De la vera de la carretera al bulevar
Blimea agradece algunos proyectos de reindustrialización, pero busca la compañía de una mayor reforma urbana, impulso residencial y de servicios que contenga su pérdida demográfica
Blimea acomoda su caserío y nutrida población, 3.082 residentes, a un recodo del Nalón. La vega ha sido históricamente el lecho mayor del río. El Nalón, ahora regulado, siempre fue un río caprichoso. Se alborota cada poco tiempo, se cabrea en plazos más amplios y hay noticias de ataques apocalípticos seculares, que dejaron su huella en los escalones del fondo del valle. Ese ritmo turbulento era conocido por los aldeanos, que edificaban sobre los ribeyos y nunca sobre la vega. Jamás dentro del posible lecho de inundación, pues el patrimonio edificado era un tesoro que había que garantizar, generación tras generación, poniéndolo a resguardo de las episódicas crecidas. También pensaban lo mismo los primeros ingenieros de caminos, que ceñían la carretera al borde elevado de la vega, al bisel entre la ladera y la vega, pues no se fiaban del río, que engañosamente calmo ofrecía apetecidos terrenos llanos dispuestos para muchos usos. Éstos llegaron con la gran minería, la de los pozos, que necesitaba escombreras próximas, parques para el material e instalaciones de apoyo, así como viviendas para los numerosos trabajadores que esas profundas labores necesitaban. Y ahí estaba, plana, la vega. Que valía para todo. Y así fue ocupada, como en Blimea, que aprovecha para asentarse la concavidad del meandro, la ribera de mayores depósitos. Hoy el río corre por el canal, que lo mismo sirve para las aguas de estiaje que, como Blimea espera, para las de las seculares avenidas, pues la población ha ido poco a poco acercándose al mansurrón Nalón, confiado en que haya perdido el vigor necesario para fertilizar la vega. Cuyo punto crítico ocupa el vértice sur del Florán, antiguo espacio intersticial hoy remodelado para acoger equipamientos e instalaciones de apoyo a la población y que asegura la continuidad urbana, como eslabón que enmalla la ciudad lineal entre Sotrondio y Blimea, que no saben a cuál de las dos adjudicar el instituto o el colegio de primeras letras.
Al Sur, el pozo Carrio engarza las áreas residenciales de Blimea y Barredos, separadas por otro recodo del río entre Sienra y Peñacorvera, en el estrechamiento provocado por un contrafuerte del cordal, que es accidente suficiente para señalar la divisoria municipal y no otra cosa. Estamos en plena Ciudad Lineal del Nalón, continuo urbano y empresarial, en el que Blimea ajusta al escaso espacio disponible sus barriadas de plano ordenado, tan características del poblamiento minero asturiano. En su día respondieron a la urgencia de habilitar hueco vital para la población que llegaba a trabajar en las minas y no disponía de acomodo. Fue una etapa de penurias y malas condiciones de vida, necesidades y mucho trabajo, a la que se respondió, en varias fases, con la creación de barriadas escuetas, las colominas, que encontramos aquí, en la barriada de Santa María y también diseminadas por todas las comarcas mineras y ciudades de la región, con caracteres y carencias similares. Modelos prediseñados de residencias de ajustado presupuesto, construidas desde fines de la segunda década del XX, sucesivamente recrecidas y reformadas en las décadas centrales del siglo, dieron luego acomodo a una vida bulliciosa que enredaba en La Osera. Hoy comienzan a estar fuera de época, alejadas de las necesidades y demandas de la población residente y más que a su aseo exterior habría que orientar los esfuerzos hacia un ambicioso plan de sustitución paulatina.
Como Sotrondio y El Entrego, sus compañeras en la ciudad de San Martín, en un concejo que aún duda en dar pasos para su unión efectiva en un solo núcleo urbano, Blimea también tiene su Güeria, la que baja aguas desde los cordales de La Casilla y la Faya los Llobos. La de San Roque, que prolonga el poblamiento de raíz minera valle arriba, aunque con una ocupación menos densa que sus vecinas.
En una región cuya población no crece, los procesos de redistribución son los que determinan las villas que ganan y que pierden. Las que, como Blimea, se caracterizan por una oferta residencial vinculada mayoritariamente a los modelos de las barriadas del hábitat minero, pierden población, de forma más o menos acusada desde hace medio siglo. Blimea, como otros núcleos urbanos de la ciudad lineal, ha conseguido una mejora de sus equipamientos, de sus infraestructuras de comunicación, de los servicios públicos, pero no consigue responder a las demandas de la población joven que busca acomodo en modelos urbanos más atractivos, en aquellas urbes que han conseguido una mejora radical de su oferta residencial y de los servicios vinculados.
Lo que significa que, en lo que va de siglo, Blimea ha pasado de 3.390 residentes a 3.082. La parroquia de 3.979 a 3.597. Una parroquia formada por 59 localidades, según el nomenclátor de entidades de población, de las cuales 14 ya no cuentan con residentes. Unas localidades pequeñas, que no alcanzan el centenar de habitantes, que recogen el poblamiento rural anterior a la minería y su densificación en las épocas de afluencia de inmigrantes. Una relación que no se corresponde ya con la realidad actual y que debería ser objeto de actualización, entre otras cosas para poder hacer una delimitación más ajustada del núcleo urbano.
Las barriadas se acogen al suelo de vega a partir del eje de la carretera general y están rodeadas por numerosos aldeas a mayor altitud, a salvo de las crecidas del río: La Chirente, Llai, Villallaz. También al otro lado del río: El Sutu, La Milana, El Portiellu, El Miramar, Sienra o La Molatera. Y frente a Sotrondio, el pozo San Mamés, en Villar.
Las mejoras de los accesos se quedaron incompletas en los años de abundancia de recursos. La autovía se paró en el puente de Sama, la carretera nueva se ha llenado de tráfico y peligro. La antigua carretera general no se ha convertido en un eje urbano atractivo y vertebrador. El ferrocarril tiene pendiente su reconversión en un tren metropolitano de pasajeros. Cuesta trabajo proyectar una visión ilusionadora del futuro, el proyecto vertebrador al que federar las soluciones de ámbito comarcal y metropolitano.
Las apuestas de reindustrialización sí muestran logros de interés, reutilizando el espacio de las instalaciones de los pozos mineros, como el de San Mamés (Sanamiés) o de Villar, o la presencia de servicios informáticos de grandes centros comerciales. Es un camino a seguir pero debe ir de la mano de reformas urbanas y de una apuesta decidida por la función residencial si se quiere mantener el nivel de población actual.
Hacerse urbano
Nada separa Blimea de Sotrondio. Y únicamente el pozo Carrio se interpone entre Blimea y Barredos. Protegida entre los meandros del Nalón, la recoleta Blimea comparte zonas verdes, deportivas y escolares, áreas residenciales y empresariales. La ciudad lineal sigue, sin reconocimiento oficial, su densificación y sus procesos de reacomodo, en los que van ganando El Entrego y Pola de Laviana. Y pierden los núcleos de colominas y el poblamiento periférico y de ladera. Necesita Blimea dar la vuelta a su paisaje urbano, ir hacia una remodelación profunda de su modelo urbano. Seguir en la atracción de actividad nueva que permita la llegada de población. Y, para ello, renovar y reforzar su función residencial. Hacerse urbano.
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