Con su gozo en los pozos
Las parroquias mineras de Siero claman por su reconversión pendiente y contra la falta de atención y «voluntad política» que retrasa las compensaciones por el cese de la minería
Víctor Fernández acaba de dejar a su espalda el castillete herrumbroso del pozo Pumarabule y baja por la carretera AS-249 en la travesía de Carbayín Bajo. A su derecha están los edificios gemelos de la barriada minera; a la izquierda, la placa oxidada que todavía anuncia, junto al anagrama de Hunosa, que aquí estuvo un día el dispensario de la explotación de carbón. Antes de llegar al puente que salva la vía del ferrocarril, al presidente de «La Malpica», asociación de vecinos de Carbayín, le sale al paso la maleza que crece a la puerta de un edificio gris de planta baja, enorme, cerrado y vacío, con un gran rótulo que miente en la fachada principal: «Centro de Formación de Carbayín Bajo». No ha funcionado nunca en cuatro años, no se ha inaugurado ni el aulario de la escuela de oficios que pretendió ser en su origen ni el centro de investigación de la madera que el Principado quiso que fuese después. Hoy es «el centro tecnológico de la vergüenza», en el resumen de Víctor Fernández, a sus ojos elemento de prueba palpable de la orfandad que pronto denunciarán, alto y claro, los vecinos de esta parroquia minera en el extremo suroriental del concejo de Siero. En 2011, seis años después del cierre del primer pozo vertical de Asturias, los fósiles del pasado minero colindan aquí con los nuevos vestigios dormidos de la reestructuración. Los dos castilletes de la vieja explotación sierense son vecinos de los modernos edificios sin uso. También hay un gimnasio sin equipar y al fondo, casi metidos en el trazado urbano, siguen los terrenos de la antigua mina, que después de muchos años de espera tienen luz verde del Ayuntamiento para rehabilitarse como área industrial. Cierto que antes apenas había aceras ni parques en Carbayín Bajo ni centro polivalente en el Alto, verdad que el consultorio médico es relativamente reciente, pero también, enlaza Fernández, que «un empresario de la zona, y así otros muchos, tenía interés en instalarse aquí y terminó marchándose», cansado de esperar por un polígono que se reclama desde finales de los noventa y que todavía no está. Es la «indefinición» que «nos ha dejado tirados», le sigue el alcalde pedáneo de Carbayín, José Antonio Villa, la reconversión minera que viene con retraso y corre el riesgo de llegar demasiado tarde. «El círculo del infinito» en la percepción apocalíptica de Víctor Fernández sobre «una serpiente mordiéndose la cola».
La queja generalizada va a decir pronto que en esta periferia de Siero separada del circuito de las cuencas hulleras las compensaciones por el final del carbón no han pagado los daños. Ni siquiera los que están a la vista en esta zona de demografía lentamente declinante y desacompasada con la realidad global del cuarto municipio más poblado de Asturias. Este Siero muy urbano ha ganado en su conjunto más de 10.000 habitantes desde los años ochenta del siglo pasado para sobrepasar los 50.000 en la primera década de éste, a costa de contrapesar con la ganancia de sus grandes núcleos las pérdidas de estas zonas mineras y rurales. De este Carbayín, de aquel Lieres, dicen que no tanto en Valdesoto... «Y aunque a lo mejor no se vea tanto todavía en las cifras de población, se nota en el descenso de la actividad, del bullir del pueblo a diario, de aquel movimiento que daba la mina». José Manuel Vigil es el presidente de la Asociación de Vecinos de Lieres (AVAL) y se duele señalando hacia su pueblo organizado en torno a la mina de Solvay, al pozo Siero, en parte literalmente construido por la empresa y que tiene ahora, diez años después del cierre de la explotación, «muy aproximadamente entre cincuenta y sesenta viviendas vacías». Conserva aquel castillete de hormigón, único en su especie, al lado del otro, más moderno y más metálico, y de los edificios de las salas de máquinas, aún en ruinas, pero delante, en lugar de lavaderos y cargaderos, está ahora una explanada diáfana, un polígono industrial recién urbanizado, terminado en plena crisis después de una larga y compleja discusión dentro y fuera del pueblo sobre lo que cabía hacer con las estructuras del pasado minero y, por extensión, con el futuro de la parroquia. Está acabado y en el mercado «en la coyuntura más desfavorable posible». No se mueve una hoja. El área empresarial que Hunosa ha desarrollado en la mina de Lieres aguarda solicitudes; el residuo de la reconversión vive sin vivir, aquí también, justo al lado de la arqueología industrial del ayer hullero. Esperando respuestas. «Con el circuito eléctrico, el agua y el saneamiento, la salida directa a la "Y" de Bimenes y la A-64», pero vacío, lamenta el alcalde de barrio, Manuel Ángel Noval.
Ha faltado atención, dicen que «voluntad política», también alguna unanimidad interna para empujar juntos en la misma dirección y al final, ahora, alternativas válidas para reemplazar el empleo que se quedó en los pozos. De eso se van a volver a quejar a coro las voces que se alzan desde hace tiempo en Lieres y Carbayín. «Eran 1.200 paisanos transitando por el pueblo», vuelve Víctor Fernández al pasado esplendoroso del carbón con la plantilla de Pumarabule al completo; «serían cerca de seiscientos» en Lieres en los cálculos de Noval y alguno menos en Valdesoto, esta parroquia de paisaje más rural que minero, con un pasado abastecedor de mano de obra para el carbón, sí, pero ahora también cierta percepción de una estabilización demográfica pese a las cifras que hoy sitúan a alguno menos de 1.900 residentes donde se sobrepasaban los 2.000 al comienzo del siglo. Mirando desde la loma donde se encarama Leceñes, el núcleo más habitado de la parroquia, Juan Martínez, alcalde pedáneo, identifica indicios de prosperidad en la «abundante vivienda unifamiliar» de fábrica reciente intercalada entre las calles estrechas, las huertas y los hórreos, y festeja los «setenta y tantos críos» que tiene en total el colegio rural y que han obligado a habilitar un aula más, la quinta, «en la antigua casa del maestro». Valdesoto, con la mina fuera de su territorio desde que Carbayín Bajo se le desgajó de la parroquia para constituir la suya propia -Santa Marta-, quiere escapar al perfil oscuro del porvenir sin pozos ni fondos, sin mineros ni contraprestaciones, que denuncian con amargura sus vecinos. A la vista están, tozudos, el paisaje humano retraído de un atardecer de noviembre y las cifras del lento declive que enseña el padrón: los 1.442 vecinos de la parroquia de Lieres eran casi 1.550 en 2001; la suma de Valdesoto, Carbayín Bajo y Santiago Arenas -la parroquia a la que pertenece Carbayín Alto- no alcanza los 5.000 habitantes donde hubo «más de 12.000», calcula Víctor Fernández, en aquellos lejanos setenta, cuando la mina daba tanto de comer que no inquietaba el porvenir.
Todo cambió después. Salta a la vista. No hace falta buscar demasiado para descubrir los motivos. Aquí los paisajes no se liberan de la vigilancia de los restos mineros, ni siquiera físicamente. En Lieres, Solvay es además del nombre de la empresa que explotó el subsuelo el topónimo del poblado que la compañía edificó para sus trabajadores. Ahí están esos bloques alargados de tres alturas, construidos en paralelo a principios del siglo XX y casi recién repintados con pulcritud, cada uno con su pequeño terreno, vecinos de la iglesia que también reconstruyó la empresa después de la Guerra Civil y que sin querer tiene una advocación muy a propósito para la realidad actual: Nuestra Señora de la Esperanza. «Están todas habitadas, la mayor parte con gente de la mina», confirma Antonio Martín, al que se le nota más al hablar el nacimiento en Huelva que los 37 años en Asturias, 17 de ellos en la mina en Lieres. Él da fe de que una vez el trabajo dio aquí para importar mucha mano de obra. En Carbayín, hasta el campanario de la iglesia es un castillete, uno muy singular coronado con una cruz. El problema es que todos esos restos ya son fósiles del pasado, que no tienen nada debajo y que la reconstrucción sigue costando. A Víctor Fernández la memoria le devuelve un encierro en el Ayuntamiento de Siero y una caravana reivindicativa de coches para exigir la inclusión de estas parroquias entre las beneficiarias de fondos mineros -«porque hubo que pedirlo», recalca-; a Dionisio Benito los nueve kilos que perdió durante una huelga de hambre en lo más crudo de la pugna por la definición del futuro de Lieres al salir de la mina.
Hubo dudas. «En mayo de 2005 el pueblo votó industria por 95 a 5», recuerda Manuel Ángel Noval, «y después todavía se cuestionó. Aquí no hubo la unanimidad del Nalón y el Caudal», lamenta el alcalde de barrio de Lieres. Ha vuelto a la polémica sobre el porvenir, a los trenes que, a su juicio, dejó escapar la parroquia y a las empresas que querían instalarse aquí y se fueron a las Cuencas, adonde sí había una única versión sobre el futuro, apunta. Ahora, ocho años después del comienzo de aquella lucha, tienen un área empresarial vacía y la certeza de que la necesidad de conservar los vestigios mineros puede hacerse compatible con su aprovechamiento industrial. «Si era una mina, tiene que ser una industria», asiente Víctor Fernández, aunque a la vista del recorrido y de los resultados, no falta quien se pregunta si «un polígono tiene sentido ahora aquí, con la complejidad del momento económico y el millón de metros cuadrados que se construyen en Bobes», o quien sostiene que «a lo mejor hay que imaginar otros caminos, apostar por una economía mixta» que no lo fíe todo de nuevo a la industria. Celso Roces propone desde Valdesoto, desde su condición de componente de una asociación con nombre muy significativo en este ámbito: «Todos juntos podemos».
Un pueblo «entre dos aguas», carrozas en los arcenes y una conexión jovellanista
Su pueblo es éste de terreno más dócil para la explotación del campo y de fisonomía marcadamente rural, donde César Vigil cuida de su ganado con el atavío «oficial», guardapolvo azul y madreñes impecables. Valdesoto es esta parroquia que se ve «entre dos aguas», sigue Pergentino Martínez, entusiasta promotor de sidros, comedies e iniciativas al rescate de la cultura tradicional; Valdesoto pretende ser este rincón que se quiere «diferente» por el paisaje y la economía mixta «de no sólo la mina» y la combinación del abastecimiento a la industria del entorno con los trabajos tradicionales del campo. Antigua cabeza parroquial que abarcaba Carbayín, en el poblamiento disperso de Valdesoto no hay pozos, pero igual que la onda expansiva de aquel beneficio llegó hasta aquí hoy se siente también el eco del lamento y la sensación de orfandad que recorre toda esta zona. En la loma donde se encarama Leceñes, Oviedo y su cinturón industrial están a la vista a lo lejos en los días claros, se distinguen atisbos de caserías, hórreos y paneras por entre las casas bajas y las callejuelas estrechas y hay en la plaza un monolito de piedra con placa metálica que recuerda que esto fue el escenario rural del rodaje de la película «Adiós, cordera», Clarín llevado al cine por Pedro Mario Herrero, hijo ilustre de Valdesoto. Todo eso quiere recordar que esto sigue siendo un pueblo, pero un pueblo, van a advertir sus vecinos, que vivió de la industria, y que también sufre de reconversiones. Lo dicho, «entre dos aguas». Un pueblo, enlazan sus habitantes, con apariencia y pretensiones de un futuro más verde que negro y cierta calidad residencial por explotar. Aquí se quiere ver cierta vitalidad asomando por detrás de los chalés de factura reciente que salpican este paisaje agrario próximo, a la vista está, a todo el centro de Ciudad Astur. «Hay padres que se fueron e hijos que vuelven a rehabilitar sus casas», agradece Celso Roces; «puede que sea una de las parroquias del municipio de Siero donde se ha construido más vivienda unifamiliar», persevera Juan Martínez.
De camino a Valdesoto, en los arcenes de las carreteras de la parroquia aparcan carrozas. Todavía en buen estado, aquí una que reproduce una gruta, más allá una venta manchega y un molino de viento, adelante una pequeña capilla de cartón piedra... Son restos de los decorados de las representaciones del pasado verano, pistas involuntarias de la inclinación a la comedia costumbrista que también define a esta parroquia con vocación de revolverse sobre su pasado. De no olvidar de dónde viene para saber hacia dónde va. «A veces lo pienso y no sé cómo es posible», confiesa Pergentino Martínez. Pero ahí siguen los sidros anunciando les comedies con la pértiga de ablanu, los cencerros y sus máscaras cónicas cubiertas de piel de oveja. Ahí las carrozas hechas a mano y encima las representaciones veraniegas de piezas costumbristas de producción propia... Y el mercado de junio «con la implicación de unas doscientas personas», destaca Martínez, «reconfortado» por el intento de que así «las personas mayores recuerden lo que vivieron y los niños conozcan cómo vivieron sus abuelos».
El impulso recreador los empujó el año pasado a reproducir la visita de Gaspar Melchor de Jovellanos, hilo conector de todo este Siero minero que hoy se engarza a través de la ruta que reproduce el recorrido del ilustrado por estas tierras hulleras a finales del siglo XVIII. Hoy, la «ruta minera de Jovellanos» es otro recurso explotable. Por iniciativa popular -«también tuvimos que reclamarlo nosotros», vuelve la voz reivindicativa de Víctor Fernández- se ha transformado en un camino turístico circular de 23 kilómetros que sale y llega a la puerta del enorme palacio del marqués de Canillejas, en Leceñes, la tierra de la familia paterna del polígrafo gijonés, y que atraviesa paisajes distintos, primero en Carbayín y después en Lieres, antes de regresar al punto de partida tras asomarse a lo que queda de aquellas explotaciones de carbón «riquísimas y excelentes» que dijo haber observado por aquí el prócer hace dos siglos. Eran otros tiempos.
Siempre de paso
La «Y» de Bimenes viene a cerrar el nudo alrededor de Lieres. Este rincón del extremo más oriental del concejo de Siero, que siempre ha estado de paso, se aloja hoy entre la vieja N-634 y la nueva autovía de Oviedo a Villaviciosa, y a punto, esperan, de recibir también la vía rápida que dará salida a la cuenca del Nalón enlazando justo aquí con la autovía que viene de Oviedo y va hacia Santander. De paso hacia todas partes, en Lieres las decisiones importantes las ha tomado la mina, sí, pero en parte también las vías de comunicación y la posición centrada de este pueblo que, al decir de algún habitante, puede vender proximidad. Cercanía y acceso fácil para la vivienda nueva que se observa desde la travesía de la N-634 y situación asequible también para el área industrial de Solvay. Muy lentamente, y a pesar de las casas vacías, el alcalde de barrio constata cierto retorno de antiguos residentes y la llegada de «algún habitante de fuera», sobre todo a las nuevas promociones inmobiliarias del entorno del palacio. En la carretera, eso sí, un bar cerrado claramente desde hace tiempo informa de que hubo momentos mejores, cuando el pozo Siero no sólo daba de comer a esta zona -«también en Sariego, Nava, Bimenes»- y la carretera única obligaba a pasar por aquí. Hoy el futuro aún se configura en torno a lo que queda de la minería y preocupa la falta de alternativas, acepta Manuel Ángel Noval, «casi tanto como que desaparezcan las jubilaciones de las minas». A la izquierda, una mujer pasa por delante de un edificio del poblado minero de «Los cuarteles».
Siete intentos de vida ejemplar
La pretensión de Valdesoto de no dejar de ser un pueblo, de volverse sobre sí mismo y no olvidar, ha llevado a la parroquia sierense a llamar siete veces consecutivas a la puerta del premio «Príncipe de Asturias» al Pueblo Ejemplar. De momento, han ido y han vuelto invariablemente sin éxito, pero habrá por lo menos una octava, convencidos como están en Valdesoto de que el arraigo de esta pelea por la supervivencia del universo rural encaja y merece el galardón. Celso Roces, componente del colectivo sociocultural «Todos juntos podemos», resume los valores señalando el poderoso asociacionismo de la parroquia, las peñas que hacen carrozas, los siglos de sidros y los cincuenta años de desfiles y comedia costumbrista. He ahí el emblema de la resistencia, del verde predominante en este poblamiento disperso «sin construcciones en altura» que «siempre ha sido un pueblo», enlaza Roces, y está cada vez más decidido a seguir recuperando costumbres agrarias y estilos de vida tradicionales. Arriba, en la imagen, obreros trabajando en Leceñes en la rehabilitación de la casona de Faes para transformarla en residencia de mayores.
El Mirador
_ Los polígonos
El de Lieres, en los antiguos terrenos de Solvay, 48.000 metros cuadrados de suelo delante de los dos castilletes conservados de la vieja mina, está recién urbanizado y vacío, esperando solicitudes. El de Carbayín Bajo acaba de superar en el Ayuntamiento de Siero el trámite patrimonial que permitirá desplazar el castillete hacia un lateral de la finca donde estuvo el pozo Pumarabule. Uno ha llegado y el otro da pasos al frente, pero los dos, al decir de sus vecinos, con un apreciable retraso.
_ El saneamiento
Demanda común al menos en Carbayín y Valdesoto, Víctor Fernández protesta porque la conducción llega del colector de Xixún «a las primeras casas de Carbayín»; Juan Martínez lamenta la ejecución defectuosa del proyecto en Valdesoto, que ha dejado la red sin completar.
_ El centro
Los más de 3.000 metros cuadrados del edificio cerrado y vacío resaltan en Carbayín Bajo. Quiso ser primero un centro de formación de oficios, después uno de investigación de la madera y al final, no es más que un esqueleto y al decir de algún vecino la prueba del abandono de esta zona minera de la periferia de Siero.
_ Un restaurante
El posible uso del palacio del Marqués de Canillejas, en Valdesoto, como restaurante de lujo, adosado al desarrollo urbanístico de una finca anexa, ilusiona en la parroquia sierense. «Sería una virguería», valora Juan Martínez, alcalde pedáneo, «poder aprovechar el edificio y los 70.000 metros cuadrados de su finca.
_ La residencia
El alojamiento para mayores que se construye en las alturas de Leceñes, de capital privado, está recuperando y ampliando con una profunda rehabilitación la antigua Casona de Faes, para completar los servicios disponibles en la parroquia cuando concluya la gran restauración, aún en su fase inicial.
_ La unión y la fuerza
Hay aquí quien la ha echado en falta en el proceso reivindicativo que estas parroquias han necesitado para reclamar compensaciones por el fin de la minería del carbón y quien la pide para poder armar un futuro próspero común. «Debemos estudiar un frente común», afirma Manuel Ángel Noval, alcalde de barrio de Lieres, de acuerdo con Víctor Fernández, presidente de la asociación vecinal de Carbayín, y la certeza que invoca Pergentino Martínez, vecino de Valdesoto, de que los vecindarios de estas tres parroquias «deben unirse para empujar el carro».
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