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El peligro es quedarse «callao»

En proceso de despoblación y envejecimiento y remozado por nuevos habitantes eventuales, Caleao busca alternativas ajenas al monocultivo turístico para reanimar su decorado bendecido por la naturaleza

Marcos Palicio / Caleao (Caso)

De la fachada de piedra, ya casi terminada, sobresalen cuatro grandes ventanales negros, todavía sin cristales. José Antonio García Menéndez indica hacia una estancia vacía que se ve a través de una abertura en la planta baja. «Ahí va el spa». Entra en una amplia habitación del primer piso -«será una sala de reuniones para cuarenta o cincuenta personas»- y señala a su lado, separada del inmueble principal, una casa para la que planea un pub «de ambiente celta». El empresario es de Lugones y construye un complejo hotelero ambicioso, destinado en parte a «captar turismo urbano de empresa», pero la gran ciudad no es aquí; esto es el barrio de Solsierru, Caleao, casi la cima de una aldea pendiente que trepa por una colina al fondo de un valle estrecho en el corazón del parque natural de Redes. Por debajo de la obra, el caserío compacto del pueblo casín resbala en pronunciado descenso hacia el cauce del río que lleva el nombre de la aldea; a su alrededor, mire hacia donde mire el empresario, el paisaje de montaña compone «un espectáculo, una provocación», una invitación a enseñarlo. Por eso son tan grandes las ventanas abiertas en la vieja cuadra reconstruida, para poder ver bien lo que se vende, ese producto que ya estaba creado, apunta García, cuando él llegó por primera vez y descubrió una ventaja comercial en la sensación de que el género aquí ya lo había manufacturado la naturaleza. Sólo hacía falta encontrar una fórmula para venderlo y por eso está él aquí, trasplantado de Lugones a Caso y del sector textil al turístico, esquematizando su pretensión de acercar la naturaleza de Redes a un público diferente y tan consciente del enorme riesgo de la empresa como de la necesidad, dice, de evitar el remordimiento de no haber reunido el coraje para intentarlo. El proyecto, que aún no tiene nombre y sí ocho meses de obra cubiertos y al menos otros tantos por delante, completa el inventario de las pretensiones hablando de once apartamentos con cerca de treinta plazas, un bar-tienda, un lagar para espichas y bajo tierra seiscientos metros en pozos para abastecerse de energía geotérmica.

La pequeña grúa y los obreros trabajando delante de la casa de Solsierru, una peculiaridad de esta aldea por estar firmemente edificada sobre una roca, dan fe de que José Antonio García se ha puesto manos a la obra. Persuadido de que aquí hay proyectos además de recursos, ha dado un paso al frente hacia la explotación turística del paisaje, ahora al asalto de un mercado distinto en este camino que muchos otros habían visto antes en este pueblo que está pidiendo a gritos brazos jóvenes dispuestos, ideas diferentes. Su empresa será la cuarta del pueblo con alojamientos rurales, antes que él estaban dos con apartamentos y una posada, pero avanza en el vacío de un pueblo que revive a ratos, de una aldea de habitantes a tiempo parcial, rejuvenecida por las rehabilitaciones de los nuevos visitantes importados, retratada en sus impolutas calles desiertas una tarde fría de finales de otoño. Un magnífico decorado estático, conceden a coro indígenas y foráneos, con el elemento humano en lamentable peligro de extinción. Cuando el establecimiento de García esté terminado, la cifra de plazas de alojamiento turístico casi se igualará con el número actual de vecinos permanentes de Caleao. Todo eso da de sí el sector aquí, pero es el propio empresario quien advierte de que el turismo rural es simplemente una pata, una muy sólida y consolidada, que ya sostiene desde hace años este ambiente rural montañoso y estimula la construcción y embellece el entorno, pero que «sólo alargará la agonía» si se queda sola. La gran tarea pendiente está a la vista entre las casas bien cuidadas con las persianas abajo, en la falta de vida entre semana, sin excursionistas entrando a la ruta de Los Arrudos ni rastro de los visitantes ocasionales o semipermanentes de los fines de semana, los puentes y las vacaciones. Los repobladores eventuales son enamorados de este pueblo de Caso que se recuerdan asombrados a la vista del paisaje y que quisieron poder volver. Nuevos propietarios adoptados, sobrecogidos por la naturaleza salvaje y transformados en residentes «a saltos» que, como Gloria García, componente de la Plataforma en Defensa de Redes y representante de los grupos conservacionistas en la junta del parque natural, «sobrevivimos en Oviedo y vivimos en Caleao».

Casi no hace falta, pero Manuel Aladro, ganadero joven y empresario autóctono de turismo rural, confirma que aquí el censo miente sobre la población permanente. Dice el Instituto Nacional de Estadística que en el segundo núcleo más poblado de Caso viven 161 habitantes; la realidad de un día cualquiera opone que «no habrá más de sesenta», de ellos «unos veinte con más de ochenta años», «aproximadamente la mitad por encima de sesenta» y «sólo un niño y una niña en edad escolar que además son del mismo matrimonio, ella a punto de incorporarse el curso que viene al instituto». El peligro es el silencio en este lugar, que llegó a ser el más poblado del concejo, asienten a la vez Juan Ramón González, presidente de la parroquia rural de Caleao, y José Manuel Prado, pionero del turismo en la localidad hace quince años, cuando Redes no llegaba en total a cincuenta plazas de alojamiento y algunos vecinos le preguntaban, escépticos, «quién va a venir a veranear a Caleao». Hoy el parque suma cerca de quinientas camas para turistas y esta pequeña aldea va para ochenta, pero el pueblo se despuebla sin apósitos para su hemorragia. Sin encontrar la fórmula para hacer ver que este parque natural no puede ser, tampoco para el turismo, un parque temático, un decorado inerte. Caleao, así las cosas, sigue empantanado aunque cada vez resuenen menos los ecos de aquel proyecto de cubrir este valle con un embalse, que se recuerda desde los años cuarenta, aunque no tuviera planos, hasta bien avanzados los ochenta. Aquí lo saben los que pasan revista a la penuria demográfica del pueblo como quien enuncia un problema matemático enrevesado, de formulación sencilla y solución altamente dificultosa.

En la ecuación de Caleao no va a ser la única respuesta el turismo, esa actividad que evidentemente funciona en esta zona, ni la agroalimentación que no existe, ni la ganadería ni la carne de la vaca casina, que ya no tiene más de «cuatro o cinco» explotaciones en este pueblo, calcula Aladro, más por cierto descrédito social que por motivos económicos, «porque yo gano aquí más que muchos con sueldos en la ciudad». «Es más bien un problema de moda, de fama», asegura, de la dedicación absoluta y las tareas ingratas, del día a día «poniendo bolos» y atendiendo a reses enfermas, plagado de faenas, en sus dos sentidos, «que no gustan a nadie» aunque la crisis azote y el empleo escasee. «En este pueblo la ganadería tiene un camino muy corto», concluye, y además «se acabaría sin las ayudas», le sigue Oliva Poli, que regenta en la plaza el restaurante de la localidad. Gloria García apostaría por una «gestión sostenible» del vacuno autóctono, «con criterios del siglo XXI», atención a las posibilidades de la producción ecológica -«que aquí no requiere ningún trabajo extra»- y organizada en cooperativas, pero la primera chispa para poner todo eso en marcha es la materia prima humana y eso es justo lo que falta en Caleao. Al final, siempre acaba regresando al argumento el obstáculo universal de la falta de brazos, el déficit de ideas para exprimir las potencialidades del territorio y la escasez de modelos para edificar aquí un lugar donde sea atractivo y rentable quedarse a vivir.

La respuesta a la pregunta por el cómo es la cabriola del más difícil todavía. Pasa aquí como en todos los otros paisajes de montaña que tienen el decorado montado y el escenario vacío. El paisaje es el gran valor, este paisaje amenazado donde al menos desde los años cuarenta se oye el runrún de un embalse que inundaría el valle, que tuvo proyecto y planos a finales de los ochenta y ha callado en la última planificación hidrológica. El paisaje y no sólo el natural, esta vinculación al agua que se ve en las fuentes y lavaderos que enseña el pueblo por el «paseo del agua», de conservación manifiestamente mejorable, y en la ruta por el desfiladero de Los Arrudos al encuentro de La Fontona, de donde mana el agua para abastecer a la ciudad de Gijón. Pero Caleao, el Caleao empantanado en el sentido metafórico, tiene ahora una peculiaridad en la búsqueda de soluciones. Aparte del paisaje habitual de vecinos que se encogen de hombros, está Benigno Varillas, periodista y naturalista, biógrafo de Félix Rodríguez de la Fuente y fundador de la revista «Quercus», decana de las publicaciones ambientales en España. Varillas vive aquí, ha venido a proponer y someter a reflexión su proyecto de remedio para las heridas del campo, a tratar de demostrar que existe un camino. Que sí, que se puede y que hay posibilidades de empezar aquí. Ya lo ha intentado antes «y ha sido siempre que no, pero ahora creo que lo vamos a conseguir».

Benigno Varillas tiene un plan: usar las redes para edificar la aldea global en Redes

En la plaza de Caleao hay una vieja cabina telefónica vacía. Señal de que ha pasado el tiempo, indicio tal vez de que el siglo XXI y su revolución tecnológica también han llegado hasta aquí para ofrecer herramientas y abrir caminos nuevos entre la espesura del medio rural. He ahí cierto meollo de la cuestión, al decir de Varillas, que se opone al pueblo sin relevo y ha soñado que lo evitaba cimentando aquí una aldea global. Una de verdad, capaz de sacar ventaja de su conexión con el mundo desde esto que se llama Redes y que quiere utilizarla para salir adelante. La base de su plan de recuperación, reedición de otro anterior fallido, parte de la necesidad de «demostrar que la sociedad de la información se puede trasladar al medio rural y desde aquí construir un mundo mejor». «Llevo mucho tiempo intentándolo y no lo he conseguido», afirma el naturalista asturiano, «tal vez porque no había dado el paso». Ahora sí, ahora predica y da trigo sobre el terreno, busca la complicidad de los habitantes de Caleao para una experiencia piloto en fase de difusión que tiene muchas esquinas por desarrollar y un camino «larguísimo» por delante.

Es tan ambicioso, confirma, como «una revolución, cultural e intelectual», como un nuevo modo de contemplar el futuro del medio rural, una estrategia de repoblación selectiva que trata de «gestionar el territorio de un modo que consiga que a la gente le haga "tilín" venir a vivir aquí». Y si la gran clave del problema es el desierto de capital humano, el teletrabajo puede tener una respuesta adecuada en el camino hacia la solución. «La sociedad de la información ha cambiado el mercado laboral», dice, la presencia física ha dejado en algún caso de ser imprescindible y el trabajo, de servir como excusa recurrente para justificar el desalojo del medio agrario. Quiere nuevos habitantes, pero no unos cualquiera, élites implicadas en la conservación y el desarrollo del paisaje que pisan. «No se trata de ponerle la casa a nadie», sino hacer ver que «en el futuro la sociedad va a ser diferente y que puede empezar por Caleao. Si se deja», detalla Fernando Morán, veterinario y corresponsable del proyecto.

Su plan contiene todo eso y mucho más. También un intento de persuadir de que la conservación de la naturaleza puede ser económicamente rentable «pasándola a la iniciativa privada», de que «el desarrollo rural no puede estar basado sólo en el turismo», de que las penurias del ganadero pueden ser más llevaderas repartiendo la carga y organizando colectivamente la gestión de los recursos, «el ganado, la apicultura, la caza, el turismo...». Cooperativistas en lugar de ganaderos, más manos y más mentes al servicio del desarrollo rural y una explotación de los recursos del pueblo que acabe revirtiendo en el pueblo. «No se trata de imponer una idea marxista del territorio, es por lógica», zanja Varillas. «La crisis nos da la razón, había que cambiar el chip» y una posibilidad, le ataja Morán, consiste en provocar un giro hacia este lado ondulado del planeta, demostrar que puede haber «un modelo de conservación que dé trabajo y dinero atractivo para gente que pueda estar a gusto aquí». A lo mejor ganando menos que en el centro de Madrid, pero un poco más feliz, avanzan.

De la difusión se ocupará «una revista digital muy novedosa que intente congregar a las redes sociales». El resto pende de su capacidad de persuasión para acercar brazos jóvenes y mentes nuevas hasta el valle abrupto que encaja Caleao en la montaña, pero «a una hora del centro de Asturias». Esa geografía es una de las razones de su desembarco aquí. ¿Otras? Que este paisaje atrae, que ya se detecta cierta «huida» de profesionales hacia la Costa del Sol por el descenso de los precios de la vivienda y que «la montaña también cuenta con su potencial de llamada». Lo que falta es un señuelo que atraiga gente», confirma Morán, un cebo que aliente a coger el toro por los cuernos. Un símbolo, un emblema, una bandera. Un toro que es un bisonte, porque el proyecto se asocia a un plan de reintroducción de herbívoros salvajes, que ya ha empezado con el bisonte europeo en la montaña palentina.

Hay mucho que desbrozar y un problema esencial de infraestructura, el telecentro cerrado y algunos teléfonos móviles todavía sin cobertura en el pasillo estrecho que ocupa Caleao en las alturas del parque de Redes. Algunos vecinos aún no saben qué hacen estos señores aquí, otros no se pronuncian. A Serrano Aladro, jubilado que fue ganadero y guarda de caza, la música le suena bien. A José Antonio García, el empresario del nuevo hotel de Sonsierru, escuchar las ideas de Varillas y Morán «hizo que cambiase o se ampliase la mía, aquella que al principio era un juego y que me ha terminado metiendo en un proyecto que no sé si acabará siendo mi mausoleo».

En las casas de Caleao, de momento, el viento se ha llevado alguna pancarta de protesta contra la pretensión de inundar el valle con 35 hectómetros cúbicos de agua y dos kilómetros de embalse. La amenaza de la presa, una constante aquí desde los años cuarenta del siglo pasado, no tuvo planos hasta los ochenta ni activó las alarmas, acampadas reivindicativas y protestas airadas hasta esta década inicial del siglo XXI. Al final, las aguas han vuelto a su cauce en un pueblo dividido, que en algún caso tuvo sus dudas, y hoy ya no hay rastro de Caleao en la nueva planificación hidrológica -«entendemos que anula la anterior», afirma Gloria García-. Así las cosas, ya se puede decir que el pantano virtual de Caliao le ha hecho una campaña publicitaria involuntaria para este pueblo. A costa de mucha pelea, eso sí, y de tener encima todavía, y acaso siempre, «una eterna espada de Damocles» en la visión de la representante de los ecologistas en el parque de Redes. Por si acaso, Gloria García vuelve a recordar que, además de tener poco sentido en un parque natural Reserva de la Biosfera que ya tiene otros dos embalses, aquel embalse no hacía falta: «Aún no hay un estudio serio que nos diga cuánta agua gastamos en Asturias, de qué calidades y para qué».

Hecho a sí mismo a la fuerza

Hay algo reconfortante en la implicación de Caleao por sostenerse a sí mismo. Por debajo del vacío de las calles y de la penuria demográfica asoma, sabiendo mirar, cierta vitalidad y compromiso del vecindario en la defensa de lo genuinamente propio. Da fe Juan Manuel González Caballín, miembro de una asociación de Amigos de Santa Cruz la Real de Caleao, que supera los 120 componentes, más que habitantes permanentes, y que hubo de asumir la pelea por sostener una iglesia del siglo XVI con tres retablos barrocos, dos recién restaurados con la aportación económica repartida al cincuenta por ciento entre los vecinos y las administraciones. 15.000 euros llegaron por suscripción popular y otros 15.000 de subvención arañados al Principado y a la parroquia. «El pueblo siempre estuvo muy vinculado a su patrimonio religioso», apunta Caballín indicando la cubierta de la iglesia, deteriorada por la dureza de los inviernos, esperando su reforma. Este pueblo, que tiene un puerto propio, vendió una majada a los vecinos de Aller para sufragar los retablos de su templo, escondió las imágenes para protegerlas en la Guerra Civil, ha pagado parte de la restauración... No extraña que haciendo de la necesidad virtud presuman de independencia, del puerto propio, de la parroquia rural y el repique de campanas todas las madrugadas del Domingo de Resurrección, de los rabeles tallados artesanales que hacían y tocaban los pastores o de todas las singularidades que separan esto del resto del mundo. Lo dicho, a veces a la fuerza, porque sería imposible sobrevivir de otro modo. La «sextaferia», por ejemplo, mantiene aquí cierta vigencia visible en los siete kilómetros de carretera que van a dar al pueblo desde Tanes y cuyas cunetas, destaca el presidente de la parroquia rural, Juan Ramón González, las han rozado los vecinos. No había otro remedio.

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El saneamiento

La depuradora de Caleao tuvo presupuesto en dos ocasiones, pero el pueblo sigue sin saneamiento, contaminando su río y reclamando un servicio esencial en la tarea de la repoblación de este entorno rural en proceso de vaciado.

_ El aparcamiento

La geografía no ayuda a buscar espacio en el desfiladero angosto que aloja el caserío denso de Caleao. No basta la plaza estrecha que compone el centro del pueblo y urge, al decir del vecindario, una solución para atender la demanda de estacionamiento en los días fuertes del turismo de montaña. A Gloria García, componente de la Plataforma para la Defensa de Redes, le serviría «urbanizar el acceso al área recreativa» y habilitar para los visitantes ocasionales un aparcamiento allí, junto al arranque de la ruta de Los Arrudos.

_ La luz

Anochece en Caleao y la separación entre los puntos de iluminación eléctrica invita a pedir más, «20 o 25», en la voz del presidente de la parroquia rural, «para no tener que andar con linternas». En paralelo, y ya que este pueblo pretende comercializar su paisaje, hay quien no excluiría el soterramiento de las líneas de alta tensión que cruzan el cielo del pueblo casi por todas partes.

_ Las rutas

El Paseo del Agua, que anuncia un panel en la plaza de Caleao y recorre los hitos de la amplia vinculación de este pueblo con las fuentes y el agua, está pidiendo un repaso a su recorrido de dos kilómetros y medio por el pueblo y su entorno. La misma atención que piden las rutas de montaña y hasta la carretera de acceso a la localidad desde Coballes, siete kilómetros que tuvieron que ser rozados recientemente en sextaferia por los vecinos de los pueblos del alrededor.

_ Los servicios

Son una de las claves de la repoblación, que por todas partes informa de las carencias de este medio rural montañoso. «No hay un área infantil ni deportiva», protesta Gloria García, «y los fines de semana el pueblo se llena de chavales». A su juicio, «para que el pueblo pueda atraer gente, y tiene mucho potencial para ello, no debe descuidar la apuesta por los servicios como paso previo imprescindible».

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