Centro de interpretación de un parque rural
La pequeña capital pongueta, que resiste enfrentada a la pérdida de población, necesita recibir de su espacio protegido menos limitaciones y más oportunidades de desarrollo
La pequeña capital pongueta aporta uno de los más bellos paisajes de la montaña asturiana. De ello es testigo el monumental Tiatordos, inseparable de San Xuan y testigo reluciente de los ciclos vitales de la pola y de la cubierta vegetal, inseparablemente unidos para formar un mundo tradicional volcado sobre sí mismo y sobre el río Ponga, pues mucho ensimismamiento y azacanes se necesitaron en ese mundo para aprovechar al máximo los recursos existentes. Ese sistema tradicional, poco alterado, llegó hasta la década de 1970, sólo modificado por el crecimiento de la población, la emigración consiguiente y las mejoras inducidas por los indianos y en el aprovechamiento de los recursos forestales y energéticos. De América vinieron el maíz y la patata, que posibilitaron el aumento de población, y de este aumento la emigración en busca de oportunidades para el excedente de población. De allí también llegó capital indiano para comprar en propiedad ganados, tierras y prados. De ello queda hoy la hermosa huella en el caserío, palacios, casonas, casino, fuentes, cementerios, balnearios. La ganadería, actividad sobre la que giraba la vida, busca hoy su hueco en la nueva economía a través de la calidad, la transformación y las marcas territoriales, poco ligadas aún a la figura del parque natural de Ponga, mientras pierde activos y explotaciones, pero contumazmente aguanta, contra todo.
San Xuan ocupa el centro del valle, en la localización más amable, sobre un espacio abierto de huertas, prados y bosques, bajo los pastizales de Les Bedules, con magníficas vistas a los casi dos mil metros del Tiatordos y a los valles de Taranes y de espaldas a las estrecheces de los Beyos. Antaño comunicado con el sur de la Cordillera a través del hermoso y amplio collado de Ventaniella, que daba paso a la comarca leonesa de Riaño, la construcción de la carretera del Pontón contribuyó aún más a cerrar a Ponga sobre sí mismo, como territorio lejano y enclavado, mal comunicado con el resto de Asturias y con la lejana Cangas como referencia comarcal, sin salida directa a Castilla.
Hay poco más de 150 habitantes en la pequeña y hermosa capital, que pierde residentes al ritmo del desfase entre nacimientos y defunciones. Tiene una importante oferta de alojamiento turístico, fenómeno común al resto del Oriente, adaptado al medio y al caserío, y algunas incorporaciones al padrón atraídas por la belleza y calidad del entorno y un reto para continuar siendo un miembro dinámico de la comunidad concejil asturiana.
La pequeña pola agrupa su caserío en diversos barrios, como viene siendo habitual en las pequeñas villas de la montaña asturiana: Dubrio, La Viña y Baraes. Concentra la mayor parte de los equipamientos y servicios públicos del concejo, así como los establecimientos hoteleros y de restauración. Su lento declinar mantiene el paisaje y el caserío en sus límites tradicionales, congelados por la concepción de estas localidades como «núcleos rurales» objeto de conservación y limitaciones estrictas, que contrastan con la falta de modelo, intenciones y sobre todo ideas sobre cómo debe evolucionar el poblamiento rural, considerado como elemento vivo del territorio.
Quizás en Asturias estemos aún lejos de haber encontrado modelos para estos pueblos de la montaña, como ya han hecho otras regiones aventajadas que, con mayor o menor acierto, han desarrollado estos núcleos con criterios consensuados, caso del Pirineo navarro o aragonés.
Falta culminar la reflexión sobre el papel y el futuro (¡el futuro!, no el pasado) de los núcleos rurales y las pequeñas capitales municipales. Algo más tendrá que aportar la ordenación del territorio y también la declaración de «parque natural» del territorio del concejo, que debe aspirar a algo más que a marcar rayas artificiosas en el mapa y poner limitaciones a las actividades humanas. Además de hacerse responsable de un supuesto centro de interpretación que no parece ser producto de una correcta interpretación del mismo. Aunque, todo hay que decirlo, su aplacado no desentona con las farolas de pitillo, la carpintería de aluminio, el acero inoxidable de las balaustradas, y el albo color de las turgentes pilastras de hormigón pretensado que ofrecen sólido amarre a la enramada de cables que hacen de solado protector.
Un territorio como el pongueto debería servir de referencia para poner de relieve la presencia humana y su impronta, positiva, en el paisaje que hoy conocemos. Y de cómo actualizar ese recurso, desde la óptica del desarrollo sostenible, en el sistema socioeconómico. Porque sin actividad, sin oportunidades, sin población joven, no es posible un futuro para Ponga y otros concejos de montaña que ya han perdido el umbral de los mil residentes, a pesar de la vinculación de un volumen de población bastante superior, que alterna su residencia o regresa en épocas vacacionales. Quizá un primer paso sería modificar el sintagma «parque natural» por otro que ponga en primer término a las personas que viven en el sofisticado paisaje de Ponga, que lo han cuidado como si fuera un parque pero rural.
El declive ganadero y las alternativas insuficientes
San Xuan de Beleño concentra en su caserío y entorno toda la belleza de uno de los más hermosos territorios de la montaña cantábrica. Pero su especialización ganadera tradicional no da para mantener lo que hay y las innovaciones, como la agroindustria y el turismo rural, no logran compensar el declive que ha experimentado aquella otra actividad.
La declaración del parque natural dentro del territorio de Ponga y la ordenación del territorio deben ser pilares para el desarrollo rural más que meras enumeraciones de normas restrictivas de la presencia humana allí donde ésta ha contribuido de forma fundamental a crear el paisaje que hoy valoramos.
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