Extramuros
Separado de la villa por un cordón de infraestructuras, el norte de Mieres pide una reordenación de los usos del territorio que clarifique sus funciones
El territorio de las parroquias del norte del concejo de Mieres muestra hoy el lado más duro del proceso de declive marcado por el reflujo de la minería, pero también es un contenedor de la nueva industria de finales del siglo XX. Y todo ello, junto y revuelto, como si de un arrabal se tratara, extramuros de la villa hoy amurallada por un cinturón de infraestructuras.
Tal parece que estamos en un arrabal de la ciudad medieval, situado al pie de las nuevas murallas de la ciudad, hoy señaladas no por lienzos de pared, sino por cintas transportadoras de carbón y viaductos canalizadores de vehículos. De nuevo volvemos a separar la villa del arrabal. Antes tal separación no era tan nítida, puesto que en la villa coexistían viviendas con pozos y hasta un tren minero recorría la principal calle de Mieres. Sin embargo, hoy la separación es rotunda. A un lado, la coherencia de la villa, y, al otro, un amasijo de obsoletos edificios, malas urbanizaciones, restos fabriles y equipamientos duros junto con nuevos espacios industriales.
Sin embargo, hubo tiempos en los que aquí estaba «Fábrica», la punta de lanza de la industria asturiana y española. Antes y ahora parece que hay una simetría con el valle hermano. Para entendernos, allí hablamos de Barros y del Tallerón, y en ambos, de las térmicas a las puertas de las villas remozadas.
Las parroquias de Lloreo, Baíña, La Rebollá, La Peña y Siana sumaban, en 2011, unos 3.180 residentes. Diez años antes eran 3.831. Algo se va perdiendo entre los restos de la mucha actividad histórica. El norte de Mieres, separado de la villa por las extensas instalaciones del lavadero de Hunosa y por el «scalextric» minero, experimenta la sensación de estar dejado a su suerte en un proceso lento de declive, que susurra un poco más de atención a las poblaciones, destinadas a convivir con la preferente industria, a pesar del envejecimiento, la obsolescencia y la amenazante marginalidad. Ninguno de los pueblos alcanza hoy los 300 residentes. Ni siquiera Ablaña o La Peña. Y sólo Sueros muestra evolución positiva en la última década.
El poblamiento lineal se desarrolla aquí a lo largo del valle del Caudal, desde la villa y pasado el lavadero. La antigua carretera de Castilla sube por las pendientes del Padrún. El ferrocarril y la autovía lo atraviesan por túneles. Las hiladas calizas que cercan la cuenca son abiertas en Peñamiel por estrechas foces, que separan Mieres y Morcín, y fueron atravesadas en su día por el Vasco y la «carretera de los túneles». Hoy impiden la continuidad de la ocupación del valle del Caudal hacia Oviedo. En la orilla izquierda del río se suceden Siana, Sueros, Ablaña, La Perea y el núcleo de Lloreo. Enfrente, Baíña y su extenso polígono empresarial, que ocupa toda la vega, la depuradora de aguas del Caudal y Cardeo. Entre ellos, los nuevos polígonos industriales, la central térmica de Hunosa, que va devorando las escombreras de la comarca, y el polígono que ocupó el solar de Fábrica de Mieres, a los que miran desde las alturas los núcleos de La Rebollá, enredados en la carretera del Padrún.
La Peña es un poblado que ha quedado apartado de la villa por el lavadero y asombrado por las nuevas infraestructuras. Su extensa parroquia se alarga por la Güeria de San Tirso, hoy ocupada por la Autovía Minera, hasta La Teyera y el límite con Langreo. Un valle de antigua actividad, pionero de la industrialización en el siglo XIX, ocupado hasta hace relativamente poco tiempo por minas de cinabrio y carbón, y espectaculares chimeneas, que conducían los vapores malsanos y pesados de los hornos del Tarronal, arrastrándolos entre dos caireles por la ladera hasta liberarlos en la cumbre del cordal. Tejeras, canteras, pueblos recrecidos y mucha vida en este pequeño valle transversal, utilizado como fácil eje de comunicación con las áreas industriales de Langreo.
Mucha historia y patrimonio minero en el pequeño y singular valle del Nicolasa. Burbuja aislada de otro mundo. Y mucha historia industrial en la fábrica siderúrgica pionera, Fábrica de Mieres, flanqueada por los pueblos de La Rebollá, Ablaña y La Peña. Hoy ya solamente recordada por la tumba de Numa Guilhou y un pequeño polígono empresarial, que heredó el solar.
Hay algo de otro tiempo en la imagen del Norte. Y eso a pesar de las nuevas instalaciones industriales, en las que han encontrado cómodo acomodo empresas globales. Y, sin embargo, persiste en el aire la sensación de dejarse ir. Los padrones lo reflejan, como resultado de la búsqueda de otros horizontes para la población más joven, la más dinámica. El riesgo es la marginalidad urbana, el abandono de los residentes de este territorio tan usado y hoy dejado de lado por un sistema que no necesita del carbón y que amenaza a la industria, entre la cual se dispersan estas poblaciones tradicionales sin un modelo de ordenación de referencia.
Pero lo nuevo también está presente en el norte de Mieres, que ha querido afirmar en las últimas décadas su vocación industrial. Aquí se localizaron ambiciosos proyectos industriales, que dieron apreciables frutos en Lloreo, Baíña, La Perea y Cardeo. La instalación de nuevas industrias puso en claro, sin embargo, la insuficiencia de una apuesta de reestructuración que buscó con ahínco la localización de nuevas empresas industriales, ahora ya mucho menos intensivas en mano de obra, pero no puso el mismo afán en generar procesos de regeneración urbana y desarrollos residenciales capaces de atraer nueva población, vinculada o no al nuevo empleo industrial. Hubo nuevas industrias, pero la población continuó decreciendo, eligió otros lugares para vivir.
Algo hay que hacer y probablemente debe venir de la reordenación de los usos del territorio, que asigne funciones claras a estos espacios de utilización más o menos improvisada y que sea coherente y consecuente. Si la apuesta es industrial, eso conlleva la rehabilitación o el realojo de las poblaciones inmediatas. Lo que lleva a un proyecto más amplio sustentado sobre una visión compartida de lo que quiere la sociedad local y regional que sea Mieres. Qué papel les corresponde a Mieres, a su concejo y a toda la comarca en el sistema territorial regional, que no termina de avanzar en una dirección clara. Porque lo que no es posible es seguir contemplando el declive.
Artículos relacionados
Cenicienta en la quimera del oro
Juan José Estrada, en el edificio del viejo Hogar del Productor de Ablaña, con el pueblo a sus ...
Para no perder el norte
Las parroquias del sector septentrional de Mieres se ven relegadas de las áreas de expansión del ...