De apellido Teverga
José Álvarez, Pepe Teverga, atleta, directivo y entrenador durante 49 años, revive su conexión con el concejo de su infancia, en el que un deportista era «un milagro»
El plan del entrenamiento es sencillo, hay que correr. La meta está en San Salvador (Teverga) y gana el chaval de las botas, que apenas tiene más de quince años y le saca al segundo una ventaja que hace pensar al entrenador, Toni Higarza. «A la semana siguiente me llevaron a competir a Oviedo y quedé subcampeón de Asturias de campo a través». Corren los años cincuenta del siglo pasado y acaba de empezar el «milagro» de un adolescente de Sobrevilla, en la falda de peña Sobia, que se va a marchar a Oviedo sin olvidar nunca de dónde ha salido y que va a vivir agarrado al deporte de élite hasta que se jubile, durante 49 años entre los de atleta, entrenador, directivo, profesor... Aquel chaval se llama José Álvarez García y ahora, tantos años de atletismo después de aquellas primeras carreras rudimentarias, las cartas le llegan a casa sin problemas sólo con «Pepe Teverga» en el destinatario.
«Lo mío no fue normal, todavía no lo entiendo muy bien». Da fe la incorporación del nombre de su concejo como apellido postizo, que Pepe no recuerda exactamente quién ni dónde se lo puso, pero sí por qué: «Les parecía tan raro que en aquella época hubiese llegado hasta allí uno de Teverga...». Lo suyo fue inexplicable, natural. «Fue un milagro», insiste él al pasar por el viejo campo de fútbol en el que jugaba el Hullasa, antes de llegar a San Martín entrando desde Proaza, y lugar de entrenamiento también para aquel joven tevergano que quiso ser atleta. «Luego hablas con él y parece normal», dice que dijeron unas señoras muy extrañadas ante la estampa extravagante de aquel chaval corriendo y haciendo gimnasia en el pueblo minero de la lucha por la supervivencia. En aquel sitio mal comunicado pensar en correr no era lo habitual, como no fuera como forma de desplazamiento. Para él, correr de Sobrevilla a Las Vegas, ida y vuelta, era habitual cuando en su pueblo «no había carretera, la luz era de 125 y se iba en seguida, no había televisión, el aparato de radio se oía cuando se oía...» Y a los enfermos había que bajarlos hasta Las Vegas «entre tres o cuatro personas».
Pepín camina por San Martín señalando hacia la pared omnipresente de peña Sobia y a la colegiata que fue Colegio de San Pedro, a lo que siempre ha estado ahí, a lo poco que no ha cambiado casi nada desde aquel día de la primera carrera importante de Pepe Teverga. Hoy reparte saludos de vez en cuando, pero recuerda haber visto aquí «mucha más gente», «mucha más vida» en aquellos años previos al arranque de su incipiente carrera atlética, cuando «sabía los nombres de todas las piedras» de Sobia y acertaba la hora sólo fijándose en cómo daba el sol en ellas. Más habitantes, más cosas que hacer y muchas más dificultades. En casa del joven atleta en ciernes «mis padres trabajaban como auténticos animales» para sobrevivir en este concejo remolcado y reverdecido ya entonces por las minas de Hullasa, rodeado de pueblos como Sobrevilla, sin carretera pero mucho más lleno que ahora de gente que «a lo mejor no era muy culta, pero sí muy inteligente».
Era un ambiente hostil, asume, para un proyecto de atleta. «Algunos vecinos incluso se metían con mis padres, porque decían que de tanto correr iba a enfermar del pulmón». Sin prestar atención, dos semanas después de aquella carrera de selección hasta San Salvador, Pepe Teverga tomó la salida en el Campeonato de España de campo a través, en torno a la península de La Magdalena, en Santander. Luis Méndez y Luis Fernández «se fijaron en mí y me marché a Oviedo» a los dieciséis. A Oviedo y a todas partes, porque el atletismo y el placer, unas veces juntos y otras por separado, le han dado para conocer más de ochenta países. Desde Teverga llegó a internacional, «algo muy difícil entonces», y a ganar el Campeonato de Asturias de 3.000 metros obstáculos hasta en diez participaciones consecutivas.
Lo dicho, «un milagro» partiendo de este sitio que entonces estaba a la misma distancia, pero a muchas más horas de Oviedo que ahora. El viaje le cundió y pudo vivir el atletismo y del atletismo mirándolo apasionadamente desde prácticamente todos los puntos de vista posibles. De deportista en activo a entrenador y directivo, pasando por exigente profesor de educación física en el Instituto Alfonso II de Oviedo. En la Universidad entró y creció de la mano de Manolo García y cuando se jubiló anticipadamente el 1 de julio de 2005, aquello era su casa y el equipo del CAU que dirigía Pepe Teverga venía de conseguir, poco a poco y sin hacer demasiado ruido, la permanencia por novena temporada consecutiva en División de Honor. Para entonces, ya había llegado ese momento en el que los periodistas de Televisión Española Gregorio Parra y José Ángel de la Casa no pudieron más y elevaron el rango del sobrenombre. Pepín pasó a ser «el marqués de Teverga».
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