Retener la aldea perdida
El pintor José Luis Álvarez, «Cuinchi», rescata su apego por el pasado rural de la Cancienes en tránsito hacia la población industriosa de hoy
José Luis Álvarez, de 7 años, se bajó del 850 amarillo en lo que hoy es el parque de La Güelgona de Cancienes y no le cupo ninguna duda cuando lo primero que vio fueron unos niños que cruzaban el arroyo Moriana con una liana atada a una castañal: «Esti ye el mi pueblu». La estampa rústica era chocante y agradable al mismo tiempo para un niño a quien sus padres acababan de traer de Trasona y venía «de vivir enfrente de la acería» y de acostumbrarse al ruido de las explosiones en la «Ensidesona». Aquel día pensó «soy de aquí» y no se desmiente ahora que han caído las décadas por este lugar que no es el mismo. Éste sigue siendo su pueblo, aunque ya no sea aquel que estaba a salvo de la industria, aunque ahora tenga también sus propias factorías pegadas al casco urbano.
José Luis Álvarez López, «Cuinchi», pintor, ilustrador y diseñador gráfico corverano, ha expuesto en el centro cultural de Cancienes obras en las que no aparece el rastro del reverso fabril de esta nueva villa urbana y residencial. Para el retrato de su pueblo y su concejo es más agradable. El dibujante prefiere retratar su pueblo y su concejo a través de todo lo que dejó aquí el pasado. Casi mejor pintarlo usando la nostalgia de aquel lugar cuya transformación puede delinear utilizando solamente los apuntes que dicta la memoria. No es casual que la exposición se llame «Lo que veo», ni que el subtítulo proponga «un recorríu emocional pel patrimoniu históricu, artísticu y popular de Corvera». La muestra incluye las ilustraciones que Cuinchi firmó en el libro de la historia del concejo que escribió Jesús González Calle y tiene reproducciones de iglesias, fuentes, edificios, paisajes... De todo eso que ya estaba aquí cuando aquel proyecto de pintor se apeó del Seat 850 en Cancienes un día de mudanza de comienzos de los años setenta. Justo cuando todo empezaba a transformarse en la villa.
Cuinchi llegó a Cancienes cuando en lugar de los bloques amarillos del «poblado» todavía había una gran pomarada y «Casa Ferriana», una casería, ocupaba el terreno donde se yergue hoy un largo edificio de viviendas marrón a la salida en dirección a Avilés. En cualquier paseo hay material para descubrir los entresijos de la reforma que el tiempo y la industria, la geografía y la facilidad de las comunicaciones han operado en este pueblo, que se sigue reconociendo como «un sitio tranquilo» y tiene a la vista el origen agrario, pero donde ya poco es exactamente lo que fue. El centro, recuerda Cuinchi, aún no se había desplazado del todo hacia el entorno de la carretera AS-17. La villa, que hoy supera los 1.200 habitantes, «tendría todavía quinientos» y junto al cauce del río Alvares ni había polígono industrial ni funcionaban las naves de Hiasa. El lugar que ahora ocupa la factoría era entonces un terreno pantanoso y Álvarez se recuerda de niño «remando entre los juncos» dentro de los «bidones de gasoil que los obreros partían a la mitad» cuando estaban en construcción los talleres de la empresa que dio la salida al futuro industrial de Cancienes.
La Lechera ya era La Lechera, pero el edificio de la primera fábrica del pueblo, tan unida a su pasado agrario, todavía no aparentaba la ruina que hoy lastima en el centro de la travesía urbana de la villa. Ella está aquí, prosigue Cuinchi, un poco para testificar cómo empezó todo en Cancienes. El pintor corverano señala hacia la vía férrea que enhebra la población y explica que lo que hoy es este pueblo nació al ritmo del tren, «cuando hicieron la vía a finales del siglo XIX. La línea era Villabona-Avilés, Cancienes estaba más o menos en mitad de la ruta y los obreros comenzaron a establecerse aquí». Con ellos vinieron los bares, los llagares, el bullicio de la vida fabril y La Lechera, que se constituyó en esta finca junto al cauce del río Alvares precisamente por la facilidad de comunicación que permitía la vecindad del ferrocarril para dar salida al producto. «Llegó a ser tan potente», enlaza Cuinchi, que se fabricó aquí parte de la leche condensada que quitó el hambre en Madrid mientras la capital estuvo sitiada en la Guerra Civil. «Me acuerdo de ir al monte a Teverga y al decir que era de Cancienes alguna persona mayor recordó que hasta allí iban a recoger la leche cuando funcionaba la fábrica».
Todo el cimiento industrial de la población que se acumuló en la villa hizo fraguar un sustrato social muy particular en el que «la gente llamaba "la barriada "» a esto que ahora es el centro y la travesía urbana y, sí, «había cierto recelo» respecto a todos los muchos que como Cuinchi y su familia habían desembocado aquí en aluvión al calor que daban las fábricas. Expropiados en su caso, explica el ilustrador, por las obras de la autopista «Y» en Trasona. Pero la desconfianza duró poco y ahí, en ese punto de la reconversión en el que hacía falta un lugar de encuentro y cohesión social, aparecieron entre otros la biblioteca de las Hermanas Bobes, «una de las primeras que hubo en la comarca», y don Jesús, «un maestro de la escuela, muy culto y muy interesado por la cultura, entrañable, que en los años de la transición alentaba la discusión y las tertulias y contribuyó a que fuese normal que aquellos guajes "asalvajados" viniéramos del monte o de jugar en la arena y fuésemos directos a la biblioteca».
Componente de la asociación La Foz del Pielgu, José Luis Álvarez, que es simplemente «Cuinchi» desde la infancia -«no tengo pinta de José Luis»-, utiliza a veces a su modo el dibujo y la ilustración como misión al rescate de la riqueza arqueológica, natural y etnográfica de Corvera y Cancienes. La desconocida, apostilla, toda vez que se ve «poco aprovechada» cuando miran él y sus compañeros del colectivo para la defensa del patrimonio «sin explotar» de un concejo donde no hace falta rascar demasiado para toparse con restos de castros, piedra labrada y túmulos o necrópolis prehistóricas. Para entenderlo bien, eso sí, «hay que ver Cancienes como parroquia», precisa, salir del centro urbano, distinguir las casas amarillas del «poblado» del resto rural del territorio y a veces lamentar también que Nubledo, la pequeña capital de este gran concejo urbano y administrativamente encuadrada en la parroquia de Cancienes, «haya perdido mucha vida. El valle era de lo mejor de Asturias, orientado al Sur y con el monte que lo separa de la costa, pero al llegar Du Pont se coartó mucho el crecimiento».
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