camino hacia la cima, giramos a la derecha evitando el desnivel, adentrándonos en una zona más boscosa que presenta algún tramo encharcado. No en vano ladera abajo deben caer varios regueros hacia el Cantábrico. Rodearemos el cerro Verina, dejando partir el camino que lleva al próximo Monteagudo, asentado en las laderas del pico Sabina.
Un repecho por senda emboscada da vista al frente al pico Paradiella, aún a seis kilómetros. Es la máxima cota de la sierra de Las Palancas y se reconoce gracias a las antenas de telefonía que hoyan su cima. Debajo junto a la costa vemos Castañeras, donde se ubica la playa del Silencio, y Santa Marina. Nos mantenemos en torno a la cota de los 400 metros, incluso bajando, mientras atravesamos el paraje del Canto del Llano, bajo las laderas del pico El Gordo. Vamos a salir a la carretera que sube desde Novellana. Cabe precisar que en caso de urgencia se puede descender por ella hasta esa población, a algo más de cuatro kilómetros, y proseguir la jornada por la ruta alternativa de Las Ballotas.
Entramos seguidamente en Silvaoscura. Este núcleo se asienta en el collado de las Ventas, antaño cobijo para todo tipo de transeúntes que recorrían estas montañas, desde vaqueiros a peregrinos. La casa habitada era la Venta Nueva, que se sitúa en términos del Concejo de Valdés, parroquia de Arcallana. Unos metros más adelante, a mano derecha, entre los árboles, la Venta Vieja, que corresponde a Cudillero. Seguimos la carretera de frente, donde ya predominan los pinos. Dejando atrás los desvíos que bajan a Mafalla y Las Cruces llegamos al cruce que se dirige a la ermita de San Roque y Ballota. Esta encrucijada la conocen los locales como La Cruciada. Por aquí, tendríamos la segunda vía de escape hacia la costa, por así decirlo. Son cerca de cuatro kilómetros hasta el mismo Ballota, pasando antes por la ermita, en cuya pradera se congregan en romería las gentes de Ballota y las poblaciones limítrofes del Concejo de Cudillero.
Con la mente fija en la ruta de la sierra de Las Palancas, dejamos el cruce a la ermita y reanudamos la marcha de frente, internándonos en la pista forestal. Ascendemos hasta rozar la cota de los 500 metros, arrimados a la vertiente sur del pico Cabornín, cuyo topónimo puede aludir a la presencia de algún árbol con el tronco hueco. Nos situamos así en el collado de Outar de Mujeres, con significado de lugar elevado. Por la linde entre concejos, surcamos un paraje llano de panorámica demoledora, que repara con nitidez en el premiado viaducto Pintor Dionisio Fierros que sobrevuela el río Cabo. Ojo, en este terreno abierto nos plantamos en una encrucijada de pistas, para nuestro alivio bien indicadas, eligiendo el camino del centro, de frente a nosotros. Desechamos entonces la que se encuentra tras la portilla metálica y la de la izquierda. Ascendiendo por la propia cresta de la montaña, un corredor pedregoso con balizas amarillas del gasoducto. Tras la número 54 progresamos por la izquierda, transitando por un camino más protegido que no va por la línea de cumbre y deja arriba el alto de las Cogruzas. Más tarde desembocamos de nuevo en la pista, viendo a mano derecha el alto de las Peñas del Bolado. Vamos por la falda, ganando altitud poco a poco, pero con mucha más facilidad que si fuéramos hollando cumbre tras cumbre. El itinerario está muy bien trazado, huelga decirlo. A escasa distancia ya del pico Paradiella, de 716 metros de altitud, encontramos la primera de las portillas que deberemos franquear.
Cambiamos de vertiente, acometiendo la ladera en diagonal, campo a través, dejamos la compañía del pico Paradiella, al que no se sube, coronado por unas antenas, un vértice geodésico y una antigua casa de “servicio de defensa de los montes contra los incendios”, como reza en su fachada. El nombre del pico coincide con el de uno de los hospitales de la etapa reina del Camino Primitivo.
No tardamos en franquear la segunda portilla y tras ella encontraremos algún lugar propicio para hacer no la paradiella, sino la parada larga para recobrar las calorías perdidas, ya pasado el ecuador de la etapa. En el tramo que sigue, ya en clara bajada y más penoso por la presencia de piedras, nos llama la atención un mojón antiguo que parece caído del mismo cielo, cuyo azulejo mira al otro lado del Camino, dándole la espalda como si estuviera enojado.
No tarda en surgir un muro de blanca piedra caliza, que viene como anillo al dedo, sirviéndonos de guía. Apoyados en él continuamos el descenso, propagándose al otro lado las brañas de Busmarzu. Recordemos que este camino vaqueiro conducía a estas familias trashumantes con su ganado hasta estas brañas inclinadas, que ocupaban desde mayo hasta finales de septiembre. Al dejar el muro, la traza se vuelve algo más confusa, pero no tardamos en llegar a una pista ancha y cómoda que dibuja varios zigzags y sigue la bajada por el paraje de El Zarrón. La escena se prolonga durante casi dos kilómetros, dese mbocando por fin en la carretera que lleva a San Playu de Teona, en la parroquia valdesana de Trevías.
Visitamos alguno de los caseríos que la componen, como El Cotayón. Tras las primeras viviendas, abandonamos la carretera por la derecha, atravesando un prado entre dos casas del barrio de El Norte y saliendo a la carretera AS-268, antigua VA-3, que cruzamos para subir al barrio de La Collada.
Dejando la agrupación de casas a mano izquierda, abandonamos la carretera por la derecha y tomamos un camino herboso entre cercados, continuando de frente y quizás teniendo que pasar bajo una cuerda que delimita algún prado. El Camino se adentra en el monte Llamas, con varios trechos bastante encharcados debido en parte a la entrada de maquinaria que ha dejado profundos surcos sobre el terreno. Este tramo final se prolonga durante al menos veinte minutos, donde siguen conviviendo mojones antiguos con los nuevos. Por un desvío a mano izquierda entramos en una senda con vegetación que llega junto al albergue Casa Ignacio, en las primeras casas de Villademoros. Después vamos prestos a salvar el puente sobre la autovía, llegando 400 metros después al pie de la N-632.
El Camino continuaría hacia la izquierda, pero suponemos que el propósito es pasar la noche en Cadavéu, así que deberemos seguir a la derecha. Lo más sencillo es ir por el arcén de la nacional, por aquello de que en dirección contraria al Camino es más complicado ver la señalización. Que se lo cuenten si no a los peregrinos que hacen el Camino de Santiago de vuelta, que pasan las mil y una para orientarse. Trescientos metros después de pasar sobre las vías del ferrocarril, llegamos al modesto albergue de peregrinos, situado a la margen derecha de la carretera.