La mina es el turismo
La villa lineal que aúna la capital y el núcleo más poblado de Teverga se recupera lentamente de la decadencia minera y agraria tratando de pasar al primer plano su paisaje, su cultura y su gastronomía
«¡Sálvame!». La pintada pide auxilio desde el suelo, no tiene nada que ver con el cotilleo televisado. Está al lado de la colegiata de San Pedro, en La Plaza (Teverga), por si el forastero despistado mira al asfalto y no repara en la maleza que crece en el tejado maltrecho de uno de los únicos monumentos de Europa nacido a caballo entre el prerrománico y el románico. Se cae. Su llamada de socorro suena repetida, se parece a la que se escuchó aquí mucho antes de la amenaza de ruina del edificio emblema del concejo, cuando lo que se venía abajo era la minería. En La Plaza, la minúscula capital tevergana, y en la villa de San Martín, que se le adosa geográficamente sin separación a la sombra omnipresente de Peña Sobia, el «sálvame» recuerda a aquella canción de principios de los noventa, de cuando Teverga despertó y descubrió que las minas ya no estaban allí; de la conciencia sobre el final de aquel pasado rico vivido en el subsuelo y de la construcción de un futuro nuevo en la superficie.
En este trazado semiurbano que a la vista se diría literalmente pegado a la caliza de Sobia «se creyó que las minas no se iban a terminar nunca y no se buscaron alternativas». Es esto lo que la experiencia personal le dice a Fermín García Lorenzo, que hoy preside la asociación de jubilados y pensionistas de Teverga y antes, en los años sesenta del siglo pasado, llegó a tener más de seiscientos compañeros en Hullasa. Hullasa se llamaba en Teverga hasta el equipo de fútbol, pero algunas huelgas y unos encierros después el último estertor del mineral fue «un grupo de medio centenar de obreros» a comienzos de los noventa. El paisaje que quedó después se describe aquí contando «lo mismo que pasó en todas las cuencas mineras». Familias enteras cargando equipajes, parados, pensionistas... Hasta hubo quien creyó que esto era una mina incluso después de que se detuviese la explotación del carbón, cuando las prejubilaciones comenzaron a dar para seguir viviendo de la mina una vez agotada, rememora el empresario hostelero Laureano Álvarez. El caso es que los 5.000 habitantes del concejo en 1960 no eran más de 2.200 al comenzar el siglo XXI y los de ahora ya no llegan a los dos millares. A la parroquia de La Plaza, que incluye San Martín -el núcleo más habitado de Teverga- y abrió este siglo bordeando los mil moradores, le quedaban 819 al terminar 2009, pero antes ya fueron menos. No va más. El futuro ya está aquí, dijeron los que lo entrevieron detrás de las puertas de una casa rural, aquellos que al salir de la mina se lo entregaron a la gastronomía y las rutas de montaña viendo acaso un espejo al otro lado del puerto de San Lorenzo, en la sobreexplotación turística rentable del parque natural de Somiedo. Aquí, en el de Las Ubiñas-La Mesa, esta idea se fue imponiendo muy poco a poco, retenida por el retraso que al menos hasta el cambio de siglo indujo la mejora lenta de las comunicaciones con la Asturias metropolitana. Pero hoy, ahora que Oviedo-San Martín son menos de tres cuartos de hora, que «las vacas se pagan peor que en 1972» y que «la ganadería bajó en barrena, porque no da dinero», el que venga contando de Entrago a La Plaza tendrá 17 bares -familiares, de casa, conocidos muchos sólo por el nombre de pila: Aladino, Julio, Laureano, Narciso...- y en todo el concejo 413 plazas de alojamiento, 182 en la parroquia de La Plaza.
Con el concejo incluido completamente dentro del parque natural, la Alcaldesa confirma que la corriente del declive agrario y minero siempre va a desembocar a la apuesta turística, pero se resiste a dejar que se extravíe completamente el auxilio eterno de la ganadería. La socialista María del Carmen Fernández Alonso confía en las facilidades que otorga el espacio protegido, espera que las compensaciones por la prohibición de otras actividades en los terrenos del parque terminen por hacer más rentable este sector en el que, es verdad, «no surgen ganaderos jóvenes, nuevos». En Teverga, las vacas fueron siempre «el complemento» en superficie para la gente que se ganaba la vida en la mina, rememora Fermín García Lorenzo, y ahora sobreviven a duras penas, todavía, queriendo compartir el primer plano con el dinero que penetra en el concejo a través de los hoteles y restaurantes. Por eso, por si acaso, y aunque no se olvida de la urgencia de sostener el ganado, el Ayuntamiento acaba de adquirir para sí el inmueble del palacio de Valdecarzana en San Martín, usando fondos mineros y la ilusión de tener ahí, con el tiempo y una reforma integral, «un hotel de cuatro estrellas». «Lo que dio vida a estas zonas, lo que las hace caminar hacia el futuro es el turismo», recalca Marina Alonso, presidenta de la asociación de hosteleros de Teverga. «Es lo que tenemos».
El recorrido por la travesía urbana de la carretera que sube a San Lorenzo para bajar a Somiedo, aquí calle del Doctor García Miranda, confirma que la forma está de acuerdo con el fondo. Ni castilletes, ni vacas a la vista; bares y restaurantes, hoteles y alojamientos turísticos. Junto al Ayuntamiento, en la lista de las empresas con más empleos en San Martín y La Plaza está un restaurante con hotel y trece puestos de trabajo. Yolanda González, que lo regenta, ilustra el panorama con el asombro del actor Javier Cámara, que hasta la semana pasada rodó por aquí la película «¿Para qué sirve un oso?» y se marchó «asustado», «nunca había visto un pueblo tan pequeño con tantos bares». Por eso, para mantenerlos, las prioridades se clasifican en la receta doble, «ordenar y promocionar», que ofrece por ese orden el cronista oficial de Teverga, Celso Peyroux. Queda mucho por promocionar, porque «ordenado está bastante», dice él mirando a los recursos que faltaban hace algunos años, a los nuevos y a los que han sobrevivido hasta este lado del siglo XXI. Señala hacia el Parque de la Prehistoria, en San Salvador de Alesga, o a los turistas que se ven venir, día sí y día también, a pie y en bicicleta, por el ramal de la Senda del Oso que va hasta Entrago por la caja del viejo tren minero. El Camín Real de la Mesa también sigue bajando de San Lorenzo «lleno de historia de antes de los romanos», pero a cambio faltan señales y cuidados en algún tesoro invisible de la montaña protegida tevergana. «A la cascada del xiblu se sube mal», viene a decir Marina Alonso; bastarían unas compuertas para recuperar el lago de La Focella, que «hasta podría explotarse para la pesca»; y alguien podría enseñar que existen la laguna de Sobia, la garganta de Cerezales y las brañas y puertos de Cueiro y hasta podría valorarse la apertura del primer kilómetro de galerías en Cueva Huerta, en Fresnedo, alguna vez rebautizada como «El Himalaya de la espeleología».
Como a lo mejor es demasiado para una vez, quedaría pendiente, sobre todo, la tarea de empaquetar todo eso con los envoltorios atractivos de los «paquetes turísticos», sigue Peyroux. Dentro irían también todas esas rutas que conviene señalizar y hacer visibles, las más de sesenta vías de escalada abiertas en la pared caliza de Peña Sobia o el paraíso que esta zona fue un día para los amantes del vuelo en parapente. Y este fin de semana las jornadas gastronómicas, con éste son 23 años de picadillo y pote tevergano, sólo con patatas y berzas. Y otra vez la colegiata si finalmente las administraciones pagan lo comprometido para conseguir que no se derrumbe... Y así sucesivamente.
Con algo hay que luchar contra el retraso, contra el terreno que han tomado por delante de Teverga los pioneros asturianos en la exaltación del turismo rural. «Somiedo nos lleva mucha ventaja», acepta Marina Alonso con el rabillo del ojo en el vecindario. Ella llama a aprovechar la naturaleza próxima de este concejo obligado a la imaginación para recortar diferencias en la carrera muy competitiva del aprovechamiento turístico del paraíso natural. «Nosotros estamos más cerca de Oviedo», se vende, «y la gente que viene hasta aquí coincide en que no se puede comparar con nada». Alejandro Alonso, empresario de turismo activo en Entrago, asiente: «Llegan los extranjeros, miran por ahí y dicen: "esto no lo hay donde yo vivo". Por eso vienes aquí, les respondo yo».
De la Senda del Oso en segway al auxilio de la pequeña empresa
En imaginación, triunfe o no, él va por delante con la paternidad de una fórmula para recorrer la Senda del Oso que revisa y actualiza las conocidas hasta ahora a este lado de la Peña Sobia, aquí donde viene a morir el ramal más empinado del antiguo trazado ferroviario. «Tengo casa en Entrago», explica él mismo la gestación de su idea, «y veía llegar a la gente por la Senda del Oso con la siguiente estampa: el marido delante, reventado; la mujer detrás, con cara de mala leche, la bicicleta en la mano y arrastrando los pies...». La solución, se dijo, va a estar en poner motores, pero como en un parque natural no quedarían bien los de gasolina, su empresa alquila cinco segways -esos vehículos autopropulsados con manillar y dos ruedas- y seis bicicletas eléctricas. Funcionan. Desde que todo empezó el pasado verano, contra el viento de la crisis, «tenemos días mejores y peores, pero en unas cuantas ocasiones colgamos ya el cartel de no hay billetes. Desde luego, yo no contaba con el éxito que estamos teniendo», asegura.
Su iniciativa traza una senda por desbrozar renovando la forma de entender los senderos muy transitados del turismo rural asturiano, ya que aquí se percibe cierto acuerdo en torno a la conveniencia de jugarse a ese número una parte del porvenir de La Plaza, San Martín y Teverga. ¿Y alguna pequeña empresa? Sí, eso también. En esta villa de servicios «sería bueno encontrar otra alternativa», asiente Marina Alonso, convencida de que no va a venir ninguna a poner a vivir a cincuenta empleados, pero pendiente a la vez de que se le saque más partido al pequeño polígono industrial de El Pradacón, en Entrago, y a su semillero de empresas. Dio un nuevo uso a los antiguos talleres de Hullasa, transformados en un vivero empresarial que anuncia su existencia desde unos paneles informativos con fotografías casi adosados al aparcamiento junto a la colegiata, en La Plaza, justo aquí donde hoy yace una lavadora abandonada. El Pradacón, o lo que es hoy, cuenta con cuatro naves ocupadas, una carpintería de madera y otra de aluminio, una cooperativa de piensos, una fábrica de quesos y algunas oficinas vacías desde que las dejó la productora de la película autóctona «¿Para qué sirve un oso»? A Teverga le duele ahí, tal vez faltan, según los vecinos, alternativas fuertes capaces de fijar población. «Los que vienen a trabajar no se quedan a vivir», lamenta Marina Alonso; la asociación de pensionistas tiene 250 socios y el colegio de Primaria, apostilla Fermín García, «llegó a tener casi más profesores que alumnos». Pero el paisaje ya fue más sombrío y al menos quedan cabos de los que tirar. Esto ya no es lo que era cuando este concejo minero cayó en el pozo y, como en el juego de la oca, se obligó a no tirar los dados hasta la llegada de alguien, o algo, a rescatarle.
La colegiata amenazada y el silencio administrativo
«La colegiata no llega a 2012». De momento, el cronista oficial de Teverga predica en un desierto de bocas cerradas y administraciones silenciosas. El monumento peligra, se ve a simple vista, y los 700.000 euros comprometidos por el Ministerio de Vivienda en 2007 no llegaron en 2008, ni en 2009 ni en 2010. Tampoco se esperan para 2011 y «la colegiata no llega a 2012», repite Celso Peyroux. Lamenta la inacción ante las más de 1.400 firmas y catorce fotografías remitidas al presidente del Principado y denuncia «la poca implicación de los gobiernos nacional, regional y local». Hay un presupuesto de 30.000 euros para revisar el tejado que cubre el templo, los claustros y el antiguo Colegio San Pedro, para evitar las goteras y salvar los canecillos zoomorfos de la fachada, y en el concejo, porque «ya no sabemos a qué puerta llamar», se recogen donativos en dos cuentas corrientes.
«No paramos», asegura la Alcaldesa, que sostiene que en el Ayuntamiento de Teverga «somos los más interesados en salvar la colegiata. Hemos escrito al Ministerio, estamos tratando el asunto con la Consejería de Cultura...». Pelean contra el problema eterno de la escasez de dinero en tiempos de crisis y se enfrentan a otro añadido sobre la titularidad del inmueble, propiedad privada desde que el siglo pasado el marqués de Valdecarzana la transfirió a la familia Coalla.
Un paseo en máquina del tiempo por los «grandes éxitos» de la Prehistoria
El bisonte y la cabra son de Niaux (Francia); el reno y el caballo son asturianos, de Tito Bustillo y Candamo. Están todos juntos haciendo presión para encaminar turistas hacia San Salvador de Alesga (Teverga), a tres kilómetros y medio de San Martín. La fauna prehistórica está pintada en la «Cueva de cuevas», que quiere reproducir con fidelidad una antología de «grandes éxitos» del arte paleolítico. El Parque de la Prehistoria cumplió el pasado marzo tres años abierto y ha recibido en ese período a más de 135.000 personas sumando los niños de las excursiones escolares con las visitas privadas. Los animales pintados son parte de la «Cueva de cuevas», la exposición práctica de lo que la teoría muestra en «La galería», el otro espacio expositivo de un complejo compuesto por tres edificios premeditadamente integrados en la naturaleza muy verde que los rodea. El parque busca acomodo entre los motivos para resaltar Teverga en el mapa del muy competitivo turismo de la montaña rural asturiana. «Está trayendo gente», confirma Laureano Álvarez, hostelero propietario del restaurante con su nombre en San Martín, aunque su situación a veces juega en contra, cerca de la capital del concejo, pero no tanto: «Hay quienes suben, lo ven y se van», apunta Alejandro Alonso, empresario de turismo rural.
El Mirador
_ La senda
El paisaje actual se compone de «barandillas podres, túneles a oscuras» y «un argayu desde la riada de junio» que si no se arregla acabará por cortar el tramo tevergano de la Senda del Oso. Laureano Álvarez toma la voz de quienes alertan sobre la prioridad de «mantener la senda» entre las labores para asegurar el futuro del turismo.
_ La «villa»
Celso Peyroux, cronista oficial de Teverga, rebusca en la historia y pide que las señales de acceso indiquen que se entra a la «villa de San Martín», en reconocimiento al título que Alfonso XIII concedió a esta población en 1920.
_ Un hotel
Uno de cuatro estrellas «daría vida» a San Martín, asegura la Alcaldesa. Por eso el gobierno local ha empleado fondos mineros en la compra del edificio del palacio de Valdecarzana y se propone buscar una cadena hotelera interesada en reformar y explotar turísticamente el inmueble. Además, los terrenos del entorno también entran en la cesta de la compra y «pueden servir para hacer viviendas sociales u otras infraestructuras».
_ La colegiata
Urge desbloquear la financiación de las reparaciones que el edificio está pidiendo a gritos. La asociación social y cultural «Tebrigam Diligentes» recoge firmas y donativos a la vista de los oídos sordos de las administraciones y de que los 500.000 euros comprometidos por el Ministerio de Cultura pueden no llegar en 2011 y en todo un año la colegiata de San Pedro puede estar en el suelo.
_ El pavimento
El Ayuntamiento responde de un proyecto de mejora urbanística para cambiar la fisonomía urbana de San Martín, sustituyendo y renovando pavimentos en la calle Manuel Lombardero y la travesía de la carretera al puerto Ventana, entre otras.
_ La historia
El Centro de Estudios Literarios y Sociales de Teverga es un proyecto «sin respuesta», afirma Peyroux, para llenar dos aulas del colegio con «toda la literatura escrita en el concejo y documentos sobre sus historia desde 1560».
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