Oxígeno para «el pulmón de Avilés»
La capital y el núcleo más poblado de Illas buscan estrategias para superar el retraso en la explotación de su potencial turístico y residencial, su ubicación y su condición de reducto rural de la comarca avilesina
«Hoy tenemos lo de todos los días». El aviso ocupa un cartel a la derecha de la puerta del restaurante La Tenada, a la espalda de la iglesia parroquial de Callezuela, y define con precisión lo que el comensal se va a encontrar en una carta sencilla: aquí siempre hay callos, picadillo, adobo, cordero y carne guisada y se sirve así, todo seguido y sin opciones, detrás del pote de berzas. Hace unos años, dicen aquí, la oferta del letrero del bar pudo haber servido también para explicar lo que ocurría fuera, pero en el paisaje rural de la pequeña capital del concejo de Illas, hoy, lo de todos los días ya no alimenta como antes. En este municipio agrario, disminuido en parte por la proximidad de la industria y con la población en lento proceso de recuperación, la idea es empezar a diversificar la dieta. Abrir el escaparate. Oxigenar «el pulmón de Avilés» exprimiendo sus potencialidades como lugar de retiro apacible y destapar este refugio natural que está a la vez a salvo y a tiro de piedra de la vorágine urbana industrial avilesina. Apartado pero al lado, nada más que ocho kilómetros al suroeste de la cabecera comarcal, Illas mira a distancia y desde lo alto el trajín de la ciudad, y eso es un valor en alza, al decir de algún vecino, además de una oportunidad para que sus dos diminutas villas -Callezuela es la capital y La Peral el núcleo más poblado- puedan subirse al remolque del nuevo magnetismo que ejerce Avilés, el turístico y el residencial.
De la experiencia propia responde Ramón Leonato, madrileño de lejanas conexiones con Asturias que cambió hace cuatro años San Francisco (California) por La Peral (Illas). En este pueblo enriscado a media ladera a dos kilómetros en ascenso desde Callezuela, el lugar más poblado del municipio con sus casi doscientos habitantes, él descubrió el sitio idóneo para cambiar. Casi por casualidad se le destapó este núcleo donde dejar de «sacar empresas a Bolsa» en Estados Unidos y virar 180 grados asentando en Illas la sede de la Fundación Ifsu, que constituyó y preside, y entre otros cometidos enseña meditación aplicada a los cuidados paliativos del cáncer. Leonato, presidente además de la Sociedad Española de Meditación, «vende» esto como ese «sitio atractivo» que «lo fue para mí» en su día y que sigue teniendo «muchas posibilidades» de las que agradecen los que piensan, como él, que «no hay quien aguante las ciudades», pero que a veces puede convenir este tipo de huida controlada, sin alejarse demasiado.
No le dejará mentir el hombre que al mediodía duerme plácidamente tumbado en un banco delante de la puerta de una casa de planta baja en Callezuela. Así son casi todas las edificaciones de esta pequeña villa, donde no se equivoca el topónimo en diminutivo y un paseo descubre muy pronto el apego a la arquitectura rural tradicional. Alberto Tirador (IU), alcalde de Illas y presidente de la Mancomunidad Turística Comarca Avilés, se congratula del aspecto de este concejo que quiso «seguir siendo rural», que «escogió ese papel dentro de la comarca», y recuerda la repercusión de su Plan de Ordenación Urbana, muy agrario «en aquella época de Marbella», destaca, «cuando todos los municipios apostaban por campos de golf y urbanizaciones y nosotros decidimos que queríamos exactamente todo lo contrario. Sabíamos que la apuesta tenía que basarse en el desarrollo rural sostenible». Con ese espíritu, la calle que enhebra, da nombre y compone casi exclusivamente la capital illense -noventa habitantes en una población estancada desde la mitad de esta década- reparte en sus apenas quinientos metros, a ambos lados, hasta once hórreos de distintos colores, tamaños y estados de conservación. Esta callezuela que es Callezuela se cierra por un extremo con la iglesia de San Julián, cuya torre cuadrangular es el gran hito sobresaliente en cualquier perspectiva del lugar, y por otro con un palacio en ruinas, el de Bárcena, donde Loli Fernández, presidenta de la Asociación de Mujeres El Alba, quiere ver uno de los múltiples indicios de la potencialidad turística pendiente de explotar en su pueblo. «Restaurado», dice, «sería un buen parador». Hay otros: ahí una piscina fluvial única en su clase en Asturias, más allá la atracción que ya ejerce la singularidad gastronómica de La Tenada o El Chigre de Illas y, en general, toda la energía natural de este entorno que vigila el pico Gorfolí, el «techo» de la comarca avilesina, desde sus 619 metros. El problema es que las viviendas vacacionales que el empresario Efrén González Camblor está a punto de abrir en La Peral -doce plazas- serán las primeras. El gran obstáculo es el retraso, los cuerpos de ventaja que en este punto ha adquirido la competencia y las oportunidades perdidas que identifica Esther Álvarez Bango, esposa del nieto del inventor del queso semiazul que ha asociado su nombre al de La Peral. «Somos el último concejo de Asturias que entró en los fondos de desarrollo rural, ése ha sido nuestro mayor error», afirma. «Ahora empezamos a funcionar, porque esta zona tiene un potencial enorme, pero ya hay otros municipios que van diez o quince años por delante». El alojamiento rural avanza -hay otros tres proyectos en perspectiva- y sólo parece insignificante que en Callezuela, debajo de un hórreo, acabe de abrir una peluquería o que junto al polideportivo de la capital se oigan las obras en la fase final de un centro de día. También es un indicio, siguen los vecinos, que la capital tenga una biblioteca nueva o que la piscina muy singular de Sollovio, alimentada por el agua del río Faxeras, incluya un proyecto para asociarse a un pequeño centro termal. «Ahora estamos empujando», admite Álvarez, empezando a saber que es un valor estar precisamente aquí, con «todas las ventajas del turismo rural al lado del Niemeyer y de las playas», sigue Ramón Leonato, aunque el retardo ya se haya dejado sentir en la cifra menguante de la población total de Illas.
El concejo batalla contra la sangría demográfica que acosa al resto de la región con los 1.040 habitantes que calcula el Ayuntamiento, que elevan los 1.004 que el Instituto Nacional de Estadística asignaba a Illas en 2010 y mantienen con leves altibajos las cifras de la mitad de la década. El municipio, que abrió el siglo con 1.126 residentes, espera olvidar que tiene la explotación turística y residencial en mantillas y poco a poco, a su ritmo, va dando con la tecla de la reparación de los viejos daños demográficos. El retroceso del dato municipal desde 2000 ofrece, según los números del censo, un estancamiento de la cadencia de decrecimiento en Callezuela y La Peral, y Charo Fernández señala «esas casas de gente nueva» en la capital antes de ofrecerse como ejemplo. Ella ha vuelto después de treinta años de residencia en Avilés y no es la única. Dice que se percibe muy poco a poco cierto flujo de retorno de antiguos emigrantes de otras épocas que también pueden proclamar que «ya somos otra vez de Illas». Es el lento retoñar de los núcleos singulares de este concejo que en su conjunto registró un solo nacimiento y 21 defunciones en 2009, pero que ha cumplido cuatro años seguidos con un saldo migratorio positivo, 43 inmigrantes por 29 emigrantes en la cifra de 2009, la última publicada por SADEI.
Esta demografía envejecida es lo que queda de aquella población peculiar que, a pesar del aspecto rural de las pequeñísimas villas illenses, «no era agrícola ni ganadera», define Esther Álvarez. Estaba hecha de «gente que trabajaba en Ensidesa, que no se dedicaba prioritariamente a la aldea» y que buscó el calor de la gran ciudad. Se estancó «hace aproximadamente quince años», calcula la empresaria, cuando «no se permitió edificar y los jóvenes se fueron». Por eso la merma en aquella época en la que «también se llevaba mucho marchar», aporta Margot González, vicepresidenta de la Asociación de Mujeres de Illas. Ahora que aquella mentalidad «ha cambiado», conceden aquí, vuelve al debate la certeza de que vender el entorno es imposible sin darle vida y que Illas pide tiempo para recuperar lo perdido. «Si quieres que el medio ambiente progrese», concluye Esther Álvarez, «tienes que dejar a la gente venir a los pueblos, ofrecer facilidades» y ahora, como aquí van con retraso, «dejar que pasen otros diez o quince años para que se vuelva a renovar la población. Es muy difícil desarrollar un concejo de hoy para mañana».
En la pelea por buscar singularidades comercializables en el mercado turístico, Callezuela enseña la piscina única en Asturias que se alimenta con el agua del río Faxeras y tendrá a su lado, pronto, un pequeño centro termal que completará la orientación acuática del «área recreativa fluvial» de Sollovio. Será un equipamiento pequeño, a escala illense, aprobado ya por el Grupo de Desarrollo Rural con una inversión de 200.000 euros y pendiente de redacción. Calentará el agua usando energías alternativas y pretende, al decir del Alcalde, Alberto Tirador, rematar el muestrario de usos diversos del agua que ya dan aquí la piscina y el arranque de la «ruta de los molinos».
Bien comunicadas por carretera, las villas illenses no descartarían un incremento de frecuencias en el transporte público. Las que hay, al decir de algún vecino, no cubren la demanda especialmente sensible de los mayores que se desplazan con asiduidad al centro de salud en Avilés.
El acceso a las redes telemáticas pone limitaciones en la estrategia captadora de población que necesita el municipio. El sistema rural de un megabyte, protesta Ramón Leonato, «no da muchas opciones» y «no cuesta tanto poner dos antenas de microondas».
El mantenimiento de la actividad agraria tradicional tendría un recorrido aquí, apunta Juan González, vecino de La Peral, con una concentración parcelaria. «Me encantaría trabajar el ganado», avanza él, «si no tuviera un pedazo de tierra aquí y otro allí».
El que está rematando la obra junto al polideportivo de Callezuela completará los servicios del municipio cuando el mes que viene, según la previsión del ayuntamiento, ponga a disposición de los habitantes del concejo sus quince plazas, que darán para dos puestos nuevos de trabajo.
La casa rural que avanza en La Peral será casi el primer alojamiento colectivo del concejo al margen del albergue municipal de Sanzabornín. Hay otros tres proyectos en marcha, claves para arropar un posible futuro turístico.
«El Dorado» en La Peral y la estela de la industria cultural
En el acceso a La Peral por la AS-237, que viene de Avilés y atravesará Candamo en dirección a Grado, está «El Dorado». Así bautizó en su día la gente de aquí ese edificio almenado, blanco, que fue cuartel de la Guardia Civil y ahora está en obras de rehabilitación para alojar las primeras viviendas de promoción pública del municipio. Tendrá ocho en régimen de alquiler y acumula unas treinta solicitudes. A esto se refieren los que sostienen que el atractivo residencial puede llegar a ser un filón con posibilidades en este punto donde el humo de la industria avilesina es sólo aquello que a duras penas se ve en la lejanía cuando la carretera va dejando atrás el pueblo. La Peral y Callezuela observan indicios de cambio en la escuela que llegaron a perder, que reabrió hace algo menos de dos décadas con cinco alumnos y tiene hoy un Centro Rural Agrupado con unos veinte niños hasta sexto de Primaria en Callezuela y otros doce en La Peral. «Buena señal», concluye Salvador Capín, «Miro», vicepresidente de la Asociación de Vecinos de La Peral, a coro con los que confían en la lenta regeneración demográfica de las minúsculas villas illenses. «Algo está cambiando», resume el Alcalde. «Aunque sea tarde, estamos recuperando el camino».
El acento extranjero de la mujer que a media tarde pregunta la dirección hacia la piscina fluvial informa de que el turismo rural es una alternativa evidente en este entorno natural oculto. El «pulmón de Avilés», que lo es al menos en la definición de Esther Álvarez, sabe que las vacaciones no van a funcionar como apuesta única y que tampoco ayuda nada el retraso en el arranque de la dotación de infraestructuras. Hay aquí, eso sí, mucho que ofrecer para intentar subir a Illas a la ola de la «transformación de la industria de Avilés en industria turística y cultural». Están esas piscinas, aquel palacio, el queso autóctono, el cartel sobre el tronco de un árbol que ofrece paseos en burro a cinco euros y hasta la singularidad de las fiestas: el recorrido de casa en casa comiendo, bebiendo y recogiendo gente en La Peral por San Jorge o la comida de hermandad en la calle que acaba de cumplir cinco años por La Sacramental de Callezuela. Dada la competencia y el retardo promocional, no obstante, aquí también se pide con cierta urgencia uno o varios «negocios subsidiarios», motores auxiliares que sumen y se acoplen a esa venta turística «peligrosa» en exclusiva. Esther Álvarez está convencida de que la industria de transformación agroalimentaria tiene más recorrido aquí que su quesería casi solitaria en proceso de expansión. A su juicio, además, su negocio incluso podría llegar a funcionar adosado al turístico: «Ya desarrollamos actividades didácticas para escolares sobre el proceso de elaboración del queso, pero podríamos tener una excursión diaria».
Ella añade las posibilidades que tiene un concejo de montaña para «explotaciones ganaderas de ovejas o cabras, que no hay ninguna», y Ramón Leonato, el potencial de la agricultura y la ganadería ecológicas, «adecuadas a la vez para las características de este territorio» y para las preferencias de producción selecta de un mercado, afirma, que cada vez aprecia más el producto criado «con cariño, tanto si es un animal como una lechuga». Incluso se abren posibilidades que no hace falta imaginar, precisa el presidente de la Fundación Ifsu. «Hay dos artistas de la cerámica trabajando aquí», enseñando la dirección hacia otro camino evidente: «Si el Niemeyer va a atraer artistas, eso generará un mercado cultural y unas expectativas que también se pueden aprovechar desde Illas». Escarbando por ahí, concluye la voz colectiva del vecindario, también se palían los riesgos de la «villa dormitorio» exclusiva y se dota de contenido al magnetismo residencial de esta naturaleza próxima de ubicación «privilegiada» en el retrato del Alcalde. Todo, acaba Alberto Tirador, para «competir en buena situación dentro de la comarca, para buscar gente que traiga proyectos e ideas».
Noventa años de queso azul en un bar abierto desde 1860
El queso sigue una receta de 1923 y el bar vive aquí desde 1860. Los dos forman parte de las herencias que se transmiten en La Peral, este pueblo con nombre de queso azul y cierto apego a las singularidades que no conviene dejar morir. En la localidad más poblada del concejo de Illas, el bar Leoncio lleva cinco generaciones regentado por miembros de la misma estirpe y en la quesería, la primera empresa del municipio, ya trabajan los bisnietos del fundador, Antonio León Álvarez. El queso ocupa a ocho personas y seis son de la familia, cada día consume cerca de 7.000 litros de leche e innova y progresa, confirma Esther Álvarez, con la certeza de que una parte del futuro de su pueblo reside en saber comercializar lo que tiene de diferente. Ella lo puede decir con pleno conocimiento desde la planta de elaboración del producto que ha difundido el nombre de la localidad illense y que ha hecho que, fuera de aquí, La Peral sea sobre todo un queso. Una particularidad es también el restaurante de Callezuela que reinterpretó el menú degustación dando seis platos y postre -se fundó hace treinta años y ya estaba aquí El Chigre de Illas-, y otra diferente el longevo bar Leoncio. Es el único que atiende en La Peral además de La Parra y aunque no haya en apariencia rastro que lo confirme, lleva aquí más de 150 años sin cerrar ni salir de la familia del fundador. Detrás de la barra, Araceli Hevia y su hijo Leoncio González cuentan con satisfacción que apenas quedan ejemplos similares en Asturias y que ellos son, de momento, los orgullosos últimos eslabones de la larga cadena que mantiene abierto este local que sólo se traspasa de generación en generación.
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