El tirón de un puerto centenario
La localidad candasina crece porque atrae a residentes de otras partes gracias a su encanto y sus servicios, sobre los que apoya su desarrollo
Candás es villa portuaria, pequeña urbe marinera volcada al mar. De vida unida, por tanto, a su puerto pesquero y a las actividades que en él se ejercen, que nos hablan de un pasado de hombres de mar, astilleros, ballenas, jornadas de pesca y, en general, una vida dura. Su plano recuerda a una embarcación cuya proa alzada apunta al Noreste, hacia el faro y la amenazada ermita de San Antonio. Tiene la planta de una bonitera varada de NE a SO, desde la punta del Cuirnu, tajamar afilado, hasta la redondeada popa que representa La Matiella y la estación del antiguo ferrocarril de Carreño, cuya vía parece una línea de palangres que arrastra la villa bonitera.
Pero además de mar, mucha mar, Candás debe dar servicio y administrar un territorio interior extenso, ameno y rico. Esa dualidad, presidida por la mar, conforma el alma de Candás, y la recoge Alfonso Camín, proyectándola hacia nosotros: «Cerca o lejos, la Atalaya; tierra adentro, el castañar, por donde quiera que vaya, llévame al mar». Un mar que penetraba respetuosamente en la villa y a la que ésta complacida se abría, apartando sus notables edificaciones del cono de arena que constituía el varadero de las traineras decimonónicas. Esta es la imagen de la hermosa villa cantábrica a fines del XIX. Perimetralmente bien definida, internamente organizada con gracia y buenas edificaciones entre la Atalaya ballenera de Piñeres y los dos muelles del puerto, el exterior o de mar y el interior o de tierra. Notables y muy antiguas obras de protección frente al turbulento Cantábrico, pues ya el geógrafo portugués don Pedro de Texeira las cita en 1634.
Esos «cais», no confundir con calles, sostuvieron con dificultades los embates de este mar alborotador y atolondrado y, sin embargo, tan rico en pesquerías, a las que siempre fueron aficionados los de Candás, que manejaban los palangres para las merluzas y los abareques para las sardinas. De cuando en cuando hasta armaron sus lanchas para cazar la ballena. Para estas y otras faenas Candás acogía lanchas de pesca y navíos de comercio, que barajaban la costa cantábrica, a sus mareantes, a los maestros de tales embarcaciones y a los que eran maestros en repararlas, calafates y carpinteros de ribera, o en preparar el pescado en sus diversas formas de conservación, envasarlo en los toneles que otros maestros fabricaban y que mujeres y hombres transportaban hasta las localidades de venta.
La porfía entre la mar y el Gremio de Mar y sus herederos, comenzando por la Sociedad de Mareantes de Candás, pareció resolverse a favor de los segundos en la penúltima década del siglo XIX, cuando el entonces ministro de Fomento, don José Alvareda Setze, visita y promete la reforma del viejo puerto, proyecto del que se encarga el ingeniero don Alfredo Álvarez Cascos. La obra se acaba de manera rauda y efectiva, pues en 1887 tiene lugar su recepción de la obra, que alcanza el bajo de «los gochinos», del que toma el nombre el dique de protección y que da pie a queAyuntamiento e industriales soliciten la habilitación del puerto para tráfico de cabotaje, lo que completaría la función de Candás como puerto de referencia pesquera en el Cantábrico, para el que entonces se anunciaban halagüeñas perspectivas, por sus buenas conexiones y la cercanía a Gijón y El Musel, saturados por la presencia de «bous» de las vecinas provincias que venían a descargar pescado y repostar carbón barato. Sin embargo, las perspectivas no llegaron a confirmarse. En contra jugó la ambivalente relación con su poderoso vecino, la escasa seguridad de sus defensas, la tendencia al soterramiento de sus refugios interiores y la caída en picado del sector pesquero en la villa, que llega a ser insignificante a comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado. Para tratar de revitalizar el puerto, neutralizando sus deficiencias, y conseguir el aumento de su funcionalidad pesquera y de recreo en 1998 se propone su ampliación, inaugurada en 2004, con la que se compone la imagen actual del frente de mar de Candás, cuyo frente de tierra alcanza a las instalaciones de Arcelor en Tabaza. Su interior es ejemplo de los cambios que la integración metropolitana y la difusión industrial y urbana ocasionan en un antiguo territorio rural, hoy naturaleza enjaulada entre grandes viales, poderosos emplazamientos industriales, significativos equipamientos y dotaciones públicas, y polígonos empresariales varios, entre los que se intercalan núcleos rurales en transformación, viviendas diseminadas apoyadas en los viales tradicionales, espacios forestales y áreas de ocio.
Es por ello, además de por su cercanía a las ciudades de Gijón, especialmente, yAvilés, por lo que Candás está directamente implicada en los fenómenos y dinámicas metropolitanos. De ellos obtiene Candás nueva población, que la ha llevado a crecer hasta los 7.000 habitantes, en un concejo que ha llegado a los 11.000. Si la villa ha crecido y es una de las más dinámicas (1.000 residentes nuevos en la década), el concejo se estancó durante el proceso de reestructuración, volviendo a ganar población (500 habitantes) en la última década.
Los datos nos hablan de una villa atractiva. Tiene encanto y servicios, sobre los que se apoyó el crecimiento de la última década, hecho destacable en un área metropolitana de crecimiento parco y en una región que pierde residentes por la diferencia negativa entre nacimientos y defunciones. La conclusión es que la villa crece porque atrae residentes de otras partes. Como el concejo también gana, tal aumento nos habla de la atracción que ejerce sobre la población de otros concejos y de otras regiones y países, que percibe la ventaja residencial de Candás, con su reclamo costero como elemento nada desdeñable, y con la cercanía a importantes centros de trabajo en el ámbito metropolitano. Crecimiento sin desarrollo podría convertirla en una ciudad dormitorio, pero no es el caso, pues Candás ofrece una originalidad basada en recursos propios, tanto paisajísticos como culturales, que la separan, hoy por hoy, de esa categoría urbana.
La cercanía a la ciudad se ha revelado como recurso y problema al mismo tiempo. La industria que estorba el crecimiento residencial de las ciudades medias es alejada en sucesivas oleadas que alcanzan Carreño, en un tratamiento desconsiderado de patio trasero. La villa se defiende como puede, ya que si no se vería abocada a perder las condiciones que la han permitido desarrollarse. De momento, la trinchera está en Aboño, como espacio de actividades portuarias duras. Mientras, Candás mejora sus equipamientos, vitales para una villa que quiere diversificar sus actividades y reclamos. El puerto, la playa, los paseos marítimos y el caserío se remodelan para recrear un paisaje urbano menos agresivo que el característico del ciclo industrial tradicional.
Candás tiene potencial de crecimiento y también riesgos asociados a él. El principal, la pérdida de identidad. También el ritmo otoñal de las actividades históricas. Habrá que poner mucha atención al manejo sabio de la relación en aumento con las ciudades próximas, las hermanas mayores del área metropolitana, poco cuidadosas en sus movimientos y acciones con estas urbes pequeñas, sensibles y cargadas de historia.
Vida tranquila junto al mar
Candás expone las ventajas de la vida en la villa. Dotada de servicios y equipamientos de calidad, cerca de todo y defendiéndose de la ola de ocupación del suelo para cualquier tipo de actividades metropolitanas. Territorio complejo que la villa tiene que organizar mejor para abrir claros en un futuro lleno de incertidumbres, pero al que llega con mejores tendencias que otros. La estrategia pasa por el refuerzo de la vinculación marítima y la preservación del aire de mar y villa, por mantener vivo el puerto y sus actividades y por poner en claro sus ventajas comparativas, sin dejarse avasallar, en las que no es la menor su refinamiento cultural.
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