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La vida después de la vida

Sepultada la bonanza que trajo la presa de Salime y con el ciclo agrario en declive, la villa se ve desatendida y mal comunicada para reinventarse con otras alternativas además de su encanto para el turismo tranquilo

Marcos Palicio / Pesoz (Pesoz)

De las paredes de piedra oscura del único hotel de Pesoz cuelgan, como una advertencia, tres páginas plastificadas de LA NUEVA ESPAÑA con un mismo encabezamiento inquietante, «Pesoz: la Asturias perdida». Uno de los titulares advierte de que en este punto del Occidente interior «es necesaria una acción enérgica y urgente»; otro avisa: «Sólo tres jóvenes quedaron en la capital del concejo». Algún pesocense apuntará que todo ese mensaje descorazonador sobre el despoblamiento, el olvido y la búsqueda de alternativas encajaría con matices leves en el periódico de hoy; el gran problema es que se publicó en 1966. En aquel momento acababan de marcharse en masa los obreros que animaron esta pequeña villa durante la larga obra faraónica de la enorme presa de Salime, a unos pocos kilómetros río Navia abajo, y el concejo de Pesoz venía de perder en diez años la mitad de sus habitantes. Desde entonces ha llovido casi medio siglo y hoy la vigencia de aquellos periódicos viejos no es una buena noticia. La tenacidad de algunos obstáculos resistentes al paso del tiempo dice más bien poco a favor de las soluciones propuestas y Jorge Allonca, el propietario del establecimiento, relee los mensajes y concluye que aquí las administraciones «igual llegan ya un poco tarde para fijar población». Su diagnóstico se hace más drástico al actualizarlo a los comienzos del siglo XXI y vuelve a confirmar que esta periferia no cuenta para los que deciden en el centro. «El Occidente no existe».

Fuera de su hotel sobrevive la capital del segundo concejo menos poblado de Asturias, tan pequeño que es con Yernes y Tameza y ahora Santo Adriano el único de la región que vota con listas abiertas. Subsiste con sus 52 habitantes en lento declive y su caserío  genuino, paradigmático de la estética urbanística del Occidente interior asturiano, con su sucesión homogénea de casas de piedra negra y tejados de lajas de pizarra. Coqueta villa con título encaramada a las alturas de una loma elevada, a un lado el cauce del río Navia y al otro el Agüeira, Pesoz emite señales de auxilio con la esperanza de ser rescatada del olvido, a ser posible con otras alternativas además de la muy manoseada del turismo rural. Para venderse al visitante la villa tiene perfectamente puesto el decorado y un amago de pequeña infraestructura, pero el turismo tampoco va a saber responder solo a todas las preguntas. De momento, el sector servicios gana terreno al agroganadero de toda la vida en esta minúscula capital que tiene ya más camas en los establecimientos turísticos que en los hogares: hay 52 habitantes y unas sesenta plazas, ocho en el hotel, aproximadamente veinte en la suma de cuatro casas rurales y 32 en el albergue que ha reutilizado el edificio alargado de las viejas escuelas en desuso.

Ese albergue enseña el cambio de sentido que han experimentado las cosas en este punto del Occidente  interior. Los niños que quedan en Pesoz, siete, van a clase a Grandas de Salime y lo que fueron sus escuelas se ha transfigurado en un hospedaje con bar que lleva un año al cargo de Patricia Cachero. Ella no es de aquí, viene de Oviedo y ha desandado a contracorriente el camino del éxodo rural para quedarse en la capital pesocense y convencerse de que esta villa puede encontrar una parte de su futuro en un aprovechamiento turístico imaginativo. Todavía se sorprende a veces pensando que está «chalada por haber venido» y acepta que «de momento doy pérdidas, es normal». Pero ha pasado mejor de lo que esperaba el primer invierno y no ha perdido la fe en este sitio «bien cuidado» de naturaleza fecunda donde al poco tiempo de llegar «ya me llamaban por mi nombre». Es verdad que hay demasiados días muy fríos, atmosférica y socialmente, cierto que el albergue no va a rendir por sí solo, pero también que se puede avivar con otras ideas complementarias. La suya, por ejemplo, consiste en completar la oferta del alojamiento con campamentos de inglés intensivo aprovechando la experiencia de su marido británico. Es combinar paisaje y aprendizaje, fabricarse una respuesta para adelantarse a la pregunta recurrente del turista por lo que se puede hacer desde aquí aparte de admirar el panorama, visitar el Museo del Vino de Pesoz o el Etnológico de Grandas, viajar en el tiempo hacia el conjunto de arquitectura rural tradicional de Argul y sobrecogerse con el silencio de A Paicega, un pueblo fantasma en ruinas con la iglesia en pie, diseñada por Joaquín Vaquero Palacios, que en su día ocuparon los obreros que vinieron a construir la presa de Salime...

Al pasar por delante de la terraza del albergue, que tiene las mesas hechas con redondeles de señales de tráfico recicladas -prohibido adelantar-, es posible atisbar el futuro de una aldea campesina reutilizable para el turismo de naturaleza. Pesoz es reconvertible en su escala mínima, eso sí, y salvando todas las dificultades que perturban a Jorge Allonca en este hotel de dos estrellas que da, confirma él, para lo que da. «Para seguir resistiendo sí» y en todo caso «según las épocas». El negocio turístico en esta parte del campo apartado se parece a una carrera de obstáculos donde se pagan «los mismos impuestos que en la calle Uría», protesta, aunque se bregue con muchos más inconvenientes; «el verano ha pasado de durar tres meses a quince días» y cuesta mucho estirar el número escaso de familias que comen en exclusiva del turismo. José Manuel Mera, profesor jubilado y concejal, propietario de una pequeña casa rural en el barrio de El Infierno, saca la bandera de la aldea «auténtica» donde todavía «se mima al turista». Habla del trato cercano y familiar que agradecen sus huéspedes cuando al llegar encuentran a su disposición, por el mismo precio, libros, bicicletas y la despensa ocupada con productos de la zona: patatas, huevos, vino, mantecadas... A él el boca a boca le ha dado «reservas desde agosto del año pasado», aunque el turismo sea en su caso, como en tantos otros, un pequeño complemento mínimo que no rendiría sin ayuda.

Por el trazado de aire rural de la capital pesocense, bien pavimentado entre casas de piedra con parras a las puertas, cabazos y pequeñas huertas de uso particular, hoy no se ve a nadie consultando el ordenador en la calle, pero aquí presumen de conexión con el futuro a través de una red wifi municipal y gratuita. Es un recurso que suma para la atracción de visitantes, pero hay otros dormidos, empezando por las curvas de la carretera AS-12 y su arreglo «imprescindible para evitar la desaparición de estos concejos» según el alcalde socialista de Pesoz, José Valledor, y siguiendo, por ejemplo, con una mano de pintura, figurada, al viejo poblado de A Paicega. «Yo lo señalizaría, lo tendría mejor cuidado», señala Patricia Cachero, recordaría lo que fue aquel pueblo con hospitalillo y cine, con unas vistas «impresionantes» sobre el embalse que asustaba a José Manuel Mera «de tanta gente que había» cuando él era niño y bullía en su pleno apogeo la construcción del embalse de Salime. La naturaleza podrá encontrar otros complementos, enlaza Cachero, sin llegar la utopía «titánica», califican aquí, de resucitar para el turismo la ruta del teleférico que salía de Navia y acababa en A Paicega -sólo 36 kilómetros en línea recta- y transportó materiales para construir el salto de Salime en los años cincuenta del siglo XX. En esa línea del pasado resucitado, de lo que ya se hizo en Argul y está pendiente en A Paicega, está el Couso del Lobo, una vieja construcción concebida como trampa para lobos que conserva en La Campa quinientos metros de pared donde en tiempos un cebo vivo -una oveja enferma- atraía a los cánidos salvajes para que los vecinos acabasen con ellos. Asearlo para enseñarlo puede ser un recurso, propone Mera, igual que la ruta del río Agüeira, que sale y llega a Pesoz y es el objeto de un proyecto que la llenará de contenido: una parada en un molino en Argul, otra en una tierra de trigo, en un cortín de abejas, en los viñedos en Pelorde... Son pequeñas ideas a la escala diminuta de la mínima capital de este concejo reducido que, hablando de turismo rural, encuentra muy cerca el modelo. Aquí al lado, haciendo frontera con Pesoz, siguen los tres Oscos, que han esquivado la sobreexplotación turística del oriente asturiano, comenta Mera, pero tienen un plan preciso de inversiones y atención que le permite enseñarse como destino universal de vacaciones y encontrar así un modo de vida. Aquí no, todavía no. «A lo mejor no hemos sabido explotarlo», aventura, «y ahora nos llevan muchos años de ventaja».

El campo da poco de comer, el vino se bebe en casa

«El vino es caprichoso». Rogelia Álvarez de Linera Uría, «89 años en mayo», está a la puerta de la bodega de su casa en el barrio de El Infierno y señala a lo lejos las vides de su familia, incluida una cepa con más edad que ella, de «102 años». Es caprichoso, decía, porque quiere la recogida y la siembra en menguante y prefiere el terreno pobre. Saber esas cosas ha sido siempre necesario en Pesoz, donde los porches los hacen las parras, van por la cuarta Feria del Vino en otoño y el extremo sur de la villa es un museo, ahora cerrado, que ha recibido 590 vistas en lo que va de año y lleva cinco años dedicado a enseñar el proceso de elaboración de los caldos típicos de esta zona y a exhibir utensilios tradicionales de la vendimia y la bodega: cestos, cubas, prensas, odres y algún «cacho», según la leyenda que lo acompaña «un original catavinos con forma de cuenco tallado en una sola pieza de madera». El museo, gestionado por el Parque Histórico del Navia, se cerró cuando expiró el contrato de la persona que lo atendía y ahora espera a ser reabierto tras un nuevo proceso de contratación; en mayo, según el Alcalde. «Aquí siempre se ha dado muy bien la viña», confirma José Manuel Mera, pero «nadie se anima» a transformarla decididamente en una forma de vida. Se hace mucho en Pelorde, antes de entrar en la villa capital llegando desde Navia, pero pronto vuelve la limitación demográfica para zancadillear las potencialidades poco explotadas del recurso. «Se vende poco, particularmente y para consumo propio».

El campo, a pesar de todo, todavía es lo de siempre en esta pequeña villa que dispone su trazado alrededor del bloque pétreo cuadrangular del palacio de Ron, con su torre medieval, su capilla y su fábrica original del siglo XVII remodelada en 1909, según confirma el rótulo de la fachada principal. El edificio, que sigue habitado, se abre a la plaza central, oficialmente González del Valle, donde ahora Julio Allonca descansa en un banco y Manuel Álvarez de Linera Uría, «Manolito», regresa al otro lado del mostrador de A Casanova, el bar-tienda que simboliza la resistencia de lo más tradicional de la villa: con él son tres generaciones, «lo fundaron mis abuelos». En la plaza, por uno de cuyos extremos corre la revirada AS-12 en dirección a Grandas por un lado y a Illano, Boal, Coaña y Navia por el otro, se acaba de detener un autobús a dejar a un grupo demasiado escueto de niños con mochilas. El problema es que son pocos, vuelve Mera, y aunque «hay gente que querría volver, porque les tira el pueblo, no pueden». No tienen a qué.

El agro declina, pero todavía es una de las tres patas que acepta el Alcalde al repasar lo que aún debe sostener a su concejo. Las otras alternativas conjugan el verbo diversificar atendiendo, además del turismo, a todo lo que salga de la reforestación de los montes y todavía del sector agrícola y ganadero. El universo forestal cuenta en Pesoz con una pequeña cooperativa de cuatro trabajadores y «un volumen inmenso de pino en Argul», sigue Mera; el ganado pierde terreno, pero con pequeños destellos de vida como el de José López Castelao, de perfil excepcional aquí por joven y por ganadero, con ocho años de experiencia sin tradición familiar y un motivo esencial para amarrarse a las vacas: «Escogí esto porque siempre me gustó». La ganadería ecológica es su alternativa «para intentar que el producto tenga más salida» y lleva un año en período de conversión desde su rebaño «convencional». Esta carne «se valora más», dice, y tal vez «se puede vender mejor para tratar de vivir un poco más del producto. La idea es producir de otra forma: apostar por la calidad más que por la cantidad y hacer que la gente se conciencie de que esto es diferente, tiene una garantía y un control riguroso». No son buenos tiempos, concede, y la ecológica pide más gastos, pero él sigue. Por ahora tiene cincuenta madres en Argul, vive en Pesoz y resiste. Continuará, seguramente.

«El que se va de aquí a vivir a la ciudad no sabe lo que se pierde»

«¿Escuchas coches? ¿A alguien haciendo botellón? ¿A que no?». Óscar Alonso, cocinero barcelonés, vive en «El Campo» hace un año por vocación. Le resulta elocuente que se llame precisamente así el barrio de Pesoz en el que está su nueva casa, porque era exactamente el campo lo que buscaba cuando dejó por imposible el ritmo de la gran ciudad. «Me cansó», confirma su esposa, Rosa Hernando, harta de «no conocer ni a la gente que vive arriba» y contenta de haber cambiado aquello por este sitio donde «los vecinos son vecinos. Estas lechugas», señala las que crecen a la puerta de su casa, «las planté ayer y me las dio mi vecina». De toda la naturaleza posible escogieron ésta de la cuenca alta del Navia porque después de varias visitas esporádicas decidieron que «siempre habíamos querido estar en Asturias», confirma Óscar, que se encuentra en Pesoz «como en ningún sitio» y Rosa no se arrepiente después de pasar el primer invierno. Asiente el padre y no ponen objeciones ni Manuel, ni Alba ni Isaac, los tres hijos que comparten el hogar sin añoranzas con la compañía de «tres perros, dos gatos y un hurón».

Después de 34 años viviendo en Barcelona y de un ensayo de siete «en un pueblo de la falda del Montseny», el punto de llegada del camino inverso al habitual les trajo hasta una casa de piedra de planta baja muy cerca de la iglesia románica de Santiago y del Ayuntamiento de Pesoz. Él trabaja en la cocina de un restaurante de Grandas de Salime, ocho kilómetros río Navia arriba, adonde también van a clase sus dos hijos menores mientras el mayor cursa Bachillerato en Vegadeo. Los pequeños acaban de llegar a casa, pero justo antes han hecho una parada junto a la plaza de González del Valle, donde los ha dejado el autobús escolar, y se han acercado al patio de la casa de Nati y Rogelia Álvarez de Linera, unas vecinas que les tienen prometida una chocolatina, pero sólo «los jueves y los domingos». A eso se refiere Óscar Alonso cuando compara, retrocede hasta el bullicio de Barcelona y agradece que, ahora y aquí, los niños «puedan andar por las calles libremente», que no haya rastro de coches ni de botellones, «ni contaminación acústica ni medioambiental». Como sabe que hay poco riesgo de que se llene y se lleven su tranquilidad, defiende sin ambages su apuesta por el hogar en este punto rural escondido entre carreteras reviradas. «En los pueblos todavía hay humanidad», sostiene, y después de haber vivido a ambos extremos del éxodo rural dice tener elementos de juicio para concluir que «el que se va de aquí a vivir a la ciudad no sabe lo que se pierde».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ Las curvas

No hay lugar de la cuenca del Navia que no mire a la AS-12 cuando toca ponerle peros al futuro de la zona. «No queremos una autovía, pero una carretera curiosa sí», asegura desde Pesoz José Manuel Mera. El arreglo de la muy retorcida vía que acompaña al Navia de El Espín a Grandas «iba a ser para esta legislatura», enlaza, pero la crisis también se la ha llevado por delante y desde Pesoz se llega en veinte minutos a Fonsagrada (Lugo) y hay más de una hora de camino hasta Navia.

_ Los molinos

El alcalde de Pesoz considera «paradójico» que «veamos aerogeneradores por todas partes y no tengamos ningún parque eólico», aunque sí una subestación eléctrica en Sanzo. José Valledor también quiere para sí la «gallina de los huevos de oro» que ya exprimen todos los concejos vecinos y apunta que «ya tenemos el convenio firmado con una empresa interesada» en levantar una pequeña instalación en el alto de Liares, en la zona más alta del concejo.

_ La vivienda

En la salida de Pesoz hacia San Martín de Oscos, junto al Museo del Vino, tres edificios gemelos con seis viviendas sociales no descartarían tener compañía. Están todas ocupadas y para poder prosperar hace falta oferta, «necesitamos otras seis como el comer», afirma José Manuel Mera, concejal y pequeño empresario de turismo rural.

_ Los servicios

En el debate sobre la supervivencia de los pequeños municipios hay poca disidencia. «Los ayuntamientos de tamaño más reducido», afirma el Alcalde, «no son los que peores servicios dan al ciudadano, sino al contrario». A su juicio, alejar esos servicios perjudica y «viendo los trabajadores que tiene el Ayuntamiento de Pesoz se verá que el posible ahorro sería mínimo, o más bien inexistente», concluye.

_ Un «Pueblo ejemplar»

Además de todas las estrategias para poner Pesoz en el mapa del turismo de naturaleza y mejorar la infraestructura, la villa agita su bandera en la carrera por el «Pueblo ejemplar». La pequeña villa estimula el asociacionismo a su escala mínima y se prepara para exponer sus virtudes en una candidatura al premio «Príncipe de Asturias».

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