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Los adelantados de La Fresneda

Vicente González Villamil, ex futbolista y uno de los primeros pobladores de la urbanización, repasa el enorme y rápido cambio de este sitio «aislado al lado de todo»

Marcos Palicio / La Fresneda (Siero)

Cuando todavía se enroscaba la niebla en el humedal que fue La Fresneda, Vicente González Villamil y su familia lo vieron claro. Era el verano de 1987, «no habría más de cien casas» alrededor de la suya y por las pocas calles que había pasaban camiones de venta ambulante, «como en los pueblos»,  pero los primeros «colonos» habían pensado, con razón, que aquel sitio de apariencia todavía inhóspita pero a diez minutos del centro de Oviedo podía ser un hogar con futuro. La primera habitante de la urbanización -«Margarita Orejas», recuerda Vicente- acababa de instalarse aquí, todavía con luz de obra. Es el principio de La Fresneda, esta llanura ligeramente ondulada a siete kilómetros de Oviedo que el histórico ex futbolista y ex entrenador del Oviedo, presidente de la asociación de veteranos del club azul, contempla hoy recrecida y aumentada, con la sensación de que no pueden haber pasado 24 años. Observa este paisaje mucho más teñido de marrón-ladrillo en medio del verde de los parques arbolados y a la vista de las 1.500 viviendas, de los bastantes más de 4.000 habitantes censados y de la oferta casi completa de servicios comprende que todo ha sucedido aquí a toda velocidad. Secaron el humedal, crecieron chalés y bloques de viviendas donde antes habían germinado los juncos y, así, cuando hubo gente, se disiparon las densas nieblas que demasiado a menudo les habían acompañado al principio.  En aquel mismo verano ya nació la primera niña, María, «y yo soy el padrino», cuenta Vicente con cierto orgullo. «En tres años el cambio era ya considerable».

Deprisa, prácticamente desde el primer día, se les reveló a los adelantados de La Fresneda esta cohesión social de la que hoy presumen sus habitantes, persuadidos de haber construido espontáneamente la identidad colectiva de un pueblo auténtico en esto que, al principio, no quiso ser más que una gran promoción inmobiliaria. Ya pasaba, rememora Vicente, cuando la urbanización comenzaba y no era más que aquellos primeros edificios del «anillo uno», el club social y, sí, casi al lado el primer gran centro comercial que tuvo el centro de Asturias. «Íbamos dos familias en un coche al Pryca», rememora González Villamil, «o llegabas al centro comercial con dos o tres listas de la compra... Son esas cosas que nunca harías en un edificio en Oviedo, de los de "hola y adiós" en el ascensor». El ex defensa central, que ahora trabaja para una empresa de representación de futbolistas, se había decidido a mudarse desde la capital del Principado a la búsqueda de un sitio tranquilo próximo a la gran ciudad, pero sin llegar a los excesos del concepto del aislamiento residencial que había conocido cuando daba sus primeros pasos en España. «Yo había visto aquellas primeras urbanizaciones cuando íbamos a jugar a Madrid o a Barcelona», comenta, «pero ésta, aquí, tan pegada a Oviedo, parecía diferente». Dio igual que lloviera tanto el primer día que vino a ver el terreno de lo que sería su casa. Vicente ya había entrado en La Fresneda por las instalaciones deportivas del club de campo, el primer germen de la urbanización, que se construyó antes que los primeros edificios y que puso en marcha la caravana del efecto-llamada hacia este lugar aislado en mitad de la naturaleza, pero cerca del centro.

El edificio del club social era más pequeño que ahora, pero alrededor ya tenía esas pistas de tenis cubiertas, otras dos o tres al aire libre, tres campos de fútbol, una cancha de baloncesto... Mucho menos que hoy en estos 150.000 metros cuadrados de terreno, pero suficiente para persuadir de que esto, puesto en la amplitud de una llanura verde arbolada vecina del río Noreña, era el rasgo distintivo «que no había en ninguna otra urbanización» de las que se conocían entonces, el activador de la relación social, el contrapunto a la tranquilidad que vende la urbanización a su alrededor. Mirada desde arriba, La Fresneda tiene una línea verde atravesando la acumulación marrón de los edificios. Es el gran parque, cuatro veces el Campo San Francisco, que da sentido al concepto de «ciudad jardín» que hizo nacer a esta nueva pola. Por eso, Vicente sigue viviendo aquí, desayunando en la terraza incluso en invierno, mirando a lo lejos la silueta de la sierra del Aramo y corriendo por correr en la «milla del cartero», que lleva el sobrenombre del ultrafondista José Manuel García, residente aquí.

En La Fresneda de hoy, Vicente González Villamil cita en la plaza Mayor, ese «punto de inflexión» que llegó a principios de los noventa, en pleno crecimiento sostenido de la población -después hubo 2.200 habitantes en el año 2000, 3.300 en 2005, 4.189 en la última cifra de 2010-, y que acabó por centralizar los servicios, por evaporar para siempre aquella prehistoria de los camiones de venta ambulante. «Ya no teníamos que salir para nada», cuenta mientras reparte saludos en el trayecto de la plaza al club de campo. El recorrido de la urbanización va de la nada de 1987 a la cuarta localidad más poblada del concejo de Siero, la vigésimo cuarta de Asturias, aunque sólo se cuenten los residentes censados, que no son todos. A lo largo de la ruta, el colegio público se fue quedando varias veces pequeño y la red social de La Fresneda, progresando hacia su propio «grupo de teatro y de montaña, su coro, su asociación de vecinos y de jubilados, su escuela de fútbol, con equipos en todas las categorías, y hasta un partido político», con dos concejales en el Ayuntamiento de Siero desde las últimas elecciones. «Esto ahora es un pueblo», asiente Vicente a lo que dicen sus vecinos, pero diferente a la mayor parte de los que quedan en Asturias, porque es «un pueblo joven con mucha gente con inquietudes».

Ha crecido. Al entrar en La Fresneda recibe ahora un gran supermercado y ya todo es más fácil que «cuando llegamos y no entraba el autobús; ahora pasan cada media hora y si se consiguiera un apeadero del ferrocarril el ascenso podría llegar a ser mucho mayor». A Vicente no le sorprenden el progreso y la difusión que ha alcanzado este modelo de poblamiento, porque sabe lo que pasa fuera sin salir de casa: «Tengo tres hijos y los tres han comprado vivienda aquí, por algo será». ¿El secreto? La proximidad y las comunicaciones, pero también «el lujo» asequible del silencio que el ex futbolista invita a escuchar a su alrededor en el «camino de la suerte»; el verde que «no todo el mundo tiene tan cerca de casa» y, al final, todo lo que quepa en esa especie de trabalenguas que confirma que aquí «estás aislado y al lado de todo».

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