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Gijón, en aumentativo

La ciudad más poblada de Asturias, hogar de más de la cuarta parte de los habitantes de la región, encarna con su giro hacia los servicios y su espíritu de concentración demográfica la querencia de la sociedad moderna por la vida urbana

Marcos Palicio / Gijón (Gijón)

Dos matrimonios de Valladolid han esperado su turno en una pequeña cola improvisada y ahora se fotografían distribuidos bajo las cinco letras enormes de un cartel gigante que les explica dónde están. Puede que empiecen a comprender que han descubierto una ciudad que se gusta tanto que tiene su nombre escrito en un letrero de tres metros y medio de altura. En los Jardines de la Reina, con el mar y un bosque de mástiles de embarcaciones deportivas componiendo el fondo, con el barrio de Cimadevilla y el palacio de Revillagigedo a la derecha, Gijón habla de sí misma en un rótulo de dos toneladas de peso, que dice «Gijón» en acero macizo pintado de rojo corporativo y firmado con los trazos del logotipo turístico de la ciudad. A sus pies se mide sin dificultad el nivel de autoestima de este lugar que un gijonés orgulloso no tardará en celebrar por «cosmopolita», otro por «abierto y participativo», uno más por «vanguardista y pionero» y antes que ninguno Gaspar Melchor de Jovellanos, al observarlo a distancia desde el pico San Martín, como «el país más frondoso y risueño que puede concebirse». Cada uno a su modo, también la ex alcaldesa Paz Fernández Felgueroso añadió al retrato los trazos de una urbe «iconoclasta, mordaz, protestona, exigente, popular, participativa, solidaria, poco clasista, nada elitista, nada pija». Y grande. Gijón es el hogar de más de la cuarta parte de los habitantes del Principado, la decimotercera ciudad más poblada de España y la segunda tras Vigo si se restan las capitales de provincia. En Gijón, el topónimo pronunciado en aumentativo no hace más que corroborar la visión que los vecinos tienen de su ciudad, además de la mayor de Asturias, la tercera de España en calidad de vida en opinión de sus ciudadanos, según una encuesta reciente de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU).

Pero aquí grande también quiere decir cada vez más grande. La última cifra ha izado hasta 282.261 residentes el tope histórico de la población de un concejo que ha ganado en lo que va de siglo más habitantes -15.000- que en la suma de las dos décadas anteriores -11.000- y acumula casi el 95 por ciento de ellos viviendo en el casco urbano. En la Asturias de la penuria demográfica y el envejecimiento prematuro surgen islotes que son villas atractivas para su entorno rural inmediato, pequeños núcleos semiurbanos con el censo en tendencia inversa al retroceso generalizado. Pero más o menos en el corazón geográfico de esa región de poblaciones retraídas también está Gijón, que junto a Oviedo tiene la fórmula que irradia ese modelo a toda la región, que hace que esta villa cada vez más grande se presente como uno de los emblemas de la querencia moderna de los asturianos por la vida urbana.

La villa expansiva de Jovellanos ha atenuado la ganancia desde que la industria dejó de remolcarla a pleno rendimiento, obligando a la ciudad a reinventarse y a bogar hacia lo terciario, a hacerse cada vez más centro de servicios que plataforma fabril desde que aquel patrón económico empezó a perder resuello. Pero tampoco en el nuevo escenario ha perdido Gijón un ápice de su pujanza: mirando desde 1970, la diferencia de habitantes con la cifra actual supera los 100.000, hoy vive aquí el doble de gente que en algún momento de los sesenta... Todo eso se aprecia mejor una tarde de agosto, aunque el cielo se haya encapotado por primera vez en el mes, el calendario haya dejado atrás la Semana Grande y la pleamar cubra casi por completo la playa de San Lorenzo. Gijón se reconoce hoy en el gentío que obstaculiza el paseo por el Muro y en la multitud arremolinada tratando de encontrarle el truco a un mimo escanciador que simula estar sentado en el aire, frente a la escalera 2. «El aluvión demográfico tiene que ver con la propia personalidad de la ciudad. Gijón es por esencia cosmopolita, un centro de acogida muy favorable a la recepción de personas, más receptiva para la gente de fuera que Oviedo», que a veces todavía se ve desde aquí como «una urbe más elitista». El que habla es Jesús Menéndez Peláez, presidente del Foro Jovellanos, a la vista de la evolución del censo y de la actualización al siglo XXI del «gijonismo» con el que el ilustrado definió el orgullo de ser de aquí a finales del XVIII. Haya o no tantos gijonistas como gijoneses, los que confluyen en este diagnóstico sobre los motivos del atractivo de la ciudad también hablan del entorno y de las dimensiones, de la virtud geográfica de esta villa llana con dieciocho kilómetros de costa casi íntegramente paseables y, sobre todo, de eso tan difuso que se llama «calidad de vida» y que aquí, al decir de Menéndez Peláez, se sustancia por ejemplo en una oferta «cultural, recreativa y lúdica que no tienen otras ciudades». A la hora de determinar los destinos de los flujos migratorios internos, «Avilés cuenta con el handicap industrial muy acentuado y Oviedo, con el elitismo aristocrático», remata.

Tita Caravera, presidenta de la Federación de Vecinos de la Zona Urbana y del colectivo vecinal del barrio de La Arena, añade a la fórmula su enumeración de un catálogo de servicios que «no sé si podrán igualar muchas ciudades» y que incluyen instalaciones deportivas, caballos y golf, «cuatro piscinas en una ciudad con playa», 34.000 socios en el Grupo Covadonga y «Semana negra» y Festival de Cine, Acuario, Talasoterapia en lugar de termas romanas, Jardín Botánico y una programación cultural «mixta, pública y privada», que el presidente del Foro Jovellanos utiliza para llenar de contenido su visión sobre aquel Gijón que recibió, recuerda, el sobrenombre de «la Atenas del Norte».

«El verano es un espectáculo», asiente Pedro López Ferrer, vicepresidente de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación, pero «siempre hay algo» que hacer el resto del año, «una actividad nueva casi sin necesidad de que termine la anterior». Caravera celebra a su vez el surtido escaparate de equipamientos «deportivos, culturales y de ocio» por haber sido ganados en alguna medida, precisa, gracias a la presión ciudadana y a la inclinación «crítica y reivindicativa» que también, ya lo han dicho, forma parte como ingrediente prioritario del cóctel social de esta colectividad activa. Se retrata una ciudad enérgica, eufórica las más de las veces al hablar de sí misma, pero dotada también de una «autocrítica salvaje», muy capaz de reprobarse con severidad mirando alternativamente al proyecto encallado del metrotrén, a más de un desmán urbanístico o al objetivo pendiente de conseguir la plena afiliación de la mancha urbana más grande de Asturias a la gran área metropolitana del centro de la región.

Al ritmo que marca el magnetismo de su oferta de vida casi plenamente servida, el modelo de Gijón ha tenido una buena venta si se atiende a su evolución demográfica. Crece y prolonga y propaga y desborda su trazado urbano porque rebaña la inclinación de la sociedad contemporánea hacia la búsqueda de la proximidad de todas esas prestaciones. El hombre que pasea por la calle Ceriñola, en El Natahoyo, vestido con un polo azul que lleva el escudo del Club Deportivo Turón a lo mejor le dará la razón a Inés Álvarez, gerente de la asociación local de hostelería, cuando ella recuerde que el mercado de donde tradicionalmente se ha nutrido el incremento demográfico gijonés está lleno de «trabajadores de la industria o de la minería de otras partes de Asturias, que han tendido siempre a idealizar Gijón», explica, y que encuentran aquí «una ciudad grande y cercana con una oferta superior de servicios a poca distancia de su población». Pero también «hay una motivación genérica en todo este incremento», corroborará Luis Pascual, presidente del Ateneo Obrero de Gijón. «No somos una isla en el océano y gran parte de ese desarrollo se justifica porque las concentraciones urbanas progresan en general en detrimento del medio rural y como consecuencia de la diferenciación de los servicios económicos».

Por eso existen Montevil y Roces. De ahí la fisonomía reinventada de los barrios donde antes terminaba la ciudad por el Sur y que ahora la prolongan con manzanas de edificios de factura similar y ladrillo marrón, levantando explicaciones y poniendo caras a la revolución demográfica de la última década, de 3.500 vecinos a 8.600 en Montevil, de 2.700 a 6.500 en Roces. Por eso en los años ochenta del siglo pasado todavía quedaba alguna casería en los prados de El Llano y hoy sólo son verdes los parques y los jardines del barrio, que ha ascendido hasta convertirse en el más poblado de la ciudad, casi 42.000 habitantes en 2012 que segregados serían la cuarta entidad de población de Asturias. Este Gijón periférico, urbanizado «con el mismo esmero que el centro» en opinión de López Ferrer, avanza a veces a costa de la población del corazón urbano, pero siempre, en el recuento final, a favor de la expansión incesante de un censo que encuentra aquí un ejemplo de la tendencia a la concentración de los asturianos en el área central y preferiblemente en los ambientes más urbanos de la continuidad metropolitana de Ciudad Astur. Será, dicen aquí, que Gijón se gusta ante el espejo y que de eso también se han enterado fuera. La difusión del modelo ha construido un entramado urbano que se ve desde dentro como «el núcleo referencial de Asturias en tamaño y dinamismo» que define Luis Pascual, como «una ciudad abierta y participativa» de la que sus habitantes han adquirido un elevado concepto.

No tardará en incorporarse al argumento el resultado de aquella encuesta que elaboró recientemente la Organización de Consumidores y Usuarios. Tiene fecha del pasado junio, resume las opiniones de los vecinos sobre sus ciudades y sólo pone dos de las grandes urbes españolas, Pamplona y Vitoria, por encima de Gijón. Sus conclusiones valen para sintetizar el guión de Gijón, la imagen que devuelve el espejo a los que miran desde aquí y definen «calidad de vida» puntuando alto sobre todo la oferta cultural, la deportiva, la sanitaria y la educativa y el «nivel de democracia», entendido éste como la transparencia de las administraciones. Es la percepción colectiva sobre la terciarización de Gijón, un proceso que añade motivos para presumir, como David Argüelles, presidente de la Unión de Comerciantes, también de haber sido «segunda por calidad de comercio» en otro sondeo de la OCU, o subcampeona de un premio otorgado en la última edición de Fitur a los mejores destinos turísticos de España, celebra Ana Braña, gerente de la Sociedad Mixta de Turismo. Las razones de Gijón son los grandes equipamientos y los pequeños detalles, la sensación de seguridad que sintió Braña «al ver serenos» después de doce años viviendo en Madrid y el panegírico resumido en la sentencia de Luis Sepúlveda, un escritor gijonés importado, allí donde dijo que a lo mejor la clave es que «no es difícil ser de aquí».

Cuando el problema es que «ya lo decía Jovellanos»

En la calle Sanz Crespo, que discurre paralela al terreno que liberaron las vías del tren cuando dejaron de pasar por aquí camino del centro de Gijón, se levanta un cartel que informa al viandante de que se encuentra en un «municipio de excelencia turística». El mojón limita directamente con la antigua parcela de la playa de raíles de la entrada de la ciudad, que ahora está vallada y tomada por la maleza y que Tita Caravera rebautizará pronto echando mano de la sorna superlativa de esta ciudad de Iglesiona, Escalerona y Molinón. « El solarón». El espíritu crítico ha entrado en el discurso «gijonista» por los túneles en desuso del gran proyecto para la comunicación de la ciudad, aquel tren subterráneo de El Humedal a Cabueñes que más de una década después de su diseño se ha quedado en tres kilómetros y medio de túneles inútiles, la estación retirada del centro urbano y los 40.000 metros de terreno que quedaron para matorral al retirar las vías con el propósito inacabado de soterrarlas. La presidenta de la federación vecinal de la zona urbana lamenta «los millones enterrados» en un espacio vacío, «la imagen deplorable» de «lo primero que se ve de Gijón» al entrar desde el Sur, así como todos los perjuicios que reparte el desplazamiento de la terminal. « Hemos propuesto que se habilite temporalmente como aparcamiento, al menos una parte», asegura, «y que se reúna la sociedad Gijón al Norte y ponga plazos» para el avance del proyecto.

Es uno de los pasos al frente que todavía necesita el viraje de Gijón hacia su consolidación como ciudad de servicios. Pero hay más. Y entre los básicos, uno que eleva la mirada por encima de la Campa Torres y del cabo San Lorenzo, de los límites de esta ciudad que al decir de algún vecino también está pidiendo a gritos una integración más perfecta en su entorno metropolitano. «Me gusta huir de las comparaciones», afirma Pedro López Ferrer. « Creo más en la Asturias ciudad que en las ciudades», persevera, más en el conjunto del «triangulín» urbano que agrupa a cerca del ochenta por ciento de la población del Principado que en cada una de sus partes por separado. Más en «potenciar en Gijón la ópera de Oviedo y en Oviedo el concurso hípico de Gijón, por ejemplo», que en pisar las ofertas. La estructura y el tamaño de «Ciudad Astur», asiente Luis Pascual, «hacen que la diversificación de servicios y funciones enriquezca a todos» y se configure como «un activo que tenemos que utilizar y aprovechar entre todos». Hablan «de Asturias», de la complementariedad de funciones entre los núcleos principales del todo, de la fusión de esfuerzos y específicamente de lo que puede aportar Gijón.

Dos siglos después, de puertas adentro, en algunas cuestiones básicas rige todavía el diagnóstico de Jovellanos. Y en este punto aquí no saben si celebrar la clarividencia del ilustrado o lamentar que ninguno de sus descendientes haya dado respuesta a los obstáculos. Hoy dicen lo mismo que entonces, por ejemplo, sobre el faro que debería iluminar la ciudad desde El Musel, sobre la dimensión del puerto como «salida económica para Asturias y Gijón» que ya proponía Jovino. Hoy, con la instalación aumentada, recrecida en dimensiones y sobrecoste, aquí dicen que también. En la puerta al mar sigue habiendo «un asunto crucial» al decir de Ferrer, «uno de los que nos puede sacar a los gijoneses, a los asturianos y a los habitantes de las provincias limítrofes de un gran abismo. Debemos olvidar si costó mucho o poco, o si estropea la playa. Ya está hecho, aplaudámoslo y potenciémoslo, vinculémoslo con Mittal. Debemos ser conscientes de todo lo que conlleva que Arcelor se deslocalice y ahí ser imaginativos y reivindicativos. Tenemos que potenciar el puerto», remata, y lamentar y tratar de remediar, puestos a pedir, el gran baldón que representan las comunicaciones.

«También lo decía Jovellanos», apunta Jesús Menéndez Peláez. « La incomunicación es el gran problema de Asturias», y lo peor es que han pasado doscientos años y que la frase que se escuchaba a finales del XVIII la repite el eco a principios del XXI. Como casa de la porción más grande de Asturias, Gijón reproduce a escala y sufre de las grandes enfermedades de la región. Repercute aquí, valora Ana Braña, que a estas alturas del siglo «no esté completa ni la autovía a Cantabria ni a Galicia, ni el A V E». Duele comprobar, desde su esquina del sector turístico, lo que importan los medios de transporte cuando las cifras dicen que el turismo francés creció en Gijón desde que la ciudad cuenta con un ferry a Nantes, o que el portugués ha progresado adecuadamente este verano, con Easyjet volando directamente a Lisboa. Y que quedan tantas líneas por trazar... Porque el turismo es un pilar, ni el único ni el mayor, uno de los que configuran el «sector terciario, en sentido amplio», al que Inés Álvarez confiaría prioritariamente el futuro de Gijón. Y comoquiera que aquí la playa limita directamente con los astilleros y con el puerto, tampoco cabe olvidar la industria –«elmetal representa el 11 por ciento del PIB asturiano y todavía tiene el 60 en Gijón», apunta Ferrer– ni el viraje del sector hacia la ciencia y la tecnología, le sigue Braña.

Ni el sostén que para algunos de estos sectores supone aquella oferta cultural. El pasado es un activo en esta villa que vigila brazo en alto Octavio Augusto, «primer emperador de Roma», desde el extremo más occidental de la bahía de San Lorenzo. O eso dice Jesús Menéndez Peláez, que no dejará escapar la oportunidad de mirar hacia la «oferta museística dispersa» y hacia la Casa Natal de Jovellanos para lamentar que ahora el museo «defrauda, porque no tiene nada de Jovellanos». En su mundo ideal sería «un museo de la Ilustración asturiana que fuera un relicario de lo que hay en torno a Jovellanos». Lo dice con la certeza de que «eso se vende» y sin dejar de defender la oferta de actividades culturales, que, a su juicio, forma parte de la razón de ser de la ciudad porque conecta con ella. «Porque hay un público que llena».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El socavón

La ciudad agujereada a la que prometieron una línea de ferrocarril subterránea de extremo a extremo pide explicaciones. El proyecto del metrotrén ha dejado por el momento, sobre todo, perjuicios, túneles hechos y vacíos y una estación retirada del centro que tiene ante sí un viejo solar liberado de vías donde estuvieron previstas más de mil viviendas. La Federación de Asociaciones de Vecinos ya ni urge la finalización, ya se conforma con pedir unos plazos razonables y un uso alternativo, por ejemplo, un aparcamiento, para la parcela sin raíles.

_ La fábrica y el arte

Jesús Menéndez Peláez, presidente del Foro Jovellanos, defiende la Fábrica de Tabacos, en Cimadevilla, como sede unificada de museos y sin salir del barrio una vuelta para la Casa Natal de Jovellanos. Pide contenidos vinculados al polígrafo gijonés, porque ahora «no hay nada de Jovellanos», y una muestra integradora sobre la Ilustración asturiana.

_ La Universidad

Menéndez Peláez vuelve sobre Jovellanos al valorar el resquemor de que en Gijón «no se consumara una auténtica Universidad Politécnica». La que el Gobierno de Foro Asturias llevó en su programa electoral terminó diluida, lo que no obstaculiza la solicitud de un impulso para el campus universitario gijonés, que el presidente del Foro Jovellanos también habría incluido en el edificio de la Universidad Laboral. Ahora que aquella «equivocación» no tiene remedio, que «esto es un campus tecnológico, pero no la Politécnica que se había diseñado», Peláez afirma que «en la radiografía de los campus de España el que tiene más capacidad es el de Gijón», y Pedro López Ferrer, que «la Universidad podría ser el buque insignia de la ciudad en el territorio del ocio y de la cultura».

_ El puerto

El Musel ampliado es la cabeza tractora, dicen aquí, de un futuro que mira a la mar para sacarse partido y encuentra en su puerto «el gran elemento diferenciador de Gijón desde el punto de vista industrial». A juicio del vicepresidente de la Cámara de Comercio, toca exprimir la muy costosa inversión del recrecimiento de El Musel y poner énfasis en su sociedad con la Zona de Actividades Logísticas e Industriales. La ZALIA «tiene que ayudar mucho», afirma Ferrer, a tener una buena colocación a la salida de la crisis.

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