La misma Felguera sin humo
María Neira, directora de Salud y Medio Ambiente de la OMS, celebra el cambio de su villa natal y pide estrategias para explotar su atractivo de población acogedora
La memoria ha retrocedido hasta la calle Pedro Duro, delante de una tienda de máquinas de escribir con la puerta enfocada hacia el parque viejo de La Felguera. La hija del dueño del establecimiento acaba de salir de clase en el colegio de las monjas y apura entre charlas y juegos los últimos momentos antes de la cena. Espera a que su padre cierre y disfruta, así se lo devuelve su recuerdo, en un ambiente de camaradería y convivencia que con el paso del tiempo se le antoja determinante en la definición de lo que su villa natal era entonces, pero también de lo que necesita seguir siendo ahora: aquel sitio acogedor y cercano, habituado a la hospitalidad y al acogimiento, este lugar «agradable» donde querer quedarse a vivir. La casa de María estaba al otro lado del parque, en una calle que desemboca en la plaza de abastos y que tenía un nombre premonitorio -Doctor Fleming-, porque hoy la doctora es ella. María Neira, felguerina, directora de Salud Pública y Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha rescatado para empezar una imagen de La Felguera obrera de los años setenta. Su memoria ha aislado deliberadamente un trozo de la villa de su infancia felguerina porque aquello puede servir, después de quitarle el polvo que escupían las chimeneas de los altos hornos de Duro, para retratar también la realidad y la perspectiva del siglo XXI.
Ya no hay mercado para las máquinas de escribir que vendía su padre ni talleres e instalaciones industriales en todas las esquinas de La Felguera, pero esta villa necesita, sostiene ella, permanecer fiel a sí misma, actualizarse sin dejar de ser aquel lugar en el que «todos nos conocíamos y mi vecina de escalera y yo vivíamos prácticamente una en casa de la otra». Sin humo, pero con el mismo «encanto vecinal» del contacto humano entre la población autóctona y la importada por las necesidades de la siderurgia. Sin hollines y además cercana en el sentido físico y humano, próxima por acogedora y por accesible desde todo el centro de Asturias. «Habría que empeñarse en la tarea de hacerla atractiva para la gente joven», resume.
María Neira está mirando desde Ginebra, la casa que le pide su trabajo en la OMS. Con la perspectiva que da la distancia, conviene que esta Felguera es en esencia la misma que ella dejó atrás, aunque a la vista la transformación urbana sea enorme, aunque se haya borrado la suciedad del aire y se hayan retirado casi todos aquellos obstáculos industriales que parecían sólidamente empotrados en el plano urbano de la villa. Para alguien que se dedica a estudiar los vínculos entre la salud y el medio ambiente son lecciones impagables algunas imágenes que ella conserva congeladas en la retina. Invariablemente, recuerda, «la primera tarea que se hacía en mi casa en La Felguera era abrir las ventanas, llevar un cubo con agua caliente y unas bayetas y limpiar los hollines del alféizar. Al tender la ropa había que poner un plástico enorme encima y, al retirarlo, envolverlo bien para que no cayeran los hollines sobre las prendas. Era la rutina de las amas de casa y se hacía con toda naturalidad, estaba tan incrustada en la vida cotidiana que nadie se preguntaba cómo era posible tener que vivir y respirar en ese ambiente». En aquella villa industriosa que ella abandonó intermitentemente a los 17 años para estudiar Medicina en Oviedo y dejó casi del todo a los 24, para seguir su formación en París, apenas sorprendía «la cantidad de gente que tosía. Ni siquiera se relacionaba la cantidad de asmáticos que había» con la clase de oxígeno que respiraban. «Siempre se lo cuento a mis colegas cuando hablo de calidad del aire y salud. Les digo que ha habido grandes progresos». Y ahora que el Nalón baja con agua -«antes, más que un río, era una especie de gelatina espesísima negra»-, que la voracidad industrial ha sido sucedida por la función residencial y que la vieja acería es la ciudad tecnológica e industrial de Valnalón, «me encanta comprobar justo aquí que el desarrollo industrial no tiene por qué estar reñido con una planificación urbanística saludable».
Al volver a La Felguera, a este lugar donde María Neira fue sucesivamente reina de las fiestas de San Pedro en 1980, pregonera de los mismos festejos en 2005 e hija predilecta de Langreo en 2009, la doctora se para a saludar «cada cinco minutos», se siente «muy querida». En los recorridos por esta traza urbana con la cara lavada, sin rastros sucios del pasado fabril, la satisfacción por el resultado de la cirugía estética se coordina con la certeza de que la belleza que importa, también en las poblaciones, está en el interior. «Tengo pocos datos socioeconómicos», afirma, «pero creo que una de las lecciones que aprendió La Felguera es que hay que diversificar, no confiar en una única fuente de ingresos. Veo mucha orientación hacia el comercio y los servicios, pero puede que quede espacio para más actividad empresarial, habrá que ser creativos en la búsqueda de otros yacimientos». Creativos o, dicho en terminología empresarial posmoderna, «proactivos». Reconvertirse consiste, precisa, «no en reaccionar de forma pasiva, sino en planificar cuál puede ser el lugar que debe ocupar una villa como La Felguera, pensar qué atractivos tenemos, diversificar y programar a medio y largo plazo, justo algo que habitualmente nos cuesta».
La base, eso sí, está asentada sobre los cimientos de un patio de vecindad de compañeros del metal, edificada encima del espíritu integrador de acogida al diferente. La Felguera es la cercanía de Casa Enca, en el parque, pero al otro lado de la tienda de su padre, «una auténtica institución, adonde íbamos con la exigua paga de los domingos a comprar golosinas y tebeos», o «la librería donde Pepín me asesoraba acerca de qué libros comprar...». «Yo veo "Cuéntame" y me veo». Y lo mejor es que «no tengo malos recuerdos de La Felguera».
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