Candás, femenino y plural
La escritora candasina María Teresa Álvarez retrata la villa a través de su paisaje de «anfiteatro griego», su mezcla de olores y «el sacrificio y la fortaleza» de sus mujeres marineras
La primera imagen mira de frente a una larga escalinata coronada en las alturas por las dos torres de la iglesia. Si la cámara se da la vuelta, cederá el paso a Candás visto desde lo alto, «enmarcado en el monte Fuxa, con San Roque», «algo maravilloso». María Teresa Álvarez, escritora y periodista, buceadora histórica y aquí, en Candás, «Marañuela de oro» y «Mujer del año», ha empezado su villa natal por estos escalones que van a morir al templo de San Félix. Dice que la sola mención de la villa engarza imágenes sin parar en su memoria, asociándolas entre sí «como en una película» de «lugares entrañables, personas estupendas y situaciones especiales», pero también que para mirar con perspectiva y tratar de abarcarlo todo tal vez va a ser mejor partir de aquí. Mejor acomodarse en este graderío que es «balcón monumental» según la definición que puede leerse en una placa adosada a la pared del tramo más bajo de la escalera y que lleva la firma de José Marcelino García, escritor candasín. Volviendo a ver Candás así, en contacto con la gran montaña verde que la cierra por el Este, María Teresa Álvarez descubre que «me recuerda a los antiguos anfiteatros griegos, cuyo fondo es la naturaleza. No hay atrezzo que pueda igualarlo».
Y eso que la escritora mira ahora desde Roma, que no cabe la comparación desde el refugio donde estos días escribe. Siempre hay, no obstante, un decorado de Candás poniendo el fondo a la memoria. La distancia, los kilómetros y el tiempo ayudan a valorar la villa natal con aquella sucesión de imágenes enhebradas, inconcebibles sin el Santísimo Cristo, sin el mar y su puerto, pero tampoco sin los aromas muy particulares que siempre han subido del Cantábrico. «Puedo asegurar», confirma Álvarez, «que Candás es una villa olorosa. Otras son pensantes, románticas o melancólicas, según el sentimiento o la evocación que despierten en nosotros. Pero Candás huele de una forma determinada en función de la época del año y además tiene siempre ese olor de fondo que sube de la ribera y que para los candasinos aporta unas connotaciones especiales. Es cierto que algunos aromas se han perdido con la desaparición de las fábricas de conservas, pero la villa sigue oliendo a marañuelas en Pascua, a «cenoyo» (hinojo) en el Corpus, a sardinas...»
Sabe por experiencia que los sentidos despiertan de un modo especial al volver a casa después de un tiempo de alejamiento forzoso. En su caso es también el apego al ambiente de la infancia, que puede que durmiera en algún lugar de la memoria. «Yo, que vivo fuera y ahora tengo la suerte de pasar mucho tiempo en Candás, me estoy reencontrando con mis paisanos», agradece, «y cada día me gusta más mi pueblo. No sabes lo agradable que resulta que a mi edad me llamen "nena". Ése es el apelativo cariñoso de los candasinos a las candasinas».
En las vistas de la villa tomadas por una escritora y periodista candasina dedicada a rescatar en sus libros y documentales las vidas de las grandes mujeres de la historia -la última la biografía de Paz de Borbón, hija de Isabel II- hay que parar por necesidad en el marcado acento femenino de Candás. Por necesidad y también porque abajo, en el puerto, este pueblo da la bienvenida con la escultura de una mujer esperando el retorno de su marido pescador. La expresión angustiada de «La marinera», de Antón, puede resumir la muy particular huella femenina candasina que María Teresa Álvarez reconoce en su obra. La primera mujer cronista deportiva de la radio asturiana, la primera presentadora del «Panorama regional» de TVE asume como «muy posible que si no hubiera conocido a muchas mujeres candasinas, mi valoración del esfuerzo, del sacrificio y de la fortaleza no fuera el mismo. Ellas fueron un ejemplo maravilloso que siempre tengo presente. Pero no sólo por su heroicidad, también por su comportamiento "social"». Concretando, hay ejemplos aparentemente insustanciales vistos desde el siglo XXI, pero cruciales en aquella sociedad matriarcal de puerto de mar en la que la niña que fue María Teresa recuerda que «algunas de las mayores del pueblo, una de mis abuelas lo hacía, fumaban y jugaban a las cartas, algo inusual en las mujeres de entonces, pero que a mí me enseñó de muy pequeñita que aquello de "es cosa de hombres" no era verdad».
Cualquier mirada hacia los rincones importantes de la villa convoca recuerdos. Lo sigue haciendo a pesar de que los cambios urbanísticos hayan borrado muchas huellas de lo que hubo. De regreso en el presente, la escritora candasina reconoce aquel pueblo al observar el actual «en muchas cosas», pero también asegura que «algunos de los cambios me producen una gran pena. Se han hecho retoques y arreglos acertados, pero otros mejor olvidarlos en la medida de lo posible». De cierto descontento con la remodelación de la plaza de La Baragaña, el ágora de aquel anfiteatro que es Candás, dejó testimonio escrito en el porfolio de las últimas fiestas del Cristo, allí donde decía que la nueva estructura llena de esquinas ha deshecho de algún modo las huellas de aquel espacio diáfano al que María Teresa Álvarez «acudía de niña con un banco de madera para asistir al teatro, donde escuché al Coro Minero de Turón en una audición inolvidable, donde de joven asistí a las verbenas, plena de emoción». Hoy, eso que alguien llama en Candás «la piscina» -«porque parece que la vayan a llenar de agua en cualquier momento»- tiene, según escribió la periodista en su homenaje del porfolio, otro significativo bautismo nuevo en el agudo saber popular de la villa: «El panteón de la difunta Baragaña».
Puede que no haya manera, sin embargo, de desfigurar la «alegría y esperanza» del vistazo hacia el porvenir de la villa, su certeza de que «Candás saldrá adelante, como siempre lo hizo», y la sensación de que ella seguirá siendo parte del pueblo. «Me siento una más y creo que así me consideran. Ése es para mí el mayor premio», afirma Álvarez al valorar su presencia inaugurando el palmarés de la «Mujer del año» de Candás y de su «Marañuela de oro». «Mi familia», concluye, «sigue siendo el cordón umbilical que me une a Candás, aunque si soy sincera me considero parte de mi pueblo. No sé quién lo decía, alguna vez lo escribí, y es que pienso que quizá son los lugares los que nos poseen, ya que al guardar en su fisonomía nuestras huellas, se han impregnado de nosotros».
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