Entrefoces
Enclavada en el paisaje sorprendente del Aramo y remolcada por su vitalidad social, La Foz debe explotar su cercanía para buscar su sitio en el fenómeno de la difusión metropolitana
Los espectaculares «derribaeros» tajados por el Riosa en la masa caliar son las angostas puertas de la parroquia de La Foz de Morcín. Una burbuja territorial cuyas piezas parece que han sido removidas por un gigante enloquecido. Territorio agreste en extremo, compuesto por planos rocosos casi verticales. Entre los sucesivos desfiladeros que le dan nombre, las escuetísimas vegas acogen los pueblos principales de la parroquia, los del hábitat minero, pues La Foz ha sido y es territorio muy minero. Contigua al pozo Monsacro, con el que forma tándem en la carrera de la vida de los últimos decenios.
Como en otras partes de las extensas comarcas mineras del centro de Asturias, todo el mundo sabe que hay una localidad que se llama La Foz, pero ésta no existe oficialmente como tal, sólo como parroquia. Algo a remediar. En el Instituto Nacional de Estadística y en los mapas. Porque hay que estar en el mapa y porque hay pocos asturianos que no conozcan La Foz, villa que ha sabido desarrollar iniciativas significativas y mantener vinculados a los que nacieron o vivieron en ella.
El desfiladero de Entrefoces alberga la evidencia, en forma de yacimiento prehistórico, de la antigua presencia humana en un valle tan escueto. También separa los pueblos de La Foz. Al Norte sobresale la barriada de Les Maces y otros núcleos más pequeños, como La Puente, Panizales y Porrimán. Al Sur, los lugares de abajo y de arriba y el pozo Monsacro. Encaramados en sitios inverosímiles, aparecen aldeas como La Collá, Los Turulleos, El Praiquín y La Figar. Por su parte, Otura y Los Llanos aportan la base para la subida desde La Foz hasta las capillas del Monsacro, un recurso patrimonial de primer orden a cuidar con esmero, a aprovechar con nuevas ideas para actividades de la cultura, el patrimonio y la identidad territorial. Y a salvaguardar de infraestructuras que nada nuevo aportan, salvo fuertes impactos en un paisaje que es recurso de presente y de futuro.
Aunque La Foz mira hacia Oviedo, no ha podido aún participar de los fenómenos de difusión metropolitana, como la vecina Santolaya, que parece marcar hoy el límite del crecimiento metropolitano. Las tendencias de La Foz, como las de Riosa, están mucho más cercanas a las de las comarcas mineras. Y ello deja, como en aquéllas, pérdida de población y envejecimiento paulatino de sus residentes, a la par que escasos nacimientos. En un concejo, Morcín, que ha perdido, en el siglo actual, el umbral de los 3.000 habitantes, la parroquia de La Foz ha bajado de los mil residentes (990) en 2011.
Lo que se conoce popularmente como La Foz, formada por los lugares de abajo y de arriba, ha pasado de 762 a 637 habitantes. Como es habitual en las comarcas mineras, las tendencias más negativas se ceban con la barriada de colomines, Les Maces, que ha pasado en diez años de 419 a 282 residentes, cuando hasta 1990 era el núcleo más poblado del concejo. Las colominas sufren el desgaste del tiempo y ya no son el modelo residencial para los concejos que quieren encarar un futuro de esperanza y dinamismo.
La Foz, tal como hoy la vemos, se formó por el crecimiento urbano de sus agrupaciones tradicionales debido al impulso de la minería. El pozo Monsacro fue el pilar que sostuvo el entramado de vida local, tanto hacia el Norte, en La Foz, como hacia el Sur, en Riosa, y sigue siendo la referencia económica, el centro de empleo, unido subterráneamente con las instalaciones mierenses del Batán.
La Foz aún mantiene población suficiente y una envidiable iniciativa local. Puede explotar con más decisión su cercanía a Oviedo para impulsar la función residencial, a pesar de la escasez de suelo, orientándolo a la rehabilitación y sustitución del envejecido parque inmobiliario, abriendo vías para la reactivación y el crecimiento del empleo. También es escenario de eventos populares de gran poder de atracción, que sirven para impulsar la actividad local, y podrán proteger pequeños proyectos y grandes iniciativas personales de vida. Porque hoy se puede vivir en La Foz en condiciones similares a la ciudad y con ventajas notables, ya que los servicios que aquí no se prestan se hallan muy próximos, a poco más de una decena de kilómetros.
Para mejorar podrá apostar por la actualización de su parque residencial y el apoyo a las pequeñas empresas y proyectos de la población local, aportando ideas complementarias a la creación de infraestructuras hosteleras. El turismo tiene potencial de crecimiento a través de proyectos innovadores que ofrezcan actividades diferentes a clientes cada vez más diversos y no sólo hospedaje y restauración.
La Foz está cerca, tiene un paisaje sorprendente, tiene elementos patrimoniales, simbólicos, de identidad territorial diferenciada. Y aún mantiene actividad minera para sostener el cambio. Y una sociedad local interesada en la mejora, en el progreso de la localidad. Son recursos a aprovechar intensamente. El desarrollo local va a estar marcado por los proyectos innovadores y la capacidad de generar ideas y aplicarlas a nuevas actividades económicas, que van a tener que ver, cada vez menos, con las infraestructuras y el cemento. Desde la sociedad local, es necesario generar iniciativas traducibles a proyectos de actividad económica. Por ahí se puede abrir el futuro, que no tiene por qué ser tan negro como hoy parece.
Una localidad con iniciativa
La Foz, localidad muy minera, ha tratado de abrir otras vías apoyándose en una notable iniciativa local. Tiene aún que hacerse ver con más fuerza en el mapa asturiano. Dar pasos desde la urbanización minera lineal de fondo de valle hasta pequeña villa con iniciativa, con dinamismo local, capaz de idear nuevos proyectos y actividades, de poner en actividad sus recursos, su diferencia territorial, que es mucha. Para que esa iniciativa local pueda tener continuidad en generaciones sucesivas.
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