Un mar de tranquilidad

En Castropol no quedan indianos, pero aún hay población para insuflar vida a una localidad que lo tiene todo para hacer lo que desee en el futuro

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / Castropol (Castropol)

Castropol conserva, y la palabra aquí adquiere todo su sentido, un dulce y melancólico aspecto de bello velero varado en el estero, del que se adivina un pasado muy marinero. Quizá porque a pesar del tiempo, los chubascos y las turbonadas conserva inmaculada su librea blanca.

Aquí la burbuja territorial es oceánica y en ella entran Figueras y Vegadeo, observadas de cerca desde el mirador de Ribadeo. La punta del muelle parte la ría entre el brazo principal, que se engolfa hacia Vegadeo y Abres, y la ensenada de La Linera, cambiante según el capricho de la pacífica marea.

Todo en Castropol apunta al pasado, lo que embellece un original presente en el que la modernidad sólo la encarnan la carretera general y sus establecimientos hosteleros. Tanta belleza, y tan inconmovible, tiene que tener un precio. Aparentemente, Castropol lo paga en población, aunque el aserto necesitaría algunas matizaciones; en cualquier caso, mucho patrimonio y mucha historia dan empaque a una villa «gran reserva».

Castropol vive en una burbuja de suavidad melancólica. Melancolía, sentimiento del que hablaban los griegos clásicos para referirse al estado de ánimo de quien la falta de uno de los humores componentes del cuerpo, el blanco, lo hacía lánguido. Quizá por esta conciencia de su carencia Castropol haya imprimido el blanco en todas sus fachadas. Aquí hasta el viento atlántico sopla suave para recordar que algo se ha perdido, aunque ninguna generación pueda recordar qué ni cuándo. De ahí, el indefinido sentimiento de duelo liviano en el aire, que desaconseja, por imprudente, cualquier manifestación estentórea o radical, pues al no conocer su causa es mejor comportarse discretamente. Pasadas unas cuantas generaciones, queda un aire de añoranza que respiran todos los que tienen la suerte de vivir en Castropol.

Nada tiene que ver este aire con el de un antiguo puerto carbonero, en donde flota la sombra de herrumbrosos barcos amarrados a morir. En Castropol la melancolía es del género «saudade», propia de una villa sensible, viajada y culta que se mantiene con dignidad, como refugio ocioso y bello, a pesar de la usura del tiempo. Que podemos comenzar a contar desde el gran concejo medieval vinculado a la iglesia de Oviedo y objeto de innumerables disputas. Y al que se suma su relación con la gran historia ultramarina española, con la flota y quienes la marinaban, con los avatares históricos y los movimientos culturales.

Quizás aquí esté la causa de la añoranza, en la conciencia del contraste de la experiencia pasada con la menguada vitalidad de la pequeña villa actual, pero también puede estar en la dulce sensación de resguardo protector e inmutable que la villa maternalmente ofrece al que vuelve, después de cruzar los alborotados mares de la vida

El marino Fernando Villamil observa, desde el pedestal con el que le honró su villa natal, el silencio de esta pola generosa, que distribuye sobre el territorio del concejo, actividades, infraestructuras, servicios y población. Quizás el monumento al insigne marino nos dé algunas pistas de lo que intenta recordar Castropol. Para ello podemos visitar la Biblioteca Pública Menéndez y Pelayo, situada en la Casa de la Cultura y fundada por un grupo de universitarios en 1922 con el nombre de Biblioteca Popular Circulante de Castropol que, además de dedicarse al noble propósito de prestar libros, constituía una de las formas que adoptó la Extensión Universitaria de la Universidad de Oviedo. Pionera en el mundo al explorar la relación «universitas et civitas» y ofrecer resultados concretos, extendiendo ampliamente su benéfica influencia por todos los lugares del país y penetrando profundamente en ellos. Sus fundadores respiraron el aire de Castropol, el mismo que envolvió a don Fernando Villamil, y eso se nota hasta en el sello de la biblioteca, donde el mismo genio de la navegación que acompaña al valeroso marino en su estatua sostiene aquí un libro. En fin, las mismas misiones en las que un siglo después y con el mismo espíritu de «conocimiento y aventura» continúa empeñada la Universidad de Oviedo, que ahora la hace crear la Universidad Itinerante de la Mar, la UIM, lema que seguro le hubiera gustado al capitán de navío Villamil, pues no en vano fue el comandante de la corbeta «Nautilus» el primer buque escuela que circunnavegó el mundo con una tripulación de «instruendos» de la Armada, cadetes en formación que, por su impulso generoso y creativo, realizaron un fantástico viaje de dos años de duración con ocasión del cuarto centenario del descubrimiento de América, con el que mejoraron sus capacidades como futuros oficiales y marinos, obteniendo una excelente formación complementaria al aprovechar las particularidades y valores de la navegación en un gran velero y del viaje como instrumento docente. Villamil fue un modelo de oficial emprendedor. Profesional riguroso inventó el moderno contratorpedero, «El Destructor», que dio nombre a un tipo de buque rápido y sencillo, y al frente de una flotilla de ellos falleció valerosamente en la bocana del puerto de Santiago de Cuba peleando en abismal inferioridad de condiciones contra los acorazados norteamericanos.

Castropol es ría y mar, y su futuro sigue ligado íntimamente a ambas. El reflejo de la villa y de la torre de la iglesia de Santiago en la ría da la imagen perfecta y viva de un territorio atractivo, que no deja indiferente a nadie. Su casco histórico es bien de interés cultural. Bello como pocos, con edificios modernistas, indianos, populares. La villa no necesita grandes infraestructuras, ni cambios en el paisaje. Quizás avivar la memoria para recordar su potencial como plataforma de formación y actividades de ocio vinculadas con un objetivo de excelencia, pues sus capacidades no son comunes sino excepcionales y como tal debe ser tratada, con exquisitez y sensibilidad, sabiendo que puede dar productos sofisticados con un proyecto de tal género.

A despecho de la fuerte tradición marinera local, Castropol emplea el himno de infantería para hacer valer «el ansia altiva de los grandes hechos», pero deja las pequeñas cosas del quehacer cotidiano a otros, tanto en su concejo como en los vecinos. Ella vela desde la quietud histórica de su caserío. Barres y Figueras concentran la mayor parte de la notable actividad industriosa del concejo, pero que no asienta a una población que encuentra fácil acomodo al otro lado de la ría del Eo. La expansión de la función residencial en cantidad no ha sido el objetivo de Castropol, sí lo es la conservación de la calidad de vida. Ello explica que de los 4.303 residentes en el concejo a comienzos del siglo quedaran 3.807 en 2010. La villa ha pasado en el mismo período de 472 a 444. Son 535 en la parroquia.

Si algo pudiera necesitar Castropol son nuevos personajes que renueven el espíritu de la villa, desde aquí y desde fuera. Ya no quedan indianos, pero aún hay población suficiente para insuflar vida a una localidad que lo tiene todo para hacer lo que desee en el futuro. Como en otras épocas, Castropol debe contar con su proyecto, orientado a aprovechar su atractivo para enganchar a residentes protagonistas de movimientos económicos, sociales y culturales. Puede ofrecer un proyecto cultural que le permita pasar de ser una villa encantada y encantadora, un reflejo de palacios, iglesias y casas, un conjunto armónico de calles, paseos, plazas y edificios de empaque, a un lugar socialmente vivo y de aire excelente. Hay que deshacer el encantamiento sin perder el encanto.

Reflejos de excelencia en la ría

La estampa de Castropol en su colina, con su reflejo en la ría, forma parte del imaginario colectivo asturiano, vinculado a uno de los parajes más bellos del país.

La villa -que es blanca, antigua y hermosa como pocas- mantiene discreción, silencio y empaque de otros tiempos. Hoy son valiosos atractivos que ofrecer para integrar un proyecto territorial de excelencia que la saque del encantamiento y que le devuelva el recuerdo de su encantadora prestancia, como un refugio sofisticado del buen vivir.

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