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Corazón metálico, sudor de arrabio

Construida al ritmo de la gran industria, La Felguera actualiza su paisaje urbano y busca espacios de oportunidad para nuevos proyectos

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / La Felguera (Langreo)

Desde sus humildes orígenes rurales, Turiellos se convirtió en La Felguera. Marca industrial de referencia en España. Que identificó un valle de la primera modernidad. Es decir, hubo una época en que el avance técnico, la innovación, los nuevos productos y organizaciones sociales salían de este valle, a cuya cabecera estaba La Felguera. No era el valle del silicio, sino el del carbono. En cierta forma eran similares y desde luego muy diferentes. Tan diferentes como las eras que encarnan, la del ardiente carbono, la del virtual silicio. La de la organización por el turullu contra la de las máquinas inteligentes. Pero, a su modo, encarnan la modernidad en sus respectivas  épocas. Antes una modernidad de humos y ácidos corrosivos a la puerta de casa, de paga semanal, iluminación en la calle y espacio promiscuo y lleno de gentes procedentes de lejanos lugares. Eso era moderno; aunque hubiera callejones de la mierda, pero es que, entonces, en las aldeas las caleyas se estraban con todo género de residuos para producir cucho. En La Felguera había cocinas y agua corriente, y en las aldeas llares y ente la esquisa, la fuente.

La Felguera conoció los altos hornos vomitando arrabio hasta la década de 1970, era la hiperactividad. Luego, de repente, cayeron los gasómetros y se abatieron las grandes torres metálicas de las que manaba todo. Durante unos años aquello no parecía un solar, sino el resultado de un bombardeo. La década de 1980 fue dura. Se había desescombrado, pero el resultado era simplemente un solar. Vacío. El desconcierto era grande porque la reconversión aquí se tradujo por desmantelamiento. Se andaba en un túnel a oscuras. Poco a poco, a base de perseverancia y de nueva política industrial y regional de importación europea, el solar se fue urbanizando y llenando. De industria. Ése era para muchos el horizonte. Fue lo que hicimos y lo que sabemos hacer. Producir. Para otros la ciudad se dirigía como mucho hacia su condición de ciudad dormitorio. La década de 1990 fue de crecimiento y lucha positiva. Concertando, proyectando, el solar que había ocupado la antigua factoría se llenó de pequeñas empresas. Tal parecía que la generación que había conducido el tren de la reestructuración lo dejaba fuera del túnel. Y así fue. Pero ni el territorio había llegado a su estación terminus ni la historia a su fin. Cuando se creía que la oscuridad del túnel había quedado atrás, nuevos problemas traen nuevos retos y con ellos la incertidumbre del coste para superarlos.

El callejón de la mierda tardó mucho en desaparecer. Arreglar la ciudad no parecía prioritario. Más tarde, lo fue. Pero había pasado un tiempo y unos recursos preciosos. También internamente el tiempo corrió para todos. Somos más viejos. Ambicionamos menos. La Felguera y las Felgueras de Asturias, que hasta en la costa las hay, se salvarán no de manera espontánea, sino con estrategia, unidad y proyectos compartidos. Integrándose en una gran plataforma urbana, bien conectada y capaz de exhibir proyectos de excelencia, ejecutados por jóvenes preparados y en la que el riesgo de emprender no se saldará con la caída definitiva, sino con ayuda para levantarse y seguir peleando.

La Felguera no puede quedarse atrapada por la historia. Pasaron unos años preciosos, las oportunidades de desarrollo son efímeras y la nueva modernidad tiene formas de estar muy diferentes a las del taller aturullante. Son las que hay que imaginar para el distrito más poblado de Langreo y de la Ciudad Lineal  del Nalón. Más de 20.000 de sus 65.000 residentes están aquí, en una aglomeración cuyo origen está íntimamente ligado a la siderurgia y a las minas. Ello ha dejado en herencia un plano desordenado, creado en función de los intereses de las empresas y de sus necesidades de suelo para instalaciones, pozos, factorías y viviendas para trabajadores. Y también de las infraestructuras de transporte que permitían abastecer las fábricas y dar salida a la producción. El histórico ferrocarril de Langreo aún hoy supone una neta división entre los usos mineros-industriales y los residenciales, a pesar de la presencia de nuevos equipamientos y usos empresariales y terciarios. El ferrocarril sigue el valle del Candín, aprovechado por la ciudad para estirar sus componentes y prolongarse hacia Tuilla y el Siero minero de Carbayín.

El ensanchamiento del valle por la confluencia del Candín permitió disponer de más suelo llano sobre las vegas fluviales, lo que dio mayor dimensión a La Felguera, que aporta la mitad de los efectivos de la aglomeración langreana, que alcanza hoy los 40.000 residentes. A partir de pequeños núcleos iniciales de plano desordenado, la ciudad ocupó la vega. Desde el puente que une La Felguera y Sama la ciudad se abre en abanico hacia el Norte, delimitada por las líneas de Renfe y Feve y con el parque Duro como elemento central. Las instalaciones industriales, las vías férreas y la estación de Renfe aislaron la ciudad del río y del distrito de Lada, y limitaron la expansión urbana hacia el Norte. Numerosas barriadas del hábitat minero crecieron en cualquier parte aprovechable, ya fuera a la vera de la carretera, bajo un emparrado de cables de alta tensión o en pequeños rellanos. Las viviendas rodearon los barrios veteranos, como La Pomar, y ascendieron por las laderas reforzando el poblamiento tradicional, conformando un peculiar cañamazo de difícil y necesaria ordenación.

A diferencia de Avilés, por ejemplo, la ciudad no sólo estaba rodeada, sino entreverada de instalaciones fabriles y mineras. Ésa era su originalidad, la promiscuidad de usos en un espacio urbano de generación carbónica. Cuya orla marginal era igualmente desconcertante antes de encontrarse con la correspondiente al polo vecino. Se conformó así, en el pasado inmediato, un conjunto territorial singular, compuesto por una colección de unidades geográficas en las que la producción y la reproducción se imbricaban tan estrechamente que constituían un mundo particular, cuya atmósfera era la del taller, cuyas reglas regulaban la vida. Y ese es el problema, la modernidad actual ha cambiado las reglas. Las que regulaban la producción que conocía La Felguera se utilizan en mundos muy lejanos. Ahora la velocidad del crecimiento es vertiginosa. La palabra es integración, en escalas sucesivas de las más cercanas a las continentales. Aquí integración es reforzar la cualidad urbana en sus tres escalas sucesivas: Langreo, Ciudad Lineal del Nalón, Ciudad Astur. La rehabilitación de un parque inmobiliario envejecido y, en buena medida, fuera de las expectativas residenciales de la población joven ofrece un campo amplio para la cooperación público-privada y para la recuperación de la actividad en un sector tan castigado por la crisis y tan importante para el empleo como la construcción. Algo hay que hacer con las barriadas de las comarcas mineras, que están llegando al término de su vida útil y que deben servir para un proceso de profunda reordenación urbana, de mejora y actualización del paisaje de la ciudad y de atracción de población joven metropolitana.

La iniciativa local necesitaría recuperar el empuje de los primeros años ochenta; que no volverán. Pero aún así la transformación es segura. No así su sentido, pero la lucha por hacer una ciudad atractiva y bien articulada en sus partes componentes no es discutible. Si se tiene éxito en el empeño vendrán nuevas actividades, las que encontrarán aquí, de nuevo, un espacio de oportunidad para sus proyectos.

Apego industrial

La Felguera es y ha sido por y para la industria, y a ella sigue unida emocionalmente, como componente mayor que es de la ciudad de Langreo, a la que aporta algo más de la mitad de sus habitantes. Del caserío rural de Turiellos a la ciudad siderúrgica y minera y a su integración en la ciudad de Langreo y en la Lineal del Nalón. Son pasos de cooperación e integración, sobreponiéndose a las tentaciones localistas. Pero también hay competencia por la función residencial y ahí la rehabilitación y la reforma del paisaje urbano deben marcar la línea de actuación, junto a la oferta residencial de nuevo cuño y la captación de flujos metropolitanos.

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