La Corredoria sube corriendo
La sexta población más habitada de Asturias, decimoséptima a principios de siglo, ha hecho crecer Oviedo hacia el Norte aprovechando el boom urbanístico y desbordando algunos servicios
La fuente es la de los «Cuatro Caños», pero tiene sólo tres. El cuarto, dicen en La Corredoria, está en el manantial de Casagrande, donde se capta el agua, unos cuatrocientos metros al noroeste de la plaza que da cobijo al surtidor. Su pilón semicircular y su cuerpo vertical, exento, de prisma con tres caras y un chorro en cada una, rematada por una esfera de piedra sobre un pedestal, sigue hoy en el mismo sitio donde la pusieron en 1790. Exactamente donde siempre. Plantada en el centro histórico de La Corredoria, a un lado de la rotonda ajardinada que le hace de escenario, la fuente es casi lo único que reconocería aquí un habitante de principios de este siglo. No hace tanto que por delante de los tres caños pasaba de largo la vieja carretera de Castilla, que ahora es la menos antigua AS-266 de Oviedo a Gijón, atravesando lo que quedaba de un pueblo que ya no está y las últimas praderas antes de cambiar el concejo de Oviedo por el de Siero. En 2001, el perímetro urbano de la glorieta estaba todavía incompleto; en los ochenta, Maite Orozco, presidenta de la Asociación de Vecinos «San Juan», llegó «al fin del mundo» trasplantado a La Carisa, caminando desde la carretera, «donde me dejaba el autobús», a través de «un barrizal sin luz». «Ahora no cambio esto por nada».
Hoy, aquel cruce con fuente es una plaza redonda que el tráfico intenso del mediodía rodea pasando junto al vetusto manantial y su vecino menos viejo, el lavadero circular de Ildefonso Sánchez del Río. Es el reducto histórico de una ciudad joven, el lejano recuerdo de lo que fue una urbanización del siglo XXI dispuesta a partir de aquí en círculos concéntricos de bloques semejantes sobre la llanura que se extiende desde la AS-II a la autopista «Y» y de la falda del Naranco al cauce del río Nora. A su alrededor, en cinco bloques de seis plantas, se reparten cuatro bancos, una inmobiliaria y una óptica, pizzería, autoescuela, agencia de seguros, peluquería, carnicería, supermercado y, a falta de uno, dos bazares chinos. El gran ensanche residencial de Oviedo, resultado de la querencia de la capital por crecer hacia el Norte, se ha dado tanta prisa por hacerse mayor que en 2000 era la decimoséptima población más habitada de Asturias y hoy es la sexta, que ha multiplicado por más de tres su censo desde 2000 y ha detenido la última cifra en 15.153 residentes, un 165 por ciento de subida sólo desde el arranque del siglo. El doble que en 2002, casi seis veces más que en 1991 para venir a dar a la entidad de población asturiana que más ha progresado desde el cambio de milenio. El barrio más populoso de Oviedo es la línea de llegada de una expansión de crecimiento rápido que al decir del vecindario lleva un tiempo colapsando servicios. La Corredoria, el barrio tranquilo lleno de parques con niños, literalmente pegado a Oviedo, comunicado por dos líneas de tren y otras tantas de autobús urbano, es también este sitio que va por el cuarto centro de salud, este lugar donde el colegio público con más alumnos de la región se ha quedado pequeño y la tercera ampliación «está llena antes de hacerla». La Corredoria, 6.000 viviendas edificadas sólo en 2000, es eso y un centro social que pide otro, un campo de fútbol sobreexplotado, una plaza de abastos sin abrir, un enlace pendiente con la autovía AS-II, un aparcamiento para trescientos vehículos en proyecto, un centro de día en espera, y así sucesivamente.
En la Asturias de la penuria demográfica, eso sí, La Corredoria ha configurado corriendo un brote de prosperidad, un apósito de ciudad nueva al Norte de la capital que ramifica las explicaciones de su éxito entre la clase media empezando por la aceptación que tuvo esta llanura en la onda expansiva del boom inmobiliario. Alguien valora que en La Corredoria «corre el aire entre los edificios» y Blanca Muñiz, presidenta del colectivo vecinal «El Conceyín», señala hacia «la buena calidad de la edificación, las calles anchas y amplias de un barrio muy cómodo y tranquilo, con mucho espacio para los niños y parques, zonas verdes y una urbanización muy atractiva que tuvo en su día una buena relación calidad-precio, dentro de la exageración que hubo en este aspecto en todas partes». Alfonso Pereira, concejal del equipo de gobierno municipal y alcalde de barrio, treinta años en el movimiento vecinal de La Corredoria, reivindica los valores de «una zona privilegiada en todos los aspectos». Un sitio tranquilo, «urbanísticamente hablando de lo más moderno que hay, con su edificación abierta en la que cada edificio está separado del de al lado en la mitad de la altura, la abundancia de zonas verdes» y al final «la calidad de vida».
José Álvarez señala también hacia la silueta alargada del edificio que será el nuevo Hospital Universitario Central de Asturias, que también hizo su parte del trabajo para llenar las 7.000 viviendas que hace unos años, según los cálculos de las asociaciones vecinales, estaban habitadas en La Corredoria. El centro sanitario levanta su perfil acristalado al sur del barrio, se ve al fondo, por detrás del inmueble negro con remates verdes, amarillos, rojos y azules que aloja el Corredoria Arena en mitad de una pradera tomada por la maleza que será un aparcamiento. El barrio, indica Álvarez, «no fue sólo el boom de la construcción, también la noticia de que bajaría el hospital. Esto no sería lo mismo» sin la elección de La Cadellada.
La plaza del Conceyín, la enorme circunferencia delimitada por catorce bloques de ocho plantas separados entre sí, se ofrece como un indicio de que corre el aire, de la amplitud que atrajo hasta aquí a una media de casi ochocientos habitantes al año contando sólo el tramo que viene desde el año 2000. Es el nuevo centro, edificado en torno al cambio de siglo en el «prau de Pichu», el antiguo campo de la fiesta de La Corredoria, y al decir de Ana Cabal, secretaria de la Asociación Libre de Mujeres del barrio, una señal inequívoca de que nadie esperaba ver crecer todo esto «tanto y en tan poco tiempo». Y eso que el censo no alcanza para medir la población real, afirma Alfredo Sánchez, estudioso de la historia local, y que todavía queda terreno por donde recrecer la amplitud urbana de este barrio que fue un pueblo. Como en todas las poblaciones ensambladas por aluvión, aquí ya casi nadie es de aquí y de ahí surge el fantasma de la «ciudad dormitorio», muerta en las horas de oficina, desierta los fines de semana. Para espantarlo, Ana Cabal acude a la «conciencia de barrio» que desde muy pronto edificaron las asociaciones, las trescientas socias de su colectivo de mujeres, los tres colectivos vecinales, la Sociedad Deportiva Cultural Recreativa o esas fiestas que se celebran desde 1899, que están «entre las más antiguas de Oviedo» y que en 2012 «se desbordan». La sociedad de festejos es la más antigua de Oviedo tras la cofradía de La Balesquida y ahora también una de las más multitudinarias. El 23 de junio de este año, recuerda su presidente, Luis Miguel Fernández, «San Juan parecía San Mateo». Por todo eso «no estoy de acuerdo en la definición de la ciudad dormitorio», enlaza Ana Cabal. «La Corredoria tiene mucha vida durante el día» y el incremento de la dotación de servicios que acompaña a la explosión demográfica hace irreemplazable la presión ciudadana y una «conciencia de barrio» incompatible con la definición canónica de una ciudad dormitorio. «Las asociaciones han dado empuje a todos nuestros logros», afirma, y su pujanza es un indicio de que «siempre fuimos muy peleones» y de que van a necesitar seguir siéndolo si se hace caso a Maite Orozco, presidenta de un colectivo vecinal con treinta años de trayectoria que echó a andar luchando en los ochenta por la erradicación de La Carisa como foco de distribución de drogas.
Eso, mirando desde las avenidas y los parques y las plazas de la nueva Corredoria actual, es la prehistoria de un barrio residencial. Hoy, el casco urbano de Oviedo sigue sin separación visible al entrar en La Corredoria, pero el ascenso de aquel pueblo de los arrabales de la capital a este estatus que le da ser la segunda población del segundo concejo de Asturias tiene también, no obstante, varias esquinas de un reverso tenebroso. Uno es la dotación de servicios, desacompasada del incremento de la población; otro, algún efecto secundario de la configuración del barrio a partir de la gran avenida de familias al calor de la bonanza inmobiliaria. Charo Álvarez, presidenta de la agrupación de comerciantes de La Corredoria (Comcor), disiente de las opiniones sobre la falta de semejanza entre esto y una urbanización de extrarradio de las de manual. «Desde el punto de vista del comercio», afirma, no es éste un sitio fácil. «Necesitamos una mayor implicación de los vecinos, que se queden y consuman más en el barrio. Porque vas al parque y hay niños, y a veces cola en la farmacia, pero también muchos comercios cerrando o en proceso de cierre y los fines de semana las terrazas están vacías. Eso es una ciudad dormitorio», remata. Una que no está, a su juicio, bien diseñada para el comercio, que «necesita más zonas comerciales, menos barreras arquitectónicas para llegar a ser una ciudad comercial limpia» y sí, también una gestión adecuada de la plaza de abastos que levanta su silueta de equipamiento terminado y pendiente de los accesos a las espaldas de la plaza del Conceyín, en la calle Emilio Llaneza. Estará antes de fin de año, más o menos a la vez que el aparcamiento del Corredoria Arena si se cumplen los planes de Alfonso Pereira. Su apertura será un vendaje contra la otra cara de la población de aluvión, la que se oculta tras los resultados de una encuesta a pie de calle, promovida hace un año por el centro socioeducativo Alfalar, donde se concluía que solamente un 8,2 por ciento de la población trabaja en el barrio.
La Corredoria, con su tromba de población sólo parcialmente frenada ahora por la crisis inmobiliaria, es un signo de los tiempos, de unos tiempos muy concretos en los que a veces unos pocos, «una minoría» al decir de Luis Miguel Fernández, obligan a vallar durante las fiestas los edificios del perímetro de una plaza «que nació pensada desde su mismo origen» para acoger festejos y eventos populares. En el pasado San Juan, las vallas en el Conceyín eran una pequeña barrera, en opinión de Fernández, en el camino hacia la cohesión total de un barrio que quiere ser mucho más que una ciudad dormitorio. Una ciudad para vivir, no sólo para dormir.
La metamorfosis urbana de las 50 grúas y el terreno para seguir creciendo
En La Corredoria Baja, casi a la salida del barrio en dirección a Lugones, hay una señal oculta entre los arbustos que decoran el jardín de una urbanización. El «mojón de la media legua» es un poste cilíndrico de piedra rematado por una bola, un indicador de los que se hacían en 1789 y que informa desde entonces de la distancia exacta que hay desde aquí hasta Oviedo, media legua, 2,78 kilómetros, media hora a pie si se considera que la legua nació para medir el trayecto que una persona era capaz de recorrer en una hora. El mojón, en su calidad de indicio de proximidad adosado a la primitiva vía de comunicación principal entre la capital y la costa, guarda otra de las razones de la expansión residencial de La Corredoria. El mojón del siglo XVIII, rodeado como está de promociones de vivienda colectiva reciente, pero también de las antiguas casas de planta y piso de La Corredoria antigua con sus años de construcción grabados en las fachadas -1893, 1922-, ya informaba entonces de que Oviedo está ahí mismo. Entonces con una amplia separación en medio, hoy al final de una continuidad urbana sin fisuras.
Las últimas edificaciones del pueblo viejo están, resisten, adosadas a la recta que abandona el barrio, en la parte que falta por reconstruir y que, vista hoy en su contexto de bloques de ladrillo marrón, da fe de aquella otra vida que tuvo esta antigua población carretera de paso devenida con el tiempo en populoso barrio de extrarradio de crecimiento acelerado. El cambio todavía encuentra otro ejemplo en esta misma zona de la travesía de la AS-266, en el nuevo uso de la casa-palacio de La Torre, que fue casona señorial con blasón en el pueblo del siglo XVII y guardería infantil en el barrio joven del XXI.
Aquella otra Corredoria agraria ha progresado tanto que en los planos de Oviedo que se exponen en las calles de la ciudad para orientar al despistado La Corredoria ocupa su propio espacio, un recuadro en la esquina inferior derecha del callejero urbano. Mirando alrededor, el ruido del esqueleto de un edificio en construcción en las inmediaciones del campo de fútbol Manuel Díaz Vega informa de que puede que haya espacio para más. El frenazo inmobiliario también ha hecho aquí su parte del trabajo y de momento no volverán las «cincuenta grúas pluma» que silueteaban el perfil del barrio no hace tanto tiempo. «Algo queda, pero poco», afirma Diego Fernández, vicepresidente del colectivo de comerciantes, señalando la grúa que queda en la zona vecina de la autopista «Y» casi nada más que otra en el cada vez más escaso terreno libre entre el barrio y el Hospital. Pero la potencialidad que todavía conserva esta llanura bien comunicada lleva los cálculos de hoy a «23.000 habitantes si contamos los no censados» y la elucubración del futuro hacia 43.000. Alfredo Sánchez cuenta lo que puede quedar por ocupar, al Norte, «toda La Malata»; al Sur, algunas inmediaciones del nuevo hospital y los terrenos que pueden liberar la subestación de Hidrocantábrico, junto al acceso desde Oviedo, y la pequeña reminiscencia de la vieja configuración del pueblo que queda en La Corredoria Baja, las últimas casas antiguas a ambos lados de la salida en dirección a Lugones.
Precisamente porque son tantos y todavía tienen terreno hacia donde crecer «pedimos todo lo que pedimos», apunta Charo Álvarez. Sobre todo más pupitres en las aulas del barrio, «el nuevo instituto junto al Corredoria Arena que paralizaron los avatares políticos», apunta Blanca Muñiz, y el nuevo enlace con la autovía AS-II -la antigua carretera Oviedo-Gijón desdoblada-, necesario ahora e imprescindible en el futuro para evitar el colapso del barrio cuando funcione el nuevo hospital en La Cadellada.
Cemento y ladrillos en los prados de una ciudad joven
El griterío infantil de la media tarde veraniega en el parque de El Presi, parte de la primera gran expansión residencial de La Corredoria hacia el Oeste, se reproduce con varios focos en la extensión diáfana de la plaza del Conceyín, emblema de la ampliación del barrio ovetense hasta los límites que dispuso en este siglo la burbuja inmobiliaria. Esto es, a la vista está, una ciudad joven. Joven por la estructura, el estilo y la edad de la edificación y por el paisaje humano que se ve de paso por el trazado urbano y se ratifica en el vistazo a la pirámide de población. Alfonso Pereira, concejal y alcalde de barrio, afina el cálculo del sector del vecindario más numeroso, «el de los 33 años», y pone las primeras comuniones con trescientos niños como ejemplo: «Ésta es la zona con más juventud de Asturias, sin ninguna duda».
La edad de los que vinieron al calor de la tranquilidad y la vivienda asequible funciona como una clave de la gran metamorfosis. Alfredo Sánchez alude a un cálculo que sitúa entre un 30 y un 35 por ciento la porción de habitantes menores de veinte años y Pereira vuelve sobre el calado social de un cambio «radical», pero al mismo tiempo «ordenado, pacífico, tranquilo». Con un impulso unitario que cristalizó en los dieciséis colectivos de la junta vecinal y una «vena asociativa» que La Corredoria lleva dentro, sostiene el concejal, desde que no era más que aquel pueblo del que apenas ha sobrevivido «una pequeña quintana en La Granxa, camino de Villaperi». Partiendo de una sociedad de festejos que sobrevive tras dejar atrás el siglo de vida, Pereira recuerda que también hubo una asociación de ganaderos en 1910, otra que se llamó en 1912 «La virtud del trabajo por el bien del obrero» y un Centro de Cultura y Recreo a partir de 1931... De todo aquello a los dieciséis colectivos de esta Corredoria distinta del siglo XXI va la reflexión de Pereira sobre la certeza de que la metamorfosis física no ha impedido el desarrollo del espíritu crítico de unidad corredoriense: «Parece que llegamos gente con una inquietud vecinal muy fuerte, muy interesados por mejorar las cosas, así se creó un movimiento asociativo que no existe en otros sitios».
Esa vena reivindicativa tuvo además su protagonismo en el cambio de fisonomía, en «todos los colegios que se consiguieron a golpe de manifestación» y en la alteración del proyecto inicial de la plaza del Conceyín, que no tenía este espacio diáfano sino «una cosa muy rara con montículos de tierra y fuentes para comunicarlos».
Ese espíritu comunitario es lo que queda en parte, dicen aquí, del tránsito de aquella Corredoria a ésta, cuya enorme mutación nadie ha definido como Jerónimo Granda en unos ripios recogidos por Alfredo Sánchez: «En La Corredoria non queden praos, non queden grillos, sólo cemento, sólo ladrillos».
El Mirador
_ Los colegios
El Corredoria II es el centro educativo con más alumnos de Asturias, 780 que sumar a los 734 del Corredoria I. Y subiendo. Para hacer frente a la masificación de la población infantil del barrio está el Corredoria III, pero de lo proyectado «sólo se hizo el parvulario», protesta Maite Orozco, y «no tenemos dónde meter a los niños».
_ El enlace
Una nueva conexión entre La Corredoria y la AS-II, necesaria ahora al decir del vecindario, se volverá imprescindible cuando funcione aquí el nuevo hospital. El único enlace que existe «está en bastantes malas condiciones», afirma Diego Fernández, vicepresidente del colectivo de comerciantes, y otro hace tanta falta al menos como el nuevo aparcamiento de «zona verde» en el entorno del Corredoria Arena.
_ La plaza
La de abastos, finalizada y sin accesos, entre la calle Emilio Llaneza y la plaza del Conceyín, con sus catorce puestos de venta y un restaurante en el extremo sur del edificio acristalado, se adelanta como un alivio para el comercio local siempre que cumpla algunos criterios de gestión favorables para el sector. Charo Álvarez propone «que abra los domingos» para estimular el consumo en sus momentos más débiles y duda de la eficacia de asociarle una mediana superficie. A Luis Miguel Fernández tampoco se le escapa la potencialidad de la plaza del Conceyín como posible sede de un mercadillo semanal.
_ Un local
El músculo asociativo del barrio, base de alguna de las mejoras de servicios de las que presumen en La Corredoria, echa en falta un espacio alternativo al centro social El Cortijo, «desbordado» también por el alza constante de la población y de sus necesidades. Aquí dirigen la mirada hacia los locales que esa misma progresión ha dejado en el camino, en concreto al tercer centro de salud que utilizó el barrio, en la calle Emilio Llaneza.
_ Un centro de día
«El barrio está pensado para la gente joven», señala Blanca Muñiz, «pero la alternativa apenas existe para los mayores». Por eso el Ayuntamiento de Oviedo recibió «hace muchos años» la solicitud de un centro de día, «mejor si puede ser con alguna plaza para residentes».
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